El squash es un deporte que básicamente consiste en tratar de jugar al frontón dentro de una especie de cabina de teléfonos*, con una raquetita jibarizada y una pelotilla de goma dura. Su principal característica es que sudas mucho. Si sobrevives. Durante un tiempo fue un deporte de yuppies**, el ideal para quemar energías con tus coworkers, sacudirte el estrés laboral inherente al cargo de Junior Brown-eater Consultant, presumir de camiseta sudada y tomarte unas cervezas. Hasta el nombre sonaba a pijo.

El squash es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Mucho. Cualquier médico, hasta el décimo dentista, ese insolidario que no recomienda lo mismo que los otros nueve, os dirá que es malísmio pa la salud. Es como meterte en una sauna finlandesa donde además te pones a bailar el kalinka en estilo techno trance house***. Se te ponen las pulsaciones a mil, y lo peor es que no te cansas tanto, quicir, una vez terminas el partidito y estabilizas la respiración y el ritmo cardíaco, estás como si tal cosa (aunque quizá te duelan cosas). Del squash, si sales vivo, sales con algo de sed, pero no con esa hambre canina postmedieval que consigues después de practicar ciclismo, natación o incluso fúmbol.

En mi caso (lo jugué, el siglo pasado) el squash, además, me proporcionaba (aparte de las ganas de beber cerveza) agujetas en el segmento central de cada uno de los glúteos (una zona muscular que yo no sabía que fuese utilizada para otra cosa aparte de sentarse), que no me ha pasado con ningún otro deporte, ni siquiera en otros deportes de raqueta o azadón.

También está la posibilidad de sufrir un raquetazo (el espacio es muy pequeño) o chocar con los compañeros o con -eso es lo más divertido- la pared de la cabina telefónica. El choque es muy estético para los que te vean desde fuera (normalmente, íbamos varios para ir rotando cada partido, porque si te tiras una hora seguida jugando, caes al suelo fulminado). Por suerte, yo creo que ha ido perdiendo adeptos hacia otros deportes raquetiles, que trataremos las próximas semanas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Las cabinas de teléfonos, para los jóvenes, eran un invento que se ponía en las calles -cuando no había móviles- para poder llamar por teléfono desde fuera de casa. Consistía en una especie de armario acristalado que tenía dentro un teléfono construido con piezas del blindaje de los Panzer III y IV. Funcionaban con monedas, y los más modernos, también con tarjetitas de saldo recargable.

(**) Los yuppies eran los jóvenes recién graduados en la uni, que alardeaban de sus empleos con buen sueldo en oficinas de altostandin. Esto pasaba en los 80 y los 90.

(***) Estilo de baile que consistía en convulsionar mientras escuchabas ruido rítmico generado por ordenador, puesto hasta las cejas de drojas y colacao. Hoy estoy empleando muchos vocablos viejunos, sorry.

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