El rugby es otra variante del fúmbol inventada por estudiantes pijos británicos (ese tipo de pedantes despeinaos que se creen por encima de las leyes y algunos terminan de primer ministro). Echando un partido, les hizo gracia meter un gol corriendo con la pelota agarrada con la mano, por la cosa de transgredir. Posiblemente, en las reglas iniciales figurase correr con la chorra fuera y cantando el Rule Britannia; pero lamentablemente se eliminó esa norma. Como sucede con el badminton, lleva el nombre del lugar donde se inventó. Vds. saben ma o meno lo que es, se juega con un balón con forma de melón de Villaconejos y todo eso. No haría ni falta explicarlo, pero vamo a ello…

El rugby es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es todavía más bruto que el balonmano, recientemente citado; con la única mejoría de que aquí no te pueden poner de portero (la portería llega desde lo alto de un palo hasta el cielo). Pero todo lo demás es peor, rayando en la delincuencia: los empujones, agarrones y placajes (eso de jugar “a ropa que hay poca” *) son suficientemente violentos como para asustar a los pardillos. Además, existe un lance propio de este deporte, las melés, que consisten en hacer el cabestro acuernando a los rivales, a ver quién es más bruto. De lo más edificante.

Para compensar la agresividad, los rugbistas han desarrollao una especie de religión pacifista (una puta secta, vamos). Ellos recitan sus mantras “el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros” y se ríen bebiendo cerveza -juntos los dos equipos, viva el tercer tiempo– cuando terminan el partido, molidos a golpes, y comentando -mientras se ponen el brazo en cabestrillo y hielo en los chichones- que estas cosas no pasan con el fútbol, qué deporte más noble y qué buen rollo hay. Les falta gritar “penitenciágite, hermanos» o «Jonah Lomu es mi Señor y con el nada me falta” mientras se flagelan con un látigo de siete puntas puestos hasta las trancas de Guinness.

Si el balonmano es un deporte germánico, el rugby es -obvio- muy británico. Luego, liaron a los gabachos para montar un torneo (pas d’œufs pa ganarnos, eh) y también exportaron este deporte a sus colonias, sobre todo del hemisferio sur (incluyendo Argentina). En la India no cuajó, ahí no son tontos y prefirieron el cricket. Pronto se convirtió en el deporte favorito de las islas del Pacífico, esa gente con cara de pachorra y pinta de muñeco Michelín que -por ello- se aficionaron al rugby (y al sumo japonés) de tal manera que parece parte de su folklore. A veces hasta hacen un line dance antes de empezar a jugar.

Y claro, esto sólo podía empeorar. Cuando los estudiantes de Harvard, EEUU, en su gap year, se pasaron por Oxford y Cambridge, se encontraron con un deporte que -con ese complejo de nuevos ricos sin tradición nobiliaria que tienen los yankis frente a los británicos- les deslumbró y decidieron adoptar para la Ivy League. Como suele pasar, no se enteraron bien de las reglas (ni se molestaron en pedirlas; pa qué, si semos el país más poderoso del mundo). Y aquello dio lugar al segundo deporte de este post: el FÚTBOL AMERICANO.

Nótese que lo llamaron fútbol, a secas (lo de “americano” lo ponemos nosotros pa distinguirlo). ES QUE NI SIQUIERA SE ACORDABAN DEL NOMBRE CORRECTO DEL DEPORTE. El hecho de no recordar -tampoco- una norma tan básica del rugby como que no se puede pasar la pelota palante con la mano, y que le da cierta gracia al desarrollo del juego, les obligó a retorcer el resto de reglas pa que aquello tuviese interés y no fuese un correcalles. Como consecuencia de ello, para sobrevivir a los partidos lo tienen que jugar vestidos de motorista con protecciones (estética de «los Ángeles del Infierno van al highschool», sólo les faltó jugarlo montados en la chopper y metiendo alguna regla del polo).

Aquí no hace falta que me justifique más, busquen ustedes “fútbol americano” y “lesiones cerebrales” a ver qué les sale. A pesar de la similitud (en el tipo de balón/melón) ese ligero cambio de reglas hace que este juego sea una batalla campal; el único jugador que se salva un poco es el jefecillo que distribuye el balón, llamado quarterback, que se libra de los golpes por la protección de su ejército de brutos… a no ser que fallen y se dé (no suele pasar) el lance conocido como sack, en el que un mostrenco hiperhormonado, capaz de mover sus más de 100 kgs a bastante velocidad, impacta contra él con la sana intención de lesionarlo de por vida.

Conste que el fútbol americano no tiene una sección propia porque es, de los mencionados hasta ahora, el único que nunca he practicado como tal. Sí, al rugby he llegao a echar alguna pachanga, pero eso es porque (a diferencia del americano) aquí sólo se puede placar al que lleva el melón, y si juegas como en «la patata caliente» y lo relanzas -lejos, a ser posible- en cuanto te llega, te libras de ser embestido.

Por último, y sólo como nota exótica, en Australia apareció otro spin-off llamado «fútbol australiano». Digamos que se elimina ese «aura universitaria» del rugby en favor de IR HACIENDO EL MACARRA. Es como si las reglas del rugby las reescribieran para el chou de Rasca y Pica de los Simpson, sólo por la cosa de que lo jugasen exconvictos, como parte de su condena. Baste decir que en tiempos nos ponían en la tele, pero en plan risas, junto con «humor amarillo». A esto, ni que decir tiene, tampoco he jugado nunca.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. Hoy innecesaria, si no se creen eso del deporte de caballeros.

(*) Lo explico porque creo que no se llama así en todas partes, consistía en -después de que alguien lo gritase- echarse todos encima de uno que estuviera despistao, formando un montón de niños, con el único objetivo de provocar la asfixia al de debajo del todo.

El cable es un sistema antirrobo postmedieval

En Ávila hemos sido pioneros en muchas cosas. Tenemos la primera catedral gótica de España (al menos, la primera en tener el proyecto visado). Tenemos el primer cristiano ejecutado por herejía (el obispo de Ávila, Prisciliano). Y tenemos la primera capital de España en ser gobernada por un partido con una X en el logo, bastante antes que Tuíter. Y, por supuesto, tenemos el primer códigio QR, que fue escrito por nuestra copatrona Santa Teresa. Se ubica en una pared de la Calle de San Juan de la Cruz (precisamente, su amigo del alma), en su confluencia con la Calle de los Gatos (en el Maps, Calle de Sor María de San José). Agradezco al camarada patrón del bló que me lo señalase, porque no me pilla a la altura de los ojos ni es pokeparada. En este caso, ser progre e ir todo el día ensimismado mirando al cielo tiene sus ventajas.

Como ustedes saben, la Tere era una señora que rompió moldes, y no se conformó con el papel secundario que la sociedad le tenía destinado. Aparte de abrir una nueva franquicia de conventos, púsose a escribir literatura mística como una posesa; tan posesa, que hubo quien se preguntó esa posesión no sería infernal o de algún otro tipo no homologado. Ella lo hacía bien y le salían los poemas con rimas y metáforas y todo eso, pero los inquisidores del XVI miraban todo con lupa; y el misticismo de Teresa o de Juan de la Cruz (nombre artístico de Juan de Yepes) tenía una manera demasiado carnal de hablar del amor divino*.

Con este miedo en el cuerpo, pronto Teresa buscó la manera de codificar los mensajes de manera que no fueran interpretados por los domini canes, y gracias a sus conocimientos de la cábala hebrea (tenía antepasados judíos) fue capaz de desarrollar un sistema cifrado para enviarse mensajes con sus hermanas. Uno de ellos luce aquí ante sus ojos, en un libro abierto con su firma ológrafa, que prueba su autenticidad.

El poema encriptado en este código dice lo siguiente:

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
estos bits, esta movida,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!

Muero yo porque no muero,
es más que amor, frenesí
de hiperenlace casero.
Cuando mi amor yo te di
puse un link en un letrero.

La inquisición es así,
para evitar que me encierre
ese insquisidor de allí
ahora estoy en un QR:
vivo sin vivir en mí
.

Además, como prueba de que entendía del tema, su biógrafa (Sor Restituta del Perpetuo Bucle), hizo constar que cuando a Teresa le preguntaron por la posibilidad de usar catena blocorum como tecnología de libro inmutable, abominó de ella y lanzó anatemas y prevenciones para que las Carmelitas Descalzas nunca cayesen en esa tentación. Amén.

Lamentablemente, todos estos avances tecnológicos se perdieron como lágrimas en la lluvia, a la muerte de nuestra paisana.

Enlace al mapa

(*) Juzguen ustedes:

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedeme, y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El tiro con arco más que un deporte es un cosplay postmedieval, pero como hay competiciones de ello, aquí lo traemos. A ver, ya os hacéis una idea, ¿no? Consiste en ver quien tiene más puntería lanzando flechas a una diana, aunque existen otras modalidades más peliculeras. Como lo practican cuatro gatos, al menos hemos de reconocer que no son tiquismiquis con los novatos (como pasa en otros deportes ya descritos en este bló). Y te suelen advertir de que cuidadín con estos chismes que son peligrosos. Justo después de que te inviten a lanzar una flecha. Y mientras se ponen a cubierto.

El tiro con arco es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cualquiera podría pensar en el riesgo evidente: dejar a alguien que pase por allí como a San Sebastián, pero no sólo es eso. Es que también es peligroso para el lanzador. Los arcos caros tienen sistemas de poleas, tensores y vectores, ojo, que no cualquiera los tensa, pero tienen MUCHA FUERZA, sueltan un latigazo bastante considerable al liberar la flecha y si lo haces mal te estropicias los deditos o el antebrazo; incluso los ejpertos usan un guantelete para protegerse.

Y luego hay una cosa mu tonta pero que también te advierten rápidamente. Ojo al sacar las flechas de la diana (en el supuesto de que hayas acertado alguna). La manera normal, la que usamos para soltar los dardos de la diana del bar, puestos frente a ella, no es conveniente si no quieres clavarte la parte posterior de la flecha en el mesmo ojo o en las fauces o en la garganta (según tu altura); es mejor sacarlas puestos de lado, en plan toqueteo de flauta travesera.

Obviamente, también es peligroso para el resto de personas alrededor del lanzador. Mucho más. De niños, en el pueblo, jugábamos a hacernos arcos con alguna rama flexible y una cuerda de las alpacas, y usando como flechas las varillas de los cuetes del día de las fiestas patronales. Si los de la pandilla conservamos la visión binocular sólo es consecuencia de la baja calidad del material y de la mala puntería; los accidentes -que los hubo- fueron más en el proceso del juego propiamente dicho, que -dado que en aquellos tiempos se estilaban las películas de indios y vaqueros– incluía trepar a los árboles y saltar como Caballo Loco con el tomahawk*. De haber tenido material mejor -incluso el de primer precio técnico barato for beginners de las cadenas de deportes de ahora- alguno habría sufrido perforaciones de estómago, con orificio de entrada y salida.

Como dato curioso, en este deporte existe un doping muy raro; si en otros deportes se usan anabolizantes para estar más cachas, EPO para resistir durante más tiempo el esfuerzo, o estimulantes para estar frenético y no sentir el cansancio, aquí es al revés; alguna vez han pillao a arqueros usando sustancias que te dejan apajolao y paralizao (betabloqueantes, etc), con la idea de que seas una estatua al lanzar la flecha. Eso pa que te hagas una idea de en qué mundo se mueven. Por algo el papa Inocencio II prohibió el uso de los arcos en la guerra. Ya lo veía venir. Spoiler: no le hicieron caso**.

Al ser un deporte minoritario, los campeonatos no tienen mucha relevancia salvo entre los miembros de la secta; el último campeón conocido, así en plan firmar autógrafos, fue un tal Guillermo Tell***, y de eso hace ya casi un milenio; con lo que además de los riesgos descritos, incluso siendo un crack, tus posibilidades de medrar (o de ligar como los galácticos) son muy limitadas. Bueno, al menos, en Ávila tienen el mercado postmedieval, que es una oportunidad única para practicar este deporte sin parecer un friki recreando Crécy, ya que estarás rodeado de caballeros con o sin armadura, frailes, princesas Disney, pícaros, titiriteras, concejales, mesoneras, madrileños y buhoneros. Tu gente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Entonces no conocíamos a Legolas ni soltaríamos rollos en plan «este arco fue fabricado por el enano Fútbolin y el elfo Éldelbar con madera del árbol Otannenbaum; las flechas fueron afiladas en la fragua Forgesporánea, y las cuerdas de las alpacas me las ha dado mi tío«. Lo nuestro era ponernos plumas en la cabeza y cortar cabelleras.

(**) La evolución del arco fue la ballesta, con más potencia pero con el inconveniente de tener peor cadencia de disparo.

(***) Es un deporte que hoy en día sigue contando con Guillermos entre sus practicantes mas recalcitrantes. Aunque es posible que el Willy original ni siquiera existiese, o al menos, que la historia de la flecha y la manzana fuese bastante diferente. ¿Tendrá algo que ver este nombre? Si (como afirma el griego en el Crátilo) el nombre es el arquetipo de la cosa,,,

hold the door!

Hoy traemos ante vds. un monumento que habla por sí solo de la cabezonería humana, en concreto, de la variedad episcopalis, que es de las más recalcitrantes. Se trata de la puerta oeste norte de la catedral de Ávila, una cosa gótica mu preciosa que se construyó DOS VECES en tiempos prepostmedievales. Esto es, se terminó hacia el 1300, y durante casi dos siglos fue la puerta principal, en su fachada oeste.

La puerta es chula y de estilo gótico (pero el de verdad, no el de Robert Smith o las hijas de Zapatero), desarrolla el tema del Juicio Final, con escenas bíblicas y esas cosas que se explicaban como si fueran un comic para que el vulgo entendiese las Sagradas Escrituras. Ya sabéis, portaros bien o iréis al infierno y os cobraremos los portes. Para rematar todo lo que se explica en el tímpano y las arquivoltas, en las columnas de la base se encuentran los doce apóstoles, seis a cada lado. Aquí les traigo un detalle del lado derecho:

¿Seré yo, Maestro?

La gente que sabe de esto os podrá identificar a cada apóstol por sus atributos. No penséis mal, me refiero a que la iconografía católica suele mostrar a los santos con algo relativo a su santidad o al martirio sufrido: San Pedro tiene unas llaves, Santa Catalina una rueda, Santa Teresa una pluma y Moisés, cuernos. Tal como te lo digo, oye. Pero si os fijáis en la foto, veréis que el apóstol de la derecha está como metido con calzador en la escena, casi no tiene sitio y le falta la columnilla debajo, como los demás. Primera posibilidad: éste es Judas, que ya sabéis que se sacó 30 monedas por delatar a Jesús, algo que chirría un poco porque se supone que a esas alturas de la película, en Jerusalén, hasta el cuñao de Poncio Pilatos tendría que saber que Jesús era el que era. Pero no… porque el del otro lado está igual.

Apostol marginado nº 2

La cosa tiene una explicación, y os la voy a dar. Resulta a que uno de los primeros obispos postmedievales de Ávila (o uno de los últimos medievales, según el año que tomemos para dividir la fase) se le ocurrió trasladar la puerta oeste al lado norte, porque así miraría hacia su casa, y le apetecía, al levantarse cada mañana, ver ese pórtico tan lograo. El arquitecto que se encargaba de las obras, Don Juan Guas, ya le hizo saber que, aparte del coste desmesurado, la puerta NO CABÍA en el hueco del lado norte. Pero la respuesta del obispo fue categórica: «ya te diré yo si hay fondos». Y añadió, poniéndose la mitra vuelta patrás: «ni tú eres de Bellas Artes, ni yo soy Adolfo González, así que ya me estás empezando la obra».

Dicho y hecho. Bueno, así de repente, no; tardaron unos años en montar y desmontar todo aquello. Consecuencia: la catedral se quedó a medias. Todavía hoy tenemos una torre mocha con remate de uralita, encima de la casa del ¡aaaaaaay! campanero.

El balonmano es una de las variantes del fúmbol en las que las trampas son al revés. Éste se juega en unos campos que ahora sirven, mayormente, para el fútbol-sala (eso es reciclaje y no lo de Ecoembes). En tiempos postmedievales estuvo más de moda en España; hasta los 70 andaba ahí a la par con el baloncesto, pero luego ha ido decayendo hasta ser bastante minoritario. Afortunadamente.

El balonmano es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es algo así como practicar lucha libre mientras un balón anda por ahí (haciendo daño). Lo mejor, que -debido a ello- si no tienes pinta de culturista, máquina, monstruo, crack, figura, no te dejan ni jugar. HABER. Los jugadores de balonmano son casi igual de altos que los de baloncesto, pero ¿a que no lo parecen? Porque están proporcionaos, no son del tipo larguirucho; son como el increíble Hulk pero sin el color verde. Igual de cabreao, eso sí, que los jugadores se están empujando y achuchando todo el rato.

Para compensar la agresividad, es el deporte en el que menos se protesta (claro, que si aplicasen esa regla de «te he pitao falta, deja el balón ahí y te vas patrás calladito, o te pasas un rato expulsao» en el fúmbol se quedarían jugando un 3 pa 3). Luego, claro, siempre queda una tensión no resuelta; con tanto contacto pero que no se note y sin golpear, el ambiente va siendo como estar en una sauna finlandesa o en el Blue Oyster Bar. Mucho sudor, mucho baile agarrao, mucho cambio de pareja… y BDSM.

¿BDSM? Pues sí, si hay una cosa peor que ser jugador de balonmano, y que entra directamente dentro del sadomaso, es ser PORTERO DE BALONMANO. Ya habría que estar mu loco para estar ahí en la portería (en la que casi no caben) tratando de esquivar los balonazos, pero es que ¡tienes que colocarte y moverte pa que te den! Es como ser el plato en el tiro al plato o trabajar de crash test dummy de los Boeing 737 Max. Es ponerte a gritar «Jehova» en bucle el día de tu lapidación. Un dinosaurio que se pusiera a dar saltitos -¡aquí, aquí!- en las afueras de Chicxulub, mirando al cielo, eso es un portero de balonmano*.

Tradicionalmente, el balonmano ha sido un deporte de países fríos y germánicos; algo para entrar en calor y pasar el rato mientras fuera del pabellón la glaciación da sus últimos coletazos. Por ello tiene la gracia de que cuando el balón circula rápidamente entre los jugadores, como todos terminan en «son» (o en «dotir», ellas), la locución de los comentaristas tiene cierto soniquete repetitivo, que te va adormilando hasta que llega un grito «¡DEEENTRO!»; algo que ayuda a entender la música de Bjork.

Y luego, las reglas son raritas, para compensar lo fácil que es -comparado con otros deportes de portería- meter goles. El área de portería es como en el juego de «el suelo es lava» y los jugadores hacen escorzos de lo más raro para no cometer infracciones. Los cambios se pueden hacer en pleno juego, sin parar, todos los que quieras, por parejas o tríos, es todo libertinaje y desenfreno. El balón hay que botarlo de vez en cuando, no como en baloncesto, que te pitan pasos a la que te descuides; aquí es medio opcional. Eso sí, no puedes pivotar sobre un pie; entonces te pitan pasos y se ríen de tí y te dicen que se nota que vienes del basket, so memo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Una curiosidad: si el árbitro considera que le has tirao aposta a los morros al portero, te puede descalificar. Y también suele dar pie a una bronca reacción del equipo contrario.

Ventana con dedicatoria

Una de las ventanas con más historia de Ávila, y puede que de Óbila, es la ventana que les traemos hoy al Á.S.M. Se encuentra en el mismo edificio del monumento anterior, el Palacio de los Dávila (aunque en Ávila hay mucha gente dávila), si bien corresponde a una época un poco posterior; siendo postmedieval en cualquier caso. Lo interesante de la puerta es la inscripción que figura debajo.

Donde una puerta se cierra, otra se abre

La misteriosa inscripción dice lo siguiente «Donde una puerta se cierra, otra se abre«, y hay varias explicaciones para la misma. La historia se enmarca dentro de las leyendas más jermosas de Ávila, como la del Santo Encuentro del Sepulcro de San Segundo o la Anunciación de la Subsede del Museo del Prado. Retrocedamos en el tiempo… Más… Un poco más…

Según algunos autores, hace referencia a un letrado abulense del Siglo de Oro, que tras unos comienzos titubeantes en el ejercicio del derecho, y en un ejemplo de superación increíble, alcanzó las más altas cotas de poder en la justicia del reino. Muy felices se las prometía nuestro caballero, cuando un ignominioso ataque sarraceno alcanzó el corazón de Castilla. Surgió la necesidad de buscar una solución a la crisis, que comprometía la posición del valido real, el Conde-Duque de las Azores; y se les ocurrió que nuestro justiciero era el indicado para dar la vuelta a la tortilla de Roncesvalles. Esto es, si en aquella ocasión los trovadores cantaron la muerte de Roland a manos de la morisma, cuando en realidad habían sido cuatro vascones cabreaos por el saqueo de Pamplona, aquí sería el cuento del revés. Desde la torre del homenaje, nuestro particular Turoldo echó la culpa a los vascones de la tropelía de los muslimes. Pero claro, el ardid no salió bien, y todos cayeron en desgracia, quedando nuestro caballero a veces a pan y agua (y ansí fue llamado). Sin embargo, cuando todo parecía perdido y se les cerraban todas las puertas, como al Cid al principio del Cantar, se produjo aquello que está escrito bajo la ventana, y nuevas puertas se le abrieron al caballero, en concreto, se le permitió ingresar en la Selecta Orden de los Caballeros de la Mesa Redonda Ibérica de las Chispas Ambarinas; sin duda, en agradecimiento por haber aparecido en aquel balcón explicando algo que ni él mismo se creía.

Pero según otros, la historia tiene distintos protagonistas. En este caso, en pleno postmedievo, las milicias de Ávila (que se ganaron su buen nombre en la Batalla de las Navas de Tolosa), estaban discutiendo quién sería su adalid. Felices se las prometía el Barón de Machús, seguro de ser el elegido, cuando sonaron clarines y trompetas, y el heraldo anunció que la elegida sería Teresa la Marquesa Tipití-Tipití-Tipitesa. Amarillo de ira (sí, amarillo), al ver que las puertas se le cerraban, el Barón mandó encargar un nuevo pendón que les identificase en la batalla, y retó en singular duelo a los partidarios de la Marquesa, saliendo vencedor de todas las justas y rompiendo varias lanzas a sus enemigos. Raudo y veloz, acudió a grabar la frase debajo de la ventana, para escarnio de sus rivales, a los que desde entonces llamaba «los de la Triste Herencia Recibida«, y todos le cantaron «Machús, Machús, Machús».

Y aún hay otras leyendas que explicarían esta inscripción, como la de un pobre maestro de escuela que no sabía de economía pero terminó siendo jefe del gremio de prestamistas y usureros, pero las dejaremos para otro día, ya que nuestros investigadores no se ponen de acuerdo.

El golf es una variante del gua* en el que se juega con un palo para no tener que agacharse. Un deporte de señoritos, vamos, y ahora es cuando llega el de «pues yo juego y soy de clase media». Claro, un juego que requiere mantener una dehesa de varias hectáreas en estado permanente de alfombra vegetal, uno de los más consumorrecursivos que se conocen, es un deporte normal. Si además se juega en un lugar donde Taranis no provee de humedad vivificante, raya el delito.

El golf es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y voy a dejar aparte el rollo ecologista. Aparte de para el planeta, es malo para tu salud. Un partido normal supone ir caminando (opcionalmente, charlando de negocios) durante un par de horas, que bien, no haces ni el huevo; pero luego tienes que atizar a la pelota. En frío. Para la estructura corporal, es el equivalente de lo que para el estómago supone que recién levantao te tomes pa desayunar medio litro de Jagermeister con Cointreau. No hemos evolucionado para eso. Lo más leve que te dará es algo parecido al codo de tenista (codo de golfista, lo llaman aquí); y a partir de ahí, lo que quieras, sobre todo en la chepa y articulaciones superiores y juntas de la trócola.

Eso, si la pegas bien. Si tienes mal estilo, ya es el acabóse. Si cuando le das con los palos de llegar lejos, esa chuleta** resulta que pilla un poco más de suelo del que debería, las reverberaciones se te transmiten por el cuerpo como las ondas del puente de Tacoma. Eres lo más parecido al Coyote utilizando un artilugio marca ACME. Un peligro para tu salud y hasta igual para alguien que se cruce en tu campo de tiro. Porque esa es otra, recibir un pelotazo de golf también es bastante desaconsejable.

Finalmente, aquí recordaré el jermoso momento que se produjo cuando en Ávila, en tiempos postmedievales, se inauguró un campo de golf (no, no hablaré de a quién colocaron de jefe). Entonces se podía pasear por el caminito asfaltado por el que van esos cochecitos*** tan cucos que usan algunos jugadores para trasladarse de hoyo a hoyo. Y eso hicimos mi hermano, mi sobrino (tendría 5 ó 7 años) y yo. Paseando por allí, nos pusimos cerca de un jugador que iba a atizar a la pelota. Y se produjo la siguiente escena:

  • Sobrino: Mira, papá, va a tirar
  • Hermano: Chssst
  • Jugador (nos mira algo molesto)
  • Sobrino: Pero mira, papá, que va a tirar
  • Hermano: Caalla, hijo
  • Jugador (hace los movimientos preparatorios, visiblemente contrariado por la presencia de público)
  • Sobrino: No la ha pegado
  • Hermano: No, hijo, está ensayando, pero calla un poco…
  • Jugador (con gesto serio, finalmente golpea a la pelota… que va a un arroyito artificial que cruza el la calle, justo antes del green)
  • Sobrino: ¡Ha ido al agua!
  • Hermano: SCHSSSSHT (intenta llevarse a sobrino)
  • Sobrino: ¡PERO SI LA HE OÍDO, HA HECHO CHOF!
  • Jugador (se aleja en silencio pero hierve en ganas de asesinarnos)

Momentos como ese son reconfortantes, sí; pero no justifican la practicación de este mal llamado deporte.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Si no sabes qué juego es el gua, quedas condenado a escribir cien veces en la pizarra: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto».

(**) Los golfistas llaman así a cuando golpeas a lo bruto (fuera de la salida inicial, en la que se permite poner una especie de clavito elevador), y te llevas también lo que viene siendo una loncha de hierbajos.

(***) Lo de ir jugar al golf haciendo el recorrido en esos chismes motorizados ya es para [perdón, no usaré la lengua de Mordor aquí]

Turú turúDame más gasolina

La placa-relieve denominado «Hazaña del Reguetón Turutero» preside la entrada al Palacio de los Dávila, en la Plaza de Pedro Dávila (que los locales llamamos Plaza de la Fruta). Colocado sobre una puerta de enormes dovelas, y bajo una barbacana defensiva, representa al caballero Bartolo Dávila, el primero de su nombre, virtualizado en un avatar de escudo con yelmo (anticipo de «Los SIMS»), y rodeado de guerreros y trompeteros enemigos. Es una hermosa pieza de arte postmedieval que pasa algo desapercibida en esta majestuosa fachada (que tiene más historias). La de este relieve es de las más bonitas.

Bartolo Dávila fue un aventurero que marchó a las Indias en busca de fortuna con algunos hermanos de Santa Teresa. Él todavía no era noble (entonces era llamado «Bartolo el de Ávila», sin más rimbombancias). Durante las guerras de conquista del Imperio Inca, Bartolo fue enviado a capturar al hijo de Atahualpa, lo que consiguió con arrojo y valentía. Al volver al campamento con el prisionero, cuando todos lo daban por muerto, pronunció su famosa frase «Aquí os lo traigo, Atahualpito», provocando el regocijo entre sus compañeros.

Al haber sido capturados sus reyes, en el Imperio Inca asumieron el poder los Administradores de Incas Colegiados, que reunidos en junta urgente decidieron -en primera convocatoria- contraatacar a las huestes castellanas. Varios guerrereros rodearon el campamento y comenzaron a hacer sonar sus trompetas, como ya hicieran los israelitas contra Jericó; pero éstos además, contaban con un arma secreta: individuos con extrañas pintas, tatuajes, gorras puestas patrás, cadenas de oro, e -importante- puestos de ayahuasca hasta las cejas, que comenzaron a cantar desafiantes sus invocaciones: «siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero…«. Esa misma noche, los castellanos abandonaron el campamento por la puerta trasera, hartos de semejante murga (enrólate, te dicen; verás mundo, te dicen…); pero Bartolo (en parte, porque había quedado algo sordo durante su empleo de artillero de la nao «Iberpistas») pudo resistir tres días sin rendirse, hasta que los cantores quedaron afónicos.

Este hecho sin precedentes le valió ser nombrado caballero, tomando como apellido topónimo ese Dávila, que arrejuntao y esdrújulo da más empaque. El escudo de los Dávila, aquí mostrado, muestra tres pares de roeles con el lema «Ter ad spherae» (Tres veces hasta las pelotas), que hace referencia a su aguante los tres días del episodio del reguetón. De vuelta a su Ávila natal, mandó construir un palacio con los más altos muros, que le aislaran de los ruidos, y sobre la puerta dejó constancia de su singular hazaña. Loor y Jloria a don Bartolo.

Más deportes de golpear pelotitas; aunque bueno, el badminton sería más bien un híbrido entre tenis y voleybol pero atizando a la snitch de Jarry Potter; una especie pelotilla emplumada. Sería un poco como la guerra de almohadas de este grupo de juegos. Su nombre parece implicar la existencia de algo llamado goodminton, pero todavía no lo hemos descubierto. Al parecer, Badminton es un sitio de Gloucestershire* donde se empezó a jugar.

El badminton es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. La cosa es como sigue:
a) Como el vuelaplumas ese no pesa nada, y se frena, para que pase a la otra pista tienes que atizarlo como si quisieras sacarlo de España.
b) Por las leyes de Newton, la energía ni se crea ni se destruye, toa la fuerza que pones en el golpe a algún lao tiene que ir.
c) Y ¿a dónde va la energía sobrante? Pues se puede manifestar afectando a articulaciones, tendones y músculos de la peor manera posible y cuando menos te lo esperes.

En resumen, el bantinton es lo más parecido a tratar de sacudir a esa mosca que ronda por la cocina y te tiene engorilao, con el trapo secamanos: lo más que vas a conseguir es romper cosas o hacerte daño.

En muchas casas -reconócelo- hay un juego de badminton barato, al que jugaste dos veces en el exterior, atando la red (incluida) a dos árboles (no incluidos). Pero el volador es de plasticucho (parece una especie de sputnik) y dista bastante de comportarse como uno de verdad; las cuerdillas de las raquetas se rompen si las miras mal, y el juego aburre y cansa, decidiéndose los puntos más por suerte que por intención; por lo que va al fondo de la estantería de arriba del trastero, y allí cría telarañas.

En este deporte tenemos una muchacha que ha sido campeona de tó (ha estado mucho tiempo lesionada, claro, avisados estáis); lo que tiene bastante mérito, no tanto por pura estadística frente a otros países con muchísmios más practicamtes (que también), sino porque la pobre, en la fase de aprendizaje, no tendría jugadoras de su nivel con quien enfrentarse. Es como si Senegal tuviese un gran jugador de hockey sobre hielo, o como si el Vaticano tuviese la selección femenina campeona de olímpica de voley-playa.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Gloucestershire es un condado inglés que se pronuncia comiéndose varias sílabas, como con vagancia. Glósteshe. Es famoso también por una salsa para acompañar a varios platos ingleses, que tiene la ventaja de que mitiga los sabores originales, y el inconveniente de que, a cambio, aporta el sabor a salsa gloucester. Se perpetra juntando mahonesa, cosas agrias y… salsa Worcestershire (pr. guósteshe), todavía más horrible; no vamos a continuar con esta ensalsación anidada o recurrente de shires.

Como en Jólibud

El Soto es un bosque de ribera que riberea al río Adaja en su aproximación a la ciudad. Se ubica ma o meno en paralelo a la carretera AV-900 (Ávila-Burgohondo), desde el cartelillo de la foto; y después, un poco menos paralelo a la AV-P-401 (Ávila-El Fresno). Precisamente, el fresno es el árbol predominante en este bosquecillo. El bosque/parque tiene una longitud de casi 3 kms, pero una anchura que en algunos puntos es de poco más de un decámetro*.

Sin embargo, el monumento propiamente dicho que hoy celebramos es un conjunto de letras de ¡¡¡¡oh, yeah!!! FIERRO MORROÑOSO sobre peana de bloque de hormigón (pa qué tanto) rodeado de piedrecillas y esas otras cosas que echan en los alcorques, en plan jardín zen; que luce presuntuoso y adusto en la entrada principal de este espacio silvícola, en un claro ejemplo de schadenfreude. O de schwarzwälderkirschtorte, que todo puede ser.

Este cartelón es una verdadera metáfora de las intervenciones que año tras año, y desde que tengo edad de tener uso de razón (algo que no es inherente) se realizan en este espacio de esparcimiento. Materiales artificiales y poco adecuados, quiero-y-no-puedo, buenas intenciones y resultados pobres; es como los programas de «Murcia, qué hermosa eres»**, una serie de actuaciones superpuestas sin hilo conductor.

En el tema de lo que sería la conservación de la flora y la fauna, que la tiene, no soy experto y no sé cómo se podría mejorar, pero seguro que algo más se puede hacer, va habiendo fresnos muy viejos y hay zonas bastante degradadas. Y además, que esto se puede aprovechar de más maneras; por ejemplo, hay gente que entiende de pajaritos y te puede hacer un cartel de los que puedes ver y escuchar por allí; que la gracia de estos bosques mediterráneos es que hay muchas especies distintas.

Afortunadamente, lo que viene siendo la naturaleza se mantiene prácticamente sola. Poco más podemos añadir desde este bló. Que el bosque sea más grande, más accesible, más boscoso y más limpio. Y que los paseantes lo usemos civilizadamente (algo que se cumple en el 99% de los casos).

Enlace al Mapa

(*) Es que el decámetro se usa poco, y me hacía ilusión. Hay un lugar en el que pasas entre una alambrada de espino y la procelososa e impenetrable vegetación que bordea al río, y realmente el sitio para pasar es como de un metro. El decámetro lo alcanza contando el río y los arbolillos al otro lado.

(**) Si no sabes cómo eran, joio millenial, suerte que tienes; luego os quejáis de ser una generación maltratada.