Portada de «Qué difícil es ser dios»
Portada de la edición española de Editorial Gigamesh

Aunque los hermanos Strugatski son más conocidos por su novela «Pícnic extraterrestre» —en la que se basó, bastante libremente, Tarkovsky para filmar su «Stalker»—, siempre me ha parecido mucho más interesante su obra «Qué difícil es ser (un) dios».

La verdad es que mi primer contacto con esta historia fue la adaptación cinematográfica rodada en 1989, que en alemán se tituló «Es ist nicht leicht, ein Gott zu sein» —«No es fácil ser un dios»— y que nos llegó a España con el título «El poder de un dios», una peculiar coproducción entre la RFA, la URSS y Francia y con un polaco —Edward Żentara— como protagonista.

Póster ochentero con título en alemán. No se puede pedir más

Un adolescente Bakunin y sus drugos estaban todavía muy flipados con el visionado de «Los inmortales», que se había estrenado en 1986, y un buen día se toparon en el videoclub con «El poder de un dios». Buah, colega, ciencia-ficción, tíos con espadas y premios a mejor guión y mejor banda sonora en el Festival de Sitges. Esto tiene que ser la polla en vinagre. Y la alquilamos, claro.

Cartel español de «El poder de un dios»
«El film de ciencia-ficción más importante de las últimas décadas.» A ver quién es el guapo que se resiste a semejante reclamo.

La verdad es que nos quedamos un poco noqueados con la experiencia. Aquello estaba mal montado, mal dirigido, mal interpretado y rodado con cuatro perras. Y no se parecía en nada a «Los inmortales». Y, sin embargo, tenía algo… ¡Ya lo creo que lo tenía! Una historia potentísima y un desenlace que te dejaba con el culo torcío.

El protagonista, Anton, es un historiador terrícola infiltrado en un planeta poblado por seres humanos con una sociedad muy parecida a nuestra Edad Media. Haciéndose pasar por un noble extranjero —Don Rumata de Estoria—, se mueve por la corte de Arkanar sin poder intervenir en ningún momento —algo que le resulta cada vez más difícil— y limitándose a observar y documentar la evolución de dicha sociedad. Anton y sus colegas esperan la llegada de algún tipo de Renacimiento y una evolución de aquellas gentes «para mejor». Y lo que se encuentran es el ascenso de un déspota, Reba, que utiliza la religión y la represión más brutal para aplastar cualquier atisbo de cultura, filosofía y ciencia que se produzca. Tras discutir con un filósofo local sobre el papel que debería desempeñar un dios en la vida de los hombres y asqueado por la violencia y la barbarie de aquellas gentes, Anton se decide finalmente a intervenir. Se lía pardísima y se produce un giro final que no comentaré por si queréis ver la película o leer la novela.

Al final se lía parda
Los dioses se manifiestan y se lía parda. Suele pasar cuando se manifiestan los dioses.

Aquella peli regulera me llevó a buscar y disfrutar la novela, que se convirtió en una de mis obras favoritas de ciencia-ficción. Y a descubrir otras obras interesantes de los Strugatski.

Así que cuando me enteré de que en 2013 se había realizado una nueva adaptación, con mucha más pasta y medios, ya podéis imaginar que me ilusioné un montón. La crítica especializada la ponía por las nubes y se habían tirado una década para rodarla y montarla. Esto tenía que ser la polla en vinagre.

Cartel español de «Qué difícil es ser un dios»
Presupuesto, premios, estupenda fotografía, gran historia… ¿Qué podría salir mal?

Tras buscarla sin éxito en las plataformas digitales habituales, no me quedó más remedio que recurrir a la vieja fórmula de la «descarga ilegal». Y me dispuse a disfrutar de tres horas de diversión. La verdad es que me quedé completamente noqueado por la experiencia. Aquello estaba sublimemente rodado, magníficamente montado, correctamente interpretado… y me parecía una reverenda mierda. La fotografía es excelente. Los largos planos secuencia están magníficamente montados. Técnicamente es una jodida obra maestra. Y ya. De la historia original no queda apenas nada. Vemos una sucesión impresionante de personajes sucios, zafios y enloquecidos interactuar sin ton ni son. Mucha mugre, escupitajos y mierda. Muchas miradas enloquecidas. Y ni una sola explicación de qué cojones está pasando.

Fotograma de «Qué difícil es ser un dios»
¿Qué cojones acabo de ver?

Si no conoces la novela, o viste la primera adaptación, no te vas a enterar de nada. Bueno, es que ni con esas te vas a enterar de nada. Vamos, que me la bufa lo que digan los señores críticos. Me quedo con la cutre adaptación de 1989. Y con la novela, sobre todo con la novela.

Banda sonora recomendada

Receta de albóndigas

No hay dos sin tres, y aquí va otra entrada de Ávila Street Museum. El pétreo elemento de hoy también se encuentra a caballo entre la Calle San Segundo y el Paseo de Emilio Rodríguez Almeida, como «Las trébedes de Loki», ya descritas en la entrada 2.
Descubierta durante las obras de construcción del helipuerto hospitalario, la obra no tiene un título como tal, se trata de una inscripción en piedra, que sin duda formó parte de un conjunto. Lo verdaderamente trascendental es que se trata de la primera receta de albóndigas jamás documentada (como podéis comprobar en la línea inferior). Esto nos confirma que en la época postmedieval las albóndigas ya formaban parte de la dieta castellana, y que existía interés por fijar un cánon albondigal correcto.
El texto comienza con la plegaria latina «Favor denle like y suscríbanse». Por desgracia, el resto de losas se han perdido, y no nos permiten discernir si ya echaban ajo picao y huevo como aglutinante, o si por el contrario, se empleaban otras especias. Probablemente bajo el suelo de nuestra ciudad reposa escondido el resto de páginas de este pétreo libro, y quién sabe si también el de la receta de las croquetas.

Hace un rato leía en Twitter una conversación de Undívaga sobre teletrabajo, ahorro energético y costes de desplazamiento. Y me he puesto a echar unas cuentas rápidas para aquellos que piensan que moverse en vehículo privado es barato comparado con el transporte público. Ojo, que estos cálculos son con mi coche: pequeño, relativamente barato —comprado de segunda mano— e híbrido. Como híbrido, aparte de la ventaja de poder entrar —de momento— en las zonas de bajas emisiones y pagar menos en zonas de aparcamiento regulado, el seguro es bastante barato. De hecho me cuesta menos que el de mi anterior coche, un utilitario diesel de la mitad de potencia y precio. Y gasta poco combustible.

En los once meses que hace que lo tengo los costes han sido los siguientes:

  • Combustible: 1160,87€
  • Seguro: 175,26€
  • Mantenimiento: 254,62€
    Incluye una revisión periódica, un antiniebla cascado por un chinazo, una ITV y una escobilla de limpia.
  • Compra: 1386,92€
    Aquí se incluyen los gastos iniciales de transferencia e impuesto de transmisiones patrimoniales y la amortización mensual teniendo en cuenta que «debería» durar diez años.

A falta del impuesto municipal, que será poca cosa, el coste total del coche en once meses ha sido 2977,67€. Que traducido a mensual serían 270,70€ al mes. Unos 24 céntimos por kilómetro recorrido.

Para llevar el registro de todos estos datos utilizo una app llamada Fuelio. También la tenéis disponible para iPhone.

Banda sonora recomendada

Capuchinos

Nos vemos obligados a interrumpir la serie de obras prevista en esta sección, ya que varios de nuestros seguidores nos han trasladado su interés por esta obra recién incorporada al Ávila Street Museum. Parece ser que estas esculturas postmedievales han aparecido en las obras de escarbación de la piscina cubierta. Los expertos consultados no se ponen de acuerdo, pero con las dataciones del carbono 14 parece ganar fuerza la teoría de que forma parte de un homenaje a Los Beatles.

Las dos figuras caminantes podrían hacer referencia a la canción A Hard Day’s Night (en español, La Madrugá), y la figura solitaria representaría a Lucy, de la canción Lucy in the sky with diamonds (versionada aquí como «Al cielo con ella»). Aunque según otros expertos, podría tratarse de una obra de Yoko Ono, que se habría autorretratado vestida de samurai armada con naginata, llevando a un mini-John Lennon de la mano. La otra figura sería Paul, lo que configuraría una bella escena de kiri-sute gomen.

Como todas las rotondas de Ávila ya tienen su chimbolo*, el consistorio se ha visto obligado a colocarlas provisionalmente en un cruce triangular, el de las calles Cristo de la Luz con San Joaquín; orientadas de tal manera que te salgan en el encuadre unos contenedores de basura, sí o sí.

 

* El tema del horror vacui rotondii será oportunamente tratado en esta sección.

Trébedes de Loki

Como segundo elemento de esta serie «Ávila Street Museum» hemos querido elegir esta obra denominada «Las trébedes de Loki», quizá porque suele pasar desapercibida para los turistas, que, ávidos de chuletón, no se detienen a contemplar las pequeñas maravillas que esconde nuestra ciudad.

Todo en esta obra es misterioso. Para empezar, se ubica en el Paseo de Emilio Rodríguez Almeida, que si lo buscáis en Maps, no lo encontraréis; es como lo del andén 9 y 3/4. Tenéis que ir a la Calle de San Segundo y, una vez allí, atravesar con decisión la barrera invisible que separa la acera del jardincillo pegado a la muralla, frente a la droguería Perdiguero (donde compro el alcohol isopropílico, por cierto). Mágicamente, os encontraréis en el paseo dedicado a este insigne historiador.

La obra fue encontrada durante las obras de demolición de la Iglesia de Santo Domingo; concretamente, en la furgoneta del contratista. Se cree que es una copia postmedieval de un original griego de Praxíteles, y combina la mitología nórdica con el refranero castellano.  Por un lado, Loki es el dios de las trampas, que cambia de forma a voluntad; y por otro, sobre las trébedes existe una antigua maldición castellana : «Las vas a pasar más putas que el que se tragó las trébedes». Así pues, esta obra representaría unas extrañas trébedes; tramposas y difíciles de tragar, salvo para Loki.

 

«El fin del mundo, en incómodos plazos.» De esta forma se presentaba en 2016 la edición española de esta novela de Will McIntosh, que pude leer hace unos meses.

Me gustó mucho la premisa, principal aliciente para hincarle el diente, y aunque el resultado acaba siendo irregular, en general me ha gustado. ¿Y cuál es el punto de partida? Pues un «fin del mundo» suave, a cámara lenta, sin cataclismos ni sucesos apocalípticos. No hay un punto de inflexión a partir del cual puedas decir que comienza la decadencia de la civilización. Simplemente asistes a la misma a través de capítulos separados, temporalmente, por días, meses o años. En cada capítulo, la sociedad actual funciona un poco menos que en el anterior. Y todo ello constituye el telón de fondo de la vida del protagonista, mucho más preocupado por su situación sentimental —¿hay sitio para el amor en un escenario postapocalíptico?— que por el declive de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Esto mismo, que otras críticas presentan como un defecto, me parece todo un acierto. El mundo de Jasper es así y él lo va aceptando, al igual que los restantes miembros de su tribu, con total naturalidad. No hay ninguna explicación de lo que sucede en el resto del mundo, ni siquiera en otras regiones de EEUU, y de esta forma vemos el mundo a través de la misma mirilla que Jasper.

Otro acierto es la organización tribal que acabo de mencionar. El protagonista y sus acompañantes han adoptado una organización comunal en la que cada uno aporta lo que puede y todos tratan de alcanzar consensos a la hora de tomar decisiones —aunque esto acabe llevando en ocasiones a la escisión de la tribu—. Y esta forma de comuna es, precisamente, la mayor fortaleza del grupo.

No quiero comentar mucho más para no chafaros la historia por si os decidís a leerlo. Tiene sus fallos, partes poco verosímiles y un poco —pero no muy grave— de deux ex machina. Y aun con todo os lo recomiendo.

Banda sonora recomendada

Arranca con esta entrada una serie llamada «Ávila Street Museum», que Halón Disparado dedica a las ghrandes joyas artísticas que se encuentran dispersas por nuestra ciudad, para deleite de ciudadanos y turistas.

La figura de hoy es una bella escultura postmedieval llamada «La factura de la luz», y se ubica en la Plaza del Teniente Arévalo (o Plaza del Dioce Chico). La talla se atribuye al insigne imaginero hawaiano Herbert Maunakea (o quizá, a algún mecánico de su taller); data del siglo XVI, y muestra un anciano ensimismado que sostiene en la mano una factura, sin duda exorbitante, de su compañía eléctrica. Con la mirada perdida, el protagonista parece buscar la inspiración que le ilumine, o tal vez se está acordando de la regulación eléctrica, eso queda a la elección del espectador. Está realizada en una aleación de cobre con más cobre.

 

La factura de la luz

Pancarta con el texto «Villanueva, busca trabajo en tus ETT»

Hace ya tiempo que se veía venir otro “recorte” —luego entenderán por qué entrecomillo la palabrita de marras— en los servicios públicos de Castilla y León. Finalmente, la semana pasada más de 300 empleados del ECyL —el servicio público de empleo de Castilla y León— recibieron su carta de despido. A pesar de las reiteradas negativas de la consejería de Economía sólo unos días antes. Para que se hagan una idea de la magnitud del tijeretazo, esos 300 trabajadores constituyen el 25% de la plantilla del ECyL.

De estas 300 personas, 70 llevaban trabajando desde el año 2003 con contrato por obra y servicio. ¡Casi 9 años contratados en fraude de ley! Algo muy rentable a la hora de despedir a esta gente ya que, en lugar de pagarles los 45 días por año trabajado, se les puede despachar con 8 días por año. La “buena” noticia para ellos es que este tipo de fraude implica que, de facto, son trabajadores indefinidos y que, juzgado mediante, tienen ganada la indemnización de mayor cuantía.

Sin embargo, lo más cojonudo del asunto son las razones esgrimidas por la Junta de Castilla y León para el despido: el sueldo de estos empleados venía de partidas presupuestarias estatales que la Junta ha dejado de recibir. Vaya, qué cabrón es el Estado, dirán ustedes. Pues no. Resulta que la Junta tiene prevista una partida de 12 millones de euros destinada a contratar los servicios de agencias privadas de colocación y empresas de trabajo temporal. Esto no va de “recortes”. Esto no va de ahorrar dinero. Esto es, amigos míos, un nuevo ataque a los servicios públicos con el único fin de ponerlos en manos privadas. Los más de 250.000 desempleados de la comunidad son un jugoso bocado al que los tiburones no pueden dejar de hincar el diente.

Es por esto que estos trabajadores —y otros muchos empleados públicos en precario— se han echado esta semana a la calle. Y es por todos ellos y por vosotros mismos que deberíais apoyarles.

Banda sonora recomendada

Primero ponemos lo que nos salga de los huevos en el titular. Cuanto más escandaloso, y más daño haga a la imagen de nuestro muñeco de paja favorito, mejor. Luego ya lo explicaremos en la noticia, si eso…

Captura de Autopista.es

Claro, así no extrañan los comentarios de los lectores que sólo saber leer en negrita.

Banda sonora recomendada