La entrada de hoy se sale un poco (territorialmente hablando) de nuestro ámbito, pero resulta que he vuelto maravillado e impresionado de los edificios singulares visitados en un reciente periplo por tierras asturianas, y no tengo más remedio que dedicarles una entrada en plan “abulenses por el mundo”, con un par de sus mejores adefesios, ante los cuales hemos de quitarnos el sombrero y taparnos los ojos. Ambos son maomeno conocidos, pero siempre es posible que alguno de vds. no haya visto estos engendros.
El primer ejemplo es el Centro Niemeyer de Avilés. Se basa en un huevo cocido partido por la mitad, dejando una mitad pabajo y la otra de lao. Además, hay una torreta/sacacorchos. Original, es, pero yo le habría echado atún y bechamel por encima. Es una pena que entonces no estuvieran tan de moda los cachopos1, porque no me cabe duda de que el comestible elegido hubiera sido éste, y el edificio se parecería más a la T4 de Barajas, con un trencadís imitando el rebozado.

El problema, pienso deque, fue elegir a un arquitecto que estaba de vuelta de todo nivel dios (CIEN AÑOS2 tenía cuando presentó el proyecto) para que te construyera un edificio de éstos (que ya de por sí son propensos al engendrismo). A ver, el Sr. Niemeyer había construido los edificios singulares de Brasilia partiendo de cero, con su amigo Lucio Costa diseñando el trazado urbano. Es como si aquí llamas a Moneo y Calatrava y les mandas construir una nueva Ciudad Capital de España en la ladera soriana del Moncayo. Con su Congreso y su Senado, su Moncloa y su Zarzuela, su taberna Garibaldi y todo lo necesario. Después de esto ya te la suda cualquier encargo. Por tanto, no tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que Niemeyer se sacó la chorra y, haciendo unos molinillos sobre el papel, dejó unas marcas de orina y esmegma que le parecieron bien; para acto seguido llamar al delineante y pedirle: “termíname esto, pon las puertas y los baños y todo eso”. La tapa del frasco del Dememory se le quedó encima de la mesa de dibujo, y el chaval lo pasó también al Autocaz con forma de torre.
El segundo edificio im-pezionante del lote es la Universidad Laboral de Gijón, una especie de Monasterio del Escorial de la formación profesional. Hubo más edificios dedicados a esta finalidad; pero el de Gijón fue una apuesta personal del falangista Girón de Velasco3 para aplacar la conflictividad social4 y atraer para su fachicausa a los hijos de los levantiscos obreros asturianos. Tenía que ser grande. Tenía que ser lo más. Y se lo dijo así al arquitecto, Luis Moya, al que le hicieron los ojos chiribitas.

El resultado fue el -en ese momento- edificio más grande de España y parte del extranjero5. Tenía capacidad para más de mil alumnos (todos varones, claro), y buena parte de ellos eran internos6. Tiene un auditorio en el que cabían todos, junto con los profesores, que eran jesuitas. La iglesia, de planta circular, también va acorde con esas dimensiones y se ubica en un lateral del patio principal del edificio (que tiene…150 metros de largo por 50 de ancho; una verdadera plaza mayor con soportales). En los terrenos de alrededor -mogollón de hectáreas- hay campos de deporte (al que se daba importancia), y también había varias granjas que debían permitir autoabastecer al centro; aunque no llegó a funcionar al nivel que estaba previsto. Las aulas prácticas para las clases de taller eran verdaderas fábricas. Pero lo que más llama la atención es su torre, de 130 metros, justificada porque tenía que ser “el faro que guíe a los trabajadores”. Eso, de rebote, permitió a los gijoneses adelantar al edificio más alto de Asturias hasta ese momento… la torre de la Catedral de Oviedo. Piques esiten.

Lo curioso es que el edificio, siendo una oda a la megalomanía, está bien hecho y era funcional, teniendo en cuenta el fin para el que estaba destinado. Considerando que en aquellos años de autarquía no había dinero ni recursos (escaseaba el cemento, pero sobre todo el hierro), también fue un milagro de aprovechamiento económico. Se ahorraba en todo. Por ejemplo, las tareas de cocina, confección de ropa y lavandería se encargaron a una congregación de clarisas (80 monjas) que se trasladó a un convento construido para ellas en la “zona de servicios” del edificio; era un trabajo tan duro que a la sección de lavandería la llamaban “matamonjas”. Salían baratas, eso sí.

Con el fin del franquismo llegó el declive, y el edificio fue perdiendo usuarios hasta el cierre, sólo el mantenimiento era carísimo. Poco a poco se han ido instalando cosas por allí. Ahora se llama “Laboral – Ciudad de la Cultura”. Y tiene de todo, hasta visitas guiadas. En la mía tuve la suerte de coincidir con un alumno de la primera promoción, que volvía por allí, y complementó las excelentes explicaciones de la guía con detalles autobiográficos interesantísimos.
- No he caído en la insensatez de probar ni un solo cachopo. Me recuerdan a los sanjacobos con los que nos cebaban en el colegio mayor. Asturias tiene cosas mejores.
- Murió poco antes de cumplir los 105 y seguía en activo; como quieren los libeggales que hagamos todos. Aunque él era comunista, por cierto (se tuvo que exiliar de Brasil).
- In illo tempore, para decir que algo era viejo se decía “esto es de cuando Franco era cabo”, pero también “de cuando Girón era flecha” (los flechas eran los niños que entraban en la OJE, las juventudes hitlerianas de aquí). A ver… Como si dices “de cuando Dumbledore entró en Gryffindor”.
- Para ingresar en estos centros formativos se daba preferencia a los chavales de familias con pocas rentas -siempre que fueran listos, la formación era muy exigente- que podían residir como internos a pensión completa en el centro, que también les proporcionaba ropa. Muchos fueron huérfanos de currantes de la minería, la pesca…
- Bueno, en cuanto a edificios grandes, de Gijón a Avilés fuimos en tren, y cuando vas llegando empiezas a pasar al lado de una fábrica que no se termina nunca… Ya me iba sintiendo como en la primera escena de La Guerra de las Galaxias (la buena, la de 1977). Lo miré en la güé y era Arcelor-Mittal. Casi kilómetro y medio de largo tienen las naves.
- Y era educación pública y gratuita para la mayoría. Muchos de los que ahora echan de menos el franquismo defienden tesis económicas opuestas a lo que fue ese periodo. Lo que en realidad añoran es mandar así; la sumisión de los trabajadores a las empresas, la de las mujeres a los maridos y la de todos a lo que ellos digan.