Me encasqueta Supermon el marrón de desaconsejar el fútbol. Lo cual no sé si es bueno o malo. Porque lo entiendo poco. Pero las partes que entiendo creo que serán suficientes. Sepan ustedes que el fútbol o balompié —¿alguien dice todavía «balompié»?— es otro deporte inventado en Inglaterra. Qué perra la de los perfidoalbioneses con inventar maneras de sudar, jadear y restregarse con otra gente que no sean follar…

El fútbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Veamos por qué. Para empezar hay que juntar a mucha gente. Dos equipos de once más, los más que recomendables, muñecos de recambio. Pero si no me hablo con tantas personas, ¿cómo monto una pachanga dominguera? Y encima han de ser personas con cierto fondo físico. Porque esa es otra. Un campo de fútbol —ah, no, no voy a picar— es una cosa jodidamente grande. Aguantar un partido entero —luego hablamos de lo que dura, que también tiene tela— corriendo pa’rriba y pa’bajo puede dejar al más pintado hecho un guiñapo babeante. Y eso sólo con las carreras que te pegas. No hablemos ya del cordial intercambio de patadas, codazos y tirones en el que acabas más perjudicado que un villano de película de Van Damme.

Entrada legítima de un defensa a un delantero.

Todo lo anteriormente mencionado hay que soportarlo durante, por lo menos, noventa minutos. ¡Noventa minutos! Se os va la pinza. Y espera, que aún es peor, se juega al aire libre. Noventa minutos trotando y recibiendo hostias en condiciones climáticas hostiles. Porque con calor es mala idea, pero con frío… Todavía recuerdo con rencor a mis profesores de «educación física» —«hostigamiento al flojo» habría sido un nombre más honesto— cuando nos hacían correr por el patio a 4 grados bajo cero hasta que la boca te sabía a sangre —probablemente porque estabas sufriendo una hemorragia pulmonar—.

Y no es solución ponerte de portero. ¿Habéis visto el tamaño de la portería? He tenido soluciones habitacionales más pequeñas. Vale, no tienes que correr tanto. Pero tus alternativas no son tampoco estupendas. Si no paras el balón, te corren a gorrazos los compañeros. Y si lo paras… ¿Sabéis la energía cinética que os puede transmitir un buen balonazo? Que eso es un cacho cuero duro inflado a alta presión y lanzado a cerca de 200 km/h.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Banda sonora recomendada

El voleibol, voley a secas, voley-ball o balón-volea es como jugar al tenis pero sin raquetas y con una red a mucha más altura. No tanto como la canasta de baloncesto, pero cuando lo jugamos señores bajitos el desarrollo del juego es como una cosa tontaina, de echarla paquí y pallí haciendo subir y bajar la pelota como cuando tiran globos gigantes al público de un concierto. Por contra, cuando hay gente alta, la cosa se pone violenta.

El voleibol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. En este caso, es muy sencillo: está pensado específicamente para HACERTE DAÑO EN LOS DEDOS. NO SIRVE PA OTRA P**A COSA. Bueno, también te puedes esmorrar, si te lo tomas en serio, o recibir algún balonazo; pero lo fundamental es lo dicho. Los profes de gimnasia de mi generación gozaban haciéndonos sufrir, que luego volvías a clase de historia con los dedos hinchaos y te tocaba tomar apuntes agarrando el boli como los palillos chinos de comer.

Claro, tenía algo que lo hacía adictivo, y es que solíamos jugar chicos y chicas mezclados; algo que pasaba raramente en otros deportes de equipo. Era una trampa, sin duda. Las chicas que jugaban mal se dedicaban -sensatamente- a esquivar choques con el balón (y con nosotros), pero las que jugaban bien se tomaban cumplida venganza de los pelotazos que se llevaban de nuestros partidos de fúbol, atizando voleas con mala intención para que te machacases los dedos al intentar devolverla igual de fuerte, para quedar como un machote. Sin ser yo eso.

En muchos deportes ser alto viene bien, pero en el voley es fundamental; como he dicho, llegar a atizarla por encima de la red (y que vaya pabajo y con contundencia) es básico para la victoria; lo que implica que si eres bajito te vendría bien ponerte atrás, para recibir y centrar a los de delante. Pero el cabrón que lo inventó ya se olía la tostada, y diseñó un sistema de rotación obligatoria para que te tocase jugar hacer el ridículo en todas las posiciones.

El voley, además, de entre todos los deportes con spin-off playero, es el que ha tenido más éxito: EL VOLEY-PLAYA ES DEPORTE OLÍMPICO, MANDA HUEVOS. Que no es sólo por eso que dijimos en su día, de que los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música (QUE TAMBIÉN). Es que en este caso el juego es lo de menos. Los espectadores voyeurs van al voley-playa a ver gente alta y guapa enseñando cacha, saltando y revolcándose sobre la arena, porque además las reglas obligan a jugar con camiseta sin mangas, a ellos, y con bikini-tanga a ellas. Todo está orientado a evocar surferos de Malíbú o garotas de Ipanema; de hecho, fijaos que en las retransmisiones se centran en sacar primeros planos de mozos y mozas. Es como ver «Los vigilantes de la playa» o cualquier realitichou de esos de ir medio en pelotas por una isla desierta.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

El rugby es otra variante del fúmbol inventada por estudiantes pijos británicos (ese tipo de pedantes despeinaos que se creen por encima de las leyes y algunos terminan de primer ministro). Echando un partido, les hizo gracia meter un gol corriendo con la pelota agarrada con la mano, por la cosa de transgredir. Posiblemente, en las reglas iniciales figurase correr con la chorra fuera y cantando el Rule Britannia; pero lamentablemente se eliminó esa norma. Como sucede con el badminton, lleva el nombre del lugar donde se inventó. Vds. saben ma o meno lo que es, se juega con un balón con forma de melón de Villaconejos y todo eso. No haría ni falta explicarlo, pero vamo a ello…

El rugby es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es todavía más bruto que el balonmano, recientemente citado; con la única mejoría de que aquí no te pueden poner de portero (la portería llega desde lo alto de un palo hasta el cielo). Pero todo lo demás es peor, rayando en la delincuencia: los empujones, agarrones y placajes (eso de jugar “a ropa que hay poca” *) son suficientemente violentos como para asustar a los pardillos. Además, existe un lance propio de este deporte, las melés, que consisten en hacer el cabestro acuernando a los rivales, a ver quién es más bruto. De lo más edificante.

Para compensar la agresividad, los rugbistas han desarrollao una especie de religión pacifista (una puta secta, vamos). Ellos recitan sus mantras “el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros” y se ríen bebiendo cerveza -juntos los dos equipos, viva el tercer tiempo– cuando terminan el partido, molidos a golpes, y comentando -mientras se ponen el brazo en cabestrillo y hielo en los chichones- que estas cosas no pasan con el fútbol, qué deporte más noble y qué buen rollo hay. Les falta gritar “penitenciágite, hermanos» o «Jonah Lomu es mi Señor y con el nada me falta” mientras se flagelan con un látigo de siete puntas puestos hasta las trancas de Guinness.

Si el balonmano es un deporte germánico, el rugby es -obvio- muy británico. Luego, liaron a los gabachos para montar un torneo (pas d’œufs pa ganarnos, eh) y también exportaron este deporte a sus colonias, sobre todo del hemisferio sur (incluyendo Argentina). En la India no cuajó, ahí no son tontos y prefirieron el cricket. Pronto se convirtió en el deporte favorito de las islas del Pacífico, esa gente con cara de pachorra y pinta de muñeco Michelín que -por ello- se aficionaron al rugby (y al sumo japonés) de tal manera que parece parte de su folklore. A veces hasta hacen un line dance antes de empezar a jugar.

Y claro, esto sólo podía empeorar. Cuando los estudiantes de Harvard, EEUU, en su gap year, se pasaron por Oxford y Cambridge, se encontraron con un deporte que -con ese complejo de nuevos ricos sin tradición nobiliaria que tienen los yankis frente a los británicos- les deslumbró y decidieron adoptar para la Ivy League. Como suele pasar, no se enteraron bien de las reglas (ni se molestaron en pedirlas; pa qué, si semos el país más poderoso del mundo). Y aquello dio lugar al segundo deporte de este post: el FÚTBOL AMERICANO.

Nótese que lo llamaron fútbol, a secas (lo de “americano” lo ponemos nosotros pa distinguirlo). ES QUE NI SIQUIERA SE ACORDABAN DEL NOMBRE CORRECTO DEL DEPORTE. El hecho de no recordar -tampoco- una norma tan básica del rugby como que no se puede pasar la pelota palante con la mano, y que le da cierta gracia al desarrollo del juego, les obligó a retorcer el resto de reglas pa que aquello tuviese interés y no fuese un correcalles. Como consecuencia de ello, para sobrevivir a los partidos lo tienen que jugar vestidos de motorista con protecciones (estética de «los Ángeles del Infierno van al highschool», sólo les faltó jugarlo montados en la chopper y metiendo alguna regla del polo).

Aquí no hace falta que me justifique más, busquen ustedes “fútbol americano” y “lesiones cerebrales” a ver qué les sale. A pesar de la similitud (en el tipo de balón/melón) ese ligero cambio de reglas hace que este juego sea una batalla campal; el único jugador que se salva un poco es el jefecillo que distribuye el balón, llamado quarterback, que se libra de los golpes por la protección de su ejército de brutos… a no ser que fallen y se dé (no suele pasar) el lance conocido como sack, en el que un mostrenco hiperhormonado, capaz de mover sus más de 100 kgs a bastante velocidad, impacta contra él con la sana intención de lesionarlo de por vida.

Conste que el fútbol americano no tiene una sección propia porque es, de los mencionados hasta ahora, el único que nunca he practicado como tal. Sí, al rugby he llegao a echar alguna pachanga, pero eso es porque (a diferencia del americano) aquí sólo se puede placar al que lleva el melón, y si juegas como en «la patata caliente» y lo relanzas -lejos, a ser posible- en cuanto te llega, te libras de ser embestido.

Por último, y sólo como nota exótica, en Australia apareció otro spin-off llamado «fútbol australiano». Digamos que se elimina ese «aura universitaria» del rugby en favor de IR HACIENDO EL MACARRA. Es como si las reglas del rugby las reescribieran para el chou de Rasca y Pica de los Simpson, sólo por la cosa de que lo jugasen exconvictos, como parte de su condena. Baste decir que en tiempos nos ponían en la tele, pero en plan risas, junto con «humor amarillo». A esto, ni que decir tiene, tampoco he jugado nunca.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. Hoy innecesaria, si no se creen eso del deporte de caballeros.

(*) Lo explico porque creo que no se llama así en todas partes, consistía en -después de que alguien lo gritase- echarse todos encima de uno que estuviera despistao, formando un montón de niños, con el único objetivo de provocar la asfixia al de debajo del todo.

El tiro con arco más que un deporte es un cosplay postmedieval, pero como hay competiciones de ello, aquí lo traemos. A ver, ya os hacéis una idea, ¿no? Consiste en ver quien tiene más puntería lanzando flechas a una diana, aunque existen otras modalidades más peliculeras. Como lo practican cuatro gatos, al menos hemos de reconocer que no son tiquismiquis con los novatos (como pasa en otros deportes ya descritos en este bló). Y te suelen advertir de que cuidadín con estos chismes que son peligrosos. Justo después de que te inviten a lanzar una flecha. Y mientras se ponen a cubierto.

El tiro con arco es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cualquiera podría pensar en el riesgo evidente: dejar a alguien que pase por allí como a San Sebastián, pero no sólo es eso. Es que también es peligroso para el lanzador. Los arcos caros tienen sistemas de poleas, tensores y vectores, ojo, que no cualquiera los tensa, pero tienen MUCHA FUERZA, sueltan un latigazo bastante considerable al liberar la flecha y si lo haces mal te estropicias los deditos o el antebrazo; incluso los ejpertos usan un guantelete para protegerse.

Y luego hay una cosa mu tonta pero que también te advierten rápidamente. Ojo al sacar las flechas de la diana (en el supuesto de que hayas acertado alguna). La manera normal, la que usamos para soltar los dardos de la diana del bar, puestos frente a ella, no es conveniente si no quieres clavarte la parte posterior de la flecha en el mesmo ojo o en las fauces o en la garganta (según tu altura); es mejor sacarlas puestos de lado, en plan toqueteo de flauta travesera.

Obviamente, también es peligroso para el resto de personas alrededor del lanzador. Mucho más. De niños, en el pueblo, jugábamos a hacernos arcos con alguna rama flexible y una cuerda de las alpacas, y usando como flechas las varillas de los cuetes del día de las fiestas patronales. Si los de la pandilla conservamos la visión binocular sólo es consecuencia de la baja calidad del material y de la mala puntería; los accidentes -que los hubo- fueron más en el proceso del juego propiamente dicho, que -dado que en aquellos tiempos se estilaban las películas de indios y vaqueros– incluía trepar a los árboles y saltar como Caballo Loco con el tomahawk*. De haber tenido material mejor -incluso el de primer precio técnico barato for beginners de las cadenas de deportes de ahora- alguno habría sufrido perforaciones de estómago, con orificio de entrada y salida.

Como dato curioso, en este deporte existe un doping muy raro; si en otros deportes se usan anabolizantes para estar más cachas, EPO para resistir durante más tiempo el esfuerzo, o estimulantes para estar frenético y no sentir el cansancio, aquí es al revés; alguna vez han pillao a arqueros usando sustancias que te dejan apajolao y paralizao (betabloqueantes, etc), con la idea de que seas una estatua al lanzar la flecha. Eso pa que te hagas una idea de en qué mundo se mueven. Por algo el papa Inocencio II prohibió el uso de los arcos en la guerra. Ya lo veía venir. Spoiler: no le hicieron caso**.

Al ser un deporte minoritario, los campeonatos no tienen mucha relevancia salvo entre los miembros de la secta; el último campeón conocido, así en plan firmar autógrafos, fue un tal Guillermo Tell***, y de eso hace ya casi un milenio; con lo que además de los riesgos descritos, incluso siendo un crack, tus posibilidades de medrar (o de ligar como los galácticos) son muy limitadas. Bueno, al menos, en Ávila tienen el mercado postmedieval, que es una oportunidad única para practicar este deporte sin parecer un friki recreando Crécy, ya que estarás rodeado de caballeros con o sin armadura, frailes, princesas Disney, pícaros, titiriteras, concejales, mesoneras, madrileños y buhoneros. Tu gente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Entonces no conocíamos a Legolas ni soltaríamos rollos en plan «este arco fue fabricado por el enano Fútbolin y el elfo Éldelbar con madera del árbol Otannenbaum; las flechas fueron afiladas en la fragua Forgesporánea, y las cuerdas de las alpacas me las ha dado mi tío«. Lo nuestro era ponernos plumas en la cabeza y cortar cabelleras.

(**) La evolución del arco fue la ballesta, con más potencia pero con el inconveniente de tener peor cadencia de disparo.

(***) Es un deporte que hoy en día sigue contando con Guillermos entre sus practicantes mas recalcitrantes. Aunque es posible que el Willy original ni siquiera existiese, o al menos, que la historia de la flecha y la manzana fuese bastante diferente. ¿Tendrá algo que ver este nombre? Si (como afirma el griego en el Crátilo) el nombre es el arquetipo de la cosa,,,

El balonmano es una de las variantes del fúmbol en las que las trampas son al revés. Éste se juega en unos campos que ahora sirven, mayormente, para el fútbol-sala (eso es reciclaje y no lo de Ecoembes). En tiempos postmedievales estuvo más de moda en España; hasta los 70 andaba ahí a la par con el baloncesto, pero luego ha ido decayendo hasta ser bastante minoritario. Afortunadamente.

El balonmano es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es algo así como practicar lucha libre mientras un balón anda por ahí (haciendo daño). Lo mejor, que -debido a ello- si no tienes pinta de culturista, máquina, monstruo, crack, figura, no te dejan ni jugar. HABER. Los jugadores de balonmano son casi igual de altos que los de baloncesto, pero ¿a que no lo parecen? Porque están proporcionaos, no son del tipo larguirucho; son como el increíble Hulk pero sin el color verde. Igual de cabreao, eso sí, que los jugadores se están empujando y achuchando todo el rato.

Para compensar la agresividad, es el deporte en el que menos se protesta (claro, que si aplicasen esa regla de «te he pitao falta, deja el balón ahí y te vas patrás calladito, o te pasas un rato expulsao» en el fúmbol se quedarían jugando un 3 pa 3). Luego, claro, siempre queda una tensión no resuelta; con tanto contacto pero que no se note y sin golpear, el ambiente va siendo como estar en una sauna finlandesa o en el Blue Oyster Bar. Mucho sudor, mucho baile agarrao, mucho cambio de pareja… y BDSM.

¿BDSM? Pues sí, si hay una cosa peor que ser jugador de balonmano, y que entra directamente dentro del sadomaso, es ser PORTERO DE BALONMANO. Ya habría que estar mu loco para estar ahí en la portería (en la que casi no caben) tratando de esquivar los balonazos, pero es que ¡tienes que colocarte y moverte pa que te den! Es como ser el plato en el tiro al plato o trabajar de crash test dummy de los Boeing 737 Max. Es ponerte a gritar «Jehova» en bucle el día de tu lapidación. Un dinosaurio que se pusiera a dar saltitos -¡aquí, aquí!- en las afueras de Chicxulub, mirando al cielo, eso es un portero de balonmano*.

Tradicionalmente, el balonmano ha sido un deporte de países fríos y germánicos; algo para entrar en calor y pasar el rato mientras fuera del pabellón la glaciación da sus últimos coletazos. Por ello tiene la gracia de que cuando el balón circula rápidamente entre los jugadores, como todos terminan en «son» (o en «dotir», ellas), la locución de los comentaristas tiene cierto soniquete repetitivo, que te va adormilando hasta que llega un grito «¡DEEENTRO!»; algo que ayuda a entender la música de Bjork.

Y luego, las reglas son raritas, para compensar lo fácil que es -comparado con otros deportes de portería- meter goles. El área de portería es como en el juego de «el suelo es lava» y los jugadores hacen escorzos de lo más raro para no cometer infracciones. Los cambios se pueden hacer en pleno juego, sin parar, todos los que quieras, por parejas o tríos, es todo libertinaje y desenfreno. El balón hay que botarlo de vez en cuando, no como en baloncesto, que te pitan pasos a la que te descuides; aquí es medio opcional. Eso sí, no puedes pivotar sobre un pie; entonces te pitan pasos y se ríen de tí y te dicen que se nota que vienes del basket, so memo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Una curiosidad: si el árbitro considera que le has tirao aposta a los morros al portero, te puede descalificar. Y también suele dar pie a una bronca reacción del equipo contrario.

El golf es una variante del gua* en el que se juega con un palo para no tener que agacharse. Un deporte de señoritos, vamos, y ahora es cuando llega el de «pues yo juego y soy de clase media». Claro, un juego que requiere mantener una dehesa de varias hectáreas en estado permanente de alfombra vegetal, uno de los más consumorrecursivos que se conocen, es un deporte normal. Si además se juega en un lugar donde Taranis no provee de humedad vivificante, raya el delito.

El golf es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y voy a dejar aparte el rollo ecologista. Aparte de para el planeta, es malo para tu salud. Un partido normal supone ir caminando (opcionalmente, charlando de negocios) durante un par de horas, que bien, no haces ni el huevo; pero luego tienes que atizar a la pelota. En frío. Para la estructura corporal, es el equivalente de lo que para el estómago supone que recién levantao te tomes pa desayunar medio litro de Jagermeister con Cointreau. No hemos evolucionado para eso. Lo más leve que te dará es algo parecido al codo de tenista (codo de golfista, lo llaman aquí); y a partir de ahí, lo que quieras, sobre todo en la chepa y articulaciones superiores y juntas de la trócola.

Eso, si la pegas bien. Si tienes mal estilo, ya es el acabóse. Si cuando le das con los palos de llegar lejos, esa chuleta** resulta que pilla un poco más de suelo del que debería, las reverberaciones se te transmiten por el cuerpo como las ondas del puente de Tacoma. Eres lo más parecido al Coyote utilizando un artilugio marca ACME. Un peligro para tu salud y hasta igual para alguien que se cruce en tu campo de tiro. Porque esa es otra, recibir un pelotazo de golf también es bastante desaconsejable.

Finalmente, aquí recordaré el jermoso momento que se produjo cuando en Ávila, en tiempos postmedievales, se inauguró un campo de golf (no, no hablaré de a quién colocaron de jefe). Entonces se podía pasear por el caminito asfaltado por el que van esos cochecitos*** tan cucos que usan algunos jugadores para trasladarse de hoyo a hoyo. Y eso hicimos mi hermano, mi sobrino (tendría 5 ó 7 años) y yo. Paseando por allí, nos pusimos cerca de un jugador que iba a atizar a la pelota. Y se produjo la siguiente escena:

  • Sobrino: Mira, papá, va a tirar
  • Hermano: Chssst
  • Jugador (nos mira algo molesto)
  • Sobrino: Pero mira, papá, que va a tirar
  • Hermano: Caalla, hijo
  • Jugador (hace los movimientos preparatorios, visiblemente contrariado por la presencia de público)
  • Sobrino: No la ha pegado
  • Hermano: No, hijo, está ensayando, pero calla un poco…
  • Jugador (con gesto serio, finalmente golpea a la pelota… que va a un arroyito artificial que cruza el la calle, justo antes del green)
  • Sobrino: ¡Ha ido al agua!
  • Hermano: SCHSSSSHT (intenta llevarse a sobrino)
  • Sobrino: ¡PERO SI LA HE OÍDO, HA HECHO CHOF!
  • Jugador (se aleja en silencio pero hierve en ganas de asesinarnos)

Momentos como ese son reconfortantes, sí; pero no justifican la practicación de este mal llamado deporte.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Si no sabes qué juego es el gua, quedas condenado a escribir cien veces en la pizarra: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto».

(**) Los golfistas llaman así a cuando golpeas a lo bruto (fuera de la salida inicial, en la que se permite poner una especie de clavito elevador), y te llevas también lo que viene siendo una loncha de hierbajos.

(***) Lo de ir jugar al golf haciendo el recorrido en esos chismes motorizados ya es para [perdón, no usaré la lengua de Mordor aquí]

Más deportes de golpear pelotitas; aunque bueno, el badminton sería más bien un híbrido entre tenis y voleybol pero atizando a la snitch de Jarry Potter; una especie pelotilla emplumada. Sería un poco como la guerra de almohadas de este grupo de juegos. Su nombre parece implicar la existencia de algo llamado goodminton, pero todavía no lo hemos descubierto. Al parecer, Badminton es un sitio de Gloucestershire* donde se empezó a jugar.

El badminton es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. La cosa es como sigue:
a) Como el vuelaplumas ese no pesa nada, y se frena, para que pase a la otra pista tienes que atizarlo como si quisieras sacarlo de España.
b) Por las leyes de Newton, la energía ni se crea ni se destruye, toa la fuerza que pones en el golpe a algún lao tiene que ir.
c) Y ¿a dónde va la energía sobrante? Pues se puede manifestar afectando a articulaciones, tendones y músculos de la peor manera posible y cuando menos te lo esperes.

En resumen, el bantinton es lo más parecido a tratar de sacudir a esa mosca que ronda por la cocina y te tiene engorilao, con el trapo secamanos: lo más que vas a conseguir es romper cosas o hacerte daño.

En muchas casas -reconócelo- hay un juego de badminton barato, al que jugaste dos veces en el exterior, atando la red (incluida) a dos árboles (no incluidos). Pero el volador es de plasticucho (parece una especie de sputnik) y dista bastante de comportarse como uno de verdad; las cuerdillas de las raquetas se rompen si las miras mal, y el juego aburre y cansa, decidiéndose los puntos más por suerte que por intención; por lo que va al fondo de la estantería de arriba del trastero, y allí cría telarañas.

En este deporte tenemos una muchacha que ha sido campeona de tó (ha estado mucho tiempo lesionada, claro, avisados estáis); lo que tiene bastante mérito, no tanto por pura estadística frente a otros países con muchísmios más practicamtes (que también), sino porque la pobre, en la fase de aprendizaje, no tendría jugadoras de su nivel con quien enfrentarse. Es como si Senegal tuviese un gran jugador de hockey sobre hielo, o como si el Vaticano tuviese la selección femenina campeona de olímpica de voley-playa.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Gloucestershire es un condado inglés que se pronuncia comiéndose varias sílabas, como con vagancia. Glósteshe. Es famoso también por una salsa para acompañar a varios platos ingleses, que tiene la ventaja de que mitiga los sabores originales, y el inconveniente de que, a cambio, aporta el sabor a salsa gloucester. Se perpetra juntando mahonesa, cosas agrias y… salsa Worcestershire (pr. guósteshe), todavía más horrible; no vamos a continuar con esta ensalsación anidada o recurrente de shires.

El pádel es una variante del tenis de reciente implantación, en la que se juega dos contra dos y siempre ganan los argentinos. Su principal virtud es que soluciona con ingenio uno de los principales problemas tenísticos del tenis, que es el de tener que andar todo el rato recogiendo pelotas por los alrededores de la pista* gracias a un cerramiento inspirado en el estilo feísta: eso de que tienes una tapia bonita y la rematas con somieres viejos. JODER, QUESBERDÁZ, LO PONE EN EL REGLAMENTO**. El resto son todo defectos. Por ejemplo, a la raqueta no puedes llamarla raqueta, hay que decir pala***. Y cosas así.

El pádel es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A los desaconsejamientos que dijimos la semana pasada para el tenis añadimos que era el deporte favorito de J. M. Aznar. ¿Seguís pensando en jugarlo? También es agresivo para las articulaciones, y al estar constreñidos en una pista más pequeña y con paredes, es más fácil sufrir lesiones por los choques y raquetazos contra las mismas o con los compañeros (recordemos que siempre se juega a dobles).

Por otra parte, las pelotas a veces rebotan mal en los somieres del cerramiento, y el jugador debe usar una técnica similar a la de tratar de espantar medio histérico a una avispa que te ataca; en esos lances los movimientos y giros del cuerpo son más bruscos que en el tenis, lo que facilita la aparición de tirones y desgarros. También se busca constantemente atizar un pelotazo al contrario como medio para ganar el punto. Por alguna extraña norma no escrita -otra diferencia con el tenis, donde esto está peor visto- el atizado debe responder siempre con una sonrisa «no pasa nada (ough), es un lance del juego», pero luego tratará de devolverlo, a ser posible, en los cojones.

Y para rematar las desanconsejaciones, el pádel favorece la aparición de problemas psicológicos. En cuanto entran en la pista, los jugadores se deslizan hacia una realidad distorsionada en la que se creen en posesión del Conozimiento Arsoluto y se sienten compelidos a abrumar con consejos técnicos al compañero. «Esa tenías que haberla dejado pasar. Esas, mejor córtalas. Al volear, tienes que adelantar el pie derecho y bajar el parietal izquierdo…» Así todo el rato. Se habla mucho; en el pádel, se celebra cada punto y se analizan los fallos propios y del contrario. Más que un juego, se convierte en una tertulia tóxica; es como si te metes en Estado de Alarma, Todo es mentira y El Chiringuito de Jugones, todo a la vez. Terminas apajolao.

Quizá por esto se explica la supremacía de los argentinos, tanto como jugadores como en su faceta docente. Que te dé clases un monitor argentino es lo más parecido a sentirse como Woody Allen en el psicoanalista: «Vos habés fashado esa bola porque no habés cambiado el grip para esmashar, y el aposho no ha sido correehto, pensá que no podés perder de vista la parábola que dehcriibe la pelota ni si su spin es dehtrógiro o levógiro. Tenés que soltaros más y dehar fluir el gooolpe». De hecho, yo me suelo sentir como el personaje de Larry Lipton en Misterioso Asesinato en Manhattan, y –true fact– mi estilo de juego es idéntico al de Larry en la escena de las cintas grabadas en la llamada telefónica al asesino.

La putada final del pádel es que es que tiene una curva de aprendizaje más rápida que el tenis; aquí es más fácil que parezca que sabes jugar, ya que no es tanto «tratar de dar un golpe ganador», sino de «devolverla y ya veremos». Esta -aparente- facilidad de juego fomenta la adicción y hace más fácil recaer en el vicio. No empecéis a jugarlo. Imediatamente, necesitaréis encontrar a otro pardillo que juegue peor que vosotros para poder aturullarlo a consejos. Es un como un timo piramidal.

Así ha invadido la península e islas adyacentes; pero yo creo que no se juega en otros países. Enzerio, yo creo que el pádel es como los premios Príncipe de Asturias, que aquí llamamos pomposamente «La Antesala de los Nobel», y si sales de Ehpaña te das cuenta de que realmente en el extranjero no lo conocen ni siquiera algunos de los premiados, como Carl Lewis.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Hay una excepción, que es cuando juegas con alguien tan burro que la saca. La pelota, de la pista, quicir. Entonces gritas a los de la pista de al lado «¡bolaaa!» para que paren y te la devuelvan. Así se hacen amistades.

(**) Alguna vez me han dicho que el pádel comenzó a jugarse porque uno se quiso hacer una pista de tenis, no tenía sitio en su parcela, puso una pared alrededor, se inventaron nuevas reglas, y con el tiempo se dieron cuenta de que era más divertido que el tenis. Y que las pistas reproducen saxtamente la de aquel visionario. Si non e vero, e mentecatto.

(***) La traducción de paddle es pala, sí, pero no la de cavar (shovel); sino más bien con la acepción de paleta, remo, incluso aleta; algo que te sirve para impulsar, golpear o mostrar (paleta de colores=colour paddle/palette). Yo al chisme de jugar sigo llamándolo raqueta, me parece más apropiado pero solo porque hay gente que me mira aún con más desdén cuando no la llamo pala. Es como lo de la bombona de oxígeno de los submarinistas (mimimimi es una botella). Pensad que, si se jugase fuera de España, un inglés tendría que pedir en la tienda «una paddle para el paddle«.

Continuamos con los deportes de atizar a pelotitas pequeñas con el rey de ellos: el tenis. Es un deporte con una historia larga y curiosa. La cosa es como sigue: los franceses medievales nos copiaron el frontón, pero separando a los contrincantes con una cuerda, y lo llamaron jeu de paume. Como todavía les parecía duro, en lugar de darle con la paume de la mano, se propuso jugar con guantes, luego con palas de madera y finalmente con raquetas. Siendo un juego de nobles*, no podían contar de uno en uno, como la plebe, así que se inventaron la FORMA DE PUNTUAR MÁS ABSURDA DE TODOS LOS DEPORTES; eso de 15, 30, 40… Sólo a un gabacho finolis se le ocurre esa insensatez.

Pero sigamos con la historia. Tras la revolución, en Francia la gente no quería perder la cabeza por el tenis, que habría desaparecido de no ser porque los ingleses adoptaron el juego, añadiendo su toque personal: jugarlo sobre pistas de hierba** y vestidos como para ir a tomar el té con Lady Crawley a Downtown Abbey un sunday afternoon cualquiera. Los campeonatos se convirteron en eventos sociales donde la gente iba dejarse ver con la pamela, en las gradas; que tampoco son graderíos normales; parecen los palcos del Royal Opera House. Siempre echo en falta a los abueletes de los teleñecos.

En España lo jugaban cuatro gatos; pero con los triunfos de Santana, Gisbert y Orantes llegó una fiebre de construir pistas públicas y -sobre todo- clubs privados y urbanizaciones, se popularizó, y aquello fue un sindiós; en todas las casas había raquetas. Se jugaba sin tener ni idea y con pelotas despeluchás; eso sí, aplaudiendo al rival cuando te hacía -por puro azar- un passing-shot en la línea, porque el tenis mantiene ese plus de qué señoritos semos. Patético. Hoy la mayoría de esas pistas languidecen, llenas de baches y con la red floja. Ahora los practicantes prefieren ese otro tenis que ustedes ya saben, del que hablaremos (también mal) la semana que viene.

El tenis es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Como ejercicio deja bastante que desear, haces poco y malo. Exhibit A: existe una dolencia llamada «CODO DE TENISTA», de las más moñas que hay (como corresponde a su origen gabacho). Nadie dice «tienes espalda de repartidor de butano» o «tienes manos de envasadora de anchoas». Pero, ah, a Marichuli Mercadal le han diganosticado codo de tenista, la pobre; no podrá jugar ni al tenis ni lucir correctamente sus Heggmés, Lui Güiton ni Pgadas en unas semanas.

Alguien dirá que exagero, porque los tenistas profesionales parecen tíos cachas. A ver, están así porque hacen otros ejercicios de musculación, no por el tenis. De hecho, hasta los años 70 no era raro ver cómo los tenistas tenían descompensados los brazos; el de arrear a la pelota, el doble que el otro. Ahora lo corrigen a base de hacer pesas y cascársela con la otra mano. Sí, ellas también. Realmente, el tenis es más un desgaste de articulaciones (por los impactos y posturas) que un deporte.

También se pasa mal con el sol, como los partidos son largos, te retuestas; y cuando te da en los morros se ve fatal, estás con cara de mapache todo el rato (mirad a «Vamos Dafa» Nadal cuando termina Goland Gaggó). Y los partidos son largos porque -a nivel aficionado- te pasas la mayor parte del tiempo buscando pelotas. Por eso se tiende a pelotear despacito, para condurar el juego; si la das fuerte se termina el punto (sea por fallo, sea por acierto) y tienes que ir a buscar la pelota al quinto coño. Justo castigo a eso de usar un espacio donde pueden jugar diez u más (con canastas, porterías, etc) para jugar sólo dos.

Y, por el contrario, el tenis profesional es más duro pero antinatural. Los campeones de tenis los son porque sus padres, desde su más tierna infancia, contratan a un tío para que les enseñe. Aquí no existe eso de «un chaval que jugaba en la cancha de los suburbios y su talento fue descubierto por alguien». No, el tenis de verdad exige invertir mucho tiempo y dinero desde pequeñito. Machacar a un crío, que queda desprovisto de una educación normal -ya los veis, son todos unos niñatos consentidos- y se dedica sólo a eso, horas y horas cada día. Debería ser delito.

Finalmente, como otros muchos deportes, el tenis tiene un spin off playero***. Bueno, más que deporte es la puta manía de molestar al resto de playistas mientras atizas a una pelotita de goma con una raqueta o pala de madera/plástico, entre dos o más personas, al borde del agua, tratando de que no caiga a la arena. Se suele usar para entretener a los niños y que la gente te oiga contar en alto cómo va subiendo el récord de golpes. El desierto del Sahara sería el lugar ideal para jugar, pero, por lo que sea, nadie lo hace allí; con la de sitio que hay.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Irónicamente, en una cancha de Jeu de Paume se firmó el principio del fin de la nobleza borbónica. Sólo la de allí, desolé.

(**) Es un hecho que las pelotas botan mal sobre la hierba. Y que una pista de tenis de hierba sólo se puede mantener con el césped decente si tu clima es horrendo e -importante- si no se juega casi nunca en esa pista. Hasta en Wimbledon terminan viéndose las calvas. Las del césped, me refiero, no las de los Windsor y sus secuaces, que también.

(***) Los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música. Pronto hablaremos de ellos, así como del milenarismo.

El squash es un deporte que básicamente consiste en tratar de jugar al frontón dentro de una especie de cabina de teléfonos*, con una raquetita jibarizada y una pelotilla de goma dura. Su principal característica es que sudas mucho. Si sobrevives. Durante un tiempo fue un deporte de yuppies**, el ideal para quemar energías con tus coworkers, sacudirte el estrés laboral inherente al cargo de Junior Brown-eater Consultant, presumir de camiseta sudada y tomarte unas cervezas. Hasta el nombre sonaba a pijo.

El squash es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Mucho. Cualquier médico, hasta el décimo dentista, ese insolidario que no recomienda lo mismo que los otros nueve, os dirá que es malísmio pa la salud. Es como meterte en una sauna finlandesa donde además te pones a bailar el kalinka en estilo techno trance house***. Se te ponen las pulsaciones a mil, y lo peor es que no te cansas tanto, quicir, una vez terminas el partidito y estabilizas la respiración y el ritmo cardíaco, estás como si tal cosa (aunque quizá te duelan cosas). Del squash, si sales vivo, sales con algo de sed, pero no con esa hambre canina postmedieval que consigues después de practicar ciclismo, natación o incluso fúmbol.

En mi caso (lo jugué, el siglo pasado) el squash, además, me proporcionaba (aparte de las ganas de beber cerveza) agujetas en el segmento central de cada uno de los glúteos (una zona muscular que yo no sabía que fuese utilizada para otra cosa aparte de sentarse), que no me ha pasado con ningún otro deporte, ni siquiera en otros deportes de raqueta o azadón.

También está la posibilidad de sufrir un raquetazo (el espacio es muy pequeño) o chocar con los compañeros o con -eso es lo más divertido- la pared de la cabina telefónica. El choque es muy estético para los que te vean desde fuera (normalmente, íbamos varios para ir rotando cada partido, porque si te tiras una hora seguida jugando, caes al suelo fulminado). Por suerte, yo creo que ha ido perdiendo adeptos hacia otros deportes raquetiles, que trataremos las próximas semanas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Las cabinas de teléfonos, para los jóvenes, eran un invento que se ponía en las calles -cuando no había móviles- para poder llamar por teléfono desde fuera de casa. Consistía en una especie de armario acristalado que tenía dentro un teléfono construido con piezas del blindaje de los Panzer III y IV. Funcionaban con monedas, y los más modernos, también con tarjetitas de saldo recargable.

(**) Los yuppies eran los jóvenes recién graduados en la uni, que alardeaban de sus empleos con buen sueldo en oficinas de altostandin. Esto pasaba en los 80 y los 90.

(***) Estilo de baile que consistía en convulsionar mientras escuchabas ruido rítmico generado por ordenador, puesto hasta las cejas de drojas y colacao. Hoy estoy empleando muchos vocablos viejunos, sorry.