Engranaje relojero

«El Relojero de Ávila» es un monumento extraño, como la mayoría de los chirimbolos del Ávila Road Museum. Realizada en fierro morroñoso, como la hovra anterior («La Bragueta de Villatoro»), la pieza representa un engranaje de un reloj postmedieval, una rueda dentada cuyo giro marca el paso del tiempo; y hace referencia a una actividad muy tradicional en nuestra provincia.

Como está frente al lienzo norte de la muralla (ese que, cuando nieva, sale por la tele con los chavales deslizando el culo por la laera), es visto frecuentemente por los turistas que, desde la distancia, lo interpretan de diversas maneras: «¡Es el pokemon Klinklang!», «¡Es el giratiempos de Harry Potter!»; los franceses son los que más se acercan: «C’est Monsieur Chrono!».

Como ubicación más precisa, está en la Avda. Madrid (nuestra vía más rotondil, ya lo verán si nos siguen), en el punto en el que parte la Ronda Vieja (cuesta de adoquines que rodea la muralla y suele salir por la tele con ocasión de diversos eventos deportivos); en sentido contrario está la Calle del Molino del Carril (conocida en Ávila como «los Guindillas»). Para rematar con el tema de costumbres abulenses, en las fiestas del barrio más fiestero (y pro-vacuna) de Ávila, en esta zona se procesiona y baila al ritmo del pasodoble «El Gato Montés». Que pensaréis que me invento toas estas insensateces, pero no; semos asín. Denle like y suscríbanse.

Cremallera

Comienza la sección Ávila Road Museum con esta simpática obra. La Bragueta de Villatoro es un rotundo homenaje al accidente geográfico que ocasionalmente mitiga nuestra pertinaz sequía; pues han de saber vuesas mercedes que, igual que en otras latitudes se asignan metáforas y metonimias a los vientos (cuando «soplan» vientos ábregos, tramontana o el Moncayo), en Ávila se asigna esta procedencia «de la bragueta» a los vientos húmedos que, favorecidos por el desnivel del Puerto de Villatoro (al oeste de la capital) y libres del perverso efecto Foehn que castiga a las borrascas del sur, son capaces de regar ubérrimamente nuestro suelo cual Manneken Pis meteorológico. La propia obra en sí es otra metáfora.

Este exvoto pagano está realizado en fierro morroñoso, el material preferido de los artit-tas modernos. Se encuentra en la Avda de Madrid, en su confluencia con la Avda. de Portugal. Anteriormente en este mismo sitio hubo una fuentecilla; pero la ubicación de la rotonda, en una umbría, favorecía la formación de icebergs.

El cruce, como tantos otros de nuestra ciudad, estuvo regulado por semáforos hasta que el movimiento rotondista se impuso. La revolución semaforoclasta fue tan agresiva en Ávila que prácticamente hay más semáforos en el Parque Infantil de Tráfico que en el resto de la ciudad; se conservan a modo de reliquia para que los niños pueden identificarlos y sepan cómo comportarse cuando viajen a ciudades normales.

Vivaspaña

Comienza aquí a petición del público, un spin-off de la serie Ávila Street Museum, denominada, como se indica ut supra, Ávila Road Museum.

Porque desde que Raimundo de Borgoña fue convocado a repoblar nuestro escabroso y yermo territorio, en época pre-postmedieval, y trajo desde sus tierras sus gabachas costumbres, mandó a sus subalternos cumplir lo siguiente: «E fáganse rotondas en todos los crusces do sitio oviera, para evitar que se esnafren caballeros, garçones e mercaderes«. Y aquí viene lo importante: «e se ponga en cada rotonda una ymagen de piedra labrada o quanto menos un árbol, porque los ruanos de la cibdad, que se conduzen como un pizzaiolo con vespino, van cantando: si la rotonda no tiene una fuente, la paso de frente; si la rotonda no tiene un arbusto, la salto con gusto«.

Por eso, las hovras de las rotondas tienen una cuádruple misión: la primera (que comparten con las figuras del Ávila Street Museum) es dar gusto a las musas, a la belleza y al harte en jeneral. La segunda, como ya pedía Don Raimundo, es servir de obstáculo para evitar que los conductores «hagan un recto». En paralelo, la tercera función es aportar visibilidad: algunas rotondas de la Avda Madrid, los primeros sábados por la noche después de haber sido montadas (sólo con un bordillo y césped o gravilla), sufrieron embistes de conductores que -confundidos por la noche- ignoraban la nueva disposición vial. Y, last but not least, servir de alimento al ego de nuestros próceres y munícipes, ansiosos por dejar su impronta para la posteridad, como Ramsés II en Abu Simbel. Ay, si los egipcios hubieran conocido la rotonda…

Las rotondas, además, llaman a la innovación artística: son como un petit-Pompidou, un little-MOMA, un txiki-Guggenheim. En ellas nos podemos encontrar las obras más vanguardistas, horteras y perrofláuticas. También sirven para ubicar cacharros viejos y excedentes de obra que, rodeados por parterres de petunias o pensamientos (flores rotonderas por excelencia), adquieren un nuevo significado. No sé cuál. Alguno.

Por tanto, queda inaugurada esta sección con la rotonda más emblemática de nuestra ciudad, donde confluyen las carreteras Madrid-Salamanca, Soria-Plasencia y Toledo-Valladolid, amén de otras callejuelas y vías de servicio. Esta rotonda tiene una enorme fuente, que a veces hasta echa chorrazo, y en ella fue instalada nuestra insignia nacional, que los días de viento ondea orgullosa recordando que Ávila es una ciudad como Dios manda. Y además es un jran anemómetro.