El balonmano es una de las variantes del fúmbol en las que las trampas son al revés. Éste se juega en unos campos que ahora sirven, mayormente, para el fútbol-sala (eso es reciclaje y no lo de Ecoembes). En tiempos postmedievales estuvo más de moda en España; hasta los 70 andaba ahí a la par con el baloncesto, pero luego ha ido decayendo hasta ser bastante minoritario. Afortunadamente.

El balonmano es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es algo así como practicar lucha libre mientras un balón anda por ahí (haciendo daño). Lo mejor, que -debido a ello- si no tienes pinta de culturista, máquina, monstruo, crack, figura, no te dejan ni jugar. HABER. Los jugadores de balonmano son casi igual de altos que los de baloncesto, pero ¿a que no lo parecen? Porque están proporcionaos, no son del tipo larguirucho; son como el increíble Hulk pero sin el color verde. Igual de cabreao, eso sí, que los jugadores se están empujando y achuchando todo el rato.

Para compensar la agresividad, es el deporte en el que menos se protesta (claro, que si aplicasen esa regla de «te he pitao falta, deja el balón ahí y te vas patrás calladito, o te pasas un rato expulsao» en el fúmbol se quedarían jugando un 3 pa 3). Luego, claro, siempre queda una tensión no resuelta; con tanto contacto pero que no se note y sin golpear, el ambiente va siendo como estar en una sauna finlandesa o en el Blue Oyster Bar. Mucho sudor, mucho baile agarrao, mucho cambio de pareja… y BDSM.

¿BDSM? Pues sí, si hay una cosa peor que ser jugador de balonmano, y que entra directamente dentro del sadomaso, es ser PORTERO DE BALONMANO. Ya habría que estar mu loco para estar ahí en la portería (en la que casi no caben) tratando de esquivar los balonazos, pero es que ¡tienes que colocarte y moverte pa que te den! Es como ser el plato en el tiro al plato o trabajar de crash test dummy de los Boeing 737 Max. Es ponerte a gritar «Jehova» en bucle el día de tu lapidación. Un dinosaurio que se pusiera a dar saltitos -¡aquí, aquí!- en las afueras de Chicxulub, mirando al cielo, eso es un portero de balonmano*.

Tradicionalmente, el balonmano ha sido un deporte de países fríos y germánicos; algo para entrar en calor y pasar el rato mientras fuera del pabellón la glaciación da sus últimos coletazos. Por ello tiene la gracia de que cuando el balón circula rápidamente entre los jugadores, como todos terminan en «son» (o en «dotir», ellas), la locución de los comentaristas tiene cierto soniquete repetitivo, que te va adormilando hasta que llega un grito «¡DEEENTRO!»; algo que ayuda a entender la música de Bjork.

Y luego, las reglas son raritas, para compensar lo fácil que es -comparado con otros deportes de portería- meter goles. El área de portería es como en el juego de «el suelo es lava» y los jugadores hacen escorzos de lo más raro para no cometer infracciones. Los cambios se pueden hacer en pleno juego, sin parar, todos los que quieras, por parejas o tríos, es todo libertinaje y desenfreno. El balón hay que botarlo de vez en cuando, no como en baloncesto, que te pitan pasos a la que te descuides; aquí es medio opcional. Eso sí, no puedes pivotar sobre un pie; entonces te pitan pasos y se ríen de tí y te dicen que se nota que vienes del basket, so memo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Una curiosidad: si el árbitro considera que le has tirao aposta a los morros al portero, te puede descalificar. Y también suele dar pie a una bronca reacción del equipo contrario.

El golf es una variante del gua* en el que se juega con un palo para no tener que agacharse. Un deporte de señoritos, vamos, y ahora es cuando llega el de «pues yo juego y soy de clase media». Claro, un juego que requiere mantener una dehesa de varias hectáreas en estado permanente de alfombra vegetal, uno de los más consumorrecursivos que se conocen, es un deporte normal. Si además se juega en un lugar donde Taranis no provee de humedad vivificante, raya el delito.

El golf es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y voy a dejar aparte el rollo ecologista. Aparte de para el planeta, es malo para tu salud. Un partido normal supone ir caminando (opcionalmente, charlando de negocios) durante un par de horas, que bien, no haces ni el huevo; pero luego tienes que atizar a la pelota. En frío. Para la estructura corporal, es el equivalente de lo que para el estómago supone que recién levantao te tomes pa desayunar medio litro de Jagermeister con Cointreau. No hemos evolucionado para eso. Lo más leve que te dará es algo parecido al codo de tenista (codo de golfista, lo llaman aquí); y a partir de ahí, lo que quieras, sobre todo en la chepa y articulaciones superiores y juntas de la trócola.

Eso, si la pegas bien. Si tienes mal estilo, ya es el acabóse. Si cuando le das con los palos de llegar lejos, esa chuleta** resulta que pilla un poco más de suelo del que debería, las reverberaciones se te transmiten por el cuerpo como las ondas del puente de Tacoma. Eres lo más parecido al Coyote utilizando un artilugio marca ACME. Un peligro para tu salud y hasta igual para alguien que se cruce en tu campo de tiro. Porque esa es otra, recibir un pelotazo de golf también es bastante desaconsejable.

Finalmente, aquí recordaré el jermoso momento que se produjo cuando en Ávila, en tiempos postmedievales, se inauguró un campo de golf (no, no hablaré de a quién colocaron de jefe). Entonces se podía pasear por el caminito asfaltado por el que van esos cochecitos*** tan cucos que usan algunos jugadores para trasladarse de hoyo a hoyo. Y eso hicimos mi hermano, mi sobrino (tendría 5 ó 7 años) y yo. Paseando por allí, nos pusimos cerca de un jugador que iba a atizar a la pelota. Y se produjo la siguiente escena:

  • Sobrino: Mira, papá, va a tirar
  • Hermano: Chssst
  • Jugador (nos mira algo molesto)
  • Sobrino: Pero mira, papá, que va a tirar
  • Hermano: Caalla, hijo
  • Jugador (hace los movimientos preparatorios, visiblemente contrariado por la presencia de público)
  • Sobrino: No la ha pegado
  • Hermano: No, hijo, está ensayando, pero calla un poco…
  • Jugador (con gesto serio, finalmente golpea a la pelota… que va a un arroyito artificial que cruza el la calle, justo antes del green)
  • Sobrino: ¡Ha ido al agua!
  • Hermano: SCHSSSSHT (intenta llevarse a sobrino)
  • Sobrino: ¡PERO SI LA HE OÍDO, HA HECHO CHOF!
  • Jugador (se aleja en silencio pero hierve en ganas de asesinarnos)

Momentos como ese son reconfortantes, sí; pero no justifican la practicación de este mal llamado deporte.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Si no sabes qué juego es el gua, quedas condenado a escribir cien veces en la pizarra: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto».

(**) Los golfistas llaman así a cuando golpeas a lo bruto (fuera de la salida inicial, en la que se permite poner una especie de clavito elevador), y te llevas también lo que viene siendo una loncha de hierbajos.

(***) Lo de ir jugar al golf haciendo el recorrido en esos chismes motorizados ya es para [perdón, no usaré la lengua de Mordor aquí]

Más deportes de golpear pelotitas; aunque bueno, el badminton sería más bien un híbrido entre tenis y voleybol pero atizando a la snitch de Jarry Potter; una especie pelotilla emplumada. Sería un poco como la guerra de almohadas de este grupo de juegos. Su nombre parece implicar la existencia de algo llamado goodminton, pero todavía no lo hemos descubierto. Al parecer, Badminton es un sitio de Gloucestershire* donde se empezó a jugar.

El badminton es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. La cosa es como sigue:
a) Como el vuelaplumas ese no pesa nada, y se frena, para que pase a la otra pista tienes que atizarlo como si quisieras sacarlo de España.
b) Por las leyes de Newton, la energía ni se crea ni se destruye, toa la fuerza que pones en el golpe a algún lao tiene que ir.
c) Y ¿a dónde va la energía sobrante? Pues se puede manifestar afectando a articulaciones, tendones y músculos de la peor manera posible y cuando menos te lo esperes.

En resumen, el bantinton es lo más parecido a tratar de sacudir a esa mosca que ronda por la cocina y te tiene engorilao, con el trapo secamanos: lo más que vas a conseguir es romper cosas o hacerte daño.

En muchas casas -reconócelo- hay un juego de badminton barato, al que jugaste dos veces en el exterior, atando la red (incluida) a dos árboles (no incluidos). Pero el volador es de plasticucho (parece una especie de sputnik) y dista bastante de comportarse como uno de verdad; las cuerdillas de las raquetas se rompen si las miras mal, y el juego aburre y cansa, decidiéndose los puntos más por suerte que por intención; por lo que va al fondo de la estantería de arriba del trastero, y allí cría telarañas.

En este deporte tenemos una muchacha que ha sido campeona de tó (ha estado mucho tiempo lesionada, claro, avisados estáis); lo que tiene bastante mérito, no tanto por pura estadística frente a otros países con muchísmios más practicamtes (que también), sino porque la pobre, en la fase de aprendizaje, no tendría jugadoras de su nivel con quien enfrentarse. Es como si Senegal tuviese un gran jugador de hockey sobre hielo, o como si el Vaticano tuviese la selección femenina campeona de olímpica de voley-playa.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Gloucestershire es un condado inglés que se pronuncia comiéndose varias sílabas, como con vagancia. Glósteshe. Es famoso también por una salsa para acompañar a varios platos ingleses, que tiene la ventaja de que mitiga los sabores originales, y el inconveniente de que, a cambio, aporta el sabor a salsa gloucester. Se perpetra juntando mahonesa, cosas agrias y… salsa Worcestershire (pr. guósteshe), todavía más horrible; no vamos a continuar con esta ensalsación anidada o recurrente de shires.

El pádel es una variante del tenis de reciente implantación, en la que se juega dos contra dos y siempre ganan los argentinos. Su principal virtud es que soluciona con ingenio uno de los principales problemas tenísticos del tenis, que es el de tener que andar todo el rato recogiendo pelotas por los alrededores de la pista* gracias a un cerramiento inspirado en el estilo feísta: eso de que tienes una tapia bonita y la rematas con somieres viejos. JODER, QUESBERDÁZ, LO PONE EN EL REGLAMENTO**. El resto son todo defectos. Por ejemplo, a la raqueta no puedes llamarla raqueta, hay que decir pala***. Y cosas así.

El pádel es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A los desaconsejamientos que dijimos la semana pasada para el tenis añadimos que era el deporte favorito de J. M. Aznar. ¿Seguís pensando en jugarlo? También es agresivo para las articulaciones, y al estar constreñidos en una pista más pequeña y con paredes, es más fácil sufrir lesiones por los choques y raquetazos contra las mismas o con los compañeros (recordemos que siempre se juega a dobles).

Por otra parte, las pelotas a veces rebotan mal en los somieres del cerramiento, y el jugador debe usar una técnica similar a la de tratar de espantar medio histérico a una avispa que te ataca; en esos lances los movimientos y giros del cuerpo son más bruscos que en el tenis, lo que facilita la aparición de tirones y desgarros. También se busca constantemente atizar un pelotazo al contrario como medio para ganar el punto. Por alguna extraña norma no escrita -otra diferencia con el tenis, donde esto está peor visto- el atizado debe responder siempre con una sonrisa «no pasa nada (ough), es un lance del juego», pero luego tratará de devolverlo, a ser posible, en los cojones.

Y para rematar las desanconsejaciones, el pádel favorece la aparición de problemas psicológicos. En cuanto entran en la pista, los jugadores se deslizan hacia una realidad distorsionada en la que se creen en posesión del Conozimiento Arsoluto y se sienten compelidos a abrumar con consejos técnicos al compañero. «Esa tenías que haberla dejado pasar. Esas, mejor córtalas. Al volear, tienes que adelantar el pie derecho y bajar el parietal izquierdo…» Así todo el rato. Se habla mucho; en el pádel, se celebra cada punto y se analizan los fallos propios y del contrario. Más que un juego, se convierte en una tertulia tóxica; es como si te metes en Estado de Alarma, Todo es mentira y El Chiringuito de Jugones, todo a la vez. Terminas apajolao.

Quizá por esto se explica la supremacía de los argentinos, tanto como jugadores como en su faceta docente. Que te dé clases un monitor argentino es lo más parecido a sentirse como Woody Allen en el psicoanalista: «Vos habés fashado esa bola porque no habés cambiado el grip para esmashar, y el aposho no ha sido correehto, pensá que no podés perder de vista la parábola que dehcriibe la pelota ni si su spin es dehtrógiro o levógiro. Tenés que soltaros más y dehar fluir el gooolpe». De hecho, yo me suelo sentir como el personaje de Larry Lipton en Misterioso Asesinato en Manhattan, y –true fact– mi estilo de juego es idéntico al de Larry en la escena de las cintas grabadas en la llamada telefónica al asesino.

La putada final del pádel es que es que tiene una curva de aprendizaje más rápida que el tenis; aquí es más fácil que parezca que sabes jugar, ya que no es tanto «tratar de dar un golpe ganador», sino de «devolverla y ya veremos». Esta -aparente- facilidad de juego fomenta la adicción y hace más fácil recaer en el vicio. No empecéis a jugarlo. Imediatamente, necesitaréis encontrar a otro pardillo que juegue peor que vosotros para poder aturullarlo a consejos. Es un como un timo piramidal.

Así ha invadido la península e islas adyacentes; pero yo creo que no se juega en otros países. Enzerio, yo creo que el pádel es como los premios Príncipe de Asturias, que aquí llamamos pomposamente «La Antesala de los Nobel», y si sales de Ehpaña te das cuenta de que realmente en el extranjero no lo conocen ni siquiera algunos de los premiados, como Carl Lewis.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Hay una excepción, que es cuando juegas con alguien tan burro que la saca. La pelota, de la pista, quicir. Entonces gritas a los de la pista de al lado «¡bolaaa!» para que paren y te la devuelvan. Así se hacen amistades.

(**) Alguna vez me han dicho que el pádel comenzó a jugarse porque uno se quiso hacer una pista de tenis, no tenía sitio en su parcela, puso una pared alrededor, se inventaron nuevas reglas, y con el tiempo se dieron cuenta de que era más divertido que el tenis. Y que las pistas reproducen saxtamente la de aquel visionario. Si non e vero, e mentecatto.

(***) La traducción de paddle es pala, sí, pero no la de cavar (shovel); sino más bien con la acepción de paleta, remo, incluso aleta; algo que te sirve para impulsar, golpear o mostrar (paleta de colores=colour paddle/palette). Yo al chisme de jugar sigo llamándolo raqueta, me parece más apropiado pero solo porque hay gente que me mira aún con más desdén cuando no la llamo pala. Es como lo de la bombona de oxígeno de los submarinistas (mimimimi es una botella). Pensad que, si se jugase fuera de España, un inglés tendría que pedir en la tienda «una paddle para el paddle«.

Continuamos con los deportes de atizar a pelotitas pequeñas con el rey de ellos: el tenis. Es un deporte con una historia larga y curiosa. La cosa es como sigue: los franceses medievales nos copiaron el frontón, pero separando a los contrincantes con una cuerda, y lo llamaron jeu de paume. Como todavía les parecía duro, en lugar de darle con la paume de la mano, se propuso jugar con guantes, luego con palas de madera y finalmente con raquetas. Siendo un juego de nobles*, no podían contar de uno en uno, como la plebe, así que se inventaron la FORMA DE PUNTUAR MÁS ABSURDA DE TODOS LOS DEPORTES; eso de 15, 30, 40… Sólo a un gabacho finolis se le ocurre esa insensatez.

Pero sigamos con la historia. Tras la revolución, en Francia la gente no quería perder la cabeza por el tenis, que habría desaparecido de no ser porque los ingleses adoptaron el juego, añadiendo su toque personal: jugarlo sobre pistas de hierba** y vestidos como para ir a tomar el té con Lady Crawley a Downtown Abbey un sunday afternoon cualquiera. Los campeonatos se convirteron en eventos sociales donde la gente iba dejarse ver con la pamela, en las gradas; que tampoco son graderíos normales; parecen los palcos del Royal Opera House. Siempre echo en falta a los abueletes de los teleñecos.

En España lo jugaban cuatro gatos; pero con los triunfos de Santana, Gisbert y Orantes llegó una fiebre de construir pistas públicas y -sobre todo- clubs privados y urbanizaciones, se popularizó, y aquello fue un sindiós; en todas las casas había raquetas. Se jugaba sin tener ni idea y con pelotas despeluchás; eso sí, aplaudiendo al rival cuando te hacía -por puro azar- un passing-shot en la línea, porque el tenis mantiene ese plus de qué señoritos semos. Patético. Hoy la mayoría de esas pistas languidecen, llenas de baches y con la red floja. Ahora los practicantes prefieren ese otro tenis que ustedes ya saben, del que hablaremos (también mal) la semana que viene.

El tenis es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Como ejercicio deja bastante que desear, haces poco y malo. Exhibit A: existe una dolencia llamada «CODO DE TENISTA», de las más moñas que hay (como corresponde a su origen gabacho). Nadie dice «tienes espalda de repartidor de butano» o «tienes manos de envasadora de anchoas». Pero, ah, a Marichuli Mercadal le han diganosticado codo de tenista, la pobre; no podrá jugar ni al tenis ni lucir correctamente sus Heggmés, Lui Güiton ni Pgadas en unas semanas.

Alguien dirá que exagero, porque los tenistas profesionales parecen tíos cachas. A ver, están así porque hacen otros ejercicios de musculación, no por el tenis. De hecho, hasta los años 70 no era raro ver cómo los tenistas tenían descompensados los brazos; el de arrear a la pelota, el doble que el otro. Ahora lo corrigen a base de hacer pesas y cascársela con la otra mano. Sí, ellas también. Realmente, el tenis es más un desgaste de articulaciones (por los impactos y posturas) que un deporte.

También se pasa mal con el sol, como los partidos son largos, te retuestas; y cuando te da en los morros se ve fatal, estás con cara de mapache todo el rato (mirad a «Vamos Dafa» Nadal cuando termina Goland Gaggó). Y los partidos son largos porque -a nivel aficionado- te pasas la mayor parte del tiempo buscando pelotas. Por eso se tiende a pelotear despacito, para condurar el juego; si la das fuerte se termina el punto (sea por fallo, sea por acierto) y tienes que ir a buscar la pelota al quinto coño. Justo castigo a eso de usar un espacio donde pueden jugar diez u más (con canastas, porterías, etc) para jugar sólo dos.

Y, por el contrario, el tenis profesional es más duro pero antinatural. Los campeones de tenis los son porque sus padres, desde su más tierna infancia, contratan a un tío para que les enseñe. Aquí no existe eso de «un chaval que jugaba en la cancha de los suburbios y su talento fue descubierto por alguien». No, el tenis de verdad exige invertir mucho tiempo y dinero desde pequeñito. Machacar a un crío, que queda desprovisto de una educación normal -ya los veis, son todos unos niñatos consentidos- y se dedica sólo a eso, horas y horas cada día. Debería ser delito.

Finalmente, como otros muchos deportes, el tenis tiene un spin off playero***. Bueno, más que deporte es la puta manía de molestar al resto de playistas mientras atizas a una pelotita de goma con una raqueta o pala de madera/plástico, entre dos o más personas, al borde del agua, tratando de que no caiga a la arena. Se suele usar para entretener a los niños y que la gente te oiga contar en alto cómo va subiendo el récord de golpes. El desierto del Sahara sería el lugar ideal para jugar, pero, por lo que sea, nadie lo hace allí; con la de sitio que hay.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Irónicamente, en una cancha de Jeu de Paume se firmó el principio del fin de la nobleza borbónica. Sólo la de allí, desolé.

(**) Es un hecho que las pelotas botan mal sobre la hierba. Y que una pista de tenis de hierba sólo se puede mantener con el césped decente si tu clima es horrendo e -importante- si no se juega casi nunca en esa pista. Hasta en Wimbledon terminan viéndose las calvas. Las del césped, me refiero, no las de los Windsor y sus secuaces, que también.

(***) Los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música. Pronto hablaremos de ellos, así como del milenarismo.

El squash es un deporte que básicamente consiste en tratar de jugar al frontón dentro de una especie de cabina de teléfonos*, con una raquetita jibarizada y una pelotilla de goma dura. Su principal característica es que sudas mucho. Si sobrevives. Durante un tiempo fue un deporte de yuppies**, el ideal para quemar energías con tus coworkers, sacudirte el estrés laboral inherente al cargo de Junior Brown-eater Consultant, presumir de camiseta sudada y tomarte unas cervezas. Hasta el nombre sonaba a pijo.

El squash es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Mucho. Cualquier médico, hasta el décimo dentista, ese insolidario que no recomienda lo mismo que los otros nueve, os dirá que es malísmio pa la salud. Es como meterte en una sauna finlandesa donde además te pones a bailar el kalinka en estilo techno trance house***. Se te ponen las pulsaciones a mil, y lo peor es que no te cansas tanto, quicir, una vez terminas el partidito y estabilizas la respiración y el ritmo cardíaco, estás como si tal cosa (aunque quizá te duelan cosas). Del squash, si sales vivo, sales con algo de sed, pero no con esa hambre canina postmedieval que consigues después de practicar ciclismo, natación o incluso fúmbol.

En mi caso (lo jugué, el siglo pasado) el squash, además, me proporcionaba (aparte de las ganas de beber cerveza) agujetas en el segmento central de cada uno de los glúteos (una zona muscular que yo no sabía que fuese utilizada para otra cosa aparte de sentarse), que no me ha pasado con ningún otro deporte, ni siquiera en otros deportes de raqueta o azadón.

También está la posibilidad de sufrir un raquetazo (el espacio es muy pequeño) o chocar con los compañeros o con -eso es lo más divertido- la pared de la cabina telefónica. El choque es muy estético para los que te vean desde fuera (normalmente, íbamos varios para ir rotando cada partido, porque si te tiras una hora seguida jugando, caes al suelo fulminado). Por suerte, yo creo que ha ido perdiendo adeptos hacia otros deportes raquetiles, que trataremos las próximas semanas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Las cabinas de teléfonos, para los jóvenes, eran un invento que se ponía en las calles -cuando no había móviles- para poder llamar por teléfono desde fuera de casa. Consistía en una especie de armario acristalado que tenía dentro un teléfono construido con piezas del blindaje de los Panzer III y IV. Funcionaban con monedas, y los más modernos, también con tarjetitas de saldo recargable.

(**) Los yuppies eran los jóvenes recién graduados en la uni, que alardeaban de sus empleos con buen sueldo en oficinas de altostandin. Esto pasaba en los 80 y los 90.

(***) Estilo de baile que consistía en convulsionar mientras escuchabas ruido rítmico generado por ordenador, puesto hasta las cejas de drojas y colacao. Hoy estoy empleando muchos vocablos viejunos, sorry.

El frontón, pelota mano o pelota vasca, es un deporte que consiste en darle bofetadas a una bola contra un paredón (originalmente, la fachada de la iglesia del pueblo contraria a la puerta), y así sucesivamente, para tratar de evitar que el rival (o pareja rival) pueda hacer lo mismo antes de que la pelota dé dos botes. En su modalidad oficial, existe una pared en el lado izquierdo (es un deporte zurdófilo*), otra en el fondo, y hay pintadas líneas que delimitan cosas del campo. Comenzamos con él una lista de deportes consistentes en atizar a pelotitas de pequeñas dimensiones con manifiesta mala fe. Y, como hay muchos, incluiremos aquí en este mismo post otras variedades de frontón.

El frontón es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, es que es un deporte que supone un retroceso en la evolución humana. Si nuestra especie se caracterizó por el uso de las manos para hacer cositas, y utilizar instrumentos que era necesario inventar, el frontón te devuelve las manos al estado de «zarpa». El frontón es de los pocos deportes (junto con el boxeo, etc) en el que la violencia propia del juego ya es suficientemente dañina, no es que hablemos de un riesgo X de sufrir accidentes o lesiones; es que tener las manos destrozadas es lo habitual.

A ver, yo he jugado al frontón con una pelota DE TENIS, y todavía te enrojece y antestesia las manos. Pero la pelota de frontón es mucho más dura y pesada. Como ejemplo, os diré que mi padre tuvo que dejar de jugar al que era su deporte favorito cuando empezó a trabajar en una oficina, porque no era capaz de pulsar las teclas de la máquina de escribir de una en una, con el muestrario pollas los dedos hinchados de jugar. De chavales, se hacían las pelotas con un cacho de madera redondeada, forrada de piel de gato (el resto del gato también lo aprovechaban, para el cocido). Con eso creo que digo todo.

Por su dureza, este deporte, antes muy practicado en los pueblos de Castilla, fue dejándose de jugar, salvo por cuatro forofos tradicionalistas (euskaldunes o no). También por eso se inventaron sucedáneos que permiten mantener el uso de los dedos para poder acariciar cosas, golpeando la pelota con diversos artefactos (palas, cesta punta, remonta, etc). En estas variantes, el riesgo principal pasa a ser el de SER IMPACTADO por la bola; de hecho se juega con casco, pero si te dan en la chepa te dejan baldao. Enzerio.

La modalidad más light es el frontenis, que dicho así parece que fuera un deporte moñas, pero no; es duro de narices, lo que pasa es que comparado con las otras formas de tortura descritas es casi una bendición para cuerpo y alma. Ojo: jugar al frontenis sigue siendo peligroso, dado que la táctica habitual consiste en ‘atizar a la pelota como si quisieras ponerla en órbita geoestacionaria’, son típicas las lesiones en la zona de la clavícula (o por esnafrarte con alguna de las paredes o contra un rival, cuando corres para devolver el golpe).

Me dejo, apóstata, una variante mucho más moderna del frontón que trataremos la próxima semana.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) La táctica más usada en el frontón es tratar de que pelota vaya lo más cerca posible de la pared de la izquierda, para que al otros le cueste darla, y tenga que arriesgar rozarla con la mano (o la pala, raqueta o chisme que sea). En esto los zurdos llevan ventaja.

Si la semana pasada tratamos de la desaconsejación del submarinismo, nulla dies sine bingo, hoy nos toca hablar de la natación, el antecesor del submarinismo. Aunque, siendo justos, yo aprendí primero a bucear, lo de conseguir flotar (y respirar) tardó un poco más. En fin, la natación no es solamente nadar; el deporte consiste en meterse en una piscina (a veces, otros sitios) para ver si ganas a otra gente, avanzando de la misma manera que ellos (rana, mariposa, calamar*, etc). Los nadadores tienen sus sectas, claro (a veces dejan entrar a los triatletas, por ver gente nueva, pero normalmente no aceptan intromisiones).

La natación es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es un fracaso total, tiene lo malo del senderismo (moverse fatigosamente) y lo malo del submarinismo (en un medio hostil), pero ninguna de sus ventajas (ver paisajes y bichos curiosos). Es un deporte que, partiendo de algo bueno (saber nadar, que siempre viene bien) lo transforma en un hábito aburrido y repetitivo: ir pallí y pacá en una piscina, vuelta y vuelta, como un chuletón flotante. Los entrenamientos de todos los deportes son exigentes y a veces repetitivos, pero es que los de la natación son el summum del hastío. Hacer largos de piscina. Otro. Y otro. Como el conejito de Duracell, pero sin salir de la calle 4. Como ir a la tamborrada de Calanda con una pandereta en cada mano y sin pasar por los bares.

Las piscinas son sitios muy peligrosos. A ver, que por algo es obligatorio tener un socorrista en las piscinas grandes. Ojo, que lo que menos sucede es que alguien se ahogue (que pasa, pero más en piscinas privadas). Las piscionas atraen los accidentes: resbalones fuera del agua, calambres, lipotimias, quemaduras del sol, uno que salta a bomba donde no cubre… Y, accidentes aparte, sales oliendo a cloro, y la humedad facilita la aparición de otitis, hongos, pie de atleta, moluscos u otras infecciones en los sitios que peor te vienen. Incluso, en tiempos, había quien decía que se había quedado embarazada en una piscina (quicir, sin conocer varón, no por folleteo subacuático). A tanto no se llega, pero es seguro que flotar con otros fluidos orgánicos desagradables lo has vivido. Y luego, se ponen tiquismiquis con lo del gorrito.

Para compensar, dicen que la natación es un deporte muy sano y completo. Sí, por los cojones. Como todo, si tienes buen estilo tiene un pase; si no, de hecho puede ser contraproducente y dejarte peor de lo que estabas. Y los nadadores que nadan mejor y más deprisa (casi todos, en mi caso) te miran mal, y me voy a la calle de las abuelas en rehabilitación de lo de la cadera. Que si se juntan más de dos, también te miran mal.

Vale, existen modalidades de natación «fuera de piscina»: en mares, embalses, lagunas y sitios así. Pero la cosa sólo empeora: las posibilidades de sufrir problemas aumentan, y tampoco es que ganes mucho en cuanto a cambio de paisaje. En el agua avanzas despacio, y vas a ras de suelo. Y ojo, que las distancias engañan, las corrientes son traicioneras, y las medusas y otros seres indeseables te pueden atacar (merecidamente, en mi opinion).

Finalmente, existe una variante aún más horrible de este deporte, llamada «Natación Sincronizada«, que es un cruce degenerado entre la natación y el «line dance», con pinzas en la nariz y sonrisa de Joker. Demencial. Ni entramos a valorarla.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. El agua, pa las ranas.

(*) Vaaale, te chirría lo del estilo calamar, pero… ¿tú has visto alguna vez nadar a una mariposa?

Después del montañismo de las montañas, del senderismo de los senderos, llegamos hoy al submarinismo (buceo, inmersión, etc). Es un deporte que todos hemos practicado, en su modalidad más básica, cuando jugamos a buscar la piedrecilla de color que alguien ha echado al fondo de la piscina. Eso, como es sabido, se puede complicar tó lo que se quiera, aumentando la profundidad y los medios para resistirla.

El submarinismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No deberíamos ni tener que explicar el porqué. Pero por si alguno no se ha dado cuenta, los humanos no tenemos branquias. Estar debajo del agua no es sano. TE AHOGAS. A ver, la natación (como veremos más adelante en esta mimma bitácora) ya es desaconsejable de por sí, pero meterse debajo del agua llega a un nivel de insensatez superior al del coyote cuando sujeta algún artilugio marca ACME. Es una pena que aquello del buzo que apareció en un bosque incendiado, arrojado por el hidroavión de apagar incendios, sea una leyenda urbana, porque esta gente es lo que merece.

Aparte de ahogarse, los submarinistas pueden sufrir otros problemas; la presión, la hipotermia, la angustia, los ataques de diversos bichos subacuáticos o sobreacuáticos… Todo horrible. Y no sólo por bajar a las profundidades, es que hasta cuando vas subiendo, si lo haces más deprisa de lo que debes, puedes sufrir el mismo efecto de burbujeo que se produce cuando abres un refresco carbonatado; eso que te hace cosquilleos en la nariz al beber, pero por dentro de tus vasos sanguíneos. Duele. Mucho. Puede matarte.

Los buzos forman, como suceden con otros deportes, una especie de secta. El primer paso para que te reconozcan como acólito es que no digas que se bucea con una BOMBONA DE OXÍGENO. Pues a ver qué leches es lo que lleváis a la chepa… No es una bombona porque mimimimi botella y no es de oxígeno porque lleva más cosas, mimimimi, nitrógeno…cosas… Como dijera Fernán Gómez, ¡a la mierda, hombre!

Como prueba de la brutalidad y peligrosidad de este mal llamado deporte, los practicantes deben realizar prácticas y exámenes que les facultan para descender cada vez a más profundidad; quicir, uno no puede vestirse de buzo y meterse en el agua y tratar de bajar a 50 m el primer día. Bueno, poder, puedes, pero si vas con alguien que te enseña, no te deja. Salvo que sea muy cabrón. Hay que ir aprendiendo poquito a poquito, y demostrar que eres capaz de sobrevivir a todos los peligros descritos; y entonces te dejan bajar un poco más. Estas pruebas te permiten ascender en el escalafón de la logia de los buceadores: grumete de agua dulce, scooba doo, bob esponja*, patrulla delfina, máster chof, y cosas así.

De los achiperres propios del deporte, qué decir; son peligrosos hasta fuera del agua. Probad a ir vestido de buzo por la calle… No sé si he dicho que el submarinismo es el deporte favorito de mi penúltima jefa de dpto, una chica preparada, inteligente y trabajadora, amable y benévola con nosotros sus indignos esbirros… Claro, algún fallo tenía que tener.

Existe una variante de esta aberración, y es practicarlo dentro de una cueva submarina. Eso ya no pienso ni comentarlo. Al igual que sucede con el GREIM para la montaña, hay gente de la meretérica específicamente preparada para salvar a estos insensatos. Delincuentes, diría yo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Fondo de Bikini (en el original, Bikini Bottom) es (lo que hay abajo de) un atolón del Pacífico, patrimoño de la humanidad, y lugar curioso para el buceo: arrecifes de coral, destructores hundidos, y un índice de radioactividad superior al de Fukushima, por haberse realizado pruebas nucleeares.

El senderismo (también conocido como trekking, en su facción más prolongada) es un deporte que consiste en caminar por veredas, trochas, cañadas reales, vías interurbanas suficientemente iluminadas y en general por cualquier sitio, lo que importa es que lleves pinta de senderista. La distancia no es un condicionante; yo a veces he caminado kilómetros por los pasillos del carreful, tratando de encontrar tó lo que llevo en la lista de la compra, y eso no se considera senderismo. Por seguir acotando, cuando en el senderismo hay que trepar, se considera montañismo, que ya lo hemos explicao en el post anterior.

El senderismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Básicamente, porque no hay nada que ganar y sí mucho que perder: las gafas de sol, la navaja suiza (que te la dejaste donde paraste a merendar), los dientes o la vida. No exagero, la Sierra de Gredos tiene un amplio historial de senderistas que han dejado para siempre el senderismo allí arriba, o al menos las han pasao más putas que el que se tragó las trébedes. Por un cambio de tiempo. Por deshidratación y fatiga. Por meterse en ese río de aguas cristalinas. Por empiornarse* y llegar a uno de los casos anteriores**. También está el peligro de meterse por una zona donde estén cazando jabalíes y ser alcanzado por una bala perdida o por un jabalí cabreao.

Además, qué leches, es que caminar lo hacemos (casi) todos (casi) todos los días, pero el senderista se tiene que complicar la vida. Y llevar, como hemos dicho, pinta de senderista. Ropa de senderista. Palitos de caminar de senderista. Gadgets de senderista. Al principio bastaba con el morral y la bota de vino/cantimplora. Pero la cosa se fue complicando con toda un serie de productos… Para llevar comida o bebida senderística***. Para curarte las ampollas o pequeñas heridas. Para saber dónde estás. Para protegerte de las inclemencias del tiempo. Para sobrevivir a un apocalipsis zombie. Para poder realizar una cirugía intracraneal endoscópica.

Con el senderismo sucede como con el montañismo; si al principio fue un deporte asociado a las clases altas, que cantaban mientras se dirigían a montañas nevadas, actualmente se ha democratizado y lo practica gente de toda condición, que -por encontrar un denominador común- suele hacer gala de cierta conciencia ecológica, por lo que ya no es que no haya que dejar basuras, es que no hay que dejar ni huella de nuestro paso, y se valora ir observando e identificando -sin arrancar ni exterminar- las plantitas y los pajaritos que vamos viendo.

Por último, existe una variante del senderismo anterior al mesmo senderismo, relacionada con las peregrinaciones a lugares santos; que se sigue practicando y ha formado una especie de simbiosis con este deporte, intercambiando hábitos y practicantes. Es una moda que también desaconsejamos. No te vas a encontrar a tí mismo: tú ya estabas ahí. Y suele ser más bien una excusa para ponerse ciego a comer pulpo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Empiornarse es meterse por una vereda en una zona rica en piorno, planta que crece descontroladamente y llega a «tapar» los antiguos caminos, creando marañas de arbustos cada vez más cerradas, por lo poco a poco te va dificultando el caminar, incluso hasta obligarte a dar la vuelta (y tropezar con las ramas bajas). En Gredos «empiornar» es sinónimo de «complicar».

(**) El GREIM cada vez tiene que rescatar a más senderistas que montañeros. Desde que se inventaron los tracks del gepeese, la gente se mete en sitios para los que no está preparada. Recuerdo un día, bajando del Morezón*** con un amigo, que nos encontramos con una familia entera, con los niños, la abuela, etc, y calzados con playeras. Me pregunta el cabeza de familia: «por favor, ¿para hacer la integral del Circo?». A ver… Es una ruta que bordea el susodicho accidente geográfico postglaciar cresteando por lo alto de las montañas. Tiene zonas complicadas y que acojonan bastante. Echas el día para hacerlo; eso, si sabes ir y tienes muchas piernas****. NO ES UN SITIO AL QUE VAS PREGUNTANDO, COMO A LA OFICINA DE TURISMO, Y MENOS EMPEZANDO AL MEDIODÍA.

Les indiqué el camino. Valoro la información y la libertad de elección.

(***) Los senderistas comemos cosas especiales. Frutos secos, barritas energéticas, fruta desconchilizada, geles protéicos carbohidráticos mutantes, y cosas así. Es para que se sepa que somos senderistas.

(****) Bueno, dos piernas, pero acostumbradas a triscar por los riscos con paso seguro.