Lamentablemente, continuamos con la serie “Edificios Singulares Abulenses” con una nueva entrada, ya lo siento. Hoy nos visita el edificio conocido como “El Palacio de los Buitre” (o de La Duquesa de V).  Mucho más bonito que el anterior, andevaparar, este casoplón postmedieval recibe su nombre por un hecho recurrente en la política abulense: en época de elecciones siempre aparece algún buitre sobrevolando el edificio. Hay veces que hasta charlan entre ellos. Ojo, que a veces me invento cosas, pero esa escena es arsolutamente lo que pasa alrededor del palacio.

Ay duquesa, ay duquesa…

El palacio se encuentra dentro de la muralla, cerca de otros de similar pelaje como el Palacio de los Verdugos (y antigua sede del gremio, como en Ankh-Morpork) o el Palacio del Marqués Que Sufraga (porque “sufragó” al ayuntamiento para apropiarse de la plaza adyacente, que era terreno público).

El palacio (la parte principal) data del XVI, pero se encuentra en permanente reconstrucción/ampliación, como la Mansión Winchester; si bien en este caso la tarea se parece más a la de Sísifo, puesto que el supuesto objetivo de las obras (aparte de sanear y poner enchufes con los dos agujeros) es convertirlo en El Museo del Prado 2.0 sin que por parte de aquella institución (El Prado 1.0) nadie haya oído jamás hablar de esta iniciativa. Pero aquí seguimos los abulenses construyendo, como los curris en Fraggle Rock.

La última habitante de rancio abolengo de este edificio fue la Duquesa de V, una señora con una vida la mar de animada y que llegó a ir a la cárcel por protestar contra Franco… a favor del Príncipe Don Juan de Borbón, noblesse oblige. Tras separarse amistosamente de su marido (sin papeles, que el divorcio era ilegal) y emparentar con un playboy, convirtió su mansión en la más bohemia, farandulera y lgtb de la ciudad (lo tenía fácil, estando en Ávila; pero hay que reconocerle su mérito). Doña Luisa, también marquesa de Cartago y vizcondesa de Aliatar*, que no tuvo descendencia, además del palacio tenía una colección de arte respetable; y legó sus bienes al Estado, aunque nunca esperaría que realmente el destinatario fuese un estado catatónico.

(*) La única explicación que tengo para estos títulos creados en el XIX (Cartago, Aliatar) es que no querían repetir nombre con alguno preexistente, y para tardar menos y no tener que mirar el Gotha, se los inventaron en plan rebranding/brainstorming/twerking nobiliario, como los nombres de los pokemon nuevos.

Fumando espero…

El edificio de la TabaCalera fue construido en los años 70 en la -entonces- Avda del 18 de Julio, a las -entonces- afueras de la ciudad por una -entonces- entidad financiera. En su momento fue rompedor, el primer edificio de apartamentos de Ávila, nuestro “Dakota” o “998 Fifth”, con su reconocible estructura escalonada de terrazas y ventanales con vistas al Ambles Valley y a la Shoemaker Sierra.

No es que sea feo del todo, pero le pierden los detalles

Fue tan innovador que resultó un desastre. Nadie quería un apartamento de soltero por un coste no tan inferior al de un piso de 3 ó 4 habitaciones, el necesario para albergar la familia tradicional de aquellos tradicionales años. Así que la promotora se lo comió con patatas, recompró los escasos apartamentos con bicho, y transformó el edificio en un centro de trabajo, por el sencillo procedimiento de tirar los tabiques y poner allí a las mesas más viejas de las oficinas con el señor que hubiera sentao al lado.

En aquellas dependencias se realizaba eso que ahora llaman “backoffice” y anteriormente, “papeleo”. Allí iban destinando a los empleados que no tenían espelde* para el desempeño comercial cara al público. Esta selección de personal, lo monótono de las tareas y la falta de control propiciaron que aquello pareciese el bar de la Estación de Autobuses a las 4 de la mañana, con Chavela Vargas de camarera. El consumo de tabaco (y otras sustancias) para pasar el rato se incrementó**, y de ahí el sobrenombre de “La Tabacalera” con el que se conocía al edificio, con el tiempo apocopado en “La Calera”.

Cuando se prohibió fumar en los centros de trabajo, los empleados de La Tabacalera deambulábamos, digo deambulaban como zombis, sin saber qué hacer para matar el mono***; lo que provocó una serie de catastróficas desdichas que dinamitaron la estabilidad económica de la entidad. Ésta terminó (des)integrada en otra, y el edificio quedó abandonado. Lo notaron, sobre todo, los bares de alrededor****.

Como dato curioso para los amantes de la naturaleza, añadiremos que palomas, tórtolas e incluso cernícalos (falco tinnunculus) solían anidar en las jardineras del edificio. A través de los ventanales, los polluelos contemplaban extrañados a los empleados en su quehacer diario (leer el Marca y jugar al buscaminas). Los citados ventanales, por otra parte, eran de chichinabo, y en verano te asabas y en invierno te quedabas helao. Los cernícalos emigraban.

Nos indican por el pinganillo que el edificio ha sido adquirido por una entidad educativa, casualmente propietaria de otro de los E.S.A.s que próximamente aparecerá en nuestras pantallas, el antiguo Colegio de Huérfanos de la Web de Renfe.


(*) Espelde: aptitud y actitud para hacer bien las cosas.

(**) Y la ludopatía. El empleado tipo de la TabaCalera se gastaba medio sueldo en lotería y en comprar artilugios y productos gourmet a cualquier charlatán.

(***) True fact: En Informática se imprimían (poco a poco se fue sustituyendo por emails) un montón de listados «imprescindibles» para el buen funcionamiento de la entidad. Se fueron dejando de generar poco a poco y nunca nadie los echó en falta.

(****) El paso de cebra alomado que se encuentra maomeno a esa altura fue de los primeros construidos en Ávila; los empleados lo solicitaron ante el elevado número de atropellos que sufrían al cruzar los cuatro carriles de la avenida a los bares de enfrente y vuelta.

Comenzamos hoy una nueva serie histérico-artística que complementa el ASM (Ávila Street Museum) y el ARM (Ávila Road Museum). La hemos bautizado “Yo soy E.S.A.”, por las siglas de Edificio Singular Abulense. En ella mostraremos todas esas construcciones que, por una razón o por otra (casi siempre, por otra), a pesar de formar parte de nuestro entrañable patrimoño, tienden a pasar desapercibidas para el turista habitual, que suele fijarse más en las murallas, las iglesias y el tuk-tuk, pero que guardan las esencias de la abulensidad.

«Yo soy ESA», a pesar del astronáutico nombre, es una sección nos ha sido sugerida por nuestro fiel seguidor Eu, que se fija en todo; y ya nos ha propuesto varios Edificios Singulares; nos ha jodido, como es gratis… Si le cobrásemos por cada propuesta, ya sus digo yo que se lo pensaría más.

Antes de comenzar con la nueva sección, hemos de advertir que el Adefesio de Moneo queda “hors catégorie”; y no aparecerá en esta sección. El MaMoneo* incumple la condición de pasar desapercibido, porque nos consta que el turista habitual sufre el síndrome de Stendhal  AL REVÉS** cuando llega a nuestra jran plaza y se topa con él. Por cierto, una pareja de Murcia se puso a preguntar a mi señora que qué era eso, y al enterarse del autor se solidarizaron con nosotros, ya que en la plaza mayor de su ciudad les han hecho una jugarreta parecida (el suyo por lo menos es raro).

Bueno, vamos a comenzar con la sección propiamente picha. Como ya habrán adivinado por el título de este post, el primer ESA elegido no es otro que la Extinción de Autobuses, un edificio construido en los años 70 para dar servicio a este medio de transporte. Por alguna extraña razón, el moderno edificio, con su torreta redonda de chapa no morroñosa y sus escaleras mecánicas (las primeras que yo utilicé, no sin cierto temor por la novedá), consiguió tener pinta de viejo bastante antes de lo previsto (sobre todo por el interior).

La Extinción

Como curiosidad, el solar en el que se construyó es el del antiguo campo de fúmbol (el nuevo pasará por el bló). La Extinción constaba de una zona inferior para las dársenas y encima un vestíbulo con las taquillas, un bar y algunos comercios que, en su momento, funcionaron aceptablemente. Y albergaba las oficinas de algunos departamentos ministeriales, luego juntiles, también relacionadas con la teletransportación.

Cuando se planificó un nuevo intercambiador busístico cerca de la estación de RENFE, se valoró aprovechar la antigua (o su superficie) para pegar un pelotazo urbanístico-comercial; pero esto se fue al garete con el pinchazo de la burbuja del ladrillo y la subsiguiente crisis. La Extinción de Autobuses se convirtió en una incómoda patata caliente que unas administraciones se pasaban a otras. Poco a poco, la patata se ha ido enfriando, el edificio se deteriora y se convierte en una desoladora ruina que sólo valdría para rodar remakes de Mad Max o Battle Royale.

Periódicamente aparecen en la prensa noticias sobre el acoso y derribo de la Extinción, pero nunca llegan a nada. Sin más que añadir (quicir, que no sea de mal gusto), esperamos verlos por nuestras páginas durante este 2025 que recién comenzó, en el cual aceptaremos encantados propuestas de todo tipo. Ah, y también aceptamos propuestas para escribir esto del blog.

(*) Además, el Mamoneo ya fue tratado en el Ávila Street Museum, en la subcategoría HH “Hengendros Hododosos”

(**) El síndrome de Lahdnets, aquí hay otro tema a explotar, Camarada.