El pádel es una variante del tenis de reciente implantación, en la que se juega dos contra dos y siempre ganan los argentinos. Su principal virtud es que soluciona con ingenio uno de los principales problemas tenísticos del tenis, que es el de tener que andar todo el rato recogiendo pelotas por los alrededores de la pista* gracias a un cerramiento inspirado en el estilo feísta: eso de que tienes una tapia bonita y la rematas con somieres viejos. JODER, QUESBERDÁZ, LO PONE EN EL REGLAMENTO**. El resto son todo defectos. Por ejemplo, a la raqueta no puedes llamarla raqueta, hay que decir pala***. Y cosas así.

El pádel es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A los desaconsejamientos que dijimos la semana pasada para el tenis añadimos que era el deporte favorito de J. M. Aznar. ¿Seguís pensando en jugarlo? También es agresivo para las articulaciones, y al estar constreñidos en una pista más pequeña y con paredes, es más fácil sufrir lesiones por los choques y raquetazos contra las mismas o con los compañeros (recordemos que siempre se juega a dobles).

Por otra parte, las pelotas a veces rebotan mal en los somieres del cerramiento, y el jugador debe usar una técnica similar a la de tratar de espantar medio histérico a una avispa que te ataca; en esos lances los movimientos y giros del cuerpo son más bruscos que en el tenis, lo que facilita la aparición de tirones y desgarros. También se busca constantemente atizar un pelotazo al contrario como medio para ganar el punto. Por alguna extraña norma no escrita -otra diferencia con el tenis, donde esto está peor visto- el atizado debe responder siempre con una sonrisa «no pasa nada (ough), es un lance del juego», pero luego tratará de devolverlo, a ser posible, en los cojones.

Y para rematar las desanconsejaciones, el pádel favorece la aparición de problemas psicológicos. En cuanto entran en la pista, los jugadores se deslizan hacia una realidad distorsionada en la que se creen en posesión del Conozimiento Arsoluto y se sienten compelidos a abrumar con consejos técnicos al compañero. «Esa tenías que haberla dejado pasar. Esas, mejor córtalas. Al volear, tienes que adelantar el pie derecho y bajar el parietal izquierdo…» Así todo el rato. Se habla mucho; en el pádel, se celebra cada punto y se analizan los fallos propios y del contrario. Más que un juego, se convierte en una tertulia tóxica; es como si te metes en Estado de Alarma, Todo es mentira y El Chiringuito de Jugones, todo a la vez. Terminas apajolao.

Quizá por esto se explica la supremacía de los argentinos, tanto como jugadores como en su faceta docente. Que te dé clases un monitor argentino es lo más parecido a sentirse como Woody Allen en el psicoanalista: «Vos habés fashado esa bola porque no habés cambiado el grip para esmashar, y el aposho no ha sido correehto, pensá que no podés perder de vista la parábola que dehcriibe la pelota ni si su spin es dehtrógiro o levógiro. Tenés que soltaros más y dehar fluir el gooolpe». De hecho, yo me suelo sentir como el personaje de Larry Lipton en Misterioso Asesinato en Manhattan, y –true fact– mi estilo de juego es idéntico al de Larry en la escena de las cintas grabadas en la llamada telefónica al asesino.

La putada final del pádel es que es que tiene una curva de aprendizaje más rápida que el tenis; aquí es más fácil que parezca que sabes jugar, ya que no es tanto «tratar de dar un golpe ganador», sino de «devolverla y ya veremos». Esta -aparente- facilidad de juego fomenta la adicción y hace más fácil recaer en el vicio. No empecéis a jugarlo. Imediatamente, necesitaréis encontrar a otro pardillo que juegue peor que vosotros para poder aturullarlo a consejos. Es un como un timo piramidal.

Así ha invadido la península e islas adyacentes; pero yo creo que no se juega en otros países. Enzerio, yo creo que el pádel es como los premios Príncipe de Asturias, que aquí llamamos pomposamente «La Antesala de los Nobel», y si sales de Ehpaña te das cuenta de que realmente en el extranjero no lo conocen ni siquiera algunos de los premiados, como Carl Lewis.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Hay una excepción, que es cuando juegas con alguien tan burro que la saca. La pelota, de la pista, quicir. Entonces gritas a los de la pista de al lado «¡bolaaa!» para que paren y te la devuelvan. Así se hacen amistades.

(**) Alguna vez me han dicho que el pádel comenzó a jugarse porque uno se quiso hacer una pista de tenis, no tenía sitio en su parcela, puso una pared alrededor, se inventaron nuevas reglas, y con el tiempo se dieron cuenta de que era más divertido que el tenis. Y que las pistas reproducen saxtamente la de aquel visionario. Si non e vero, e mentecatto.

(***) La traducción de paddle es pala, sí, pero no la de cavar (shovel); sino más bien con la acepción de paleta, remo, incluso aleta; algo que te sirve para impulsar, golpear o mostrar (paleta de colores=colour paddle/palette). Yo al chisme de jugar sigo llamándolo raqueta, me parece más apropiado pero solo porque hay gente que me mira aún con más desdén cuando no la llamo pala. Es como lo de la bombona de oxígeno de los submarinistas (mimimimi es una botella). Pensad que, si se jugase fuera de España, un inglés tendría que pedir en la tienda «una paddle para el paddle«.

Continuamos con los deportes de atizar a pelotitas pequeñas con el rey de ellos: el tenis. Es un deporte con una historia larga y curiosa. La cosa es como sigue: los franceses medievales nos copiaron el frontón, pero separando a los contrincantes con una cuerda, y lo llamaron jeu de paume. Como todavía les parecía duro, en lugar de darle con la paume de la mano, se propuso jugar con guantes, luego con palas de madera y finalmente con raquetas. Siendo un juego de nobles*, no podían contar de uno en uno, como la plebe, así que se inventaron la FORMA DE PUNTUAR MÁS ABSURDA DE TODOS LOS DEPORTES; eso de 15, 30, 40… Sólo a un gabacho finolis se le ocurre esa insensatez.

Pero sigamos con la historia. Tras la revolución, en Francia la gente no quería perder la cabeza por el tenis, que habría desaparecido de no ser porque los ingleses adoptaron el juego, añadiendo su toque personal: jugarlo sobre pistas de hierba** y vestidos como para ir a tomar el té con Lady Crawley a Downtown Abbey un sunday afternoon cualquiera. Los campeonatos se convirteron en eventos sociales donde la gente iba dejarse ver con la pamela, en las gradas; que tampoco son graderíos normales; parecen los palcos del Royal Opera House. Siempre echo en falta a los abueletes de los teleñecos.

En España lo jugaban cuatro gatos; pero con los triunfos de Santana, Gisbert y Orantes llegó una fiebre de construir pistas públicas y -sobre todo- clubs privados y urbanizaciones, se popularizó, y aquello fue un sindiós; en todas las casas había raquetas. Se jugaba sin tener ni idea y con pelotas despeluchás; eso sí, aplaudiendo al rival cuando te hacía -por puro azar- un passing-shot en la línea, porque el tenis mantiene ese plus de qué señoritos semos. Patético. Hoy la mayoría de esas pistas languidecen, llenas de baches y con la red floja. Ahora los practicantes prefieren ese otro tenis que ustedes ya saben, del que hablaremos (también mal) la semana que viene.

El tenis es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Como ejercicio deja bastante que desear, haces poco y malo. Exhibit A: existe una dolencia llamada «CODO DE TENISTA», de las más moñas que hay (como corresponde a su origen gabacho). Nadie dice «tienes espalda de repartidor de butano» o «tienes manos de envasadora de anchoas». Pero, ah, a Marichuli Mercadal le han diganosticado codo de tenista, la pobre; no podrá jugar ni al tenis ni lucir correctamente sus Heggmés, Lui Güiton ni Pgadas en unas semanas.

Alguien dirá que exagero, porque los tenistas profesionales parecen tíos cachas. A ver, están así porque hacen otros ejercicios de musculación, no por el tenis. De hecho, hasta los años 70 no era raro ver cómo los tenistas tenían descompensados los brazos; el de arrear a la pelota, el doble que el otro. Ahora lo corrigen a base de hacer pesas y cascársela con la otra mano. Sí, ellas también. Realmente, el tenis es más un desgaste de articulaciones (por los impactos y posturas) que un deporte.

También se pasa mal con el sol, como los partidos son largos, te retuestas; y cuando te da en los morros se ve fatal, estás con cara de mapache todo el rato (mirad a «Vamos Dafa» Nadal cuando termina Goland Gaggó). Y los partidos son largos porque -a nivel aficionado- te pasas la mayor parte del tiempo buscando pelotas. Por eso se tiende a pelotear despacito, para condurar el juego; si la das fuerte se termina el punto (sea por fallo, sea por acierto) y tienes que ir a buscar la pelota al quinto coño. Justo castigo a eso de usar un espacio donde pueden jugar diez u más (con canastas, porterías, etc) para jugar sólo dos.

Y, por el contrario, el tenis profesional es más duro pero antinatural. Los campeones de tenis los son porque sus padres, desde su más tierna infancia, contratan a un tío para que les enseñe. Aquí no existe eso de «un chaval que jugaba en la cancha de los suburbios y su talento fue descubierto por alguien». No, el tenis de verdad exige invertir mucho tiempo y dinero desde pequeñito. Machacar a un crío, que queda desprovisto de una educación normal -ya los veis, son todos unos niñatos consentidos- y se dedica sólo a eso, horas y horas cada día. Debería ser delito.

Finalmente, como otros muchos deportes, el tenis tiene un spin off playero***. Bueno, más que deporte es la puta manía de molestar al resto de playistas mientras atizas a una pelotita de goma con una raqueta o pala de madera/plástico, entre dos o más personas, al borde del agua, tratando de que no caiga a la arena. Se suele usar para entretener a los niños y que la gente te oiga contar en alto cómo va subiendo el récord de golpes. El desierto del Sahara sería el lugar ideal para jugar, pero, por lo que sea, nadie lo hace allí; con la de sitio que hay.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Irónicamente, en una cancha de Jeu de Paume se firmó el principio del fin de la nobleza borbónica. Sólo la de allí, desolé.

(**) Es un hecho que las pelotas botan mal sobre la hierba. Y que una pista de tenis de hierba sólo se puede mantener con el césped decente si tu clima es horrendo e -importante- si no se juega casi nunca en esa pista. Hasta en Wimbledon terminan viéndose las calvas. Las del césped, me refiero, no las de los Windsor y sus secuaces, que también.

(***) Los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música. Pronto hablaremos de ellos, así como del milenarismo.

El squash es un deporte que básicamente consiste en tratar de jugar al frontón dentro de una especie de cabina de teléfonos*, con una raquetita jibarizada y una pelotilla de goma dura. Su principal característica es que sudas mucho. Si sobrevives. Durante un tiempo fue un deporte de yuppies**, el ideal para quemar energías con tus coworkers, sacudirte el estrés laboral inherente al cargo de Junior Brown-eater Consultant, presumir de camiseta sudada y tomarte unas cervezas. Hasta el nombre sonaba a pijo.

El squash es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Mucho. Cualquier médico, hasta el décimo dentista, ese insolidario que no recomienda lo mismo que los otros nueve, os dirá que es malísmio pa la salud. Es como meterte en una sauna finlandesa donde además te pones a bailar el kalinka en estilo techno trance house***. Se te ponen las pulsaciones a mil, y lo peor es que no te cansas tanto, quicir, una vez terminas el partidito y estabilizas la respiración y el ritmo cardíaco, estás como si tal cosa (aunque quizá te duelan cosas). Del squash, si sales vivo, sales con algo de sed, pero no con esa hambre canina postmedieval que consigues después de practicar ciclismo, natación o incluso fúmbol.

En mi caso (lo jugué, el siglo pasado) el squash, además, me proporcionaba (aparte de las ganas de beber cerveza) agujetas en el segmento central de cada uno de los glúteos (una zona muscular que yo no sabía que fuese utilizada para otra cosa aparte de sentarse), que no me ha pasado con ningún otro deporte, ni siquiera en otros deportes de raqueta o azadón.

También está la posibilidad de sufrir un raquetazo (el espacio es muy pequeño) o chocar con los compañeros o con -eso es lo más divertido- la pared de la cabina telefónica. El choque es muy estético para los que te vean desde fuera (normalmente, íbamos varios para ir rotando cada partido, porque si te tiras una hora seguida jugando, caes al suelo fulminado). Por suerte, yo creo que ha ido perdiendo adeptos hacia otros deportes raquetiles, que trataremos las próximas semanas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Las cabinas de teléfonos, para los jóvenes, eran un invento que se ponía en las calles -cuando no había móviles- para poder llamar por teléfono desde fuera de casa. Consistía en una especie de armario acristalado que tenía dentro un teléfono construido con piezas del blindaje de los Panzer III y IV. Funcionaban con monedas, y los más modernos, también con tarjetitas de saldo recargable.

(**) Los yuppies eran los jóvenes recién graduados en la uni, que alardeaban de sus empleos con buen sueldo en oficinas de altostandin. Esto pasaba en los 80 y los 90.

(***) Estilo de baile que consistía en convulsionar mientras escuchabas ruido rítmico generado por ordenador, puesto hasta las cejas de drojas y colacao. Hoy estoy empleando muchos vocablos viejunos, sorry.

El frontón, pelota mano o pelota vasca, es un deporte que consiste en darle bofetadas a una bola contra un paredón (originalmente, la fachada de la iglesia del pueblo contraria a la puerta), y así sucesivamente, para tratar de evitar que el rival (o pareja rival) pueda hacer lo mismo antes de que la pelota dé dos botes. En su modalidad oficial, existe una pared en el lado izquierdo (es un deporte zurdófilo*), otra en el fondo, y hay pintadas líneas que delimitan cosas del campo. Comenzamos con él una lista de deportes consistentes en atizar a pelotitas de pequeñas dimensiones con manifiesta mala fe. Y, como hay muchos, incluiremos aquí en este mismo post otras variedades de frontón.

El frontón es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, es que es un deporte que supone un retroceso en la evolución humana. Si nuestra especie se caracterizó por el uso de las manos para hacer cositas, y utilizar instrumentos que era necesario inventar, el frontón te devuelve las manos al estado de «zarpa». El frontón es de los pocos deportes (junto con el boxeo, etc) en el que la violencia propia del juego ya es suficientemente dañina, no es que hablemos de un riesgo X de sufrir accidentes o lesiones; es que tener las manos destrozadas es lo habitual.

A ver, yo he jugado al frontón con una pelota DE TENIS, y todavía te enrojece y antestesia las manos. Pero la pelota de frontón es mucho más dura y pesada. Como ejemplo, os diré que mi padre tuvo que dejar de jugar al que era su deporte favorito cuando empezó a trabajar en una oficina, porque no era capaz de pulsar las teclas de la máquina de escribir de una en una, con el muestrario pollas los dedos hinchados de jugar. De chavales, se hacían las pelotas con un cacho de madera redondeada, forrada de piel de gato (el resto del gato también lo aprovechaban, para el cocido). Con eso creo que digo todo.

Por su dureza, este deporte, antes muy practicado en los pueblos de Castilla, fue dejándose de jugar, salvo por cuatro forofos tradicionalistas (euskaldunes o no). También por eso se inventaron sucedáneos que permiten mantener el uso de los dedos para poder acariciar cosas, golpeando la pelota con diversos artefactos (palas, cesta punta, remonta, etc). En estas variantes, el riesgo principal pasa a ser el de SER IMPACTADO por la bola; de hecho se juega con casco, pero si te dan en la chepa te dejan baldao. Enzerio.

La modalidad más light es el frontenis, que dicho así parece que fuera un deporte moñas, pero no; es duro de narices, lo que pasa es que comparado con las otras formas de tortura descritas es casi una bendición para cuerpo y alma. Ojo: jugar al frontenis sigue siendo peligroso, dado que la táctica habitual consiste en ‘atizar a la pelota como si quisieras ponerla en órbita geoestacionaria’, son típicas las lesiones en la zona de la clavícula (o por esnafrarte con alguna de las paredes o contra un rival, cuando corres para devolver el golpe).

Me dejo, apóstata, una variante mucho más moderna del frontón que trataremos la próxima semana.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) La táctica más usada en el frontón es tratar de que pelota vaya lo más cerca posible de la pared de la izquierda, para que al otros le cueste darla, y tenga que arriesgar rozarla con la mano (o la pala, raqueta o chisme que sea). En esto los zurdos llevan ventaja.

Si la semana pasada tratamos de la desaconsejación del submarinismo, nulla dies sine bingo, hoy nos toca hablar de la natación, el antecesor del submarinismo. Aunque, siendo justos, yo aprendí primero a bucear, lo de conseguir flotar (y respirar) tardó un poco más. En fin, la natación no es solamente nadar; el deporte consiste en meterse en una piscina (a veces, otros sitios) para ver si ganas a otra gente, avanzando de la misma manera que ellos (rana, mariposa, calamar*, etc). Los nadadores tienen sus sectas, claro (a veces dejan entrar a los triatletas, por ver gente nueva, pero normalmente no aceptan intromisiones).

La natación es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es un fracaso total, tiene lo malo del senderismo (moverse fatigosamente) y lo malo del submarinismo (en un medio hostil), pero ninguna de sus ventajas (ver paisajes y bichos curiosos). Es un deporte que, partiendo de algo bueno (saber nadar, que siempre viene bien) lo transforma en un hábito aburrido y repetitivo: ir pallí y pacá en una piscina, vuelta y vuelta, como un chuletón flotante. Los entrenamientos de todos los deportes son exigentes y a veces repetitivos, pero es que los de la natación son el summum del hastío. Hacer largos de piscina. Otro. Y otro. Como el conejito de Duracell, pero sin salir de la calle 4. Como ir a la tamborrada de Calanda con una pandereta en cada mano y sin pasar por los bares.

Las piscinas son sitios muy peligrosos. A ver, que por algo es obligatorio tener un socorrista en las piscinas grandes. Ojo, que lo que menos sucede es que alguien se ahogue (que pasa, pero más en piscinas privadas). Las piscionas atraen los accidentes: resbalones fuera del agua, calambres, lipotimias, quemaduras del sol, uno que salta a bomba donde no cubre… Y, accidentes aparte, sales oliendo a cloro, y la humedad facilita la aparición de otitis, hongos, pie de atleta, moluscos u otras infecciones en los sitios que peor te vienen. Incluso, en tiempos, había quien decía que se había quedado embarazada en una piscina (quicir, sin conocer varón, no por folleteo subacuático). A tanto no se llega, pero es seguro que flotar con otros fluidos orgánicos desagradables lo has vivido. Y luego, se ponen tiquismiquis con lo del gorrito.

Para compensar, dicen que la natación es un deporte muy sano y completo. Sí, por los cojones. Como todo, si tienes buen estilo tiene un pase; si no, de hecho puede ser contraproducente y dejarte peor de lo que estabas. Y los nadadores que nadan mejor y más deprisa (casi todos, en mi caso) te miran mal, y me voy a la calle de las abuelas en rehabilitación de lo de la cadera. Que si se juntan más de dos, también te miran mal.

Vale, existen modalidades de natación «fuera de piscina»: en mares, embalses, lagunas y sitios así. Pero la cosa sólo empeora: las posibilidades de sufrir problemas aumentan, y tampoco es que ganes mucho en cuanto a cambio de paisaje. En el agua avanzas despacio, y vas a ras de suelo. Y ojo, que las distancias engañan, las corrientes son traicioneras, y las medusas y otros seres indeseables te pueden atacar (merecidamente, en mi opinion).

Finalmente, existe una variante aún más horrible de este deporte, llamada «Natación Sincronizada«, que es un cruce degenerado entre la natación y el «line dance», con pinzas en la nariz y sonrisa de Joker. Demencial. Ni entramos a valorarla.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. El agua, pa las ranas.

(*) Vaaale, te chirría lo del estilo calamar, pero… ¿tú has visto alguna vez nadar a una mariposa?

Después del montañismo de las montañas, del senderismo de los senderos, llegamos hoy al submarinismo (buceo, inmersión, etc). Es un deporte que todos hemos practicado, en su modalidad más básica, cuando jugamos a buscar la piedrecilla de color que alguien ha echado al fondo de la piscina. Eso, como es sabido, se puede complicar tó lo que se quiera, aumentando la profundidad y los medios para resistirla.

El submarinismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No deberíamos ni tener que explicar el porqué. Pero por si alguno no se ha dado cuenta, los humanos no tenemos branquias. Estar debajo del agua no es sano. TE AHOGAS. A ver, la natación (como veremos más adelante en esta mimma bitácora) ya es desaconsejable de por sí, pero meterse debajo del agua llega a un nivel de insensatez superior al del coyote cuando sujeta algún artilugio marca ACME. Es una pena que aquello del buzo que apareció en un bosque incendiado, arrojado por el hidroavión de apagar incendios, sea una leyenda urbana, porque esta gente es lo que merece.

Aparte de ahogarse, los submarinistas pueden sufrir otros problemas; la presión, la hipotermia, la angustia, los ataques de diversos bichos subacuáticos o sobreacuáticos… Todo horrible. Y no sólo por bajar a las profundidades, es que hasta cuando vas subiendo, si lo haces más deprisa de lo que debes, puedes sufrir el mismo efecto de burbujeo que se produce cuando abres un refresco carbonatado; eso que te hace cosquilleos en la nariz al beber, pero por dentro de tus vasos sanguíneos. Duele. Mucho. Puede matarte.

Los buzos forman, como suceden con otros deportes, una especie de secta. El primer paso para que te reconozcan como acólito es que no digas que se bucea con una BOMBONA DE OXÍGENO. Pues a ver qué leches es lo que lleváis a la chepa… No es una bombona porque mimimimi botella y no es de oxígeno porque lleva más cosas, mimimimi, nitrógeno…cosas… Como dijera Fernán Gómez, ¡a la mierda, hombre!

Como prueba de la brutalidad y peligrosidad de este mal llamado deporte, los practicantes deben realizar prácticas y exámenes que les facultan para descender cada vez a más profundidad; quicir, uno no puede vestirse de buzo y meterse en el agua y tratar de bajar a 50 m el primer día. Bueno, poder, puedes, pero si vas con alguien que te enseña, no te deja. Salvo que sea muy cabrón. Hay que ir aprendiendo poquito a poquito, y demostrar que eres capaz de sobrevivir a todos los peligros descritos; y entonces te dejan bajar un poco más. Estas pruebas te permiten ascender en el escalafón de la logia de los buceadores: grumete de agua dulce, scooba doo, bob esponja*, patrulla delfina, máster chof, y cosas así.

De los achiperres propios del deporte, qué decir; son peligrosos hasta fuera del agua. Probad a ir vestido de buzo por la calle… No sé si he dicho que el submarinismo es el deporte favorito de mi penúltima jefa de dpto, una chica preparada, inteligente y trabajadora, amable y benévola con nosotros sus indignos esbirros… Claro, algún fallo tenía que tener.

Existe una variante de esta aberración, y es practicarlo dentro de una cueva submarina. Eso ya no pienso ni comentarlo. Al igual que sucede con el GREIM para la montaña, hay gente de la meretérica específicamente preparada para salvar a estos insensatos. Delincuentes, diría yo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Fondo de Bikini (en el original, Bikini Bottom) es (lo que hay abajo de) un atolón del Pacífico, patrimoño de la humanidad, y lugar curioso para el buceo: arrecifes de coral, destructores hundidos, y un índice de radioactividad superior al de Fukushima, por haberse realizado pruebas nucleeares.

El senderismo (también conocido como trekking, en su facción más prolongada) es un deporte que consiste en caminar por veredas, trochas, cañadas reales, vías interurbanas suficientemente iluminadas y en general por cualquier sitio, lo que importa es que lleves pinta de senderista. La distancia no es un condicionante; yo a veces he caminado kilómetros por los pasillos del carreful, tratando de encontrar tó lo que llevo en la lista de la compra, y eso no se considera senderismo. Por seguir acotando, cuando en el senderismo hay que trepar, se considera montañismo, que ya lo hemos explicao en el post anterior.

El senderismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Básicamente, porque no hay nada que ganar y sí mucho que perder: las gafas de sol, la navaja suiza (que te la dejaste donde paraste a merendar), los dientes o la vida. No exagero, la Sierra de Gredos tiene un amplio historial de senderistas que han dejado para siempre el senderismo allí arriba, o al menos las han pasao más putas que el que se tragó las trébedes. Por un cambio de tiempo. Por deshidratación y fatiga. Por meterse en ese río de aguas cristalinas. Por empiornarse* y llegar a uno de los casos anteriores**. También está el peligro de meterse por una zona donde estén cazando jabalíes y ser alcanzado por una bala perdida o por un jabalí cabreao.

Además, qué leches, es que caminar lo hacemos (casi) todos (casi) todos los días, pero el senderista se tiene que complicar la vida. Y llevar, como hemos dicho, pinta de senderista. Ropa de senderista. Palitos de caminar de senderista. Gadgets de senderista. Al principio bastaba con el morral y la bota de vino/cantimplora. Pero la cosa se fue complicando con toda un serie de productos… Para llevar comida o bebida senderística***. Para curarte las ampollas o pequeñas heridas. Para saber dónde estás. Para protegerte de las inclemencias del tiempo. Para sobrevivir a un apocalipsis zombie. Para poder realizar una cirugía intracraneal endoscópica.

Con el senderismo sucede como con el montañismo; si al principio fue un deporte asociado a las clases altas, que cantaban mientras se dirigían a montañas nevadas, actualmente se ha democratizado y lo practica gente de toda condición, que -por encontrar un denominador común- suele hacer gala de cierta conciencia ecológica, por lo que ya no es que no haya que dejar basuras, es que no hay que dejar ni huella de nuestro paso, y se valora ir observando e identificando -sin arrancar ni exterminar- las plantitas y los pajaritos que vamos viendo.

Por último, existe una variante del senderismo anterior al mesmo senderismo, relacionada con las peregrinaciones a lugares santos; que se sigue practicando y ha formado una especie de simbiosis con este deporte, intercambiando hábitos y practicantes. Es una moda que también desaconsejamos. No te vas a encontrar a tí mismo: tú ya estabas ahí. Y suele ser más bien una excusa para ponerse ciego a comer pulpo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Empiornarse es meterse por una vereda en una zona rica en piorno, planta que crece descontroladamente y llega a «tapar» los antiguos caminos, creando marañas de arbustos cada vez más cerradas, por lo poco a poco te va dificultando el caminar, incluso hasta obligarte a dar la vuelta (y tropezar con las ramas bajas). En Gredos «empiornar» es sinónimo de «complicar».

(**) El GREIM cada vez tiene que rescatar a más senderistas que montañeros. Desde que se inventaron los tracks del gepeese, la gente se mete en sitios para los que no está preparada. Recuerdo un día, bajando del Morezón*** con un amigo, que nos encontramos con una familia entera, con los niños, la abuela, etc, y calzados con playeras. Me pregunta el cabeza de familia: «por favor, ¿para hacer la integral del Circo?». A ver… Es una ruta que bordea el susodicho accidente geográfico postglaciar cresteando por lo alto de las montañas. Tiene zonas complicadas y que acojonan bastante. Echas el día para hacerlo; eso, si sabes ir y tienes muchas piernas****. NO ES UN SITIO AL QUE VAS PREGUNTANDO, COMO A LA OFICINA DE TURISMO, Y MENOS EMPEZANDO AL MEDIODÍA.

Les indiqué el camino. Valoro la información y la libertad de elección.

(***) Los senderistas comemos cosas especiales. Frutos secos, barritas energéticas, fruta desconchilizada, geles protéicos carbohidráticos mutantes, y cosas así. Es para que se sepa que somos senderistas.

(****) Bueno, dos piernas, pero acostumbradas a triscar por los riscos con paso seguro.

Era evidente, después de la bici de montaña, el siguiente deporte que desaconsejamos es la montaña sin bici. Se le denomina con varios otros nombres, ya que existen varias modalidades montañescas (incluso para practicar dentro de casa), pero básicamente, el montañismo consiste en subir a cualquier sitio desde el que te puedas esnafrar desde una buena altura, de las de poder decir «pabernos matao» cuando bajas. En caso contrario, estás más cerca del trekking o senderismo de montaña. El «por donde cortamos» depende de lo tiquismiquis que sea el escuchante. Por ejemplo, ascender a la montaña más alta de la provincia de Valladolid, probablemente no sea considerado montañismo, y es porque el mayor riesgo es pasar de largo del montón de piedras que marca el lugar, si hay niebla, y terminar en la provincia de Segovia.

El montañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Casi no tendríamos ni que escribir el post, vamos, pero por si queda algún romántico empedernido que considera que arriesgar tu vida en un los riscos es algo sano, vaya aquí nuestra advertencia. Por algo la gente mayor de los pueblos alrededor de Gredos, que mira que lo tienen al lao, nunca subía a lo alto de la sierra: «allí no se me ha perdido nada». No, tuvieron que ser los forasteros los que se empeñaron en trepar por paredes de piedra verticales*. Y recordamos una vez más la frase de Terry Pratchett: lo que te mata no es la altura, es el suelo.

El riesgo es evidente. A ver, es que raya el delito, que hasta la Guardia Civil ha creado grupos especiales cuya única finalidad es ir a rescatarnos (o lo que quede de nosotros), gente mu prepará que se juega la vida para que podamos presumir de que hemos subido por un sitio chungo. Porque esa es otra: hay montañas con un lado por el que se sube paseando (o en teleférico, incluso), que ya ves las vistas y te haces el selfie; pero no, tiene que ser difícil. Los propios montañeros de élite califican la dificultad de las trepadas con unos códigos especiales de números o letras, en plan rating de Standard & Poor’s, que Te Hacen Sentir Especial. «He subido una pared TD 7a+ IV cum laude«.

A veces la dificultad no radica en la verticalidad y ausencia de agarres, sino en el clima; y ya en sitios muy bestias, en la falta de oxígeno. Y si no, pues hay que inventarse el riesgo. Que si yo voy sin oxígeno. Que si yo voy en invierno. Que si yo voy sin sherpas. Como si quieres ir con tu suegra a cuestas, majete, a mí que más me da. Claro, pero luego hay que ir a buscarte si la buena mujer se lía a paraguazos contigo porque te has perdido.

Una gracia que tenemos los montañeros es protestar contra la masificación o la mercantilización de las montañas. Esto es: nos jode que EL RESTO DE GENTE SUBA A LAS MONTAÑAS. Nosotros tenemos derecho, claro. Desde luego, no me parece bien que haya atascos en las cimas de los Himalayas, ni que se llene de basura; pero la masificación bien entendida empieza por uno mismo.

Hoy en día, si tienes un poco de preparación física y MUCHO dinero, puedes subir incluso al Everest, contratando a los que saben. Pero claro, si hay un cambio de tiempo y la cosa se complica… shit little parrot. Más de una vez he visto a montañeros de élite quejarse «les ofrecimos a los sherpas nosecuantosmil euros, pero no quisieron subir a por Fulanito». A ver, majete, ya es la leche el riesgo que corren por su trabajo en condiciones normales, para que encima les pongas en la disyuntiva de «joer, con ese dinero, en mi país, tengo pa vivir un par de años… yo o mi viuda». Si no quieren subir, es lo que hay. Íbais al filo de lo imposible.

Por último, reseñar que el montañismo comenzó siendo un deporte elitista, de nobles y gente adinerada, que se iba a los Apeninos o a los Andes, para poco a poco irse transformando en afición estrella de hippies y perroflautas… con pasta, eso sí, que el material es caro y no conviene racanear en la cuerda o los anclajes de los que pende tu vida, o en la ropa que te protege de la congelación. También estamos algunos nostálgicos de los pasar un buen rato con amigos y comerte unos alcagüeses en la cima de alguna montaña, mientras te quejas de que los jóvenes son jóvenes y nosotros ya no.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Como yo no soy sino hijo adoptivo de la sierra, tuve mi punto montañero. En mi primera ascensión al Almanzor, con un amigo cabra loca, nos quedamos enriscaos** , pero conseguimos llegar a la cumbre (de hecho, sólo podíamos seguir parriba, esa es la gracia de estar enriscao), y desde allí vimos un grupete que ascendía por una vía mucho más fácil (la que queríamos haber cogido). Menos mal, pensé que de allí no bajaba… En cualquier caso, el mayor peligro de ese pico -en verano- no es tanto caerse, sino que en las zonas de piedras sueltas provoques un pequeño derrumbe que te afecte a tí o a los que van debajo. Ahora, si te quieres caer, tienes lugares que antes de 200 metros no has parao de dar rebotes (en invierno, por la cara sur, probablemente más del doble, si hay hielo en buenas condiciones).

(**) Enriscarse es subir por un sitio por el que luego, cuando te toca bajar, ves que destrepar es mucho más complicado, te empiezan a temblar las piernas, y te quedas allí arriba bloqueado. Pasa mucho. Preguntádselo a los del GREIM.

La secuela de la entrada anterior no podía ser otra que ésta su secuela: lo de la bici de montaña, también conocida como mountanbai, MTB, y cosas peores. Básicamente, es lo mismo que el ciclismo de carretera -ir en bicicleta- pero con una máquina adaptada para ir por terrenos más escabrosos. La bici de montaña tiene ruedas más gordas (y con «tacos»), manillar más sencillo en forma de T, y vas sentao en una postura algo más elevada, amén de otras adaptaciones para la vida en el monte.

El bicimontañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Dado que se circula por terrenos más irregulares, los riesgos de caída son aún mayores que en el ciclismo de carretera, si bien decrece sensiblemente la posibilidad de ser atropellado por otro vehículo. Paralelamente, baches y pedruscos incrementan las vibraciones a las que se ve sometido el deportista, que repercuten en nuestra osamenta. Para mitigarlo un poco, al poco de nacer, se dotó a las bicis de amortiguadores; pero ya os digo yo que milagros tampoco hacen y su mantenimiento es complejo.

Los riesgos son evidentes. Además de esnafrarse, el ciclista de montaña corre el peligro -frecuentemente infravalorado- de que le suceda algún incidente o avería en mitad del campo, a veces en sitios sin cobertura, lo que convierte el más mínimo problema en algo más serio, sobre todo si entrena en solitario. A esto añadiremos la hostilidad de los mastines que cuidan las fincas, de los propietarios de los terrenos que atravesamos*, de la meteorología, de la naturaleza en general y del ganado suelto en particular.

Por supuesto, en esto del MTB hay grados. Desde el que prefiere circular -a cher pochible- por caminos rurales transitables, incluso asfaltados, al que trata de ir siempre por fuera de pista (a lo sumo, veredas estrechas y pedregosas) buscando entornos de máxima dificultad técnica. Hay gente pa tó. Lo que nos une es la rivalidad con los de carretera, que nos miran con aristocrático desdén «a los de los tractores» cuando nos cruzamos; se creen Induráin. Panda pringaos…

A pesar de estas diferencias, el mundo del mountainbai tampoco escapa a la tontería de gastarse dinero para tener una bici mejor. A diferencia de los de carretera, aquí la aerodinámica importa poco, y más que rebajar gramos lo que se pone de moda son, sobre todo, marcas y soluciones técnicas (a veces un tanto chorras, todo hay que decirlo). Que si ruedas hipergordas o de más diámetro. Que si tres platos; no, ahora un solo plato. Que si el amortiguador nosequé o la horquilla nosecuá. Bueno, algunos, como los frenos de disco, los han terminado heredando los de carretera (tan listillos como eran) no sin polémica**.

Para terminar con los riesgos, los ciclomontañistas tendemos a sobreestimar nuestras capacidades. Para cruzar un vado o un arroyo («yo creo que no cubre»), para transitar por una zona empinada y pedregosa sin bajarse de la bici («yo creo que se pasa bien»), para atravesar por medio de vacas ¡y terneras! pastando («yo creo que son muy mansas»)… o para afrontar un cambio en la ruta («yo creo que por este camino seguro que vamos a dar a tal sitio, que desde allí ya conocemos la vuelta»)… Es algo que se cura con la edad, aunque no en todos los casos.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) El tema de los caminos públicos que cruzan fincas privadas, y de las porteras de las fincas (que si se cierran mal, se escapa el ganado) es frecuente fuente de conflicto.

(**) Al principio no gustaban, han estado prohibidos -en las pruebas de ciclismo en carretera- pero ahora se están imponiendo (frenan mucho más que los de zapata), si bien han provocado lesiones por su perfil cortante. Ah, y un recordatorio para gente más pardilla que yo: después de bajar una cuesta frenando, los discos SE CALIENTAN MUCHO. No tocar, y cuidado al parar, con tu bici o la del de al lado, que no te rocen la pierna.

Continuamos esta nueva (y totalmente prescindible) sección con un nuevo deporte, el que más jloria internacional ha dado a los y las abulenses: el ciclismo. Básicamente, consiste en subirse en una bicicleta del tipo antiguamente denominado como de carreras* y liarse a dar pedales por la carretera. Sobre todo cuesta arriba, porque si vas cuesta abajo, pedalear no es tan necesario**.

El ciclismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No sólo porque te puedes pegar un piñazo o ser atropellado por otro vehículo, es que además la postura no es buena, ahí con la chepa torcida y la próstata apretá***, pasando frío y calor (no hay término medio), y si llueve te mojas por arriba y por abajo (con las salpicaduras de la rueda o de otros vehículos). Para rematar, casi sólo ejercitas un par de músculos, pero es tan exigente en el consumo calórico que te puede provocar la pájara. A ver, en todos los deportes te cansas, o te pueden subir las pulsaciones a mil; pero en la bici, de repente, te llega un vacío existencial, una ausencia de energía absoluta que se complementa con la aparición de hambre canina y te convierte en una piltrafa humana. Por suerte, se pasa descansando y comiendo. Mucho.

Los riesgos son evidentes. Y no termina ahí; existe un peligro desconocido para los no iniciados; cuando el aficionao corriente cae en esa especie de secta que forman los globeros, comienza un proceso adictivo similar a la ludopatía: se empieza a gastar MUCHO dinero en una bici mejor. Amigo, que no te estás jugando el Tour por unos segundos, que tú sólo sales a dar una vuelta con los colegas de vez en cuando, pa qué necesitas una bici [mode Manquiña ON] profesional. Ojo, que no te da más seguridad ni resiste mejor las averías, no; a partir de un punto, los euros sólo se van en reducir unos gramos de peso y ofrecer una pizca menos de resistencia aerodinámica.

Esto de llevar bicis de calidad obliga a entender de marcas y modelos; tanto, que los ciclistas se reconocen entre sí como los perros; no se miran a la cara; se inclinan y olisquean la bicicleta del otro:

  • Ayer me di una vuelta con Eufrasio
  • ¿Eufrasio?
  • Sí, hombre, uno que sale con Hematocrito, Gaseoso y Huelepeos [inciso: son apodos reales]
  • No caigo…
  • Uno que lleva una Samsonait de germanio con cambios Maquiavello y portabotija Thermoflix…
  • Ah, sí, Eufrasio el Gafas****, sí, la Samsonait se la recomendó Chiappucci…

Como se ve, además de la bici, claro, está el apodo o «nombre de guerra», imprescindible si quieres ser alguien, y hay que ganárselo a través de años de entrenamiento. Si no tienes, se te asignará uno de oficio.

Para terminar con los riesgos, hay una palabra que va asociada a «ciclista» como las moscas a la mierda: doping. Dejando aparte los casos de los profesionales (de los que, recordad, los detectados sólo son la punta del iceberg), lo más triste es que entre aficionados tampoco es raro hacer tonterías como tomarse varias latas de bebida energética en una parada, para poder llegar un poco más acelerao al siguiente puerto o sprint*****. Manda huevos, sí.

Además, confieso, los ciclistas no somos buena gente. Ello procede de una peculiaridad: como es sabido, el que va delante se cansa más que el que va a rueda. Por eso, es un deporte en el que a veces no gana el mejor ni el más fuerte, gana el más astuto traicionero. El que iba disimulando «no puedo, no puedo», y al llegar a la meta, demarra y gana con insultante facilidad. A veces, entre profesionales, se dan situaciones inexplicables de ese tipo: ¿Cómo no se ha dado cuenta Fulanito de que Menganito, que iba todo el rato a rueda, le iba a ganar al sprint? Pues porque, como dice mi hermano, cuando vas a mil, no te llega suficiente oxígeno al cerebro.

Esta rivalidad se manifiesta ahora, además, en una práctica reciente, que consiste en colgar en la red nuestros entrenamientos, con lo que se establece una especie de competición para conseguir primeros puestos en los «segmentos» (cachos de carretera). Claro, aquí se puede hacer trampa: ir con una bici eléctrica, o ir en tu coche despacio, a una velocidad «creíble», sólo para aparecer en esas aplicaciones. También sirve para conversaciones del tipo «Mira a Claudio, el capullo, dice que no entrena y se ha metido 140 kms esta mañana, y por los puertos». Ah, casi se me olvida, menos mal a Claudio… Si quieres ser ciclista SIEMPRE tienes que quejarte de que este año has entrenado poco; «llevo pocos kilómetros…», «los días que puedo salir, hace malo…», etc.

Y hablando de las bicis eléctricas, aquí tenemos otra nueva fuente de conflictos, que ha dividido a los ciclistas en tres grupos: los que odian a los de las eléctricas, los que les envidian, y los que tienen una eléctrica. Reíros del cisma de occidente, esto está provocando enemistades enconadas. Y no está dicha la última palabra.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Antes sólo existían las «bicis» (a secas, sólo denominadas «de paseo» por los vendedores) y las «bicis de carreras«. En su momento se inauguró la subcategoría «bicis de carreras con cambios» pero pronto todas las bicis de carreras venían con cambios de marcha (3 ó 5 «piñones», que se decía), por lo que se omitía esa salvedad. Las bicis profesionales de verdaz eran las que tenían transportín para llevar mercancías, y dinamo para llevar luz; mucho antes de los del Jlovo.

(**) Sí, majos, hay masoquistas que siguen pedaleando cuando van cuesta abajo. Esa gente nunca es de fiar, esa es la primera señal de que os dejarán tirados en cuanto os vean flaquear.

(***) En caso de que tengas próstata, claro.

(****) El Gafas de verdad no se llama Eufrasio, sino Agustín «Tino» Jiménez, un abulense que no llegó a profesional, pero compitió en los años 70 en una especie de segunda división (llamada entonces «aficionados»), y su mejor resultado fue en la Subida a Arrate, de su categoría, en la que fue adelantando a todos los rivales menos a uno, al que no pudo pillar, a pesar de darlo todo… Pero al entrar en meta, todos le felicitaban. El otro era el motorista que abría carrera. Con la lluvia empapándole las gafas, pensaba que era un ciclista. Como para pillarlo… Pero gracias a eso, pulverizó el récord de aquella subida, de hecho lo hizo en menos tiempo que los profesionales; y su marca estuvo vigente décadas.

(*****) Los ciclistas nos pegamos un calentón para ver quién llega primero a cualquier cuesta o lugar emblemático. El caso más conocido es el de Eddy Merckx, que en una carrera esprintó en una pancarta del –entonces ilegal, pero existente, al revés que ahora– Partido Comunista.