Querido diario: ¿dónde me dejaría yo el corazón?

Señoras y señores, mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Me había dejado una estatua de Santa Teresa* sin reflejar en el excelso catálogo del Ávila Street Museum. Ésta se encuentra junto a la iglesia de San Pedro Bautista, la más nueva de las que tenemos, en el barrio anexionado de Las Hervencias; pero no frente a la entrada o en algún lugar prominente y visible; la escultura ha sido colocada en la parte de atrás, la que mira hacia la rotonda de la Fuente de la Nava, medio escondida. Quizá estaba destinada inicialmente a ser colocada en esa rotonda, pero (a) no es de fierro morroñoso y (b) ahí ya había un chirimbolo.

Si notan vds. algo raro en la estatua, no son los primeros. Efectivamente, tiene como una ausencia. Desconozco lo que el autor de la escultura ha querido comunicar al representar así a nuesta santa por antonomasia, por lo que me lanzo a lanzar mis descabelladas hipótesis, tras las pertinentes investigaciones. Básicamente, creo que es una escultura crítica con el despiece del que fue objeto el cuerpo mortal de la postmedieval andariega, que ya reflejamos en el post «qué he hecho yo para merecer esto«. Si no lo conocen, lean cómo se hizo el reparto de esa herencia.

Para entender mejor la obra, debería completarse con un poster o fotografía de lo que falta ahí:

¡Hola, corazones!

Efectivamente, en ese relicario albanotormesvar se encuentra el corazón de Santa Teresa, tras la pertinente extracción. Por eso creo que la escultura está acertada; porque, señores, independientemente de lo que ustedes crean, o lo que ustedes crean creer, jugar a esto con los cadáveres creo que tiene poco que ver con la salvación eterna:

¿tenemos ese hueso en algún sitio? ¿o se ha tragado un diapasón?

Para rematar toda esta información inútil que suelo proporcionar, la iglesia está dedicada a San Pedro Bautista, protomártir de Japón (murió en Nagasaki), del que ya hemos comentado su estatua (que está frente a la iglesia de San Antonio) en este museo tan completo y lisérgico cuyas obras vamos agotando, ante la desidia municipal; que en lugar de erigir nuevas obras continúa abriendo trincheras, como en el frente del Somme.

(*) Ojo, creo que es nuestra Tere, porque sujeta una pluma y un libro, en pose de tomar algunas notas; y es conocida la afición que la copatrona local tenía a leer y escribir. Agarra la pluma de una manera un poco rara, eso sí. Pero en el pedestal no pone nada, fiel a la tradición de que a los santos se les identifica por sus atributos**.

(**) Me refiero a eso de que San Pedro lleva unas llaves, Santiago una espada, Santa Apolonia unos alicates***, y San Roque un perro que no tiene rabo porque Ramón Ramirez se lo ha cortado.

(***) Unos alicates, sí; si no lo creen, busquen en San Gúguel. Y como ya he comentado en este bló, el día de Santa Apolonia (9 de febrero) se abonaban los pastos**** en el pueblo de mi padre. No era mucho el dinero a repartir, así que los agraciados se iban al bar a gastárselo en vino. Quizá sí que era mucho dinero para ese tipo de gasto, por lo que el colectivo, una vez alcanzado el consiguiente estado de ebriedad, nivel «cantos folclóricos», era conocido como «los Polonios». Tradiciones que se pierden como lágrimas en la lluvia.

(****) Los que tenían ganado pagaban a los que tenían tierras en barbecho por meter allí sus reses a pastar, proporcionalmente a su superficie, que los millenials pensáis que la leche sale del árbol de los briks.

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