Los salarios en este país son una reverenda mierda. ¡Vaya descubrimiento, Baku! Ya, ya, pero dejad que suelte mi rollo.

Llevo unos días viendo los típicos artículos de prensa propaganda sobre honrados lloricas hosteleros que pagan según convenio y, a pesar de tamaña generosidad, no encuentran trabajadores esclavos. Es curioso que los lüberalles entienden muy bien el mercado hasta que la mercancía con la que tienen que tratar es la fuerza de trabajo. Entonces sus curvas de oferta y demanda se desmoronan y se pierden los pobrecitos.

Porque si el salario de convenio es el mínimo que debes pagar y no encuentras trabajadores por ese precio… ¿Se te ha ocurrido la loca idea de pagar más? Quizás así consigas «retener el talento», puto genio.

Y ya no es que hablemos de salarios de trabajos —mal llamados— no cualificados. Es que ves ofertas de empleo de «cosas cualificadísimas» y ya es para echarte a llorar. Esta misma semana he visto un anuncio buscando un diseñador de UX/UI que era un poema. Buscaban a alguien con un máster en UX, con merecientos años de experiencia en diseño de interfaces, con nivel C1 de idiomas y soltura en manejo de no sé cuántas herramientas. Y la banda salarial ofrecida arrancaba en el salario que gano yo de conserje. Pero, vamos a ver, ¿quieres que invierta tiempo, dinero y esfuerzo en convertirme en un cheñor listísimo y luego pagarme un puñado de cacahuetes? Luego no te sorprendas de que no quiera trabajar para ti.

Servidor se largó del sector tecnológico hace once años. De vez en cuando echa un vistazo a ofertas de lo suyo y se descojona. Que estáis ofreciendo menos pasta de la que ganaba yo entonces. Y lo que sé hacer es cada día más escaso. Allá vosotros, yo no pienso volver. Estoy muy calentito en mi conserjería.

En fin, esto es lo que necesitaba decir. Buenos días.

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Me encasqueta Supermon el marrón de desaconsejar el fútbol. Lo cual no sé si es bueno o malo. Porque lo entiendo poco. Pero las partes que entiendo creo que serán suficientes. Sepan ustedes que el fútbol o balompié —¿alguien dice todavía «balompié»?— es otro deporte inventado en Inglaterra. Qué perra la de los perfidoalbioneses con inventar maneras de sudar, jadear y restregarse con otra gente que no sean follar…

El fútbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Veamos por qué. Para empezar hay que juntar a mucha gente. Dos equipos de once más, los más que recomendables, muñecos de recambio. Pero si no me hablo con tantas personas, ¿cómo monto una pachanga dominguera? Y encima han de ser personas con cierto fondo físico. Porque esa es otra. Un campo de fútbol —ah, no, no voy a picar— es una cosa jodidamente grande. Aguantar un partido entero —luego hablamos de lo que dura, que también tiene tela— corriendo pa’rriba y pa’bajo puede dejar al más pintado hecho un guiñapo babeante. Y eso sólo con las carreras que te pegas. No hablemos ya del cordial intercambio de patadas, codazos y tirones en el que acabas más perjudicado que un villano de película de Van Damme.

Entrada legítima de un defensa a un delantero.

Todo lo anteriormente mencionado hay que soportarlo durante, por lo menos, noventa minutos. ¡Noventa minutos! Se os va la pinza. Y espera, que aún es peor, se juega al aire libre. Noventa minutos trotando y recibiendo hostias en condiciones climáticas hostiles. Porque con calor es mala idea, pero con frío… Todavía recuerdo con rencor a mis profesores de «educación física» —«hostigamiento al flojo» habría sido un nombre más honesto— cuando nos hacían correr por el patio a 4 grados bajo cero hasta que la boca te sabía a sangre —probablemente porque estabas sufriendo una hemorragia pulmonar—.

Y no es solución ponerte de portero. ¿Habéis visto el tamaño de la portería? He tenido soluciones habitacionales más pequeñas. Vale, no tienes que correr tanto. Pero tus alternativas no son tampoco estupendas. Si no paras el balón, te corren a gorrazos los compañeros. Y si lo paras… ¿Sabéis la energía cinética que os puede transmitir un buen balonazo? Que eso es un cacho cuero duro inflado a alta presión y lanzado a cerca de 200 km/h.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

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Como aficionado a la prensa del motor, llevo un par de días leyendo de pasada un titular de esos que te hacen saltar el detector de gilipolleces: Los cursos de recuperación de puntos se suspenden por un error del Gobierno de España. Joder con el Perro Sanxe, ni esto hace bien… Pero veamos qué hay de cierto —spoiler: nada—. En el primer sitio que lo vi fue en Autopista:

Casi siempre que leas «Gobierno de España» o «la DGT» en un titular es: mentira

Lo primero es que lo que dice el titular y lo que se atisba en el cuerpo de las noticias —porque está por todas partes con pocas variaciones— no tiene nada que ver. En esta de El País ya se contradice entre el titular y la entradilla:

¡No habrá más! De momento…

Hmmm… a ver si es algún sitio explican lo del cambio en la normativa. Me topo con otra pieza, esta en Infobae, según la cual la culpable es la DGT que «impide a las autoescuelas impartir cursos de recuperación de puntos a partir del 19 de julio» y «Ante esta decisión de la Dirección General de Tráfico, comunicada este viernes».

A la DGT le da un día por impedir cosas y nadie hace nada. Qué vergüenza…

Entonces, ¿qué ha pasado? Pues que, en efecto, ha habido un cambio en la normativa. Y que como no le ha gustado a una empresa PRIVADA, esta ha decidido tocar los cojones dejar de dar los cursos y «achacar el problema a un error del Gobierno», como explican un poquito es esta pieza de Car & Driver.

Según la empresa afectada, la culpa es de Perro Sanxe

Así que resulta que la empresa hasta ahora concesionaria se ha enfadado mucho con la liberalización que se aprobó en el mes de junio. Porque ellos tenían un monopolio —que es una cosa contraria a la normativa europea y lo único que ha hecho España es adaptarse a ella— y ya no. Y como se han enfadado han dejado de respirar. Pero la culpa, según todos los medios del sector, era del Gobierno de España. Qué casualidad…

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Ayer mismo bromeaba en Twitter acerca de dar un único consejo relacionado con nuestra especialidad. Y, aunque el consejo de hacer caca en el trabajo me parece importante, voy a daros uno mucho más vital. Porque es sobre vuestra salud en el trabajo. Y esta mañana me he desayunado con esta salvajada que sucedió el martes en un call center.

Me toca ver muchas burradas sobre enfermedades y accidentes laborales. Me toca ver cómo hay personas que pierden la vida en el trabajo. Como este chico de 28 años que no se golpeó con un robot en la cabeza como da a entender la noticia: se le llevó por delante un robot cuyas medidas de seguridad estaban anuladas por la avaricia y el desprecio por la vida ajena de un empresario. Hace tres años de ello y la familia sigue la batalla judicial contra el terrorista patronal. Hace tres años de ello y el robot, me cuentan trabajadores de la planta, sigue teniendo las medidas de seguridad anuladas. O como la trabajadora de un centro especial de empleo aplastada por una máquina de planchado el año pasado.

Sin llegar a situaciones tan extremas, me encuentro con muchos casos en los que los empleadores —por la avaricia y falta de empatía propias de su condición— intentan por todos los medios «tapar» graves accidentes que, en caso de ser mínimamente investigados, pondrían en evidencia que se están pasando toda la normativa sobre prevención de riesgos por el arco del triunfo. Y que, encima, acaban siendo clasificados como enfermedad común con el consiguiente perjuicio para el trabajador afectado.

Todo ello con la complicidad de las putas Mutuas de Accidentes de Trabajo, otra cloaca infecta a la que estamos tardando en pegarle fuego quitarle competencias. Que ya me han venido varias trabajadoras de un mismo centro de trabajo —del que no daré el nombre, pero no os aconsejo buscar trabajo en un matadero de aves en Ávila, cof, cof…— con el mismo problema: quemaduras de segundo grado causadas por un agente químico de uso en el puesto de trabajo clasificadas como «enfermedad común».

Y así llegamos al consejo que os quería dar. Cuando sufráis cualquier accidente laboral —me da igual la gravedad, como si «sólo» os habéis torcido un tobillo— lo primero que tenéis que hacer —se ponga el jefecillo/encargado/cómitre de turno como se ponga— es llamar al 112. Espera que lo voy a poner más claro: LLAMAR AL PUTO 112. El jefecillo/encargado/cómitre de turno os dirá que qué exagerados sois, que eso es un arañazo y que vaya tontería. Ni caso. LLAMÁIS AL 112. Por qué la insistencia, Baku, os preguntaréis. Pues porque el 112 tiene obligación de informar de oficio a la Inspección de Trabajo de que se ha producido un accidente laboral. De esa forma os aseguráis de dos cosas. Por un lado, de que vuestra lesión no acabe considerándose «enfermedad común». Y por otro, de que la Inspección le echa un vistacito a las condiciones de seguridad en que se está realizando vuestro trabajo —por eso el jefecillo/encargado/cómitre se pone tan pesado con que no lo hagáis—.

Mando intermedio motivando a la plantilla.

Espero que haya quedado clarito. Buenos días.

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Ayer fui por puro placer a una reunión de una comunidad de vecinos. De una comunidad de vecinos que no es la mía. Sí, amigos, soy así de gilipollas. Una vez, de niño, me grapé un dedo para ver qué se sentía. Ese es el nivel.

En realidad se trata de la comunidad donde vive la madre de mi novia. Y como ella tenía que ir —ella mi novia, no ella su madre, malditos pronombres—, pues para allá que nos fuimos. Me picaba la curiosidad muchísimo. Porque se trata de una de las dos últimas comunidades de vecinos de la ciudad que todavía tienen calefacción de carbón. Y el único punto del orden del día era informar sobre la posibilidad de conectarse a la red de calor que se está construyendo en la ciudad.

Como era de esperar aquello se desmandó rápidamente. Gente protestando porque con la calefacción actual pasan frío. Gente protestando porque no se habían enterado de que se había firmado un preacuerdo con la empresa suministradora de la red de calor. Gente protestando porque patatas… Lo normal cuando llenas una sala de jubilados. Cuando se pudo poner orden, los de la suministradora nos contaron las bondades —que las tiene— de su producto. En general, la cosa tiene buena pinta. O eso nos pareció a los «jóvenes» —mi novia y yo éramos, probablemente, los más jóvenes de la sala, y ya juntamos más de un siglo entre los dos—.

Llegado el turno de preguntas fue cuando aquello empezó a recordarme a una conferencia de la ONU sobre el cambio climático. Primero vino la fase de negación: a ver si podemos seguir con nuestra calefacción de carbón. Que el carbón sea actualmente mucho más caro, de mucha peor calidad —lo que ha impactado gravemente en el calor que llega a las viviendas— y que la persona que la atiende sea ya mayor, no esté para trotes* y ya les haya dicho que lo deja, parecían no ser obstáculos insalvables.

Pasamos rápidamente a la fase de ira. Que si el presidente es un cabrón, que si tengo frío, que si esto no vale para el agua caliente —sí vale, pero si ahora no tienes agua caliente central, no va a aparecer ella solita—, que si podemos poner contadores…

Llegada la fase de negociación, una señora preguntó que si no se podía poner una caldera de gas o de gasoil. Dejando de lado que el precio de dichas alternativas es simplemente disparatado frente al de la red de calor —decenas de miles de euros frente a cero**—, el horizonte temporal de dichas calderas es limitado, muy limitado. La misma señora preguntó acto seguido que si no se pueden poner paneles solares. Afortunadamente, nadie le hizo ni caso.

Un señor intervino para decir que ya éramos mayorinos y que seguir discutiendo de nada servía ya —fase de depresión—, así que lo mejor era fijar una fecha para votar si se enganchaban o no. Creo que finalmente estaban casi todos convencidos de que era cosa buena —fase de aceptación— y que acabarán votando a favor. Y nos largamos cuando empezó la «fase de corrillos»…

La experiencia fue muy instructiva para mí. La capacidad de un grupo humano de irse por las ramas cuando hay que tomar decisiones importantes es fascinante. Justo como la comunidad internacional enfrentándose al cambio climático.

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*El carbón de baja calidad genera más escoria y hace que esta sea más difícil de retirar. El buen hombre pasa cada vez más tiempo limpiando y menos alimentando. Así que claro que pasan más frío…

**A las cien primeras comunidades que se apuntaron no les cobran la conexión al sistema.

El Fin de los Días está cerca. Los signos son claros: los Testigos de Jehová andan mal de pasta. O de fe. O de ambos.

Bueno, o eso he deducido yo al abrir el buzón esta mañana. Hace años todavía tenían perras para meterte alguna estampita de esas con gente de todas las razas acariciando koalas y tigres de Bengala en el Jardín del Edén —casi, casi tan falsas como las imágenes promocionales de Marina d’Or— o, si tenían el día generoso, un ejemplar de La Atalaya.

Me han entrado ganas de ir DALL-E a generar estampitas de estas…

Pero hoy me he encontrado un sobre blanco y dentro del mismo una escueta carta manuscrita. Llena de esperanza y fervor, aunque bastante cutre.

Menos mal que me han puesto la URL de los Testigos…

Esta gente se está quedando sin dinero. O van justos de fe y siguen dando la chapa, pero flojito. Tú imagínate que crees que para ir al Cielo tienes que predicar. Pero, a la vez, crees que al Cielo sólo entrarán 144.000 personas. ¿Qué harías? ¿Sigues predicando para ganarte tu sitio en el paraíso? ¿O dejas de hacerlo, no sea que ese gentil al que acabas de convertir termine siendo más santo que tú y te deja sin silla? O tiras por el camino del medio y predicas lo justito, con desgana… ¿Y cómo sabes si queda sitio todavía? Tú ahí, sin masturbarte, sin poder recibir una trasfusión de sangre, sin poder jugar al ajedrez ni escuchar un mísero disco de Black Sabbath en tu puta vida, y resulta que el autobús hacia el Cielo ya va más lleno que uno de Jiménez Dorado y te quedas en tierra.

Espera, que se me ocurre que puede ser peor. Supongamos que sólo pueden salvarse los 144.000 ungidos. Tú doblas la servilleta y, como has sido santo, vas al Cielo porque queda un sitio libre. Estás allí, de buen rollo, acariciando koalas —o lo que sea que se hace en el cielo de esta gente— y va y amocha alguien que ha sido más santo que tú. Corre el escalafón y, como el Cielo ha colgado el cartel de completo, te quedas fuera. Estar acariciando koalas y que te digan que ya podrás hacerlo más tiene que joder bastante.

Preguntas, preguntas…

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Hace unas semanas contemplábamos con chorprecha que el nuevo Dubái de Salamanca se esfumaba en una inmensa nube de humo, cancamusa y tramposos tratando de rascar dinero público. Sólo unos días después me topaba con un anuncio tan similar y sospechoso, acerca de una ciudad súper sostenible en la provincia de Badajoz, que me puse a investigar un poco.

La ubicación «prevista» de Elysium City es un bonito sitio en medio de ninguna parte entre la localidad de Castilblanco, un municipio de 800 y pico habitantes en el noreste de Badajoz, y el embalse de García de Sola. Cerquita de la nunca concluida Central Nuclear de Valdecaballeros. Sobre la carretera nacional N-502, Ávila-Córdoba. No es coña, la N-502 se llama así.

Bienvenidos al Paraíso

Ojo, que cualquier día de estos podemos ver —ja, ja— las excavadoras en acción. La Junta de Extremadura ya ha dado sus bendiciones y en el mes de diciembre podíamos ver la siguiente predicción del ayuntamiento de Castilblanco:

Gente que se flipa

Vale, colegas. ¿Y quién está detrás de este pedazo de proyecto que promete «hasta 56.000 empleos directos —ay, que me hago pis— en la fase de construcción y explotación, a lo que se suman los puestos de trabajo indirectos»? Pues es un poco difícil saberlo: hay un par de webs, cada una con distinta pinta y distintos propietarios. Una bastante cutre que parece montada por una señora de Gerona muy espabilada que ha registrado la marca «Elysium City» para vendérsela a los «auténticos» promotores. Eso sí, no escatima en promesas flipantes. Veamos algunas capturas que he hecho por si cualquier día desaparece.

Ahí, con dos cojones. Vamos a hacer un Hong Kong extremeño. Les juro que la foto está en la web tal cual.
«Posiblemente tendrá su propia estación de trenes de alta velocidad.» Y dos huevos duros…
«Atraídos por una atracción» ¿Pero quién ha escrito esto? ¿La de 50 Sombras de Grey?

Así las cosas, pasemos a la otra web que promociona el tinglado este. Aunque el aspecto es bastante más cuidado, no deja de ser un mero escaparate del flipamiento. Ciudad 100% sostenible, ecología, restauración de ecosistemas, invertir en Elysium… ¿Cómo? Claro, amigos, si busco «Elysium Spain» en Google sólo sales tú pidiendo perras. ¿Y quién eres tú? Pues un tal Francisco Nuchera, propietario de los terrenos y promotor de anteriores aventuras que nunca llegaron a concretarse. Y la sociedad Castilblanco Elysium Corporation SA, cuya sede social se encuentra en este edificio inteligente y sostenible de Castilblanco:

Desde este ángulo se puede apreciar el músculo financiero de la sociedad. Estoy ya deseando poner mi pasta ahí…

Cuando empecé a escarbar en este estercolero había pensado poner mil y una objeciones a lo que había visto del proyecto. ¿Un lugar turístico al borde de un embalse? ¿En España? yo miraba esta imagen y me daba la risa:

Ese embalse al 100% de capacidad un total de 0 días al año…

¿56.000 empleos directos? ¿Sostenibilidad y me enseñas una ciudad desparramada? ¿Milagro económico sin producir nada y basado en casinos y furcias? Mira, voy a hacer una predicción basada exclusivamente en la fachada de la sede social de la empresa promotora: NI DE COÑA.

Banda sonora recomendada

En nuestra voluntad de servicio público, les traemos una recomendación cinematográfica para sibaritas. Una película española de hace sólo cincuenta años —rodada con Franco todavía vivo y coleando— que combina, de forma un tanto irregular, el suspense, la ciencia-ficción y un toque de gore-softporn-nosécómodefinirlo. Qué cojones, tiene todos los elementos para clasificarla como giallo. Pero vayamos por partes…

Con este poético título firmaba Eloy de la Iglesia en 1973 su película más peculiar —en una ya peculiar cinematografía—. Además de dirigirla, de la Iglesia figura en un equipo de guión en el que también nos encontramos a un José Luis Garci que aún no se había iniciado en la dirección. Eloy hizo un buen trabajo y el conjunto es muy disfrutable.

He leído varias reseñas y críticas en las que se acusa a «Una gota de sangre para morir amando» de plagio o copia chapucera de «La naranja mecánica». Yo lo calificaría más bien de homenaje. En una de las primeras escenas un grupo de cuatro jóvenes con estética uniforme irrumpe de forma violenta en un domicilio —mientras la familia ve en la tele que se va a emitir la mencionada cinta de Kubrick— y practican un poco del viejo unodós y dan unos tolchocks bien joroschó. Yo creo que, si vas a plagiar, no citas al plagiado nada más empezar, llámame loco. Me temo que uno de los títulos con los que se publicitó en el mercado anglosajón no ha ayudado precisamente en esta cuestión.

Chris Mitchum y sus drugos

Es curioso, porque la versión en inglés se llamó en realidad «Murder In A Blue World» y su cartel tomaba elementos de la versión española.

Chris Mitchum sin drugos y Lolita ensangrentada

Ya que mencionamos a «Lolita» en el pie de foto anterior, hablemos de la protagonista: Sue Lyon. Después de su debut en la adaptación al cine de Lolita por Kubrick, Lyon participó —bastante encasillada en el papel de joven tentación— en varias películas memorables de los 60. En los 70, cuando pasa en un par de ocasiones por el cine español, su carrera ya había entrado en franco declive. Y, sin embargo, me parece que su interpretación de una rica heredera dedicada por vocación a la enfermería es, simplemente, estupenda. De la Iglesia se cascó otro homenaje a Kubrick gracias a Lyon, como se ve en este otro cartel de la época.

Lolita leyendo Lolita

Y antes de comentar —muy brevemente para no destriparla— la trama, voy a aprovechar para atizar aquí algunos carteles más que he encontrado mientras me documentaba. Me ha hecho gracia esta versión inglesa más moderna, que huele a portada de novela de Michael Crichton que tira pa’trás.

Crichtonploitation

También hubo versión francesa. En Francia se ve que gustó, porque he leído en algún sitio que se trata de una coproducción franco-española. Hombre, llamar coproducción a que un actor francés famosete —Jean Sorel, el de más dilatada y decente carrera de todo el reparto— hiciera de secundario de lujo me parece exagerado. Pero para exagerado, el título que se marcaron los gabachos: La bal du vaudou. Les juro que en la película no hay ni bailes ni vudú por ningún sitio.

El tituló en espagnol no se va a entendeg, Maurice, hazme casó

Pero si hay un país que ama el exploitation es Italia. Y los italianos se sacaron la chorra e hicieron el helicóptero a la hora de titular y confeccionar carteles para nuestro film de hoy. De «Una gota de sangre para morir amando» a «El vicio morboso de una joven enfermera» hay un largo camino de depravación e italianidad de por medio.

Semejante plano de la prota no aparece en la peli, ma siamo italiani

Y, prometo que ya es el último, esta obra de arte en la que la modelo ni siquiera se parece por lo más remoto a Sue Lyon.

Esto se va a vender como churros, Vincenzo

Vale, Bakunin, ¿pero de qué cojones va la peli? Que ya has puesto más santos y has dado más vueltas que en una entrada de Vicisitud y Sordidez. Pues la prota es una enfermera que ha heredado una fortuna y vive en un casoplón. Trata a sus pacientes con mucha piedad y gana premios. La corteja un médico guapete que hace experimentos para reformar a delincuentes por medio de la tecnología —hola de nuevo, Naranja Mecánica—, pero a ella le molan más los jovencitos con problemas. Un día se cruza en su camino el drugo expulsado por sus amigos y todo se lía. Y no puedo contar nada más para no joderles la historia.

Que la vean. Que no todos los días se encuentra uno con una película española de cuando todavía había censura en la que haya asesinos en serie, alusiones a un estado distópico totalitario, escenas eróticas sin recortar, gigolós y bares de ambiente homosexual. He dicho.

Banda sonora recomendada

La vagancia —voy a pensar que es indolencia y no maldad, en esta ocasión— de los medios de comunicación resulta curiosa. Ayer me encontraba con la misma «noticia» —copia y pega de una nota de prensa marranera— plantada tal cual en los tres diarios digitales abulenses: Renovación de los parquímetros, Ávila estrena nuevos parquímetros de zona ORA, Renovación de los parquímetros de la ORA para facilitar la utilización de los usuarios. Tuvieron el detalle, no obstante, de ponerle distinto título cada uno de ellos.

Fotografía de uno de los nuevos parquímetros
Parquímetro postmedieval.

Hasta aquí, nada extraordinario. Lo gracioso es cuando lees el texto, común a todos ellos. y te encuentras con la siguiente frase: «conlleva la implantación de un sistema que agiliza el uso de los parquímetros, mediante la introducción de la matrícula del coche».

No sé vosotros, pero yo pensaba que «agilizar» venía de «ágil» y no de «gilipollas». Si en los viejos parquímetros metías monedas, le dabas a UN (1) botón y salía el ticket, no veo la agilidad posterior en un proceso en el que hay que: pulsar ON, elegir la tarifa, introducir siete caracteres de la matrícula, pulsar OK, meter monedas, volver a pulsar OK y esperar ticket.

A ver, que yo entiendo que la empresa concesionaria tiene un argumentario y que así lo plasma en su nota de prensa. Pero, digo yo, ¿A NINGÚN PERIODISTA ABULENSE LE HA LLAMADO LA ATENCIÓN ESTA FRASE?

La de «la introducción de la matrícula del coche, para evitar confusiones que pudieran producirse con el pago tradicional» que viene después también es notable. ¿PERO QUÉ COJONES DE CONFUSIÓN HABÍA EN METER UNA MONEDA Y PULSAR UN (1) BOTÓN? Que yo entiendo la intención. Que ya no voy a poder regalarle el ticket con minutos sobrantes al siguiente paisano y así vais a recaudar un poquito más. Que esto es un negocio. Pero no me argumentéis chorradas, por favor.

Y ahora un disclaimer gordo. Me parece bien lo de introducir la matrícula porque, quizás, el próximo paso sea que, al igual que en otras ciudades, la tarifa sea diferente en función del distintivo ambiental*. A ver si de una vez tenemos alguna ventaja los propietarios de híbridos canijos.

*Total de unidades de esperanza en que así sea: 0. Tampoco espero que el Impuesto sobre Vehículos de Tracción Mecánica siga ese camino y grave más a los propietarios de tanquetas. (Suspiro)

Banda sonora recomendada

En estos días de zozobra tuitera, con la red social del pajarito en manos de un señor con graves problemas de autoestima, me he creado una cuenta en Mastodon y, a medida que la he ido usando, me ha traído recuerdos de cosas viejunas que molaban muchísimo. Sí, estoy hablando de blogs. Y de Google Reader.

Voy a ponerme bastante abuelo cebolleta. Salga de aquí mientras aún está a tiempo, joven. Ah, ¿que se queda? Bueno, pues vamos a repasar un poco de Historia. Corría el año 2004 y este Camarada hacía ya algún tiempo que seguía y leía varias páginas web —¿se puede decir todavía «páginas web»?— con un formato de diario. Se les empezó a llamar blogs o «bitácoras». Algunas ya no están entre nosotros —como la de Escolar.net— y otras siguen ahí contra viento y marea —como La Página Definitiva o Microsiervos—. Cada día echaba un ojo a todas ellas y devoraba los nuevos artículos. Aquello era mandanga de la buena. Cómo molaría escribir una bitácora de esas…

Y, entonces, en abril de 2004 nos anunciaron en Microsiervos la aparición de los blogs de Ya.com. Qué guay, un blog sin tener ni idea de montar un blog. Y así nació el primer Halón Disparado. Que tenía esta pinta tan sobria y elegante —no como esas páginas chillonas de GeoCities— y que los maledicentes confundirán, con mala fe, con «cutre».

¿Reconocen alguna de las recomendaciones?

La experiencia era estupenda. Podías escribir esas cosas que siempre te andaban rondando la cabeza y publicarlas para que otros usuarios las leyeran y te contaran a su vez sus movidas. Pero, claro, los planes gratuitos de la época eran limitados y veías que, al ritmo que escribías y te leía la gente*, te lo ibas a fundir en cuatro días. Lo que me llevó a probar otros sistemas gratuitos como el de blogia.com, donde estuvo alojada la hermana cultureta de Halón Disparado: Calíope Furibunda. Se veía así:

Siempre en la vanguardia. Luego se pondrían muy de moda estas estéticas simples.

Total, que en poco más de un año aquello se quedó pequeño y me lancé a registrar un dominio propio y a aprender de qué iba aquello del WordPress. Nacía el segundo —y hasta el momento más exitoso— Halón Disparado, como fusión del anterior Halón Disparado y de Calíope Furibunda.

Entradas de blog que son prácticamente un tweet. Lo dicho, un vanguardista.

Aquello fue estar en el lugar apropiado en el momento preciso. Llegó la explosión de los blogs y nos encontramos en medio de toda la salsa. El blog recibió la inyección de un montón de colaboradores —Supermon, Bismillah, Los lunes al sol, Vardebedian, Vladimiro Carmañola, La madre de Whistler, Johnny Ibdil y, por supuesto, Ender— y se convirtió en un uno de los más leídos por aquellos años. Conocimos a gente interesante y acabamos forjando amistades duraderas con los autores de otros blogs. Apareció, entonces, una herramienta de Google que se convertiría en una simiente de red social: Google Reader.

Interfaz similar a Gmail y otros productos de la compañía.

Reader era un potente agregador de contenidos que permitía al usuario estar al tanto de las nuevas publicaciones en los sitios a los que estaba subscrito. De esta forma, podías estar al día de todas las novedades de tus páginas favoritas. Pero, además, te permitía compartir aquellas que quisieras con tus amigos y comentar las que ellos compartieran contigo. Tenías así en tu mano una combinación de medios y blogs hecha a tu medida y la interacción con personas con intereses similares, sin publicidad y sin que nadie eligiera los contenidos por ti.

Demasiado goloso para no intentar convertirlo en otra cosa, ¿verdad? Como esto va a acabar siendo un poco extenso, continuaremos con ello en una próxima entrada.

*Sí, queridos niños, en aquella época heroica los propietarios de blogs estábamos todo el día pendientes de no quedarnos sin espacio de almacenamiento y sin ancho de banda para servir páginas a nuestros lectores. Si tenías un poco de éxito, y tuvimos bastante, era bastante angustioso.

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