Ayer fui por puro placer a una reunión de una comunidad de vecinos. De una comunidad de vecinos que no es la mía. Sí, amigos, soy así de gilipollas. Una vez, de niño, me grapé un dedo para ver qué se sentía. Ese es el nivel.

En realidad se trata de la comunidad donde vive la madre de mi novia. Y como ella tenía que ir —ella mi novia, no ella su madre, malditos pronombres—, pues para allá que nos fuimos. Me picaba la curiosidad muchísimo. Porque se trata de una de las dos últimas comunidades de vecinos de la ciudad que todavía tienen calefacción de carbón. Y el único punto del orden del día era informar sobre la posibilidad de conectarse a la red de calor que se está construyendo en la ciudad.

Como era de esperar aquello se desmandó rápidamente. Gente protestando porque con la calefacción actual pasan frío. Gente protestando porque no se habían enterado de que se había firmado un preacuerdo con la empresa suministradora de la red de calor. Gente protestando porque patatas… Lo normal cuando llenas una sala de jubilados. Cuando se pudo poner orden, los de la suministradora nos contaron las bondades —que las tiene— de su producto. En general, la cosa tiene buena pinta. O eso nos pareció a los «jóvenes» —mi novia y yo éramos, probablemente, los más jóvenes de la sala, y ya juntamos más de un siglo entre los dos—.

Llegado el turno de preguntas fue cuando aquello empezó a recordarme a una conferencia de la ONU sobre el cambio climático. Primero vino la fase de negación: a ver si podemos seguir con nuestra calefacción de carbón. Que el carbón sea actualmente mucho más caro, de mucha peor calidad —lo que ha impactado gravemente en el calor que llega a las viviendas— y que la persona que la atiende sea ya mayor, no esté para trotes* y ya les haya dicho que lo deja, parecían no ser obstáculos insalvables.

Pasamos rápidamente a la fase de ira. Que si el presidente es un cabrón, que si tengo frío, que si esto no vale para el agua caliente —sí vale, pero si ahora no tienes agua caliente central, no va a aparecer ella solita—, que si podemos poner contadores…

Llegada la fase de negociación, una señora preguntó que si no se podía poner una caldera de gas o de gasoil. Dejando de lado que el precio de dichas alternativas es simplemente disparatado frente al de la red de calor —decenas de miles de euros frente a cero**—, el horizonte temporal de dichas calderas es limitado, muy limitado. La misma señora preguntó acto seguido que si no se pueden poner paneles solares. Afortunadamente, nadie le hizo ni caso.

Un señor intervino para decir que ya éramos mayorinos y que seguir discutiendo de nada servía ya —fase de depresión—, así que lo mejor era fijar una fecha para votar si se enganchaban o no. Creo que finalmente estaban casi todos convencidos de que era cosa buena —fase de aceptación— y que acabarán votando a favor. Y nos largamos cuando empezó la «fase de corrillos»…

La experiencia fue muy instructiva para mí. La capacidad de un grupo humano de irse por las ramas cuando hay que tomar decisiones importantes es fascinante. Justo como la comunidad internacional enfrentándose al cambio climático.

Banda sonora recomendada

*El carbón de baja calidad genera más escoria y hace que esta sea más difícil de retirar. El buen hombre pasa cada vez más tiempo limpiando y menos alimentando. Así que claro que pasan más frío…

**A las cien primeras comunidades que se apuntaron no les cobran la conexión al sistema.