En nuestra voluntad de servicio público, les traemos una recomendación cinematográfica para sibaritas. Una película española de hace sólo cincuenta años —rodada con Franco todavía vivo y coleando— que combina, de forma un tanto irregular, el suspense, la ciencia-ficción y un toque de gore-softporn-nosécómodefinirlo. Qué cojones, tiene todos los elementos para clasificarla como giallo. Pero vayamos por partes…

Con este poético título firmaba Eloy de la Iglesia en 1973 su película más peculiar —en una ya peculiar cinematografía—. Además de dirigirla, de la Iglesia figura en un equipo de guión en el que también nos encontramos a un José Luis Garci que aún no se había iniciado en la dirección. Eloy hizo un buen trabajo y el conjunto es muy disfrutable.

He leído varias reseñas y críticas en las que se acusa a «Una gota de sangre para morir amando» de plagio o copia chapucera de «La naranja mecánica». Yo lo calificaría más bien de homenaje. En una de las primeras escenas un grupo de cuatro jóvenes con estética uniforme irrumpe de forma violenta en un domicilio —mientras la familia ve en la tele que se va a emitir la mencionada cinta de Kubrick— y practican un poco del viejo unodós y dan unos tolchocks bien joroschó. Yo creo que, si vas a plagiar, no citas al plagiado nada más empezar, llámame loco. Me temo que uno de los títulos con los que se publicitó en el mercado anglosajón no ha ayudado precisamente en esta cuestión.

Chris Mitchum y sus drugos

Es curioso, porque la versión en inglés se llamó en realidad «Murder In A Blue World» y su cartel tomaba elementos de la versión española.

Chris Mitchum sin drugos y Lolita ensangrentada

Ya que mencionamos a «Lolita» en el pie de foto anterior, hablemos de la protagonista: Sue Lyon. Después de su debut en la adaptación al cine de Lolita por Kubrick, Lyon participó —bastante encasillada en el papel de joven tentación— en varias películas memorables de los 60. En los 70, cuando pasa en un par de ocasiones por el cine español, su carrera ya había entrado en franco declive. Y, sin embargo, me parece que su interpretación de una rica heredera dedicada por vocación a la enfermería es, simplemente, estupenda. De la Iglesia se cascó otro homenaje a Kubrick gracias a Lyon, como se ve en este otro cartel de la época.

Lolita leyendo Lolita

Y antes de comentar —muy brevemente para no destriparla— la trama, voy a aprovechar para atizar aquí algunos carteles más que he encontrado mientras me documentaba. Me ha hecho gracia esta versión inglesa más moderna, que huele a portada de novela de Michael Crichton que tira pa’trás.

Crichtonploitation

También hubo versión francesa. En Francia se ve que gustó, porque he leído en algún sitio que se trata de una coproducción franco-española. Hombre, llamar coproducción a que un actor francés famosete —Jean Sorel, el de más dilatada y decente carrera de todo el reparto— hiciera de secundario de lujo me parece exagerado. Pero para exagerado, el título que se marcaron los gabachos: La bal du vaudou. Les juro que en la película no hay ni bailes ni vudú por ningún sitio.

El tituló en espagnol no se va a entendeg, Maurice, hazme casó

Pero si hay un país que ama el exploitation es Italia. Y los italianos se sacaron la chorra e hicieron el helicóptero a la hora de titular y confeccionar carteles para nuestro film de hoy. De «Una gota de sangre para morir amando» a «El vicio morboso de una joven enfermera» hay un largo camino de depravación e italianidad de por medio.

Semejante plano de la prota no aparece en la peli, ma siamo italiani

Y, prometo que ya es el último, esta obra de arte en la que la modelo ni siquiera se parece por lo más remoto a Sue Lyon.

Esto se va a vender como churros, Vincenzo

Vale, Bakunin, ¿pero de qué cojones va la peli? Que ya has puesto más santos y has dado más vueltas que en una entrada de Vicisitud y Sordidez. Pues la prota es una enfermera que ha heredado una fortuna y vive en un casoplón. Trata a sus pacientes con mucha piedad y gana premios. La corteja un médico guapete que hace experimentos para reformar a delincuentes por medio de la tecnología —hola de nuevo, Naranja Mecánica—, pero a ella le molan más los jovencitos con problemas. Un día se cruza en su camino el drugo expulsado por sus amigos y todo se lía. Y no puedo contar nada más para no joderles la historia.

Que la vean. Que no todos los días se encuentra uno con una película española de cuando todavía había censura en la que haya asesinos en serie, alusiones a un estado distópico totalitario, escenas eróticas sin recortar, gigolós y bares de ambiente homosexual. He dicho.

Banda sonora recomendada

Todos hemos visto por la tele los concursos y talent-chous de cantar, cocinar, coser o hasta forjar espadas, pero, sin embargo, los profesionales más inmarcesibles del hertorno hempresarial no tienen su concurso. ¿¿¿Es que nadie piensa en los consultores???  Pero aquí llega ¡¡¡Señior Consultin!!! (oportunamente les informaremos del craufundin que el Camarada y yo pensamos montar para desarrollar esto).

Señior Consultin será el concurso de talentos por antonomasia. En él, 16 chavales recién salidos de la facultad (a los que llamaremos yiuniors) irán por todos los demás poglamas-concurso (ya tenemos apalabrados Master Clerk, Maestros de la Tonsura y Pastor X) para ofrecer su expertise a los concursantes (aunque no tengan ni idea de lo que va el otro concurso, ahí está la gracia).

Los yiuniors formarán teamworks con los concursantes, y tratarán de organizar sus FTEs, mediante daily meetings, planes de negocio, cronogramas de hitos, matrices RACI, PERT charts, gromenauers y todo tipo de finstrows.

Como norma, los yiuniors siempre irán trajeados (aunque algún concurso se desarrolle en una isla costarricense); los viernes se les permitirá ir de casual (en plan cayetano), y, sobre todo, tiene que quedar claro que echan más horas que los demás concursantes juntos.

Cada sábado, en el programa especial del weekend, reportarán sus avances semanales al Project Leader (personaje por determinar; pero a su lado, Risto Mejode podría parecer buena persona), y por la noche se irán al afterwork a beber y fornicar entre ellos. En este programa se determinará quién ha obtenido el win-win de la semana; esto es, la recomendación más cipótica que haya sido aceptada por sus stakeholders (sin ser relevante que estas recomendaciones les hayan hecho avanzar o ser expulsados en sus respectivos concursos).

El premio será entrar de becario en empresas del ramo.

Viendo el saldo entre importación y exportación de series de ficción en este país, creo que salimos ganando. Exportamos con éxito gran cantidad de ponzoña nuestras series más representativas —Ana y los 7, Médico de familia, Un paso adelante, Los Serrano, Cuéntame cómo pasó…—, que se adaptan en sitios de esos del extranjero. Que se las lleven lejos y que no vuelvan. Y, a veces, tomamos una idea de fuera y hacemos una cosa bastante decente, como es el caso de «Vota Juan». Cambiar Cuéntame por esta que comentamos hoy me parece un negocio redondo.

He visto en algunas críticas comparar a «Vota Juan» con «Veep» pero, como esta no la he visto, lo que pasó por mi cabeza nada más empezar a verla fue el producto original —del que «Veep» parece ser la versión estadounidense— del mismo creador, Armando Iannucci: «The Thick Of It». El protagonista de «The Thick Of It» es un personaje llamado Malcolm Tucker, interpretado por Peter Capaldi, Director de Comunicación, hombre fuerte del partido —¿Qué partido? Da igual, las tripas de todos se parecen— y mano derecha del Primer Ministro. Por cierto, me parece escandalosamente bajo el número de votos y críticas que tiene esta serie en Filmaffinity. Vayan a Filmin y se la vean, que merece la pena.

Lo mismo te hago de Time Lord que de político hijoputa.

En «Vota Juan» hay un personaje similar a este pero, aunque tiene un peso importante en las tramas, no es el protagonista. El protagonista absoluto es Juan Carrasco —magistralmente interpretado por Javier Cámara—, un político mediocre de Logroño que ha terminado siendo ministro de Agricultura y que nos arrastrará a los más fangosos abismos de vergüenza ajena y vicisitud.

¡Que dejes de hacer las comillas, Juan!

Carrasco aúna todas las facetas asquerosas de los políticos patrios con las de un über-cuñado que ríete tú de Martín Varsavsky. No tiene ni puta idea de nada que no sea reptar y maquinar—y ni eso se le da bien del todo— contra sus propios compañeros de partido. Dice una cosa y acto seguido la contraria porque es un metepatas, o no entiende a su interlocutor o quiere quedar bien con él a toda costa. Los momentos de vergüenza ajena se suceden a un ritmo difícil de asimilar y Juan no deja de caer bajo y seguir cavando a lo largo de la serie. A su lado estará siempre fiel su jefa de comunicación, Macarena, interpretada por María Pujalte. Aunque Macarena debería ser la voz de la cordura que frenara las idioteces de Juan, lo cierto es que siempre acaba dejándose liar por este ya que, como ella dice, «cualquier cosa antes que volver a Logroño».

Macarena no quiere volver a Logroño. Quién querría…

Durante la primera temporada veremos a Juan maniobrar para presentarse a las primarias del Partido —¿Qué partido? Da igual, las tripas de todos se parecen— y acabar cumpliendo su sueño de llegar a la Moncloa. Así asistiremos a la sucesión de búsquedas de apoyos y avales, filtraciones a la prensa, aprovechamiento de cualquier acto para hacer campaña y aireamiento de trapos sucios de tus rivales con tal de llegar a la meta. ¿Y cómo acaba la cosa? Bueno, tendréis que verlo pero Juan es el rey del #SaleMal y del #NoSePodíaSaber.

La segunda temporada, titulada «Vamos Juan», arranca dos años después. Carrasco ha vuelto a Logroño —como podéis adivinar, no llegó a la Moncloa—, da clases —mal— de biología y se muere de asco. Hasta que se decide por volver a Madrid y crear un nuevo partido —¿Qué partido? Da igual, las tripas de todos se parecen— para presentarse a las Generales y huir de que los alumnos —y sus padres— le partan la cara de vez en cuando.

Juan no escarmienta.

El humor se vuelve, si eso es posible, aún más negro a medida que Juan intenta conseguir financiación y fichajes para su nuevo partido. Contará para ello con la ayuda de su fiel Macarena y con la de su hija Eva, interpretada por Esty Quesada. Aunque este personaje ya tenía algunas apariciones en la primera temporada, en esta segunda ganará peso y nos dejará grandes momentos de incomodidad. Eva sí será, a su manera, la voz de la cordura. A su muy peculiar manera.

Mi padre es gilipollas.

La segunda temporada me ha parecido incluso mejor que la primera. No quiero contar mucho de la trama para no destriparla, pero ya os adelanto que tiene muchos momentos en que no sabes si reír o llorar de la mucha vergüenza que os hará pasar. Y no cabe esperar que la aventura termine bien, claro.

¿A qué se me parecen esos papeles que destruye Juan?

A falta de ver la tercera, y última, temporada —«Venga Juan»—, no puedo hacer más que recomendarla. A ver si con productos como este se revoluciona un poco la comedia española. Que falta le hace.

Banda sonora recomendada.
Portada de «Qué difícil es ser dios»
Portada de la edición española de Editorial Gigamesh

Aunque los hermanos Strugatski son más conocidos por su novela «Pícnic extraterrestre» —en la que se basó, bastante libremente, Tarkovsky para filmar su «Stalker»—, siempre me ha parecido mucho más interesante su obra «Qué difícil es ser (un) dios».

La verdad es que mi primer contacto con esta historia fue la adaptación cinematográfica rodada en 1989, que en alemán se tituló «Es ist nicht leicht, ein Gott zu sein» —«No es fácil ser un dios»— y que nos llegó a España con el título «El poder de un dios», una peculiar coproducción entre la RFA, la URSS y Francia y con un polaco —Edward Żentara— como protagonista.

Póster ochentero con título en alemán. No se puede pedir más

Un adolescente Bakunin y sus drugos estaban todavía muy flipados con el visionado de «Los inmortales», que se había estrenado en 1986, y un buen día se toparon en el videoclub con «El poder de un dios». Buah, colega, ciencia-ficción, tíos con espadas y premios a mejor guión y mejor banda sonora en el Festival de Sitges. Esto tiene que ser la polla en vinagre. Y la alquilamos, claro.

Cartel español de «El poder de un dios»
«El film de ciencia-ficción más importante de las últimas décadas.» A ver quién es el guapo que se resiste a semejante reclamo.

La verdad es que nos quedamos un poco noqueados con la experiencia. Aquello estaba mal montado, mal dirigido, mal interpretado y rodado con cuatro perras. Y no se parecía en nada a «Los inmortales». Y, sin embargo, tenía algo… ¡Ya lo creo que lo tenía! Una historia potentísima y un desenlace que te dejaba con el culo torcío.

El protagonista, Anton, es un historiador terrícola infiltrado en un planeta poblado por seres humanos con una sociedad muy parecida a nuestra Edad Media. Haciéndose pasar por un noble extranjero —Don Rumata de Estoria—, se mueve por la corte de Arkanar sin poder intervenir en ningún momento —algo que le resulta cada vez más difícil— y limitándose a observar y documentar la evolución de dicha sociedad. Anton y sus colegas esperan la llegada de algún tipo de Renacimiento y una evolución de aquellas gentes «para mejor». Y lo que se encuentran es el ascenso de un déspota, Reba, que utiliza la religión y la represión más brutal para aplastar cualquier atisbo de cultura, filosofía y ciencia que se produzca. Tras discutir con un filósofo local sobre el papel que debería desempeñar un dios en la vida de los hombres y asqueado por la violencia y la barbarie de aquellas gentes, Anton se decide finalmente a intervenir. Se lía pardísima y se produce un giro final que no comentaré por si queréis ver la película o leer la novela.

Al final se lía parda
Los dioses se manifiestan y se lía parda. Suele pasar cuando se manifiestan los dioses.

Aquella peli regulera me llevó a buscar y disfrutar la novela, que se convirtió en una de mis obras favoritas de ciencia-ficción. Y a descubrir otras obras interesantes de los Strugatski.

Así que cuando me enteré de que en 2013 se había realizado una nueva adaptación, con mucha más pasta y medios, ya podéis imaginar que me ilusioné un montón. La crítica especializada la ponía por las nubes y se habían tirado una década para rodarla y montarla. Esto tenía que ser la polla en vinagre.

Cartel español de «Qué difícil es ser un dios»
Presupuesto, premios, estupenda fotografía, gran historia… ¿Qué podría salir mal?

Tras buscarla sin éxito en las plataformas digitales habituales, no me quedó más remedio que recurrir a la vieja fórmula de la «descarga ilegal». Y me dispuse a disfrutar de tres horas de diversión. La verdad es que me quedé completamente noqueado por la experiencia. Aquello estaba sublimemente rodado, magníficamente montado, correctamente interpretado… y me parecía una reverenda mierda. La fotografía es excelente. Los largos planos secuencia están magníficamente montados. Técnicamente es una jodida obra maestra. Y ya. De la historia original no queda apenas nada. Vemos una sucesión impresionante de personajes sucios, zafios y enloquecidos interactuar sin ton ni son. Mucha mugre, escupitajos y mierda. Muchas miradas enloquecidas. Y ni una sola explicación de qué cojones está pasando.

Fotograma de «Qué difícil es ser un dios»
¿Qué cojones acabo de ver?

Si no conoces la novela, o viste la primera adaptación, no te vas a enterar de nada. Bueno, es que ni con esas te vas a enterar de nada. Vamos, que me la bufa lo que digan los señores críticos. Me quedo con la cutre adaptación de 1989. Y con la novela, sobre todo con la novela.

Banda sonora recomendada