Se dijo que Ávila es tierra de cantos y de santos, pero realmente Ávila es tierra de cantos y de verracos. Por ello, en el Ávila Street Museum no pueden faltar estas muestras de escultura mucho y muy prepostmedievales; que datan, como dice mi hija para todo lo que es muy antiguo, «de antes de internet» (lo que me incluye en la prehistoria). Son esculturas zoomorfas de las que desconocemos casi todo. Pero aquí llegamos nosotros para explicarlo. El que figura sobre estas líneas está en la plaza de Adolfo Suárez, al ladito de la muralla y del edificio anteriormente conocido como el Banco de España.
En primer lugar, no se sabe con certeza a qué bicho representan, algunos parecen toros, otros parecen cochinos-jabalíes. El nombre de verraco alude más a la actitud -estado de (mucha) predisposición a reproducirse- que al animal propiamente dicho. Por cierto, en el ambiente rural en el que a veces me muevo, el femenino de verraco sería «verrionda» o -más frecuentemente- «torionda». «Cachonda» se aplicaría -originalmente- sólo a la patrulla canina, pero es la palabra que más ha prosperado.
Lo siguiente, no se sabe para qué servían. Se han escrito muchas chorradas: que si para marcar territorios, que si como amuleto protector del ganado, que si relacionados con algún rito funerario… El caso es que en la ciudad tenemos muchos. Aquí va otra muestra, el adjunto al Palacio de los Verdugo.
Tenemos verracos hasta formando parte de los cimientos de la muralla (aquí se aprovechaba todo). En la provincia hay un montón; los más famosos serían los Toros de Guisando (QUE NO ESTÁN JUNTO AL PUEBLO DE GUISANDO: están entre El Tiemblo y San Martín de Valdeiglesias), donde dicen que se firmó el tratado que legalizaba la ruin usurpación del trono por parte de Isabel I de Castilla. También los hay por toda esta parte del reino, y en la zona colindante de Portugal. En el resto del territorio ex-celta, sin embargo, no se han encontrado verracos, se ve que eran un endemismo, como la salamandra de Gredos o el topillo nival.
Y aquí va la explicación. A ver, vosotros viajad en el tiempo miles de años patrás. Las poblaciones carpetovetónicas están allí tan felices, viviendo en castros, bajo el mando de su jefe tribal. Y este jefe está necesitado de hacer ver a su pueblo que es importante, necesita dejar para la posteridad alguna muestra de su poder omnímodo. ¿Y qué hace? Pues una rotonda con un chirimbolo en medio, lo que se ha hecho toda la vida. A falta de fierro morroñoso y otros materiales duraderos, se decide por el granito, abundante en este contorno. Mi teoría es, pues, que todos los verracos estuvieron en alguna rotonda o cruce de los caminos prerromanos, a la mayor jloria del líder. Lamentablemente, las rotondas no fosilizan bien, y sólo se han conservado los chirimbolos. Próximamente veremos un ejemplo moderno de este hecho.
Imaginad a un tío duro, antecesor de los Viriato, Indíbil o Satrústegui, delante de su tribu, leyendo su inflamado discurso de autobombo subido a un verraco y echando la culpa de todo lo malo a la herencia recibida. A mí es que se me ponen los pelos como escarpias.