Ayer mismo bromeaba en Twitter acerca de dar un único consejo relacionado con nuestra especialidad. Y, aunque el consejo de hacer caca en el trabajo me parece importante, voy a daros uno mucho más vital. Porque es sobre vuestra salud en el trabajo. Y esta mañana me he desayunado con esta salvajada que sucedió el martes en un call center.

Me toca ver muchas burradas sobre enfermedades y accidentes laborales. Me toca ver cómo hay personas que pierden la vida en el trabajo. Como este chico de 28 años que no se golpeó con un robot en la cabeza como da a entender la noticia: se le llevó por delante un robot cuyas medidas de seguridad estaban anuladas por la avaricia y el desprecio por la vida ajena de un empresario. Hace tres años de ello y la familia sigue la batalla judicial contra el terrorista patronal. Hace tres años de ello y el robot, me cuentan trabajadores de la planta, sigue teniendo las medidas de seguridad anuladas. O como la trabajadora de un centro especial de empleo aplastada por una máquina de planchado el año pasado.

Sin llegar a situaciones tan extremas, me encuentro con muchos casos en los que los empleadores —por la avaricia y falta de empatía propias de su condición— intentan por todos los medios «tapar» graves accidentes que, en caso de ser mínimamente investigados, pondrían en evidencia que se están pasando toda la normativa sobre prevención de riesgos por el arco del triunfo. Y que, encima, acaban siendo clasificados como enfermedad común con el consiguiente perjuicio para el trabajador afectado.

Todo ello con la complicidad de las putas Mutuas de Accidentes de Trabajo, otra cloaca infecta a la que estamos tardando en pegarle fuego quitarle competencias. Que ya me han venido varias trabajadoras de un mismo centro de trabajo —del que no daré el nombre, pero no os aconsejo buscar trabajo en un matadero de aves en Ávila, cof, cof…— con el mismo problema: quemaduras de segundo grado causadas por un agente químico de uso en el puesto de trabajo clasificadas como «enfermedad común».

Y así llegamos al consejo que os quería dar. Cuando sufráis cualquier accidente laboral —me da igual la gravedad, como si «sólo» os habéis torcido un tobillo— lo primero que tenéis que hacer —se ponga el jefecillo/encargado/cómitre de turno como se ponga— es llamar al 112. Espera que lo voy a poner más claro: LLAMAR AL PUTO 112. El jefecillo/encargado/cómitre de turno os dirá que qué exagerados sois, que eso es un arañazo y que vaya tontería. Ni caso. LLAMÁIS AL 112. Por qué la insistencia, Baku, os preguntaréis. Pues porque el 112 tiene obligación de informar de oficio a la Inspección de Trabajo de que se ha producido un accidente laboral. De esa forma os aseguráis de dos cosas. Por un lado, de que vuestra lesión no acabe considerándose «enfermedad común». Y por otro, de que la Inspección le echa un vistacito a las condiciones de seguridad en que se está realizando vuestro trabajo —por eso el jefecillo/encargado/cómitre se pone tan pesado con que no lo hagáis—.

Mando intermedio motivando a la plantilla.

Espero que haya quedado clarito. Buenos días.

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Comienzo el lunes con mal cuerpo, muy mal cuerpo, al enterarme esta mañana del fallecimiento, la semana pasada, de una trabajadora que sufrió un grave accidente laboral el pasado 10 de abril. Y me entero en el sindicato porque ha venido la familia a pedir ayuda para demandar a la empresa, no gracias a los medios de comunicación, para los que otra trabajadora muerta no debe de ser noticia. Una familia destrozada, un marido y una hija discapacitados, sin ingresos y que han perdido a un ser querido por querer poner un plato en la mesa. Una familia que necesita la ayuda de los de su clase para, intentar al menos, obtener algún tipo de resarcimiento, porque ser pobre es jodidamente caro. Y si lo que necesita el pobre es justicia, ya no te cuento…

Ya tenía mala pinta el siniestro en su momento cuando se decía que había tenido que ser trasladada a Valladolid en helicóptero medicalizado, pues se suponía que «sólo» le habían quedado atrapadas las manos en una máquina de planchado. Hoy he podido saber que no fueron sólo las manos y que tenía graves lesiones en el tórax.

Y lo que me termina ya de encender es que el lugar de trabajo de esta mujer era un Centro Especial de Empleo. Que son empresas que, supuestamente, deberían servir para la integración laboral de personas con discapacidad y que acaban derivando, en muchos casos, en auténticos infiernos de explotación, falta de respeto a los derechos laborales básicos y robo descarado de plusvalía a trabajadores que suelen necesitar más protección que la media. Me enciendo porque estoy por encontrar un centro de estos en los que se respete el Estatuto de los Trabajadores. Me enciendo porque, encima, les chulean en las nóminas. Y me enciendo porque les tienen realizando trabajos que no deberían realizar por sus capacidades intelectuales, físicas o sensoriales.

Me han bastado unos segundos de búsqueda para encontrar este testimonio de un trabajador de la empresa de marras. Aquí está, tal cual, salvo los nombres de personas que menciona:

Hice la entrevista y ese mismo día me pidieron los papeles del banco y me dijo el señor que manda llamado XXXXXX que empezaría el siguiente día a las 6 de la mañana como conductor repartidor con un furgón. Mil euros brutos. Me dijo que haría una ruta desde Ávila a Toledo. La cual no hice ya que me hizo ir al centro de Madrid a las 11:00 am con un furgón enorme y de alquiler. Termine mi jornada a las 18:30!!! Todo esto yo con una discapacidad. Pero las 12 horas y media que trabaje no fue todo. Se me cayó encima una jaula llena de toallas limpias, un peso de más de 100 kilos… No sé cuánto puede llegar a pesar pero me golpeó en la cabeza y mientras yo estaba en el suelo y la jaula encima mía apareció un hombre que pasaba por allí y levantó la jaula… Las cosas como son. Era un hombre enorme y corpulento. Otra persona no hubiese podido ayudarme. Yo aturdido me pude levantar con un intenso dolor en la cabeza. Llamé inmediatamente al señor que me contrato (XXXXXX). Le conté lo sucedido y me dijo que si estaba bien que si podía seguir trabajando. Le dije que en principio no me encontraba mal y me dijo que siguiese trabajando. Todo esto me paso en Tirso de Molina en pleno centro de Madrid. A donde nos envío a mí, y al compañero que me tenía que enseñar, con un furgón enorme. La jaula me había caído encima por qué la única manera de bajar las jaulas era con una rampa plegable que había en el furgón. Sujeta unicamente con dos garrafas de plástico vacías. En cuanto a prevención de riesgos laborales esto es impensable. Al intentar bajar la jaula la rampa se deslizó hacia el suelo y la jaula de metal me cayó encima quedando yo atrapado. No recomiendo esta empresa ni a mí peor enemigo. Pese al golpe en la cabeza tuve que conducir de vuelta a Ávila. Y tuve un accidente para más inri. Llamo el compañero al señor XXXXXX y este señor le dijo que el accidente le costaba dinero a él. Encima que yo estaba aturdido por la caída de la jaula me quería hacer sentir culpable por el accidente. Cuando llegamos a Ávila a las 18:30 cogí mi coche y me fui al médico de urgencia para que me dieran un parte por lo sucedido. Ahora me encuentro en mi casa aún con dolor en la cabeza. No se en que terminara todo esto.

Todo esto, mientras estas empresas reciben subvenciones y ayudas —echad un ojo el enlace de antes al SEPE— por «integrar» cuando lo único que suelen buscar es mano de obra más barata que la más barata. Me cago en mi puta vida, amigos.

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