Parece una pregunta del teórico del carné… ¿Ánde hay que torcer? Pero no, es real; y la respuesta es la b.

«Señor, mándame una señal» es un monumento bíblico* que nuestro Servicio de Huebras ha erigido en el lugar antiguamente ocupado por la rotonda de la Avenida de la Estación, que forma la base de la nueva escultura/jápenin. Sobre ésta, se han erigido una serie de símbolos paganos en diversos materiales, que conforman un espacio de contemplación extática, mientras un monturro de tierra amenaza con engullirlo todo, como un Leviatán de escombros y biomasa.

Para la elaboración del conjunto, el autor se ha inspirado claramente en La Consagración de la Primavera, de Stravinsky; la rotonda destruida por el invierno (la única señal que languidece en el frío suelo es la del sentido de giro prioritario), pero cuando todo parece perdido y a punto de ser arrasado, gracias a la calefacción tubiductal, resurgen y brotan las indicaciones (como las flores en el prao) ahí a lo loco, señalando en varias direcciones; sin olvidar la de peligro ni las cintas esas rojiblancas que se suelen poner para indicar que no se pise lo fregao, conos multipurpose y una verja de obra apoyada sobre zapatas dóricas.

El conductor que recorre la Avenida de la Estación** alcanza esta intersección y de repente su alma se inunda de desorientación, eleva sus imprecaciones a los cielos y se pregunta Cuál Es El Sentido De La Vida, pues es evidente que es imposible cumplir todo lo que se le ofrece (y obliga) la señalética aquí expuesta. Ni colgao de las tuberías del Pompidou, ni subido a las fauces de Puppy Guggenheim se puede sentir esta epifanía del arte moderno. Que nos envidien los del MOMA y la TATE quieta.

El primer título de la obra iba a ser «Paquí-pallí-lagarto-Spock», pero se consideró que quizá el paquí y el pallí son más típicos de Salamanca, ciudad que habitualmente nos menosprecia, así que se optó por una versión más evangélica y abulense. Probablemente, esta obra ha sido cofinanciada por fondos europeos, lo que añade universalidad a la miasma. Por el lao de allí hay más señales igualmente confusas; de las que, por cierto, se puede observar el reverso (como en la exposición de El Prado esa que tienen con la parte de atrás de los cuadros, en Ávila nos adelantamos a todas las tendencias).

(*) En concreto, Mateo 12,38, panda de herejes y apóstatas.

(**) Antiguamente, Avda de José Antonio; que es la única calle personalmente dedicada que estaba en todos los callejeros y que nunca incluía los apellidos, como sí tenían las dedicadas a generales, coroneles y demás escalafón victorioso; José Antonio era un nombre suficientemente expresivo por sí solo; y se pronunciaba siempre con sinalefa, Jo-Sean-To-Nio. Que a los millenials os falta mucha retrocultura.

La calva, mencionada en el post anterior, es un deporte autóctono abulense (y de alguna otra provincia del antiguo territorio preautonómico carpetovetón) que consiste en tratar de atinar a un palo obtusángulo (denominado calva*) colocado como diana, lanzando un chisme con forma de pequeño cilindro algo más pequeño que una lata de pringles. La calva suele ser de madera de encina o roble, pero vale cualquier otra que sea resistente; tiene una forma de V muy abierta (2 rad, aprox; aunque cada zona tiene su estilo calvero más abierto o cerrado). El cilindro se denomina «morrillo», «borrillo», «gorrillo», «gorrón», «piedra» y cosas peores, se suele lanzar con cierto spin para ayudar a mantener la horizontalidad durante el vuelo. Antiguamente eran de piedra, ahora suelen ser metálicos; no macizos, pero sí rellenos con cosas, para tener momento inercial (a más peso, menos se desvía; pero también cuesta más lanzar). El impacto con la calva tiene que producirse antes de que el morrillo toque el suelo, y es válido aunque no derribe la calva.

La calva es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Por muy autóctono que sea, o quizá por eso. Y veremos por qué. Para comenzar las descalificaciones, digamos que existen dos tipos de jugadores de calva: los pofezionales y los ocasionales. Estos últimos son los que únicamente juegan en las fiestas del pueblo (que, por cierto, son las únicas partidas en las que se suele ver categoria femenina). En muchas localidades se incluye un torneo de calva como parte del programa de festejos, y suele llevar aparejado algún premio donado por patrocinadores.

Sucede que a estos saraos se apuntan casi todos los mozos (y buena parte de las mozas) de la localidad entre los 13 y los 93 años. El torneo, lógicamente, se alarga; y los jugadores que esperan van consumiendo botellines para amenizar la espera. Con tanto alcohol la puntería se resiente, aumenta la entropía y las trayectorias de los morrillos cumplen el principio de incertidumbre; el torneo termina siendo peligroso de presenciar (siendo especialmente arriesgado el puesto de «calvero», el que coloca la calva cuando es derribada). Pero el peligro es aun mayor si un forastero realiza un buen concurso y la población local no acepta de buen grado que se lleve el jamón (un «casus belli» de libro).

Luego están los jugadores habituales de calva, gente que se reúne habitualmente en sitios apartados (en los pueblos) y en parques y otras zonas de esparcimiento (en las ciudades) para dar rienda suelta a su afición con cierta periodicidad, jugando partidas amistosas y campeonatos no tan amistosos. Algunos no están ni jubilados. Pocos. Aunque parece una especie de secta homogénea, las rivalidades son grandes, y se produce un curioso fenómeno, pues se establecen categorías (algo así como el hándicap del golf) que suelen ser polémicas; porque si ganas un par de torneos de tu nivel seguidos, se reúne el consejo de ancianos y te dicen que subas al nivel superior (donde serás de los peores y dejarás de ganar torneos, hasta que mejores o consigas volver a descender de categoría).

Este tipo de decisiones no tienen un reglamento claro y frecuentemente son motivo de discusiones y enfrentamientos, lo que dada la edad de los jugadores puede tener consecuencias fatales, sobre todo si tienen mal regulao el simtrom. Por otra parte, esta gente experta cuando va a las fiestas de su pueblo arrasa, lo que provoca envidias** del tipo «éstos que jueguen en su p__a liga». Si además es forastero, es preferible que intervengan los cascos azules.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Algunas teorías indican que el nombre de la calva realmente proviene de la zona sin obstáculos, esto es, «calva de vegetación» (el calvero), donde se coloca la madera-diana, sobre un pequeño montoncillo de arena (el «pate») para que se quede de pie.

(**) Del tipo de envidia fermentada de un mozo de 20 años cargao de botellines, que se puso primero en las tandas iniciales tras acertar 12 calvas, pero es superado por un abuelete que atina 17 ó 18.

pero mira cómo beebeeen…

Con Abrevadero Postmedieval, el Á.S.M. vuelve a sus raíces; esta bella obra de arte como herramienta para la sociedad está realizada en nuestro Granito Abulense™ del güeno, y se ubica en plena acera, a la puerta de una vivienda unifamiliar de la Plaza de San Benito. Desconozco si es una ubicación temporal causada por las obras de remortadelación y estreñimiento urbano (que también han llegado a la citada plaza), o si lleva más tiempo, pero ahí estaba. La foto es algo crepuscular, porque me pilló volviendo de tomar unas cañas en ese popular y populoso barrio abulense; pero creo que hace justicia al estado del monumento.

Lo simpático de estas antiguas obras es que suelen estar realizadas a mano en una sola pieza de granito; recuerdo que en casa de mis abuelos, en el pueblo, había una de la misma factura, pero casi el doble de larga y ancha (algo menos profunda, eso sí) que usaba mi tía para lavar la ropa y otras tareas agropecuarias. Cuando se lo dije a mi padre (maemía qué animalada, tallar esto en un bloque de granito) me señaló que el brocal del pozo también estaba hecho de una pieza, vaciada para hacer un cilindro de más de un metro de alto y otro tanto de diámetro; según sus datos ambas las hicieron canteros de Mingorría* hace más de un siglo por el equivalente de 7 jornales; incluyendo el transport, la instalación y la garantía ampliada de 6 siglos. Pa´ flipar.

Una vez suprimida su funcionalidad original, estas obras pasan a ser verdaderas esculturas, pues son bonitas y se convierten en piezas de artesanía que de alguna manera nos recuerdan que el esfuerzo y el trabajo duro al final de la vida terminan siendo poco más que un adorno folklórico.

(*) «Mingorría, capital de Euskal Herría» según se cantaba en las fiestas; pues esta bella localidad fue fundada por presuntos vascos y es tierra de cantos y de canteros.

El juego de los bolos (boliche, en algunos lugares) es un deporte de puntería que consiste en derribar objetos fálicos dispuestos verticalmente al final de un pasillo de parquet, con una bola gorda con tres agujeros agarratorios; para lo que es necesaria una parafernalia indecente que se coloca, junto con un bar, en los lugares denominados «boleras». Si recuerdan la desaconsejación del billar, es un poco lo mismo, pero el ambiente aquí trata de ser lo más años-50-tupés-pin-up-girls-esco posible, como pa que vayan los muchachos después de arreglar el Grease Lightning; aunque frecuentemente se queda en algo más rústico, como la bolera de Los Picapiedra.

El juego de los bolos es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Vale todo lo del billar, como hemos dicho, cambiando la vestimenta y eliminando (algo) la parte del machismo (aquí las chicas ya podían jugar, incluso en los 50); pero a cambio las bolas pesan como un muerto y como tengas mala suerte o te hayan aconsejado mal, te puedes hacer daño en los deditos* y/o en la chepa. Ah, y el whisky o la coñá se cambia por la mucha cerveza.

Aparte, los bolos tienen un ritual un poco molesto y caro. Para empezar, vas a la bolera, alquilas una pista y (dando por hecho que no eres habitual) tienes que alquilar también unos zapatos** de chúpame la punta, que te entregan tras echarles un fliz con ambientador (esto es igual de importante que de inservible). Te diriges al módulo base de la pista, contoneándote como Tony Manero, y allí llegas y te encuentras que los de las pistas de al lado tienen Camisetas de Equipación; están jugando los los Villaverde Timberbowlers contra los Caño Roto Sound Machine, en el campeonato que organiza la bolera. Te miran con desdén.

En las pantallas puedes ver la puntuación de todos los demás. Ellos también ven la tuya, claro. Es evidente que no puedes competir contra los Timberbowlers, que empiezan a encadenar pleno tras pleno, y decides que (mode Braveheart on) puede que te derroten en puntuación, pero no te quitarán la libertad… de beber cerveza, y os pasáis la partida yendo y viniendo a la barra a por tercios o pintas (NADIE juega a los bolos con cañas normales o botellines de quinto; si no lo creéis, comprobadlo). Claro, porque estamos haciendo deporte y eso deshidrata.

Una cosa curiosa del juego es que, en contra de la intuición, no es bueno que la bola vaya recta hacia el bolo del centro; si lanzas así lo más fácil es que dejes bolos de los extremos sin derribar. Es mejor que le impacte frontolateralmente; por eso los jugadores deverdaz lanzan con un extraño efecto giroscópico que se tarda mucho en aprender. Eso ayuda a que te quedes mirando a los otros con cara de WTF?, trates de imitarles, te hagas daño y la bola se te vaya a los carrilillos de desagüe que tiene la pista a los lados.

La bolera no sólo tiene pinta de bolera, asientos semicirculares de bolera, american way of life y toa la pesca; tiene Ruido de Bolera (escandaloso y adictivo). Pasarás un tiempo queriendo ir a la bolera sólo por escuchar el sonido ambiente ¡las bolas reventando los bolos, la maquinaria que recoge y recoloca todo! que de alguna manera te hace sentir bolero y que, por un condicionamiento como el de los perros de Pavlov, inmediatamente te impulsa a beber cerveza. Eso es lo que sacarás de ese mal llamado deporte.

La bolera, por si fuera poco, compite con nuestros deportes autóctonos de puntería (en Ávila, la calva, en otros lugares hay diversas modalidades de bolos tradicionales); no es que sea crítico, pero de alguna manera convierte a éstos en deportes para jubilados y/o nostálgicos del antiguo régimen. Peeeero para jugar a la calva vale un pequeño terreno despejado, mientras que las boleras son muy caras de mantener; en poblaciones pequeñas no hay «masa crítica» de jugadores, y en las grandes, como requieren locales enormes, las especulación urbanística juega en su contra. Por tanto, tras aparecer (en España) con cierta fuerza en los años 60 y 70, el juego languidece merecidamente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Enzerio, aunque lo hayáis jugao en el Wii Sports, no lancéis a los bolos si alguien no os explica cómo va. Parece fácil pero es igualmente fácil que te escoñes los dedos o sueltes la bola desde una altura improcedente y te mire mal toda la gente del local.

(**) Para lanzar a los botos da igual que lleves chirucas, deportivas o náuticos; sólo están homologados los zapatos de tirar a los bolos, que se caracterizan por ser un híbrido entre el zapato de rejilla y las J’hayber, pero con colorinchis y suela de piel de gamusino.

El bosque de hitos recortados (R-hitos) denominado «R-hitos iguales» se encuentra desparramado por el recinto jardinoso del antiguo Colegio de Huérfanos Ferroviarios, actualmente sede de la Universidad Católica de Ávila y de alguna cosa más; hay hasta un bar. El nombre del monumento homenajea a la tercera novela del Mundodisco, Ritos iguales*. Tiene unas vistas chulas de las murallas de Ávila.

Los R-hitos tienen un problema de hecho y otro de derecho. Por un lado, cada hito tiene una inscripción para cada promoción de alumnos de la susodicha universidad. Sin embargo, los hitos son… demasiado iguales, todos de reciente factura; por lo que el efecto de ese de ancestral tradición** que comenzó en el inicio de los tiempos y los estudiantes perpetúan año tras año queda bastante deslucido; es evidente que alguien tuvo la idea hace poco y se colocaron con efecto retroactivo y a la vez todos los R-hitos de las promociones anteriores. El estado inmaculado de las piedras así lo certifica.

El segundo problema es que el efecto estético que provoca el conjunto hitístico (o hitita) está lejos de tener como banda sonora el Gaudeamus igitur o el tercer minuto de Pompa y circunstancia; más bien evoca un réquiem o alguna música asín maomeno como el tema principal de La lista de Schindler. Vamos, que te da la sensación de que caminas entre cipos o estelas funerarias. Mal rollo.

(*) Ritos iguales es una novela sobre la igualdad de derechos (el título en inglés, Equal rites, suena mu parecidamente a «equal rights»), en concreto, entre hombres y mujeres a la hora de ingresar en la universidad de magia.

(**) La mayoría de las tradiciones ancestrales ni son tan tradicionales ni son tan ancestrales. Entre ellas me es especialmente odiosa la de colocar candados en las barandillas de los puentes como signo de amor parejil, pero hay muchas más. Qué coño, casi todo lo que se justifica diciendo «es que esto es tradición aquí» es una solemne chorrada o está camino de serlo.

El billar es un deporte que consiste en atizar con la punta de un palo a una bolita para que choque armoniosamente con otras bolas, sobre una mesa grande con tapete y bordes dispuestos para que las bolas no se salgan de la mesa (lo que no siempre se consigue). Varias modalidades esiten, pero en todas ellas es importante frotar la punta de la varita impulsora con una tiza azul, aunque no sepas para qué sirve ese gesto.

El billar es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Bueno, lo de deporte ya es discutible; te cansas menos que en el ajedrez; si bien, como sucede con este último, las posibilidades de lesionarse son bastante bajas. Lo malo es el entorno, el billar va indisolublemente unido a vida sedentaria, tabaco y alcohol de alta graduación en un entorno muy masculino. Cuando te imaginas a un campeón de billar, en tu mente aparece un señor mayor con barriga vestido como para ir al casino o a la boda de un pijo.

Comenzó a jugarse en los países donde no conocen la siesta; en el XIX lo practicaban nobles y burgueses después de comer; lo hemos visto en mil películas o series. Flashback: ese momento en el que los varones invitados por lord McGuffin se retiran a la sala de billar con el habano y la copa de güisqui o coñá, cerrando la puerta para intoxicarse mejor y así poder charlar sobre Temas Importantes; la cámara se desplaza al salón de billar mientras sus ladies se dedican a hacer lo que haga la nieve en verano, entre ellas o con el mayordomo.

Lo de que el billar fuese un juego de hombres puede tener que ver con el hecho de que a los McGuffins nunca les gustó ver a sus señoras manejando con soltura el fálico instrumento de atizar a las bolas, haciendo chistes y comparaciones; y mucho menos les habría gustado ser derrotados por ellas y tener que confesar que todo ese tiempo lo de jugar al billar sólo fue una excusa para estar con otros hombres, drojas y colacao en una habitación oscura.

En el XX el billar fue poco a poco democratizándose, se abrieron salones antros públicos donde personas de bajo poder adquisitivo podían ir a hacer lo ya explicado, sin perder ese aura de «blue oyster bar», paulatinamente más cutre según avanzaba el siglo. En España no se extendió tanto, sobre todo desde la invención del futbolín. Tuvo un pequeño momento hype hace unos años (bueno, bastantes, que yo era joven) y en algunos bares colocaron mesas de billar de esas de echar veinte duros* para echar una partida. Afortunadamente, se ha ido perdiendo esta nefasta costumbre; pues en estos entornos era origen de discusiones, sobre todo, al golpear a alguien que pasaba por detrás mientras manejabas impunemente el taco.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Para los millenials: un duro=tres céntimos.

¿Pa qué serán los cincuenta céntimos?

Ávila está petada de cruceros votivos (para ganarse el cielo), como ya expusimos en el Á.S.M. Pero las modas cambian, y ahora lo que se colocan son carteles votivos (para ganar votos). Si en el S. XVI se colocaba una inscripción «FULANITO DIO ESTA + ANO Ð 1523», ahora lo que se explone es que tal o cual horganismo púbico tuvo a bien gastarse unos dineros en lo que sea que esté detrás del cartel. Es una pena que no comiencen con la frase «A todos los que la presente vieren y entendieren», más que nada por dar algo de uso al futuro de subjuntivo.

Se supone que los que lo vemos y entendemos tendríamos que estar agradecidos, y poco menos que prosternarnos (excepto los que tengáis condromalacia) ante los carteles, y cantar viejas jotas abulenses en señal de júbilo:

Cae y cae la nieve,
Cae la nieve y todo se extravía,
El peatón que encanece,
Las plantas sorprendidas,
La curva de una esquina.

Sin embargo, el efecto suele ser distinto. Uno ve el cartel, mira el dinero que se han gastado, echa cuentas, y se queda más pallá que pacá. Sobre todo cuando ve cómo va quedando la obra y lo compara con lo que había antes.

(voz de niño de San Ildefonso) Un millooooon de euros

Sin dejar de agradecer a la JCyL, al EE (Estao Españó), a la UU (Unión Uropea) y a todos los demás financiadores de los carteles de autobombo (y las obras de detrás) todo lo que están haciendo por nosotros, la sensación que tenemos es que (a) una gran proporción es dinero tirao que se podría haber usado pa otra cosa y (b) o los presupuestos están inflaos, o aquí pasa algo raro. Que todavía macuerdo de que el estaribel pa poder saltar a la piscina costó cuatro veces lo que mi Peyó.

Ya desde tiempos de los griegos (y probablemente antes) la humanidad sintió la necesidad de elegir al deportista más completo, como si semejante imbecilidad tuviera sentido (para mí, un deportista completo es aquel que conserva todos sus miembros). Los helenos inventaron el pentatlón*; ya que entonces había pocas variedades de deporte. Y a partir de eso se han inventado un montón de deportes terminados en «atlón». Ahora mismo tendríamos que usar, como poco, el hekatonatlón (hekaton=cien; por cierto, de ahí proviene la palabra hecatombe=pronunciar cien veces «bebebebebe…»).

En la actualidad, además del pentatlón moderno, en las olimpiadas se incluye el decatlón** que para las mujeres se rebaja a heptatlon, luego se inventaron el duatlon QUE ES DISTINTO DEL BIATLON***, ole sus prefijos; el triatlon, y muchas otras estupideces. Afortunadamente, y en contra de lo que se pretendía en Grecia, el vencedor de estas disciplinas suele ser mucho más desconocido que los vencedores individuales de los deportes por separado.

Los cócteles deportivos son algo que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, si desaconsejamos los deportes que lo componen, por separado, ¿cómo ibamos a quedarnos callados ante semejantes engendros? La gracia es que además hay deportes que son poco compatibles entre sí, por lo que la posibilidad de tener lesiones aumenta. Os lo dice alguien que ha practicado (al menos una vez) todos los que llevo aquí relacionados desde el inicio de los tiempos. Por ejemplo, el frontón y el pádel; después de jugar al frontón te vas al pádel y revientas todas las pelotas contra los cristales.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Pentatlon antiguo: correr, saltar, luchar y lanzar jabalina y disco. Pentatlon moderno: esgrima, natación, saltos a caballo, tiro con pistola y carrera. Para mí, si le pones el tute y cazar pokemon, ya estaría.

(**) El decatlón consiste en varios deportes pero sólo del atletismo, es un cóctel limitado. Incluye saltos variados, carreras de muchas distancias y lanzamientos de lo primero que tengas a mano. Si lo pones con h intercalada (Decathlon), además, tienes ropa, raquetas y tiendas de campaña. Y efectivamente, las mujeres no tienen decatlon, sólo tienen heptatlon. El deporte es machista desde sus orígenes y nos gusta recordarlo.

(***) El duatlon es, normalmente, bici y carrera; el biatlon es esquiar y disparar (evitando dar a los contrincantes, lo otro es la batalla de Carelia y entonces debería incluir el deporte-cóctel más famoso del mundo: el lanzamiento de cóctel Molotov****). El triatlon suele incluir bici, nadar y correr. Cuando lo haces en plan como si no hubiera un mañana, se llama ironman. Hay gente pa to.

(****) El cóctel molotov fue la respuesta finlandesa para luchar contra los tanques soviéticos que invadieron su país; como el estalinista ministro Molotov justificó la invasión diciendo que en realidad estaban llevando alimentos, le respondieron que ellos les mandarían «algo de beber» para acompañar la comida. Por tanto, a pesar del nombre, no es un invento ruso (y de todas formas se había usado ya en conflictos anteriores, como en nuestra guerra incivil).

0-0

«Enroque» es un relieve colocado a la entrada del Jardín de la Viña. Representa el momento en el que el rey y la torre negras se cruzan, en el único movimimiento del ajedrez que implica a dos piezas del mismo color (si descontamos cuando el peón llega a la última fila y es promocionado -meritocracia- a una pieza distinta). He tratado de buscar el resto de piezas, infructuosamente. Así va todo en esta ciudad; a saber cuándo quieren inaugurar el tablero.

El ajedrez, el juego de mesa más noble, que decía Alfonso X (porque, a diferencia de dados o naipes, no influye el azar), es un juego de guerra; recordemos que originalmente las piezas representaban dos ejércitos con elefantes, caballeros y guerreros de distinto pelaje, con un rey y un visir; que en occidente cambió un poco y pasó a tener obispos* en lugar de elefantes y una reina que tiene más poder que el rey (pero es prescindible, remember, Leti).

¿Por qué se eligió este ajedrecístico momento? El rey comienza la partida en el centro político, pero cuando se empieza a liar y las piezas del enemigo se aproximan, rápidamente pacta con la torre (que está en la extrema derecha o en la izquierda) y se guarda detrás de los peones a cambio de seguir gobernando. Sin embargo, por algún trastoque semántico, el enroque en la política es el movimiento en el que un grupo o partido se planta en su posición y se niega a pactar o negociar con el resto aunque esto suponga un perjuicio para todos. Por ejemplo, en Ejpaña tenemos el enroque de la renovación del poder judicial, que está siendo un enroque muy largo**.

(*) En español seguimos llamando alfil (el elefante, en árabe) a la pieza que los ingleses llaman bishop, y que, ciertamente, en (casi) todo el mundo tiene pinta de ser como un peón con mitra*** de obispo. La palabra enroque tiene también que ver con el antiguo nombre de la pieza de la torre, «roque», que proviene del persa rukh (carro de guerra), y no tiene que ver con el perro de San Roque que no tiene rabo… Me estoy liando.

(**) El enroque largo es cuando el rey se cruza con la torre de la columna a, y el corto, con la de la columna h.

(***) Una mitra es lo que lleva en la cabeza este señor. Joer, que lo preguntáis todo.

el matimonio

Hay muchos deportes que consisten en pegarse; ya los griegos incluían el pugilato en las olimpiadas* de Olimpia. Luego se han ido añadiendo modalidades (lucha libre, grecorromana, karate, judo, kung fu, krav maga, etc) en los que se incluyen reglas de diferente pelaje y condición para justificar y tratar de contener semejante bestialidad. En algunos casos se evita la violencia organizando campeonatos de cosplay mamporrero como las katas (esto es, muestras cómo darías los golpes, de tener a tu enemigo delante). Es bastante más humano pero ridículo, prefiero incluso el air guitar.

Desde esta bitácora, como no podría ser de otra manera, desaconsejamos los deportes de combate. Liarse a golpes con alguien por deporte es suficiente estupidez como para que no haga falta razonarlo mucho. Incluso los «light», los que son más de técnica que de contacto, tienden al golpismo a la que te descuidas, como los militares en la reserva. Los que son de impacto, como el boxeo o estos con nombres raros que se van poniendo de moda, van dejando víctimas por el camino.

Tengo que decir que nunca he practicado los deportes citados, aunque sí que apunté a Hija a kárate durante un tiempo (es una fase que pasas en la paternidad). Estuvo allí hasta que vio que no se aprendía los movimientos y no pasaría de cinturón blanco en la vida, aunque se lo pasó bien y el profe era un crack (hasta tiene un monumento); no es fácil llevar por la recta vía a tanto churumbel.

La banda sonora de todo esto podría ser «The boxer», de Simon & Garfunkel. Películas hay muchas, pero la mejor es «El tigre de Chamberí», sin duda, muy del espíritu de este bló.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Si te viene a la cabeza «O limpiada con bayeta, o limpiada con estropajo, brillará más su cazuela con detergente Cascajo» ya tienes edad de ir abandonando deportes sin que yo te lo desaconseje.