El rugby es otra variante del fúmbol inventada por estudiantes pijos británicos (ese tipo de pedantes despeinaos que se creen por encima de las leyes y algunos terminan de primer ministro). Echando un partido, les hizo gracia meter un gol corriendo con la pelota agarrada con la mano, por la cosa de transgredir. Posiblemente, en las reglas iniciales figurase correr con la chorra fuera y cantando el Rule Britannia; pero lamentablemente se eliminó esa norma. Como sucede con el badminton, lleva el nombre del lugar donde se inventó. Vds. saben ma o meno lo que es, se juega con un balón con forma de melón de Villaconejos y todo eso. No haría ni falta explicarlo, pero vamo a ello…

El rugby es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es todavía más bruto que el balonmano, recientemente citado; con la única mejoría de que aquí no te pueden poner de portero (la portería llega desde lo alto de un palo hasta el cielo). Pero todo lo demás es peor, rayando en la delincuencia: los empujones, agarrones y placajes (eso de jugar “a ropa que hay poca” *) son suficientemente violentos como para asustar a los pardillos. Además, existe un lance propio de este deporte, las melés, que consisten en hacer el cabestro acuernando a los rivales, a ver quién es más bruto. De lo más edificante.

Para compensar la agresividad, los rugbistas han desarrollao una especie de religión pacifista (una puta secta, vamos). Ellos recitan sus mantras “el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros” y se ríen bebiendo cerveza -juntos los dos equipos, viva el tercer tiempo– cuando terminan el partido, molidos a golpes, y comentando -mientras se ponen el brazo en cabestrillo y hielo en los chichones- que estas cosas no pasan con el fútbol, qué deporte más noble y qué buen rollo hay. Les falta gritar “penitenciágite, hermanos» o «Jonah Lomu es mi Señor y con el nada me falta” mientras se flagelan con un látigo de siete puntas puestos hasta las trancas de Guinness.

Si el balonmano es un deporte germánico, el rugby es -obvio- muy británico. Luego, liaron a los gabachos para montar un torneo (pas d’œufs pa ganarnos, eh) y también exportaron este deporte a sus colonias, sobre todo del hemisferio sur (incluyendo Argentina). En la India no cuajó, ahí no son tontos y prefirieron el cricket. Pronto se convirtió en el deporte favorito de las islas del Pacífico, esa gente con cara de pachorra y pinta de muñeco Michelín que -por ello- se aficionaron al rugby (y al sumo japonés) de tal manera que parece parte de su folklore. A veces hasta hacen un line dance antes de empezar a jugar.

Y claro, esto sólo podía empeorar. Cuando los estudiantes de Harvard, EEUU, en su gap year, se pasaron por Oxford y Cambridge, se encontraron con un deporte que -con ese complejo de nuevos ricos sin tradición nobiliaria que tienen los yankis frente a los británicos- les deslumbró y decidieron adoptar para la Ivy League. Como suele pasar, no se enteraron bien de las reglas (ni se molestaron en pedirlas; pa qué, si semos el país más poderoso del mundo). Y aquello dio lugar al segundo deporte de este post: el FÚTBOL AMERICANO.

Nótese que lo llamaron fútbol, a secas (lo de “americano” lo ponemos nosotros pa distinguirlo). ES QUE NI SIQUIERA SE ACORDABAN DEL NOMBRE CORRECTO DEL DEPORTE. El hecho de no recordar -tampoco- una norma tan básica del rugby como que no se puede pasar la pelota palante con la mano, y que le da cierta gracia al desarrollo del juego, les obligó a retorcer el resto de reglas pa que aquello tuviese interés y no fuese un correcalles. Como consecuencia de ello, para sobrevivir a los partidos lo tienen que jugar vestidos de motorista con protecciones (estética de «los Ángeles del Infierno van al highschool», sólo les faltó jugarlo montados en la chopper y metiendo alguna regla del polo).

Aquí no hace falta que me justifique más, busquen ustedes “fútbol americano” y “lesiones cerebrales” a ver qué les sale. A pesar de la similitud (en el tipo de balón/melón) ese ligero cambio de reglas hace que este juego sea una batalla campal; el único jugador que se salva un poco es el jefecillo que distribuye el balón, llamado quarterback, que se libra de los golpes por la protección de su ejército de brutos… a no ser que fallen y se dé (no suele pasar) el lance conocido como sack, en el que un mostrenco hiperhormonado, capaz de mover sus más de 100 kgs a bastante velocidad, impacta contra él con la sana intención de lesionarlo de por vida.

Conste que el fútbol americano no tiene una sección propia porque es, de los mencionados hasta ahora, el único que nunca he practicado como tal. Sí, al rugby he llegao a echar alguna pachanga, pero eso es porque (a diferencia del americano) aquí sólo se puede placar al que lleva el melón, y si juegas como en «la patata caliente» y lo relanzas -lejos, a ser posible- en cuanto te llega, te libras de ser embestido.

Por último, y sólo como nota exótica, en Australia apareció otro spin-off llamado «fútbol australiano». Digamos que se elimina ese «aura universitaria» del rugby en favor de IR HACIENDO EL MACARRA. Es como si las reglas del rugby las reescribieran para el chou de Rasca y Pica de los Simpson, sólo por la cosa de que lo jugasen exconvictos, como parte de su condena. Baste decir que en tiempos nos ponían en la tele, pero en plan risas, junto con «humor amarillo». A esto, ni que decir tiene, tampoco he jugado nunca.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. Hoy innecesaria, si no se creen eso del deporte de caballeros.

(*) Lo explico porque creo que no se llama así en todas partes, consistía en -después de que alguien lo gritase- echarse todos encima de uno que estuviera despistao, formando un montón de niños, con el único objetivo de provocar la asfixia al de debajo del todo.

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