El juego de los bolos (boliche, en algunos lugares) es un deporte de puntería que consiste en derribar objetos fálicos dispuestos verticalmente al final de un pasillo de parquet, con una bola gorda con tres agujeros agarratorios; para lo que es necesaria una parafernalia indecente que se coloca, junto con un bar, en los lugares denominados «boleras». Si recuerdan la desaconsejación del billar, es un poco lo mismo, pero el ambiente aquí trata de ser lo más años-50-tupés-pin-up-girls-esco posible, como pa que vayan los muchachos después de arreglar el Grease Lightning; aunque frecuentemente se queda en algo más rústico, como la bolera de Los Picapiedra.

El juego de los bolos es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Vale todo lo del billar, como hemos dicho, cambiando la vestimenta y eliminando (algo) la parte del machismo (aquí las chicas ya podían jugar, incluso en los 50); pero a cambio las bolas pesan como un muerto y como tengas mala suerte o te hayan aconsejado mal, te puedes hacer daño en los deditos* y/o en la chepa. Ah, y el whisky o la coñá se cambia por la mucha cerveza.

Aparte, los bolos tienen un ritual un poco molesto y caro. Para empezar, vas a la bolera, alquilas una pista y (dando por hecho que no eres habitual) tienes que alquilar también unos zapatos** de chúpame la punta, que te entregan tras echarles un fliz con ambientador (esto es igual de importante que de inservible). Te diriges al módulo base de la pista, contoneándote como Tony Manero, y allí llegas y te encuentras que los de las pistas de al lado tienen Camisetas de Equipación; están jugando los los Villaverde Timberbowlers contra los Caño Roto Sound Machine, en el campeonato que organiza la bolera. Te miran con desdén.

En las pantallas puedes ver la puntuación de todos los demás. Ellos también ven la tuya, claro. Es evidente que no puedes competir contra los Timberbowlers, que empiezan a encadenar pleno tras pleno, y decides que (mode Braveheart on) puede que te derroten en puntuación, pero no te quitarán la libertad… de beber cerveza, y os pasáis la partida yendo y viniendo a la barra a por tercios o pintas (NADIE juega a los bolos con cañas normales o botellines de quinto; si no lo creéis, comprobadlo). Claro, porque estamos haciendo deporte y eso deshidrata.

Una cosa curiosa del juego es que, en contra de la intuición, no es bueno que la bola vaya recta hacia el bolo del centro; si lanzas así lo más fácil es que dejes bolos de los extremos sin derribar. Es mejor que le impacte frontolateralmente; por eso los jugadores deverdaz lanzan con un extraño efecto giroscópico que se tarda mucho en aprender. Eso ayuda a que te quedes mirando a los otros con cara de WTF?, trates de imitarles, te hagas daño y la bola se te vaya a los carrilillos de desagüe que tiene la pista a los lados.

La bolera no sólo tiene pinta de bolera, asientos semicirculares de bolera, american way of life y toa la pesca; tiene Ruido de Bolera (escandaloso y adictivo). Pasarás un tiempo queriendo ir a la bolera sólo por escuchar el sonido ambiente ¡las bolas reventando los bolos, la maquinaria que recoge y recoloca todo! que de alguna manera te hace sentir bolero y que, por un condicionamiento como el de los perros de Pavlov, inmediatamente te impulsa a beber cerveza. Eso es lo que sacarás de ese mal llamado deporte.

La bolera, por si fuera poco, compite con nuestros deportes autóctonos de puntería (en Ávila, la calva, en otros lugares hay diversas modalidades de bolos tradicionales); no es que sea crítico, pero de alguna manera convierte a éstos en deportes para jubilados y/o nostálgicos del antiguo régimen. Peeeero para jugar a la calva vale un pequeño terreno despejado, mientras que las boleras son muy caras de mantener; en poblaciones pequeñas no hay «masa crítica» de jugadores, y en las grandes, como requieren locales enormes, las especulación urbanística juega en su contra. Por tanto, tras aparecer (en España) con cierta fuerza en los años 60 y 70, el juego languidece merecidamente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Enzerio, aunque lo hayáis jugao en el Wii Sports, no lancéis a los bolos si alguien no os explica cómo va. Parece fácil pero es igualmente fácil que te escoñes los dedos o sueltes la bola desde una altura improcedente y te mire mal toda la gente del local.

(**) Para lanzar a los botos da igual que lleves chirucas, deportivas o náuticos; sólo están homologados los zapatos de tirar a los bolos, que se caracterizan por ser un híbrido entre el zapato de rejilla y las J’hayber, pero con colorinchis y suela de piel de gamusino.

El billar es un deporte que consiste en atizar con la punta de un palo a una bolita para que choque armoniosamente con otras bolas, sobre una mesa grande con tapete y bordes dispuestos para que las bolas no se salgan de la mesa (lo que no siempre se consigue). Varias modalidades esiten, pero en todas ellas es importante frotar la punta de la varita impulsora con una tiza azul, aunque no sepas para qué sirve ese gesto.

El billar es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Bueno, lo de deporte ya es discutible; te cansas menos que en el ajedrez; si bien, como sucede con este último, las posibilidades de lesionarse son bastante bajas. Lo malo es el entorno, el billar va indisolublemente unido a vida sedentaria, tabaco y alcohol de alta graduación en un entorno muy masculino. Cuando te imaginas a un campeón de billar, en tu mente aparece un señor mayor con barriga vestido como para ir al casino o a la boda de un pijo.

Comenzó a jugarse en los países donde no conocen la siesta; en el XIX lo practicaban nobles y burgueses después de comer; lo hemos visto en mil películas o series. Flashback: ese momento en el que los varones invitados por lord McGuffin se retiran a la sala de billar con el habano y la copa de güisqui o coñá, cerrando la puerta para intoxicarse mejor y así poder charlar sobre Temas Importantes; la cámara se desplaza al salón de billar mientras sus ladies se dedican a hacer lo que haga la nieve en verano, entre ellas o con el mayordomo.

Lo de que el billar fuese un juego de hombres puede tener que ver con el hecho de que a los McGuffins nunca les gustó ver a sus señoras manejando con soltura el fálico instrumento de atizar a las bolas, haciendo chistes y comparaciones; y mucho menos les habría gustado ser derrotados por ellas y tener que confesar que todo ese tiempo lo de jugar al billar sólo fue una excusa para estar con otros hombres, drojas y colacao en una habitación oscura.

En el XX el billar fue poco a poco democratizándose, se abrieron salones antros públicos donde personas de bajo poder adquisitivo podían ir a hacer lo ya explicado, sin perder ese aura de «blue oyster bar», paulatinamente más cutre según avanzaba el siglo. En España no se extendió tanto, sobre todo desde la invención del futbolín. Tuvo un pequeño momento hype hace unos años (bueno, bastantes, que yo era joven) y en algunos bares colocaron mesas de billar de esas de echar veinte duros* para echar una partida. Afortunadamente, se ha ido perdiendo esta nefasta costumbre; pues en estos entornos era origen de discusiones, sobre todo, al golpear a alguien que pasaba por detrás mientras manejabas impunemente el taco.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Para los millenials: un duro=tres céntimos.

Ya desde tiempos de los griegos (y probablemente antes) la humanidad sintió la necesidad de elegir al deportista más completo, como si semejante imbecilidad tuviera sentido (para mí, un deportista completo es aquel que conserva todos sus miembros). Los helenos inventaron el pentatlón*; ya que entonces había pocas variedades de deporte. Y a partir de eso se han inventado un montón de deportes terminados en «atlón». Ahora mismo tendríamos que usar, como poco, el hekatonatlón (hekaton=cien; por cierto, de ahí proviene la palabra hecatombe=pronunciar cien veces «bebebebebe…»).

En la actualidad, además del pentatlón moderno, en las olimpiadas se incluye el decatlón** que para las mujeres se rebaja a heptatlon, luego se inventaron el duatlon QUE ES DISTINTO DEL BIATLON***, ole sus prefijos; el triatlon, y muchas otras estupideces. Afortunadamente, y en contra de lo que se pretendía en Grecia, el vencedor de estas disciplinas suele ser mucho más desconocido que los vencedores individuales de los deportes por separado.

Los cócteles deportivos son algo que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, si desaconsejamos los deportes que lo componen, por separado, ¿cómo ibamos a quedarnos callados ante semejantes engendros? La gracia es que además hay deportes que son poco compatibles entre sí, por lo que la posibilidad de tener lesiones aumenta. Os lo dice alguien que ha practicado (al menos una vez) todos los que llevo aquí relacionados desde el inicio de los tiempos. Por ejemplo, el frontón y el pádel; después de jugar al frontón te vas al pádel y revientas todas las pelotas contra los cristales.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Pentatlon antiguo: correr, saltar, luchar y lanzar jabalina y disco. Pentatlon moderno: esgrima, natación, saltos a caballo, tiro con pistola y carrera. Para mí, si le pones el tute y cazar pokemon, ya estaría.

(**) El decatlón consiste en varios deportes pero sólo del atletismo, es un cóctel limitado. Incluye saltos variados, carreras de muchas distancias y lanzamientos de lo primero que tengas a mano. Si lo pones con h intercalada (Decathlon), además, tienes ropa, raquetas y tiendas de campaña. Y efectivamente, las mujeres no tienen decatlon, sólo tienen heptatlon. El deporte es machista desde sus orígenes y nos gusta recordarlo.

(***) El duatlon es, normalmente, bici y carrera; el biatlon es esquiar y disparar (evitando dar a los contrincantes, lo otro es la batalla de Carelia y entonces debería incluir el deporte-cóctel más famoso del mundo: el lanzamiento de cóctel Molotov****). El triatlon suele incluir bici, nadar y correr. Cuando lo haces en plan como si no hubiera un mañana, se llama ironman. Hay gente pa to.

(****) El cóctel molotov fue la respuesta finlandesa para luchar contra los tanques soviéticos que invadieron su país; como el estalinista ministro Molotov justificó la invasión diciendo que en realidad estaban llevando alimentos, le respondieron que ellos les mandarían «algo de beber» para acompañar la comida. Por tanto, a pesar del nombre, no es un invento ruso (y de todas formas se había usado ya en conflictos anteriores, como en nuestra guerra incivil).

Hay muchos deportes que consisten en pegarse; ya los griegos incluían el pugilato en las olimpiadas* de Olimpia. Luego se han ido añadiendo modalidades (lucha libre, grecorromana, karate, judo, kung fu, krav maga, etc) en los que se incluyen reglas de diferente pelaje y condición para justificar y tratar de contener semejante bestialidad. En algunos casos se evita la violencia organizando campeonatos de cosplay mamporrero como las katas (esto es, muestras cómo darías los golpes, de tener a tu enemigo delante). Es bastante más humano pero ridículo, prefiero incluso el air guitar.

Desde esta bitácora, como no podría ser de otra manera, desaconsejamos los deportes de combate. Liarse a golpes con alguien por deporte es suficiente estupidez como para que no haga falta razonarlo mucho. Incluso los «light», los que son más de técnica que de contacto, tienden al golpismo a la que te descuidas, como los militares en la reserva. Los que son de impacto, como el boxeo o estos con nombres raros que se van poniendo de moda, van dejando víctimas por el camino.

Tengo que decir que nunca he practicado los deportes citados, aunque sí que apunté a Hija a kárate durante un tiempo (es una fase que pasas en la paternidad). Estuvo allí hasta que vio que no se aprendía los movimientos y no pasaría de cinturón blanco en la vida, aunque se lo pasó bien y el profe era un crack (hasta tiene un monumento); no es fácil llevar por la recta vía a tanto churumbel.

La banda sonora de todo esto podría ser «The boxer», de Simon & Garfunkel. Películas hay muchas, pero la mejor es «El tigre de Chamberí», sin duda, muy del espíritu de este bló.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Si te viene a la cabeza «O limpiada con bayeta, o limpiada con estropajo, brillará más su cazuela con detergente Cascajo» ya tienes edad de ir abandonando deportes sin que yo te lo desaconseje.

La hípica, en sus diferentes modalidades, es un deporte que consiste en putear a un caballo para que haga el deporte por tí: correr, saltar, hacer cabriolas, marcar goles… Como mantener el material deportivo nunca fue barato, la cabalgación siempre ha estado asociada a las élites (Cayetano, de profesión jinete, you know).

La hípica es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Desde el punto de vista humano, los accidentes pueden ser graves; subido a un caballo estás mu arriba; hay muchas maneras de bajarse rápidamente y casi todas son malas. Incluso pasear en una ruta ecuestre es peligroso; los caballos saben si el que va arriba es un inútil y te van a intentar putear a la mínima. Las carreras, los saltos y demás torneos ya tienen un plus de peligrosidad que no es necesario explicar. Salen hasta en Ben Hur.

Pero desde el punto de vista animal es todavía peor; el caballo suele sufrir en el proceso y es castigado para que aprenda y cuando su rendimiento no es el esperado. Es explotación laboral de la peor, y todo por y para nuestra diversión (bueno, la de Cayetano; yo cuando he ido a caballo he pasado bastante miedo*). Y le pagan en alfalfa. Como punto positivo, cuanto más ligero eres también es más fácil para el caballo; así que es de los pocos deportes en el que -si supiera montar- me iría mejor que al típico Chuarcheneguer musculado de más de seis pies de altura (como se decía en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía).

Pero como bola extra desaconsejatoria, las apuestas a las carreras de caballos son algo así como el elemento fundador de la ludopatía. Por una cabeza podría ser su himno**. Expresiones como «se paga seis a uno», «doble gemela» o «elcabrónvaytiraenelúltimoobstáculo» son anteriores a «una de catorce» o «cinco y el complementario».

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) He cabalgado pocas veces, pero mi único accidente ecuestre fue… con un pony. Un amigo del pueblo tenía uno, y se presentaron en el cumple de mi hija (6 ó 7 años tendría), para que se diera una vuelta. Ella tenía algo miedo, y para demostrar que no pasaba nada, me subí yo. Galindo, que así se llamaba, rápidamente me hizo saber que (punto 1) en su contrato figuraba claramente que sólo podían subir niños y (punto 2) me iba a enterar de lo que valía un peine. El animal pasó de 0 a 100 en décimas de segundo en dirección al peral y a la pared de la casa. Me tuve que lanzar en marcha -una costalada bastante aceptable- para no dejarme los piños. Galindo frenó inmediatamente en cuanto se vio libre de mi peso, sin arrollar a nadie ni esnafrarse contra nada. De más está decir que fue el momento más celebrado del cumple*** y que mi hija no se quiso montar.

(**) Por una cabeza de un noble potrillo / que justo en la raya afloja al llegar / y que al regresar, parece decir / «no olvides, hermano, vos sabes, no hay que jugar».

(***) Mi suegro, gran aficionado a los westerns, dijo que yo no valía para cuatrero.

Arrejuntamos hoy en un sólo post todos esos -mal llamados- deportes que consisten en echar carreras subidos a algún artilugio motorizado: coches, motos, camiones, retroexcavadoras, etc. Incluye también las carreras con cosas que naveguen o vuelen o yellowsubmarineen, así como cualquier engendro que aparezca en el futuro. Sobre todo, si Elon Musk toma parte activa en ello. Aparte del peligro, lo evidente es que el deporte realmente lo hace el motor, la persona solamente acciona los resortes. Y, opcionalmente, un comentarista calvo se desgañita por la tele.

El motorismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y no me negarán que es de esos que no hace ni puta falta. Echar carreras subido a un ingenio mecánico es una manera de comprar muchos boletos pa matarte; de hecho sucede constantemente. Es un claro ejemplo de estulticia basado en un simple «no hay huevos pa…»; prueba de ello es que la participación femenina siempre fue -sensatamente- minoritaria. Sin embargo, cuando empezó a expandirse ese mantra machista de que las mujeres conducen peor, algunas se sintieron obligadas a desmentirlo participando en carreras*, y ahora ellas también reclaman su derecho igualitario a esnafrarse mortalmente.

Sin embargo, el peor problema derivado de estos antideportes es que se expanden culturalmente a la sociedad. Jóvenes y no tan jóvenes tratan de emular a sus ídolos apurando la velocidad en las carreteras convencionales, por más prohibido que esté**. Y somos mu tontos; que los coches y amotos «normales» salgan de fábrica pudiendo sobrepasar en MUCHO la velocidad máxima autorizada es algo inconcebible, pero que se mantiene por presiones de la industria. Sería difícil vender chismes sport gt turbo de merecientos caballos (sorry, que ahora pofin ya se va indicando en el sistema métrico) si sólo pudieran ir a 120, y con un dispositivo que limite a 50 al entrar en una ciudad, por ejemplo.

Como dato personal, mi única participación pseudocompetitiva ha sido montarme en un kart en una despedida de soltero. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Salí el último, pensando en ir a mi bola, pero en cuanto dan la salida y rugen los motores (bueno, ronronean, que eran karts) la adrenalina te domina; notas cómo Gollum le pide acelerar a Smeagol. En la segunda curva ya adelanté a un amigo por el interior, pasando por encima de dos de sus ruedas… Pues no pretendía dejarme sin sitio, ¡HOOBBIT MAAAALO! Afortunadamente, es difícil volcar con un cacharro de esos. Aunque van relativamente despacio, la sensación de velocidad es jrande, porque vas con el culo pegao al suelo; lo malo es que los baches y choqueteos le pasan factura a tus 33 vértebras (como pude certificar). Merecido me lo tuví.

Una de las canciones favoritas de mi madre siempre fue «Amigo conductor«, sobre todo desde que mi padre se esnafró -sobreviviendo al siniestro total- con un Renault Gordini, llamado «el coche de las viudas» porque tenía el motor detrás, y era más fácil tener un accidente cuando ibas solo y con el maletero (delante) vacío; tenía tendencia a que las ruedas delanteras, con poca carga, «flotasen» y perdieras el control en las curvas, QED.

En las motos el peligro es todavía mayor; estás en franca desventaja en la mayoría de los impactos. Que te juegues la vida para repartir pedidos a destajo y currando de falso autónomo es uno de tantos males del libeggalismo; que lo hagas por gusto, yendo a «curvear» por una carretera de montaña, es mu triste.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación

(*) Basta con esgrimir las estadísticas de los seguros de auto, pero la estulticia no es privativa de ningún sexo.

(**) En algunos países, las multas llevan un coeficiente de incremento basado en la declaración de la renta o en algún otro elemento de progresividad; eso aquí por ahora tampoco se plantea.

El atletismo es un deporte… No, su nombre es Legión; el atletismo son muchos deportes (correr, saltar, lanzar…) englobados bajo una denominación con el sufijo «ismo», que indica tendencia o sistema. De alguna manera, el atletismo ES el deporte original, donde comenzó el pecado: algo tan simple como ver quién corre más o quién tira una piedra más lejos. Atlos (αθλος) en griego significa «competición» o «premio» (y ya veremos que ahí está el problema). Los griegos basaron sus primitivos juegos olímpicos en la práctica del atletismo, y luego eso ya se fue complicando hasta llegar a los juegos del 2024, que tendrán engendros como el Flag Fútbol.

El atletismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No me malinterpreten; trotar un rato es sano (sobre lo de lanzar cosas o saltar ya voy teniendo mis dudas), el problema del atletismo es que su propia simplicidad técnica hace que para competir tengas que llegar al extremo tu fuerza y -sobre todo- tu resistencia. Ya era malo en tiempos de los griegos, recuerden que Filípides murió al terminar la primera maratón de la historia. ¿Y qué hacemos nosotros? Pues ponernos a repetir esa insensatez, pagando 80 € a cambio de un dorsal y una camiseta. Ahora, que sarna con gusto… sarna es.

Salir a corretear un poco -sin pasarse- está bien, para estar en forma; pero competir es malo. Apuntarte a la media maratón o a la sansilvestre de tu pueblo es mu dañino; sobre todo si eres de los que se lo toma en serio, marcando la salida y la llegada en tu reloj-pulsómetro-rutómetro justo al empezar (para ver si esta vez bajas de 3.21 el kilómetro). A veces no hace ni falta ese chisme; resulta que minoyes de personas decían que las vacunas eran malas porque te insertaban un chip, y esa misma gente se inscribe en las carreras populares donde realmente te colocan un chip para controlarte. Estás condenado a sufrir y todo lo que te pase lo tienes merecido. Luego mirarás la clasificación para ver que estás detrás de un porrón de gente, pero delante del chulillo ese de tu vecino que presume de entrenar con ropa compresiva de marca y haciendo series cortas al tresbolillo. Hasta el Führer os lo puede decir.

Lo de practicar el atletismo en serio ya es horrible. Al igual que pasa con el ciclismo, la alta competición está plagada de entrenamientos obsesivos y de ayudas médicas (guiño, guiño) para llevar más allá del límite el cuerpo humano. Y ni con esas los europeos podremos ganar a unos chavales para los que lo más difícil fue ganar las pruebas de selección de su pueblo, corriendo -por cambiar su vida- en el altiplano cuernoafricano. Una vez que llegan al equipo nacional y les dan zapatillas, ganar la medalla en las olimpiadas es mucho más fácil.

Se podría pensar que las carreras cortas son menos malas, pero qué va. Cualquiera que haya participado en los 400 m os lo puede confirmar: es una puta agonía. Llegan a la meta y se despatarran vivos. Luego ya está lo de ponerse obstáculos; que no era suficiente con lo de ir al borde del infarto; encima te dan la posibilidad de esnafrarte. Los saltadores, qué os voy a contar; los impulsos son tan agresivos para los tendones que cuando no están lesionados están a punto de lesionarse. Y lo de los lanzamientos, una vez que prescindes del tema de la puntería, tres cuartos de lo mismo. Recordad qué berridos pegan cuando arrojan el chisme que sea, tratando de llegar más lejos sin pisar la rayita.

Que luego esa es otra, en otros deportes te sacan por la tele día sí, día también (y no sólo en el fúmbol). Pero imagina que dedicas tu vida a lanzar una bola de esas de varios kilos… Dejarte los cuernos, entrenando mil veces más enzerio que un fumbolista, para que cada cuatro años te dejen tres intentos de tirar la piedra, y pa casa con el recao hasta dentro de otros cuatro años. Os lo tenéis merecido.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

El tenis de mesa, pinpon, etc (muchas ortografías esiten) es un deporte que consiste en jugar al tenis con raquetas* de juguete y una delicada pelotilla (compuesta de aire al 99%) sobre una mesa como para que cenen 12 o 14 personas. Es un deporte muy extendido en el lejano oriente, países donde una cancha reglamentaria es un despilfarro de espacio y hubo que jibarizar el tenis para poder aumentar el ratio de jugadores/superficie.

El ping-pong es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Más que deporte es un entretenimiento de bar, algo así como el futbolín del tenis. Como juego, sólo requiere un poco más de esfuerzo que la rayuela o el twister; y menos que la comba. Anda ahí-ahí con el hulahop. Aparte, como en este último, los movimientos son repetitivos pero bruscos. Se suele jugar bajo techo, en sótanos, bodegas y antros diversos, ya que como la pelota no pesa una mierda y se desvía a poco airecillo que haya, no es recomendable jugarlo en el exterior. En su favor, diremos que el accidente más frecuente es cuando pisas sin querer la pelota y se espachurra.

Otro problema que afortunadamente ya no existe es que en mi mocedad se solía jugar en salones recreativos donde estaba permitido fumar; al que yo iba estaba en los bajos de una iglesia, junto con futbolines y billares, y la concentración de humo era tal que a veces dificultaba la visión de la pelota. Y si tenías que ir a buscar al gorrilla o encargao (el jefe, en la jerga propia de esos sitios) al bar anexo a los parroquiales salones, ya salías preparado para entrar en la atmósfera de Venus sin traje espacial ni escafandra. Y aquello nos parecía normal, y cuando se prohibió parecía que se iba a acabar el mundo, y al sonar la tercera trompeta los hosteleros serían ahorcados con las tripas de los estanqueros.

Por otra parte, está… el ruido. A ver, EL NOMBRE DEL JUEGO ES UNA PUTA ONOMATOPEYA POR ALGO. Si al pinpón se juega en inframundos es porque estar cerca es fastidioso, con ese tiqui-toc, tiqui-toc, tiqui-toc constante, terminado en el pang-pong-ping…pingping de la pelota cuando cae de la mesa y rebota por el suelo para esconderse, la muy ladina, debajo del mueble más pesado. Ahí si que te puedes lesionar seriamente, al mover el aparador viejo del sótano para sacar la pelotilla que ni con el mango de la escoba.

Por último, el tenis de mesa es el deporte nacional chino. Eso debería bastar como desaconsejación; el pinpón es al deporte lo que la acupuntura es a la medicina; entretiene un rato pero no tiene efectos positivos. De hecho, el tai-chi lo inventaron los chinos que estaban haciendo cola para que les tocase jugar (no hay mesa pa tanto chino) como una manera de desestresarse del ruidillo sin distraer a los jugadores. ¿Y a quién convencieron para jugar? A Forrest Gump.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) También llamadas palas de píngpong, aunque no sé si pasa como en el pádel, que si dices «raqueta de pádel» te miran mal.

La gimnasia, en sus diferentes modalidades (rítmica, deportiva, etc) consiste en realizar diversos ejercicios de fuerza y habilidad, de manera pretendidamente estética, solo o en compañía de otros, incluyendo -opcionalmente- aparatos de tortura para ayudar a aumentar el sufrimiento o perder el equilibrio. Casi todos lo hemos practicado, por algo «clase de gimnasia» siempre ha sido el sobrenombre de esa asignatura denominada antiguamente «educación física», que supongo que en la programación actual será algo del estilo de «Desarrollo competencial de habilidades psicomotrices no sexistas, individuales o en colectividad armonizada«, en la educación pública; o «El deporte te acerca a Jesús, y el chándal son otros 200 €» en la concertada.

La gimnasia es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Ya sé que no hace falta. Ahora saldrá el máquina, monstruo, crack, fiera, que diga «pues a mí gimnasia era la asignatura que más me gustaba». Claro, a los del sonderkommando se os daba bien saltar el potro o hacer el pino puente; pero los gordos, los torpes y los escuchimizaos sufríamos malamente y nos metíamos unos piñazos de aúpa; encima -en mi caso- en lúgubres sótanos que llamábamos gimnasios porque tenían espalderas en las paredes, y apiñada al fondo estaba toda la parafernalia de las acrobacias gimnásticas. Pero vayamos por partes, porque una cosa es el deporte competitivo, y otra, su aplicación escolar. Y todo esto tiene un principio…

La gimnasia procede de la antigüedad pretérita, formando parte del entrenamiento de los guerreros. Era una actividad para fortalecer el cuerpo que, si atendemos a la etimología de la palabra, debía hacerse en pelotas. Esto derivó en la construcción de gimnasios, lugares en los que ir a ligar con otras personas sudorosas (¿te gustan las pelis de gladiadores?). También derivó (esto es segunda derivada, que sirve para encontrar máximos y mínimos) en la creación de una asignatura para los escolares, la citada clase de gimnasia. Como es lógico, esto implicaba disponer de ese personaje denominado «profe de gimnasia».

¿De dónde salen estos seres? Pues de los sitios más insospechados. Po ehemplo, en la época franqueña hubo una asignatura denominada «Formación del Espíritu Nacional», esto es, Educación para la Ciudadanía Facha. Llegado el fin del régimen, todos esos profes con plaza se quedaron sin asignatura que impartir, y alguien decidió reconvertirlos en profesores de gimnasia. Sin tener ni puta idea de ejercicios, lesiones o calentamientos. Y aquí se abrieron dos vías:

Vía 1, andén 1) Los que se plantearon la gimnasia como una continuación de FEN, y la clase se convirtió en el entrenamiento de futuros caballeros legionarios, onvres que pudieran dar su vida por Dios y por España, al estilo de los griegos que dieron origen al palabro. La formación era paramilitar y primaba la disciplina.

Vía 2, andén 2) Los que decidieron pasar de todo (en cierta manera, fueron los más sensatos), y dejaban a la chavalería trotar o practicar deportes al azahar (fúmbol, básicamente, los niños, y baloncesto o voley las niñas). En Ávila, algunos hasta tuvieron tiempo de volver a la política local.

A ver, la transición fue un poco así, todo el tiempo y en todas partes.

Aparte, claro, te podía tocar un profe de gimnasia de verdad. Esta INÉFica gente solía tener cierta tirria al Deporte Nacional, por lo que además de otras rarezas, cuando la clase se desarrollaba en el interior del gimnasio (bien por las inclemencias meteorológicas, bien por su programación), te ponían a tratar emular a Joaquín Blume o Nadia Comaneci, provocando el pavor entre el alumnado. Llegabas a clase y el o la profe, en función de cómo hubiera dormido, miraba al fondo del gimnasio y elegía la tortura del día: TRAED PACÁ EL TRAMPOLÍN, EL PLINTO Y CUATRO COLCHONETAS, MWAHAHAHAA. Y todo era llanto y crujir de dientes.

Aparte de la asignatura, están los deportes gimnásticos; la gente que decide sacrificar su juventud para practicar alguna modalidad competitiva de gimnasia. Yo no estoy en este caso (bien se ve), pero por avatares de la vida, una temporada conviví en una residencia con chavales que hacían un cursillo de entrenadores de gimnasia deportiva; entablé cierta amistad con ellos y -aparte de llevarles de copas* por Pucela- pude enterarme de varias de sus vicisitudes. Casi todos eran exatletas que acababan de dejar la competición y trataban de continuar ligados a la gimnasia como entrenadores. La mayoría, con secuelas postcompetitivas: lesiones crónicas, desarreglos hormonales, y ese vacío existencial de que de un día para otro no tienes que machacarte como un monje shaolín, puedes comer lo que quieras ¡¡¡BOMBONES!!! y hasta salir con los amigos a desbarrar… lo que se suele traducir en aumento de peso y muchas ganas de recuperar rápidamente el sexo, la droja y el colacao que te habías perdido hasta ese momento.

Pensad en un deporte en el que -ahora eso estaría prohibido- Nadia Comaneci sacó el primer 10 olímpico de las olimpiadas con 14 años. CATORCE. O sea, que con 12 ya sería de la élite en Rumanía, y para eso imaginad cómo le tuvieron que machacar desde muy niña**. Sí, en todos los deportes los chavales empiezan de críos, hay liga alevín y tó eso, pero no es comparable al nivel de exigencia de los gimnastas. Total, pa salir por la tele un rato cada cuatro años y que te ganen las de siempre.

Entonces, los que lo petaban eran -como Nadia- los gimnastas del telón de acero (sin asterisquillo, los millenials, lo buscáis). Yo siempre había pensado que la puntuación de la gimnasia era subjetiva, como lo de Eurovisión; y resulta que no pero luego que sí. Mexplico: una de las asignaturas que tenían los entrenadorandos era la de ser jueces, aprender a puntuar. Alguna vez tuve ocasión de presenciar cómo era la parte práctica. Les ponían en el salón de TV de la resi un campeonato, mostraban el ejercicio de un gimnasta, paraban el vídeo, y tenían que valorar. Y para mi sorpresa, todos los alumnos daban casi la misma puntuación, con un margen de error mínimo. Y me lo explicaban: «A ver, el salto es un Chimichurri con triple mortal carpado y doble de queso, nota de partida 9.85, se le han saltado dos muelas al caer, que penalizan 0.20 cada una, así que máximo 9.45; ha terminado dolorida pero con una sonrisa… Venga, 9.40«. Algún 9.35.

Y entonces daban palante el vídeo, salían las notas, y tenía un 9.90. Y la ticher explicaba la cosa:

-A ver, lo vuestro está bien, pero ésta era Katerina Esmitokaya, la campeona rusa…

-¡Pero si la búlgara Vayaloba lo ha hecho mejor y le han dado un 9.80!

-Sí, pero estamos en Budapest, el tío abuelo de Esmitokaya (el coronel Boris), es el agregado cultural de la delegación soviética en Hungría… you know.

Aparte de la tortura del potro, las paralelas o las anillas, existe otra variedad de gimnasia, la de los aros, pelotitas y cintas; que es un poco menos exigente en cuanto a fuerza física pero, a cambio, el asunto del malabarismo incrementa la dificultad y -sobre todo en las competiciones por equipos, que hay que coordinarse- termina siendo tan machacante como la otra. Mi sobrina fue de éstas, quedaron campeonas de CyL, y justo antes de ir con su equipo al campeonato de España se lesionó, y lo dejó. Porque luego en estos deportes se te pasa el arroz en seguida y ya tenía la espalda hecha un ocho y no tenía ganas de seguir con el machaque, la pobre.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Lo de ir a una disconeta con este grupo, por otra parte, era divertido, porque claro, bailaban de cine, y con un par de copas, se animaban a recordar sus habilidades. Recuerdo una chica que estaba bailando sola y medio zombie e hizo un salto mortal en el sitio, con un sólo paso a modo de carrerilla, de tal manera que pasó rozando la coleta por el suelo; volvió a caer de pie y siguió bailando como si tal cosa.

(**) En la época del telón de acero, lo de las niñas gimnastas tuvo que ser horrible. Aparte de abusos sexuales, les metían todo tipo de doping y hormonas para limitar la menstruación y el crecimiento; y algunas han denunciado embarazos y abortos forzados.

NOTA POST-ASTERISQUILLOS: En general, si en este blog desaconsejamos el deporte competitivo y advertimos de que el deporte profesional es malísmio para la salud, lo del machacar a los críos con el deporte (fuera de lo que es aprender y divertirse) debería ser delito.

El esquí comenzó por la necesidad de desplazarse por lugares nevados. Probablemente, a algún pastor de renos se le ocurrió atarse un par de tablas a las botas para poder caminar sobre la nieve sin hundirse hasta los cohones. Pronto se descubriría que era posible deslizarse sobre la nieve; y de ahí a decirle a otro «a que te gano bajando por esta ladera» sólo había un paso. Nunca sabremos quién fue el primero que se esnafró esquiando, pero está seguro que tuvo su gracia (los piñazos de esquiadores son una tragicomedia breve), y a la gente le dio por continuar con la idea, mejorando la tecnología para poder calzarse unas ostias como panes.

El esquí es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cuando no sabes, lo anti-intuitivo de mantener el equilibrio sobre las tablas (tiendes a erguirte y echarte patrás; y justo es al contrario) hace que te caigas de las maneras más tontas (malo es que se te crucen las tablas; peor, que se separen). Pero cuando sabes es peor, porque te confías; te pones a bajar por laderas más empinadas, aumentas la velocidad de descenso y tarde o temprano te estampas.

A todos nos gustan los toboganes y la sensación de velocidad, pero tenemos que entender que bajar por la pendiente de una montaña calzado con esos chismes no es seguro. Y cuando eres un crío tiene un pase porque pesas poco y eres de goma; pero alcanzada cierta edad los piñazos son de los de ir directamente a hacerte una resonancia. Y lo sabéis; en cuanto aprendemos, el problema es que siempre hay que intentar ir por las pistas que están un poquito por encima de nuestro nivel*. Puta manía, cuando podrías disfrutar bajando por una ladera suave. Y claro, llega el piñazo.

Aparte, el esquí es -como el golf- un deporte pijo e invasivo para el medio ambiente; se desarrolla convirtiendo las cumbres de las montañas en una especie de centro comercial con cintas transportadoras; porque claro, la parte trabajosa (subir la ladera) te la ahorran montándote en (o siendo arrastrado por) chismes. Y si no hay suficiente nieve, pues gastamos agua y energía para fabricar más. Una cosa buena -dentro de lo malo que es el cambio climático- es que en España, si la cosa sigue así, el esquí tiene los días contados; pronto la falta de nieve hará inviable la práctica de este chorrideporte.

Existen otras variedades de esquí, algunas consisten en caminar por la nieve como si fueras a hacer un recao (esquí de fondo o de travesía), y luego para los más locos está lo de tirarse por «fuera de pistas», contrisquemás peligroso mejor; que ya sabéis que todos los deportes (hasta el mus) tienen una variedad «extrema» pa que los más tontos puedan ganar un premio Darwin. Ah, y eso que veíamos por la tele el día uno de enero con la resaca, lo de saltar por un trampolín a ver quién llega más lejos… Ésta ni os la desaconsejo porque con asomaros a lo alto de esa rampa y mirar pabajo sería suficiente para preferir meterse a portero de hockey.

Por todo lo dicho, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Las pistas de esquí tienen un sistema de codificación de la peligrosidad basado en colorinchis, como los cinturones de karate, la bandera LGTBI y todo eso.