Hoy se presentan dos de las novelas más esperadas del año. Por un lado, Dan Brown vuelve a dar la chapa con otra entrega de las aventuritas de Robert Langdon. Y, sí, sigue sin saber escribir. Me he leído las primeras páginas y sigo sin entender cómo vende lo que vende este cabrón. Bueno, sí lo entiendo. Por lo mismo que la gente pone alarmas antiokupas o come en Burger King: porque hay pasta para publi. Me iba a poner a despotricar de que ya en la página 5 se mete en un charco parecido a cuando le dio por hablar de la Giralda pero, mira, que le den morcilla. Yo he venido a hablar de mi libro del libro de mi colega. Y, total, ya ha dicho él todo lo que había que decir sobre la calidad literaria de Dan. Por otro, Santiago Bergantinhos reestrena «Dramones y modorras. ¡Qué barbaridad!». Y esto que sí que mola.

¿Por qué lo de «reestrena»? Porque la novela ya estaba disponible, pero ahora se lanza una nueva edición ilustrada. Y a ver si, con la novedad, mi compadre Santiago lo peta muchísimo y desbanca a Daniel Marrón. O. por lo menos, saca para unas cervezas…

Comprad sus hermosos jabalíes, cabrones.

Bueno, Baku, ¿pero la novela está bien o qué? Pues, mira. sí. Porque como parodia de las novelas de fantasía da todo lo que promete y más. Que te partes el ojal leyéndolo, vamos. Pero, además, está bien escrito y la historia es coherente —a ver, todo lo coherente que puede ser un cruce entre ikesai, viajes en el tiempo y referencias a toda la subcultura pop del último siglo—. Te vas a encontrar guiños a «Apocalypse Now», «Alien, el octavo pasajero» y hasta al que se considera el peor comienzo para una historia*. Porque los protagonistas, Puchi y Ermesinda, serán una par de bárbaros muy bárbaros pero también son un par de frikitos de mucho cuidado.

Podéis comprobarlo vosotros mismos. En esta entrada de su blog tenéis acceso a los primeros capítulos del libro, a otro libro por la patilla con los mismos protagonistas, a los comentarios del autor y a otras cosillas que han ido surgiendo alrededor del proyecto. O a la explicación del nombre de la supuesta editorial —la editorial es el propio Santi— que publica la novela: Pepino de Oro. Si todo esto no os convence, echadle un ojo a la crítica de Supermon en este mismo blog, que tiene más gracia que yo.

*Era una noche oscura y tormentosa.

No sé muy bien cómo empezar esto. El caso es que, desde hace algún tiempo, deseo ser abducido por un vampiro adolescente y tocapelotas, para ser teletransportado a Zamora, pero no la de España ni la de Michoacán, sino la Zamora que está cerca de la ciudad-estado de Gumente. Esa. Y llegar allí bajo la forma corporal de Vánfir hijo de Fólfir. Esto que cuento puede parecer confuso, pero tiene una explicación.

La explicación se llama “Dramones y Modorras”, y es el mejor libro que he leído este año, obra de Santiago Bergantinhos, al que no tengo el placer de conocer (ni siquiera en sentido bíblico). Del mismo autor también estoy leyendo con placer intermitente la colección de relatos “El hombre y la lágrima”, si bien en ninguno de ellos (por ahora) aparece Vánfir hijo de Fólfir.

Por el título podréis entender que el libro es una parodia divertida, amable y mamarracha de la saga/juego Dragones y Mazmorras, inspirada a su vez en cosas como El Señor de los Anillos. Sin embargo, no es necesario tener un buen mazo de cartas de Magic para entrar en la historia; pues en los primeros capítulos el autor va estableciendo esto que ahora llaman “lore”, o conjunto de trasfondos, historias, mitologías y detalles de un universo ficticio, que le dan profundidad y coherencia (que yo no lo sabía).

En esta toma de contacto nos enteramos de que los protagonistas, Puchi y Ermesinda, que han aparecido en este espaciotiempo (transmutados en dos héroes tipo Conan el Bárbaro y Xena), buscan el modo de regresar al nuestro por el consabido procedimiento de emprender un viaje pleno de aventuras, peligros y desafíos. Para ello, sus musculosos personajes cuentan con una fuerza y destreza bárbaras (guiño, guiño) y con su ingenio (en este caso, el que traían de casa; sobre todo, Ermesinda).

Para mí, el desarrollo pleno del libro se produce a partir del momento en el que, presentados los personajes principales y sus objetivos, se da una nueva vuelta de tuerca al lore ese, y todo se convierte en una tragicomedia de enredo que trasciende el género fantástico y se pasa tres pueblos y luego vuelve; no faltan ni vampiros, ni brujos, ni el Principito, ni un mayordomo llamado Igor. Perdón, Áigor.

No puedo sino recomendarles su lectura. Dramones y Modorras. Cuando hagan la película me pido ser Vánfir hijo de Fólfir. Daré la talla.

Como han podido comprobar vds, tras un periodo de hibernación, el Ávila Street Museum va despendolao, pleno de nuevos monumentos y monumentas. Hoy traemos el MOBOLITO dedicado a José Luis Gutiérrez Robledo, que incluye además otro ENG (Espacio No Googleano)*, el Paseo Gutiérrez Robledo. El Paseo y el Mobolito se encuentran en la acera donde confluyen la bajada del Paseo del Rastro con la C. Empedrada (la de la residencia Santa Teresa Jornet).

Va siendo un problema esto de que no me haga falta consultar la hemeroteca**, pues estén dedicando monumentos a personas a las que llegué a conocer (y durante algunos años, hasta llegué a trabajar en el mismo edificio que él). José Luis Gutiérrez Robledo fue un historiador muy comprometido con el patrimonio histórico de Ávila -claro- y su promoción turística; y también era un buen divulgador.

Lo del mobolito es algo que no me esperaba, pero viene así citado en la noticia de  AvilaRed que sus adjunto. Aunque hecho en piedra, parece evidente que no está tallado en nuestro Granito Abulense del Güeno™, que es más difícil de manejar.  Tiene alguna cosa rara; para mí que el señor del relieve se parece más a Einstein que al recuerdo que tengo de Gutiérrez Robledo. Y luego, su efigie está sujeta por una figura triste y andrógina, que lo mismo puede ser la musa de la historia (la del Renault Clio) que el cantante de los Héroes del Silencio.

Las Jornadas de Archivos es de lo más divertido que se organiza en Ávila

(*) Como expliqué en el Paseo de D. Jesús Hernández Bustos, los ENG’s  son nombres de espacios urbanos, con rango de paseo, parque, plaza o rotonda, pero que NO EXISTEN en nuestro callejero. Además, del citado paseo de Jesús Bustos, ya tenemos la Plaza de D. Francisco Hernández, el Paseo Rodríguez Almeida, el Jardín del Padre Liquete o el de Sefarad, las glorietas de Jesús de Medinaceli, del Escultor Antonio Arenas, de Las Vacas, del Doctor Carlos Marcelo Francos von Hünefeld, de Villeneuve sur Lot

Esto de dedicar jardncillos de menos de media obrada yo creo que puede ser por la ausencia de rotondas disponibles, al menos en la parte visitable de la ciudad, que por la periferia todavía queda alguna virgen.

(**) Si algún día me dedicáis algo, que sea un coprolito de granito.

El Mercado Medieval forma parte ya del patrimoño callejero de nuestra ciudad, y este año en el Ávila Street Museum le tenemos que dedicar una entrada. Y una salida. Como además estamos en pleno velatorio del Sr. Armani, hoy vamos a explicarles a todos ustedes cómo es la moda medieval que estos días recorre nuestras calles y plazas, convenientemente ordenada por categorías:

A) Tradicional

A.1 – Cortesanos: Los más elegantes, dispuestos para bailar en una recepción en la corte de Alfonso X El Sabio o de Leonor de Aquitania. Ellas pueden llevar sedas, guirnaldas de flores en el pelo y joyas; ellos, signos distintivos de su rango (con las variantes de “señor feudal” o “rico mercader judío”). Son trajes caros y en muchos casos a medida. Inconveniente: las niñas a veces parecen princesas Disney.

A.2 – Guerreros: Los soldados medievales nunca faltan; los más valientes van hasta con incómodas armaduras, pero normalmente tiran más a los tipos “Capitán Trueno” o “Caballero Templario” (los más elaborados, hasta con cota de malla). Otros sencillamente llevan casco, escudo y espada con algo de ropa que dé el pego. Existe una variante especial que es…

A.2 bis – Guerrero infantil: Es el más extendido entre los niños*; son iguales que los de los mayores, pero a escala reducida, claro. El problema es que siempre incluyen armamento (espadas, ballestas…) que, aunque sean más o menos de pega, los críos, con la excitación, pueden llegar a utilizar de manera errática y peligrosa.

A.4 – Eclesiásticos: los disfraces de fraile, monja y otros cargos religiosos (incluso papas) se llevan mucho. Por alguna circunstancia, suelen ser los que llevan más alcohol en sangre (el vino de misa, yatusabeh) y van repartiendo bendiciones a diestro y siniestro.

A.5 – Moros: Los vestidos de sarraceno/a se llevan también, pero no tanto como en otras regiones más acostumbradas a las fiestas de moros y cristianos. Ellos con chilaba más o menos lujosa (el alfanje da puntos); para ellas hay dos variantes: la recatada (túnica, hiyab) y la atrevida (hurí de las mil y una noches).

A.6 – Campesinos: trajes más burdos, al estilo “sancho panza” son mucho menos frecuentes que los de cortesanos y caballeros, en una clara inversión de la pirámide de población medieval. Son los típicos de los que curran en los puestos de comida (excepto los de kebabs o teterías, que van de moro).

B) Épica

B.1 – ESDLA: La pandilla de la Tierra Media y demás sagas fantásticas: elfos, hobbits e incluso piaras de orcos pululan por el mercado habitualmente. Ojo, no despistarse de saga, no es lo mismo ir de Gandalf que de Dumbledore.

B.2 – Bárbaros: Es imprescindible estar cachas (y adaptado a las cambiantes temperaturas abulenses) para poder lucir convenientemente las pintas de Conan el Bárbaro o Xena la Princesa Guerrera. Imprescindible llevar abundante armamento a juego. Está la opción “horda esteparia”, con parkas de pieles, más abrigadas (por si hace frío), y también la de taparrabos/bikini de leopardo.

B.3 – GoT: Tras una impactante explosión hace algunos años, se va perdiendo la moda, pero las Khaalesis y demás personajes guerreros de esta serie (cuervo opcional) todavía están presentes en estos saraos.

B.4 – Vikingos: Vale que técnicamente coinciden con la edad media, pero no son de los nuestros. La mayoría son madridistas con cuernos.

B.5 – Literarios:  Personajes ataviados como La Muerte (¡alguno montando a Binky!), las brujas de MacBeth, Quasimodo o Guillermo de Baskerville siempre son de agradecer.

C: Bueno, aquí vale todo:

C.1 – Eróticos: En realidad, puede ser cualquiera de los demás (cortesana, bárbaro, hurí), pero con la particularidad de haber ahorrado en tejido (o con transparencias), lo justo para tapar lo mínimo imprescindible o incluso menos. Son uno de los principales atractivos del mercado medieval. Suele ser el elegido por los pocos adolescentes que se visten de medieval (sobre todo ellas).

C.2 – Anacrónicos: Constantemente tenemos personajes que no corresponden a la Edad Media; pueden ser premedievales (de romano, de faraón…) o postmedievales (de piratas del caribe, de Luis XIV y Madame Pompadur, etc). Se admiten porque se ve que se lo han currao y la intención es lo que cuenta. Por cierto, ayer hubo un asalto inglés a la muralla, pero eso casi es correcto**…

C.3 – Hippies: Muy abundantes, por alguna extraña razón hay quien considera medieval vestirse como para ir a Woodstock, pero con tejidos más bastos y de tonos ocres. Mucho abalorio, amuletos, diademas, tatuajes… Es el preferido de los de los tenderetes de artesanía. Suele oler a porro en sus proximidades.

C.4 – Apañaos: Son los de última hora. Se ponen unas cortinas viejas a modo de  manto, las alpargatas de andar por casa y una garrota y te componen un personaje tipo “Lazarillo de Tormes” o “Celestina”. O  se compran algo en el chino que, evidentemente, no resiste bien el paso por las aglomeraciones de gente y los puestos de fritanga.

C.5 – ¿Mediequé?: No tienen nada que ver con esto: de extraterrestre, de Darth Vader, de T-Rex, de mariachi… ¡Bienvenidos, seres de otras galaxias!

C.6 – Moteros: Muchos moteros vienen a Ávila en estas fechas y se pasean vestidos de Valentino Rossi o Dani Pedrosa por las calles. Con el maremágnum que se prepara ni se nota. Y suelen sentarse en las terrazas a ponerse ciegos a comer chuletón medieval.

(*) Era el preferido de Hija, que nunca quiso ir de princesita o hada.

(**) Durante algún momento de la Guerra de los 100 años, Inglaterra era enemiga de Francia que era enemiga de Aragón que era enemiga de Castilla que era enemiga de Portugal, así que a finales del XIV el Príncipe Negro intervino en la guerra civil castellana, pero luego la flota castellana ayudó a la francesa (venciendo a la inglesa en La Rochelle). En aquellos momentos, la Asociación de Arqueros Abulenses ya se apuntaba a un bombar.. a un flecheo.

Aparca al ras, si tienes narices…

Ahora que se acerca el Mercado Medieval, acometemos un post especial para denunciar la desaparición paulatina de los AAAs, los Alcorques Afilados Abulenses, que forman parte de nuestro patrimonio granítico local, al igual que los berracos bettones y los palacios del XVI bis.

Los AAA son las piezas esquineras de granito, al borde de alcorques y aceras, que delimitan con precisión las plazas de aparcamiento, de manera que el mero roce con el neumático pueda causar un reventón o al menos una buena marca visible en el lateral, como la cicatriz de lapéndice. Acompaño, como siempre, de unas imágenes descriptivas; si bien no he encontrado ninguno de los recién instalados, cuando la esquina está tallada en perfecta escuadra, de un modo que su punta podría utilizarse para manejar átomos en un microscopio electrónico de barrido.

Perdiendo el filo
La horrenda moda del biselado
biselado a dos aguas

En la antigüedad, Ávila estaba llena de estos elementos disuasorios, ya en tiempos de los sarracenos Jimena Blázquez pudo hacer frente a un ataque gracias a que las ruedas de las torres de asedio quedaron destrozadas al arrimarse a los AAAs; pero poco a poco estas obras del arte poliorcético se están perdiendo. Es normal que la erosión y las injustificadas acciones vecinales hayan mellado estas puntas, e incluso el ayuntamiento -saltándose las leyes de patrimonio a la torera- últimamente ha procedido a redondear algo las afiladas esquinas: terror de conductores, azote de aparcadores imprecisos y defensores de acacias y magnolios. En los barrios de expansión preburbujera aún quedan algunas que presentan un borde más o menos cuadrado, pero las calles del centro están prácticamente arrasadas. Casi nada queda de las proezas de nuestros maestros canteros.

El horror
La ignominia

Además de los AAA, Ávila es rica en BBBs, Bordillos Burladores de Biciclistas, que consisten en que las aceras tengan unos bordillos particularmente altos en las zonas frecuentadas por ciclistas y otros obstaculizadores del tráfico rodado, de manera que no se puedan arrimar mucho al límite de la calzada, pues se corre peligro de que el pedal, en el punto más bajo de su recorrido, impacte contra este elemento, provocando un efecto de acción-reacción que puede provocar la caída hacia el lado contrario -hacia el centro de la calzada- con posterior atropello por vehículos en ambos sentidos, si hay suerte. Así, estos indeseables usarán el carril bici (donde pueden sufrir otra serie de catastróficas desdichas, pero eso es harina de otro costal).

He aquí la obra

El Ávila Street Museum vuelve con una obra de arte escultórico que se nos había escapado, ¡y es un Chirimbolo Morroñoso sobre un Bonito Hito de GranitoTM Abulense! Nos congratulamos. Se trata del recordatorio-homenaje al sacerdote D. Jesús Bustos* (al que tuve el placer de conocer, pues fue mi profe de religión en el cole**), y está situado (no tan) al lado de la que fue su parroquia, la del Inmaculado Corazón de María (ICM para los locales). La pieza, como digo, representa lo que podría ser una estola (o un chaleco-sotana, no sé), sobre un pedestal con placa dedicatoria.

Continuando con el tema de la ubicación, al principio me costó dar con ella. Nuestro lector y crítico holístico Willy me había indicado la presencia de la escultura; pero yo me puse a recorrer visualmente el perímetro exterior de la iglesia y no la encontraba. Y es que resulta que la dedicatoria está al otro lado de la calle***, pues incluye un ENG (Espacio No Googleano), denominado “Paseo D. Jesús Jiménez Bustos” (técnicamente, eso verde que hay detrás). Que así parece que le han dedicado una calle, pero no; son lugares adimensionales, como los paseos del Padre Liquete o de Rodríguez Almeida. No aparecen en el Google Maps ni en ningún callejero de la ciudad, pero haberlos, haylos.

Como datos adicionales del personaje, al que perdí la pista al salir del cole, D. Jesús fumaba como una colacha, incluso en clase, por lo que tenía la voz ronca y las canciones de misa le salían como el «I was born under a Wandering Star» de Lee Marvin. Otra curiosidad es que D. Jesús jugaba al fútbol de cine, alguna vez se animó a dar algunas patadas con nosotros en el recreo; y supongo que es la causa de que la parroquia tenga un campo de fútbol sala, en el que alguna vez fuimos a jugar. En 2008 recibió el Premio a los Valores Humanos del Ayuntamiento de Ávila por su labor a favor de las personas sin techo y con problemas de subsistencia. Un buen hombre, por lo que sé.

La del ICM es una iglesia (ya no tan) nueva, construida en un barrio de viviendas sociales y militares del franquismo, pero que conserva en su portada algunos arcos románicos de la extinta Iglesia de Santo Domingo, ya citada en este blóghj, derribada a finales de los 40’ para instalar el picadero de la Academia Militar de Intendencia. Por último, el autor de la obra es David López Martín, y fue dedicada por una cofradía de la que fue promotor, la Hermandad de la Estrella.

Bola extra: El teléfono de la parroquia sólo se diferenciaba en un número con el de mis padres, y de vez en cuando nos llamaban por error. Y como mi hermano mayor se llama Jesús, si preguntaban por ese nombre se ponía él. En una de éstas, una feligresa comenzó con el preceptivo “avemaríapurísima, padre, que me quiero confesar”, pero él, sorprendido, le advirtió de su error de inmediato; lamentándose luego de no haber tenido más reflejos para ponerse a escuchar los pecados y otorgar la absolución, con la preceptiva y -seguramente inmerecida- penitencia.

(*) Al parecer. D. Jesús era “Jiménez Bustos”, pero casi todos le llamábamos D. Jesús Bustos.

(**) Algún curso nos dio religión otro cura, del que no tengo tan buen recuerdo, y hasta aquí puedo leer.

(***) La obra se encuentra en realidad en la esquina de la C. Hornos Caleros (anteriormente, 18 de Julio) con la C. Héroes del Alcázar (sus recuerdo los orígenes del barrio, casi todas las calles tienen nombres alusivos al Glorioso Calzamiento).

La guerra es un deporte de lucha que, según Terry Pratchett, es como una pelea de borrachos en un bar, en la que, tras los preceptivos insultos y amenazas (sal a la calle y te lo explico, ¿tú y cuántos más?, etc), cada uno de los líderes dispone de un ejército.

La guerra es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es el más antiguo y el peor de todos los que hemos sacado en esta lista, pero su número de practicantes, voluntarios o forzosos, sigue creciendo.

Ir a la guerra por tu país o tus ideales siempre se consideró una cuestión de honor y valentía, a la que se tenía que ir contento y cantando himnos (y borracho o drogado, aunque eso se suele omitir). Uno de los libros del susodicho Pratchett, “Voto a bríos”, describe perfectamente esa sensación de “euforia prebélica” por ir a pegarse con otros chavales de tu edad sólo porque nuestros mandamases se odian o quieren más territorio a costa del enemigo. En el original, el libro se llama “Jingo”, que es un palabro británico relativo al nacionalismo militarista y expansionista sobre otras naciones, razas o religiones, a las que hay que conquistar porque yo lo valgo (entendiendo ese yo como la patria).

Este expansionismo donde ya no había sitio fue una de las causas de la Primera Guerra Mundial. Una antigua máxima dice “si vis pacem, para bellum”. Sin embargo, en este conflicto se produjo el hecho inverso; todos se preparaban para la guerra tan deprisa que, en lugar de disuasión, el miedo a que los rivales se adelantaran y atacasen por sorpresa precipitó los acontecimientos. Soldados de todos los países, contagiados por la propaganda que vendía una “guerra justa”, estaban seguros de volver a casa por Navidad, tras apalizar al enemigo; pero las trincheras pronto estabilizaron el frente, y aquello se convirtió en una máquina de picar carne de tropa durante más de cuatro años.

Sobre la Segunda Guerra Mundial, muchas veces se nos ha dicho que la cobardía de los líderes occidentales tras las anexiones, por parte de Hitler, de los Sudetes y Austria, fue contraproducente y condujo al ataque a Polonia; tras la cual ya sí que hubo una respuesta valiente. Pero la confianza en sí mismos de los generales también tuvo su parte de culpa. Por un lado, Polonia respondía sin ceder a las bravuconadas alemanas sobre el corredor de Danzig, confiada en la ayuda de Francia e Inglaterra (y alomojó también de la muy antifascista Unión Soviética) y en su propio ejército; ya que según las teorías imperantes desde la antigüedad hasta 1918 (y en el Risk) era necesaria una proporción de fuerzas de 2 a 1 o hasta de 3 a 1 para iniciar un ataque contra el ejército que defiende con posibilidades de éxito. Por otro, Alemania estaba confiada en que estos países se volverían a acobardar; y en caso contrario, estaba segura de vencer. Y tanto Francia como Inglaterra suponían que sus fuerzas combinadas y la Línea Maginot bastarían para derrotar a Alemania. La táctica y la tecnología se encargaron de demostrar que no era tan fácil. El resultado, sí, finalmente fue una victoria aliada; pero para Polonia, que era el “casus belli”, supuso devastación, millones de muertos y pasar a ser un estado títere de la URSS*. Con su honor a salvo y monumentos a los caídos, eso sí. ¿Qué hubiera pasado si se hubiesen achantado ante Hitler? A cojón visto, la valentía polaca salió mal, pero no sabemos dónde se habrían detenido las ganas de Lebensraum del bigotes; y los analistas coinciden en que haber dado más tiempo a los nazis les habría permitido tener más y mejores armas.

Las religiones también han tenido un gran papel en esto de montar guerras, si bien muchas veces era más una excusa para justificarse y motivar a la soldadesca; y el trasfondo real era meramente de poder y territorios para los que mandaban. Eso de que matar infieles está bien pero si te matan ellos a ti irás al cielo es un win-win que nunca falla para convencer a valientes. Pocos se paran a pensar en aquellos ripios…

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación, y ójala existieran un infierno, un karma y reencarnaciones en escarabajo para todos los que promueven estas matanzas, empezando por los diminutivos (Putín y Benjamín).

(*) De hecho, Churchill, rendida Alemania, quería continuar la guerra hasta liberar Polonia de las garras soviéticas, y preguntó a sus generales** por la viabilidad de la operación. Le respondieron algo parecido a eso de “No es por no ir…”.
(**) Stalin preguntó a los suyos lo mismo, en este caso, para seguir liberando el resto de Europa*** de las garras capitalistas, con similar respuesta por parte de sus generales terminados en “ov” o “enko”.
(***) Por cierto, al principio de la guerra muchos comunistas franceses estaban en contra de la intervención contra Alemania; pero no por pacifismo, sino porque técnicamente supondría declarar la guerra**** a su amada URSS, aliada de los nazis en ese momento.
(****) Tanto Francia como Inglaterra estuvieron a punto de declarar la guerra también a la URSS, sobre todo tras la invasión de Finlandia, el 30/11/1939. Pero se decidió posponer la cosa, a la espera del “secreto a voces” que sería la traición alemana al pacto Ribbentrop-Molotov.

Hace unos días leía en Mastodon un hilo estupendo de Álvaro Bayón acerca del mito de que hay que limpiar los cauces de los ríos y los bosques. Es de estas cosas que siempre te dan ganas de discutir con los cuñaos, pero para las que te faltan argumentos. Con su permiso, os traigo aquí los suyos, que es biólogo y sabe de lo que habla. Podéis encontrar más artículos interesantes en su blog Curiosa Biología. Este texto se publica bajo una licencia CC BY-NC-SA 4.0. Las imágenes son de Hermanos Peláez, que el otro día se puso a «limpiar el monte» irónicamente. Espero que os guste.

Sobre la vegetación de ribera y su gestión, la evidencia científica es clara: un bosque ripario bien conservado (con sauces, álamos o fresnos nativos) reduce drásticamente el riesgo de crecidas. 

La vegetación del bosque de ribera actúa como amortiguador natural al aumentar la rugosidad del cauce (aumenta el coeficiente de Manning). Las raíces y los troncos reducen la fuerza del agua, disipando hasta un 40 % de su energía. Además, sujetan el suelo, que se mantiene bien estructurado, lo que mejora la infiltración reduciendo la escorrentía fuera del cauce y mitigando los picos de caudal. Sus raíces también estabilizan márgenes, previniendo erosión y colapsos. 

La «limpieza» indiscriminada de cauces genera efectos opuestos a los buscados. Los canales desnudos aumentan la velocidad del agua, no disipan su energía, lo que incrementa su poder destructivo. 

Además, algunas especies invasoras como la caña (𝑨𝒓𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒐𝒏𝒂𝒙) se ven frenadas por la presencia de bosque de ribera pero crecen indiscriminadamente en cauces «limpios», y al romperse durante las avenidas, crean tapones en puentes y obstáculos. 

Finalmente, los suelos desprotegidos pierden capacidad de infiltración y se erosionan con facilidad, lo que aumenta la cantidad de sedimentos en el agua, haciéndola más destructiva, con impactos más significativos (acumulación de lodos) y mayor facilidad para la transmisión de enfermedades. 

La vegetación nativa es la mejor defensa contra inundaciones, mientras que intervenciones inadecuadas agravan el problema.

Ahora vamos con el bosque. 

La idea de que «limpiar el monte» como un completo previene incendios es un mito peligroso. Las pruebas científicas muestran que los bosques con vegetación bien estratificada, con árboles, arbustos y herbáceas en capas y, mejor aún, en mosaico, es decir, formando parches naturales separados por claros, son más resistentes y resilientes ante fuego. 

Esto es por varios motivos. La heterogeneidad vertical y horizontal rompe la continuidad y reduce el riesgo de expansión del fuego, que tiende a autolimitarse. Además, la vegetación abundante y madura reduce la temperatura por evapotranspiración, reducen la fuerza del viento (por el mismo motivo que lo hacían con el agua en la inundación) y aumenta la humedad ambiental bajo el dosel de árboles, tres particularidades que reducen el riesgo de formación de fuego y su severidad.

Un despeje total del sotobosque aumenta la sequedad del suelo y la radiación solar, creando condiciones más inflamables. Además, rompe la estructura que reduce el viento y mantiene la humedad, acelerando la propagación de llamas. La vegetación joven y homogénea es combustible fácil.  

Para mantener los mosaicos horizontales y la estratificación vertical lo mejor es permitir que actúe la fauna silvestre (como ciervos o cabras) o, de no existir, el pastoreo controlado (y no masivo). Estos animales crean discontinuidades naturales en la vegetación. Esto actúa como cortafuegos biológico sin dañar el ecosistema. 

Además las invasoras tienen de nuevo algo que decir. Hay muchas especies que son pirófitas, es decir, que se ven beneficiadas por el incendio y su biología está adaptada a favorecer el fuego. Ejemplo de esto son los eucaliptos. En sus ecosistemas nativos esos incendios suelen actuar como perturbación regeneradora, pero su invasión en ecosistemas no adaptados al fuego puede ser catastrófica. Conviene, pues, eliminar selectivamente estas especies invasoras que arden con una intensidad explosiva.

Así limpiaba, así, así…

Qué manía con limpiar, limpiar, limpiar. Como si los ecosistemas no tuviesen sus propios sistemas.

Leía hace un par de días una noticia en La Gaceta de Salamanca de esas que me saben a néctar y ambrosía: el presidente de una asociación de hosteleros llora amargamente porque «la cosa está mu’ mal» y como cada temporada «van a la ruina». La ruina de la hostelería es como el coche autónomo de Tesla. Se anuncia siempre para el próximo trimestre pero nunca llega…

El caso es que los lamentos habituales —la gente no viene porque tengo que subir los precios, pobre de mí— acerca de que los turistas se gastan poco, me ha recordado una vieja historia de 2004, el mismo año en que nació Halón Disparado. Así que voy a recuperar una imagen que retoqué para aquella ocasión —espero que sepáis disculpar mi poca habilidad para el diseño gráfico, era igual de mala entonces que ahora— y aprovecharé para recordar a los hosteleros que inspiraron la imagen.

En 2004, la Fundación las Edades del Hombre celebró su exposición en la catedral de Ávila bajo el título «Testigos». Por aquel entonces yo era cliente habitual —habrá quien se referiría a mí como «parte de la decoración»— de un local abulense cuyo nombre recordaba a un famoso torero del siglo XIX. Este bar-restaurante tenía una terraza estupenda situada en una zona casi peatonal en aquella época y ofrecía cerveza fría y ricas raciones, que los habituales consumíamos con fruición en dicha terraza. Los precios eran razonables, así que la terraza estaba todas las tarde-noches completa y animada.

Ante la inminente exposición —que era un exitazo de público allá donde se celebraba—, a nuestros queridos hosteleros les hicieron los ojos chiribitas. Entre ellos a los propietarios del garito arriba referido. Empezaron a comentarlo entre ellos y con nosotros, los clientes. «Esto se va a llenar de guiris y hay que hacer negocio», «Vamos a pedirles lo que queramos» y «Nos vamos a forrar», fueron frases que oímos bastantes veces. Y se pusieron manos a la obra: redujeron la «innecesariamente compleja» carta por la vía de eliminar las raciones más asequibles y subieron los precios. El resultado es que los habituales vimos que nuestros euros ya no daban lo mismo de sí y empezamos a emigrar. ¿Y los turistas? Pues los turistas duraron unos meses y luego llegó el invierno y también desaparecieron. Y el local empezó a decaer y acabó chapando al cabo de un tiempo. La imagen ilustra bastante bien, creo, la idea.

Ya os comenté que el retoque no es lo mío, ¿verdad?

La verdad es que entonces me dio un poco de pena todo. Los clientes perdimos un sitio que nos gustaba y los hosteleros perdieron el negocio. En los veintiún años transcurridos me he radicalizado un poco. Ya no me da ninguna pena cuando cierra un bar. Y me deleito con el sabor de las lágrimas de hostelero.

Bola extra: buscando el catálogo de la exposición que he enlazado antes —y que se vende nuevo por la cantidad de euros diecisiete— he encontrado por ahí a un listo que intenta vender un ejemplar, que sabe el Monesvol las vueltas que ha dado, por casi el doble.

Banda sonora recomendada
Loada sea la sagrada barandilla

Después de varios Edificios Singulares, retomamos la senda de Ávila Street Museum, aunque en este caso sería Ávila Stairs Museum… Lo que traemos hoy ante ustedes es el tramo central y único de las escaleras de la Cuesta de Julio Jiménez*. No se trata de una escalera imperial, ni de una escalera santa; pero para los abulenses tiene mucho más valor, porque su barandilla es la misma que usaba Santa Teresa cuando iba paquí o pallí. Así estaba, la pobre. La barandilla, quicir. Oxidada y morroñosa.

Donada a la ciudad por Raimundo de Borgoña en 1102, durante siglos y siglos este agarradero ha facilitado a los abulenses el proceso de ascenso y descenso por esta inestable cuesta; entre ellos, a su habitante más ilustre, fundadora de conventos, señora de los pucheros y doctora de teólogos. La Copatrona, aquejada de artrosis en las rodillas, gustaba de agarrarse a la barandilla, teniendo la otra mano libre para atizar con el bastón a quien osase interponerse en su camino.

Tras haber tenido expuesto para la veneración su cuerpo incorrupto (cof, cof, uhgm), ahora ha tocado a esta Su Sagrada Barandilla pasar por el restaurador. Cada vez más floja, en algunos puntos ya no estaba anclada al suelo; por lo que era cuestión de tiempo que algún transeúnte de avanzada edad, pensando que agarrado al pasamanos circulaba seguro, provocase una torsión y se esnafrase inmisericordemente. La barandilla fue retirada, pero está siendo poco a poco reintegrada a su lugar, protegido mientras tanto por un laberinto de cintas y conos de obra artísticamente dispuestos. Los soportes se han modificado, pero la barandilla es la misma mismita.

Aparte de para los jubilados y prejubilados, la barandilla también ha desempeñado su función en las noches de desenfreno que carcterizan a nuestra ciudad. La propia Cuesta de Julio Jiménez ha llegado a albergar una discoteca, un pub y una hamburguesería; todavía queda abierta la primera, aunque ha cambiado de nombre más veces que Podemos. Más de una vez he contemplado con mis asombrados ojos cómo los últimos de la noche se aferraban a la baranda, en su sopor etílico, tratando de ascender por la cuesta a trompicones, como si estuvieran en el tramo final del Everest.

(*) Julio Jiménez fue un ciclista abulense** de éxito, gran escalador (grimpeur, dicen los gabachos); llegó a ganar el premio de la montaña en el Tour de Francia varias veces, y en el del 67 además quedó segundo en la general. Por eso, en lugar de una calle, se le dedicó UNA CUESTA. ¿Eh? ¿Cómo os quedáis?

(**) Ávila es patria de biciclistas. Recordamos aquí que la mayor hazaña del ciclismo abulense fue la de Agustín Jiménez «El Gafas», en la Subida a Arrate. En un día ventoso y lluvioso se lanzó raudo y veloz hacia la cima, adelantando como una exhalación a todos sus rivales… menos a uno. Tras entrar en meta con el típico gesto de «no ha podido ser» (puñetazo en el manillar) quedóse sorprendido al verse felicitado por todo el mundo: no sólo había ganado, sino que había pulverizado el récord de la prueba. El ciclista que veía delante (remember: «El Gafas», y llovía) y al que no pudo pillar era la moto que abría carrera.