A quién no le va a gustar una herencia recibida del siglo I…

El Ávila Street Museum está más callejero que nunca, con otra muestra de arte provisional NPNM (No Postmedieval, No Morroñoso). Se ubica (temporalmente) en la Plaza de Santa Ana, y se compone de un tocón de cedro, un monturro de losas de Granito del Güeno, una escarbación rellena de cemento y un Diagrama de Venn realizado con vallas amarillas y azules; amén de otros achiperres provisionales. El engendro se denomina «Herencia Recibida», vocablo que la Inteligencia Artificial ha generado para referirse a un nuevo estado mental, a mitad de camino entre el nirvana y los Cerros de Úbeda.

Aunque parezca mentira, dentro de este pequeño perímetro (inferior a 0’004 Bernabéus* de superficie), se han producido dos eventos cuasicatastróficos, separados entre sí por 9 semanas y media, que han afectado a nuestra peripatética ciudad: la caída de un gran cedro y un reventón con inundación; ambos, afortunadamente, sin víctimas. Bueno, el cedrito (pobrecito) ha fallecido; si bien su caída provocó momentos de tensión, pues es una calle muy transitada (a ver, no es el cruce de Shibuya, pero por ahí pasa gente al cabo del día) y era un ejemplar tan grande que se temía pudiera haber atrapado a alguien.

Lo del cedro fue cosa de la borrasca Ciarán, que Eolo envió contra nuestra ciudad, como si fuéramos la flota de Eneas, doblegando a este gran árbol. El otro incidente, el reventón, expulsó al exterior varios concursos hípicos** de agua, provocando que, por unos minutos, fuera posible celebrar el Campeonato de Descenso de Aguas Bravas, en el recorrido Plaza de Santa Ana – Paseo de la Estación – Hornos Caleros – Parque de San Antonio. Al menos, la avería tuvo a bien manifestarse explosivamente, lo que permitió detectarla***.

¿Es posible que la caída del desarraigado cedro provocase el desplazamiento del subsuelo y la consiguiente avería de la tubería? ¡¡¡NO!!! Aquí somos más de preferir la serendipia como motor de cambio, y no descartamos que en otro par de meses, en ese mismo lugar, impacte un meteorito o aparezca el alcalde inaugurando un tramo extra del carril-bici (sin aparcabicis).

Vamos a lo que importa, y que da lugar a este monumento artístico. Hemos de declarar y declaramos que, puesto que tanto el árbol como las tuberías existían previamente a la toma de posesión de la actual corporación municipal, por la presente, ésta queda EXONERADA de toda responsabilidad; es la gracia de la Herencia Recibida; a la que puedes invocar como al conjuro Expecto patronum o como a los fondos europeos Next Fustigation, esos que te permiten arreglar dos veces seguidas la misma calle, que tengo a mi amigo C. (que vive allí) fumando en pipa.

(*) En el Á.S.M. expresamos las medidas oficiales según el SMPF (Sistema Métrico Periodístico Fumbolero) en vigor.

(**) Adaptación local del SMPF. Medida de capacidad equivalente a 60 charcas raneras.

(***) No como en el garaje de mi bloque, que de repente apareció una humedad en la pared y la empresa de aguas negó repetidamente que fuera cosa suya (eran filtraciones de la calle, a pesar de que llevaba dos meses sin llover). Cuando la humedad se fue convirtiendo primero en un goteo y luego en un chorreo de agua limpia ya se decidieron a picar, viendo que ¡oh, fatalidad! sí era cosa suya. De hecho, sepan vuesas mercedes que cuando en periodo de sequía se hace eso de cortar el agua varias horas, uno de los motivos es reducir las pérdidas por filtraciones, que en algunas ciudades (y no quiero mirar a ninguna en concreto) pueden suponer más del 30% del consumo. Es un dato que «se sabe» (se puede estimar, cosa más difícil es localizar las pérdidas), pero por lo que sea no suele publicarse.

Retomando el hilo de un post anterior, he reconsiderado mi postura y voy a incluir esos engendros denominados «deportes multiaventura» en la categoría de deportes. Cosas peores esiten; y esto, además, lo lleva en el nombre, asínque vamo a ello. Por acotar un poco, los deportes multiaventura son juegos y actividades colectivas en las que lo principal es conseguir que un grupo de adultos pague* por competir entre sí a lo que sea; cuanto más cipóticamente, mejor. Se valora también que se arriesgue la integridad física, pero sin pasarse, como en El precio justo. ¡Colabora y compite! ¡Adrenalina y coaching! ¡Qué overdose, qué síndrome!

Los deportes multiaventura son una actividad que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Para empezar, haremos referencia a los dos colectivos principalmente implicados en reservar estos eventos: las direcciones de RRHH (exhibit 1) y las despedidas de soltero (exhibit 2); con esto bastaría. Luego está la propia actividad en sí, que es muy variada, y pueden aparecer algunos de los deportes que hemos desaconsejado anteriormente en este bló, aunque modificados genéticamente para darles un toque lúdico-festivo; también hay actividades expresamente diseñadas para multiaventurarse.

Como hemos dicho, muchas empresas tienen a bien organizar jornadas de convivencia para sus empleados, a modo de salario emocional** y para fomentar que los empleados follen se relacionen entre ellos, y así (a) tengan más lazos de afinidad con la empresa y se sientan inclinados a permanecer en ella y (b) curren como esclavos felices. Una cosa está clara, si tu empresa te lleva a un tinglao de estos es que (a) no quiere que te vayas y, por ende, (b) lo que debería hacer es pagarte más y dejarse de gastar dinero en chorradas.

Seamos claros; todo esto surge cuando los de RRHH se ponen a medir desempeños*** e investigar dónde se pueden conseguir sinergias; y va el jefe y les recuerda, con sonrisa de Gato de Cheshire, que Ellos También Entran, esto es, que o justifican su trabajo o podrían ser sinergiados a la p__a calle. Como sólo entienden de nóminas y finiquitos, pegan muchos bandazos y se lían a inventar paripés estilo mr wonderfil con nombres en inglés: Team building, Career path, Helter skelter, etc. Por eso, las empresas suelen pedir actividades de colaborar y organizarse (escape room, paintball, gymkanas de orientación, etc).

El segundo caso (las despedidas) es todavía más arriesgado, porque se suelen elegir las actividades más bestias y es casi obligatorio (a) ir puesto hasta las trancas y (b) tratar de poner al novio en una situación en la que peligre su vida o su capacidad reproductiva. Les escribe alguien que ha sido partícipe de una de estas insensateces. Aquí priman las actividades guerrilleras (paintball, barranquismo, tirolinas, rafting…). De las de las despedidas de solteras no puedo hablar porque no he ido a ninguna.

Habrán notado vds la repetición del paintball, es la actividad multiaventurera por excelencia. Como he dicho, tuve la desgracia de realizarla una vez, en una despedida. El monitor nos explicó las reglas (¿?), nos dio el equipo (un casco de soldador y un mono), y añadió como quien no quiere la cosa «si hubieran venido chicas, tenemos estos petos nuevos porque, en fin, tetas esiten, y los pelotazos duelen, pero a vosotros no os hace falta…», a lo que yo respondí inmediatamente que me diera uno, siendo imitado -poco a poco y tímidamente- por el resto de participantes (que a pesar del alcohol ingerido, debieron razonar éste sabe algo****). Acto seguido, salimos al campo (un bosque de encinas y chaparros), y pasando absolutamente de las reglas y de las banderas, nos vaciamos los cargadores en menos de 5 minutos.

Ahora bien, organizar una batalla de paintball en una empresa puede ser fatal. Por un lado están los que deciden participar y divertirse y se meten animosamente en el papel de rambo; aquí veremos cómo el ardor guerrero lleva al conflicto (sobre todo con los del propio equipo que se muestren torpes o cobardes). Luego están los piensan que eso es una estupidez y no se muestran participativos; al alejarse de su batallón se convertirán en blanco fácil de los rambos del equipo contrario, que les crujen a pelotazos; y ya está liada. Como vemos, en todos los casos habrá conflicto. Como punto positivo, es una oportunidad inmejorable para que los jefes sean víctimas de balas perdidas o incluso de fuego amigo.

En cuanto al resto de actividades, hay muchos tipos. Si tu empresa tiene pasta, hasta igual os llevan a actividades en la nieve, que son caras, pero también aburridas -las raquetas de nieve son un coñazo- y sólo se alegran con las preceptivas batallas de bolazos o cuando alguien se esnafra en una placa de hielo. Otras actividades implican hacer el canelo por la naturaleza (orientación, trekking, caballos, etc) siendo especialmente adrenalínicas las que incluyen montañas o ríos.

También hay ejercicios con equipamientos raros y específicos, que suelen implicar meterte dentro de algo (una bola, un disfraz, un futbolín gigante) a hacer el idiota; tiene la gracia de que puedes ver a Puri, la guapa de Marketing, y al estirao del Sr. Céspedes, de Contabilidad, revolcados por el suelo, peleando por un premio. Y luego hay otros pasatiempos en la línea de los juegos de rol, dinámicas de grupo, improvisación, etc; que también son tirar el dinero: no van a mejorar el buen rollo entre los empleados si no existía previamente; pero sí que pueden confirmar que el lameculos del jefe es un lameculos integral.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) De hecho, pasar por caja es la principal característica de estos deportes. Si vais al campo y hacéis el canelo por vuestra cuenta no se considera Actividad Multiaventura. Sólo cuando el grupo abona la correspondiente tarifa, perderse en un pinar con un mapa del tesoro o hacer el pingüino sobre la nieve se consideran Deportes Multiaventura.

(**) El salario emocional es cuando te pagan en abrazos, lacasitos, kudos y feedback. Sobre esto, recordad siempre el consejo de una de las más grandes, Doña Concha Piquer.

(***) Again: por más métricas de objetivos, encuestas de satisfacción y talent shows que monten para valorar el desempeño, al final sólo buscan excusas para prescindir de ti si llega el caso. Y por eso, recordad que cuando os hagan la típica encuesta de «puntúe al empleado que le acaba de atender», salvo si ha sido un verdadero gilip__as, tenéis que dar la máxima nota, porque un 8 sobre 10 no es un notable alto, es un Hay que esforzarse más, Gómez, y un 5 sobre 10 no es un aprobado, es un Gómez, alap__acalle.

(****) No era así, no había jugado nunca, pero soy de natural escuchimizao y prudente, y preveía lo que podía suceder y sucedió. Con todo y eso, un disparo por la espalda a bocajarro***** cuando todavía se suponía que no habíamos empezado me hizo una herida en el cuello (y eso que llevaba puesta la braga de la bici), aunque tuvo la virtud de despertar mi instinto asesino. Como aquello se convirtió en un «todos contra todos» (en especial, contra el novio), y es difícil reconocerse con las caretas y los monos de combate, mi táctica fue aliarme con otro que no estaba muy borracho, y buscar ataques dos contra uno (ojo, esos gestos peliculeros en silencio de tú por allí, yo por aquí son útiles), lanzando zancadillas y golpeando con la culata del arma para ahorrar munición. Al día siguiente, algunos se extrañaban de la cantidad de moratones que tenían por el cuerpo. Y yo recordaba a Homer Simpson: Alcohol, causa y solución de todos los problemas.

(*****) Sí, está prohibido. Pero la guerra es la guerra. Y yo iba por «la parte de la novia», a diferencia del resto del grupo.

Vivienda unifamiliar con jardín inglés

En plena cuesta de enero de 2024, continuamos con el harte hastrafto del güeno. «Idealista» es una obra construida a la antigua manera pero representando conceptos modernos. El material principal es nuestro Granito Abulense™, complementado con elementos vegetales (hierbajos y zarzales, principalmente). Se ubica en una parcela de Las Hervencias, provisionalmente virgen de construcción o equipamiento. Como complemento a la obra, el espectador debe prestar atención al texto que el artista perpetrador recita a todo el que quiera escucharle:

Vivienda unifamiliar independiente con jardín, en zona residencial de lujo. Construcción tradicional con sillería de granito y cubierta vegetal evergreen. La vivienda está completamente equipada; dispone de calefacción por sistema geoesencial y certificado de alta eficiencia energuménica. En otoño, además, puedes practicar autoconsumo: alimentarte de las zarzamoras y capturar algunos animalillos; conducta que además de ecológica te ayudará a amortizar la deuda.

Idealista es un monumento concebido por su autor como una manera de representar los tiempos en los que vivimos, de un modo fidedigno, este momento en el que acceder a una vivienda (que nunca fue fácil) se convierte en una carrera de humillaciones. También es el momento en el que se acuñan nuevas palabras como coliving, cohousing, coworking o cojoning; del campo semántico de la vida achuchá. El artista sigue:

Cómodas facilidades de pago; los tasadores y comerciales de Idea Lista te acompañarán en todo momento para que el proceso de vender tu alma y la de tus descendientes hasta la 7ª generación sea lo más indoloro posible. Recuerda que puedes rentabilizar tu inversión subalquilando la vivienda por Airbienbi cuando salgas a hacer tus necesidades al jardín.

A ver, millenials, si Diógenes fue feliz viviendo en un barril, ¿no seréis vosotros afortunados de contar con una solución habitacional como ésta? No me seáis tiquismiquis; además, es una oportunidad de invertir; ya que alquilar es tirar el dinero y la vivienda siempre se revaloriza (estos son principios entrópicos inmutables). Cierto que la vivienda ofertada igual necesita una pequeña reforma para adecuarla al gusto del comprador, pero prácticamente está para entrar a vivir y por este precio no vais a encontrar nada mejor.

La halterofilia es la manera culta de llamar al deporte conocido también como «levantamiento de pesas»; consiste, efectivamente, en eso. Sencillo. Cuando se realiza como competición, la cosa va de ver quién levanta más peso (dentro de las normas de cada casa); y cuando se realiza como entrenamiento se suelen poner cosas no tan bestias pero que se levantan muchas veces, con la idea de ponerse cachas. De hecho, las pesas son el complemento estándar (antes de que se inventaran las máquinas de musculación) de eso que hace la gente en los gimnasios y que no es gimnasia sensu stricto.

La halterofilia es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. En especial, la bruta, la de levantar pesas (o piedras), a ver quién consigue elevar la más gorda. Es lo mejor si te quieres destrozar la espalda y cosas adyacentes. Es posible que tus músculos sean capaces de soportar el peso, pero esas cositas que tenemos entre vértebra y vértebra irán anotando cada achuchón que les das, para pasarte la correspondiente factura cuando menos te lo esperes.

La otra versión del deporte no viene mal mientras no se convierta en vicio. Todos tenemos que cargar pesos en nuestra vida diaria, y conviene estar preparado; además, en algunos trabajos es necesario levantar bastante peso. Probablemente, la primera imagen que nos viene a la mente es la de «un tío cachas»: el albañil, los operarios de almacenes, etc; pero pocos onvres suelen pensar que las personas que cuidan a enfermos y ancianos son casi siempre mujeres; constantemente tienen que mover a pacientes que pesan el doble que ellas, y tratándolos con más cuidao que al saco de cemento o a la caja de frutas. Conviene tener fuerza y maña; pues no sólo se trata del peso, sino de la postura. También es importante cuando el peso no es tan grande pero se sostiene mucho tiempo y mientras haces otras cosas; es una de las tareas más cargantes de la paternidad (y yo no me puedo quejar mucho porque Hija no llegaba ni a la raya de abajo del percentil de peso y -obvio- la parte del embarazo le tocó a Sra).

El problema, como hemos dicho, es cuando lo de levantar peso se convierte en un objetivo en sí mismo. Tenemos en mente al culturista con los músculos hipertrofiados, ¿no? Es una de las imágenes más lamentables del deporte en general, y mira que llevamos unas cuantas en este bló. Quizá por eso le pusieron un nombre griego; para que pareciera algo intelectual y disimular la brutalidad. Debería haber sido halteromanía o halteropatía.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Gilipollas hay que decirlo más…

Desde que el mundo es mundo, se han utilizado palabras soeces para descalificar al otro. El castellano, por añadidura, es especialmente prolijo en expresiones malsonantes. Aunque algunos han querido ver en el italiano un idioma rival, les invito a que repasen cualquier reel de Instagram, tuit, o similar, de ciudadanos argentinos ciscándose en los futbolistas de su combinado nacional, antes de ganar el último Mundial, y coincidirán conmigo en que nuestra lengua no admite comparación. Se lo dice alguien que, en plenos «años de plomo» en Euskadi, ha visto a las huestes juveniles de la Izquierda AberchandalTM cambiar del euskera al castellano, sólo para insultar.

No obstante, hoy en día, el improperio tradicional atraviesa un descrédito comparable al del piropo. Pero peor, porque, al fin y al cabo, el piropo no es más que una expresión de machismo rancio, mientras que, faltando, uno puede ofender a una variada panoplia de colectivos, que nada tienen que ver con el blanco de nuestras iras verbales.

Por ejemplo, a pesar de que los muchachos chanantes glosen lo contrario en el vídeo arriba incluido, «hijo de puta» ofende a las víctimas de explotación sexual, además de ser claramente patriarcal, por dirigirse a quienes han sido gestantes del insultado.

«Cabrón» tiene su punto especista, porque, ¿que daño nos ha hecho el macho cabrío, a no ser que nos hayamos puesto frente a uno, dándole la espalda (caso en el que es posible que hayamos acabado en traumatología, por ir provocando)?

Otro tanto cabe de la abominación de la homofobia que implica calificara a alguien de «marica» o «maricón». Resulta superfluo explicar todo lo que está mal en esta expresión. Que la orientación sexual no es nada peyorativo, que el hecho de preferir a personas de tu mismo sexo no te hace más débil, menos recio, o cualquiera que de las virtudes que, supuestamente asociadas a la heterosexualidad, se quiera poner como oposición a lo que representa el destinatario del epíteto…

También existe un capacitismo inherente a todo insulto que aluda a la capacidad intelectual del objetivo: «subnormal», «retrasado», etc. Ahora se ha puesto muy de moda el usar anglicismos o neologismos, o una mezcla de ambos, como «monguer». En realidad, en la lengua de Shakespeare, monger no es otra cosa que monje, y no creo que sea la intención. La verdadera es disfrazar el uso de «mongolo», anacrónica expresión que alude a la trisomía del par 21, es decir, las personas con Síndrome de Down. El Dr. John Down, a quien se debe el nombre, creyó observar rasgos faciales similares a los de la etnia habitante de Mongolia en los afectados por esta mutación cromosómica, y de ahí que se les asimilara. Imaginen el sonrojo que me causa, hoy en día, explicarle a uno de mis retoños que una de sus compañeras de clase es mongola, pero porque sus padres vinieron hace escasos años de las tierras del Gengis Khan, no porque tenga ningún tipo de diversidad funcional.

Pero hay un insulto tradicional, propio de nuestras latitudes, y apenas conocido en otros países hispanohablantes, que viene a nuestro rescate. Es el gilipollas. Cuenta la leyenda, transmitida verbalmente entre generaciones, que había un ministro del Gobierno, apellidado Gil, que debía de tener poco aprecio entre el vulgo. El susodicho solía salir a pasear, haciéndose acompañar por sus hijas, en edad de merecer, con la intención de llamar la atención de algún pretendiente. Que pretendiera arrimarse a la sombra del poder de su futurible suegro, quiero decir. En aquella época, era frecuente referirse a los hijos como «los pollos», y por traslación, a las hijas como «las pollas». El vocablo todavía carecía de connotación sexual. Así pues, cuando el prócer de la Patria salía con sus vástagas, el pueblo murmuraba: «Ahí vienen Gil y sus pollas». A partir de ese momento, la economía expresiva lo transformó en «Gil y pollas», y de ahí a «gilipollas».

Nótese que la frase inicial es una crítica de abajo hacia arriba, del pueblo contra los poderosos, no al revés, como suele suceder. Además, vitupera la costumbre de exponer a la progenie femenina como ganado en el mercado, así que es reivindicativa de la lucha por la igualdad y contra el heteropatriarcado. Culminando, echa pestes de un sujeto y las a él sujetas, así que no discrimina por razón de género. En suma, es el insulto políticamente correcto por antonomasia. Repitan conmigo: «¡Gilipollas hay que decirlo más!».

Se hace saber…

Comenzamos 2024 con nuevas entregas del Á.S.M, aunque retrocedemos al nº 88 que me había saltao. Los Pregoneros Digitales son unos monumentos de reciente adquisición por parte de la municipalidad, están desperdigados por nuestra bella urbe (muchos de ellos, ¡en rotondas!) y tras unos días de cierto titubeo, nos informan a los locales de un montón de eventos y eventualidades, así como la fecha, la hora y la temperatura en el exterior de nuestros estudios.

Los que tenemos cierta edad y/o hemos vivido en un pueblo recordamos la figura del pregonero, un señor (o señora, en el pueblo de mis padres era la Angelines) que armado con un estridente cornetín, y comenzando con la cantinela Se hace sabeeeer*, proclamaba a los cuatro vientos todo lo de interés que afectase a la población; eso que ahora nos llega por los medios de comunicación o vía redes sociales.

Como los tiempos avanzan que es una barbaridad, en Ávila nos han puesto unos carteles que permiten al viandante obtener esta información de modo visual. La mayoría están ubicados encima de un poste, como Simeón el Estilita; y hay otros más grandes colocados en zócalos o pedestales. He hecho la foto un día nublao, porque si les da el sol sale la cosa peor.

Panel de la catedral o del peso de la harina

A pesar de su elevado coste, son de tamaño inferior a los de otras ciudades vecinas. Además, por alguna extraña razón, el dato de la temperatura (que es el que más nos gusta mirar a los abulenses) estaba en un tipo de letra más pequeño; lo que dificultaba su lectura y aumentaba el riesgo de accidentes (de los conductores que apartan la vista de la vía para leer los cartelillos, forzando la vista). En el periodo de pruebas se aumentó el tipo de letra, con vistas a evitar esto.

(*) Como dato curioso e inútil, cuando el árabe era lengua cooficial en España, los pregoneros comenzaban su pregonación con una frase que viene a ser como el «se hace saber» pero en ese idioma: alaa ‘alima l‘aalimún; y que pasó a nuestro folclore pronunciada «a la lima y al limón» (cohonudos semos pa los idiomas), pero que se seguía utilizando, de alguna manera, sin perder el sentido original (por eso la canción «A la lima y al limón» realmente quiere decir «que sepa todo el mundo que no tienes quién te quiera»).

Holi!

Para quienes me recuerden, solía hacerme llamar Ender, primero, Teniente Kaffee, después. Fue hace casi una vida, entre 2006 y 2007, en la primera etapa de ésta, su casa disparada. De entonces para acá, han pasado muchas cosas, y si no se las cuento, no creo que vayan a seguir con la lectura.

Primero, presentémonos. Mi nombre es Jorge Bermúdez, y cuando empecé a darle a la tecla por aquí, en un birrioso portátil Packard Bell (esto tiene su historia), allá por enero de 2006, era un triste opositor a la carrera judicial/fiscal, a punto de tirar la toalla tras años de infructuoso estudio, y que necesitaba desahogar bilis en forma de risas, mi última línea de defensa. Empecé a leer algunos blogs, los canónicos, y a través de uno de ellos, conocí una casa de juerga y desparrame llamada «Halón Disparado». Comencé a leer y comentar asiduamente, y hasta escribir por privado al timonel de aquella nave del desvarío, el Camarada Bakunin.

En estas, ante mi evidente logorrea y necesidad de casito, el susodicho me dio las llaves y me dijo: «Ponte cómodo». Y eso hice. Por aquel entonces, como no había influencers, pero si ego, había una clasificación de blogs más leídos en España. Fue una cosa de mucha risa cuando, en plena competición entre Microsiervos y Enrique Dans, con Ignacio Escolar asomando por el reflejo del retrovisor, se les coló por la derecha un entonces desconocido Marcelino Madrigal. La cosa fue tan digna de verse que dio hasta para aparecer en un sesudo paper universitario (aquí, página 42). El caso es que, en aquel 40 Principales de la época dorada de la blogocosa, ésta página de ustedes llegó a estar la número 60. Casi nada.

Pero hablábamos de mi libro. En aquellas fechas, desprovisto de toda esperanza, me presenté a la última convocatoria que había firmado y, contra todo pronóstico, aprobé. Así que me tuve que encargar una toga a medida, con escudo en la pechera, porque pasé a formar parte del Ministerio Fiscal. A pesar de ello, impenitente, continué escribiendo, y después de alguna que otra enganchada, con cruce de posts agresivos, y un aviso en la empresa de que aquí hemos venido a defender el Estado de Derecho, no a practicarlo, me di de baja.

Pasaron los años, me seguían picando los dedos y desahogué mi pasión por darle a la tecla escribiendo «de verdad», que diría el maestro Andrés Trasado. O al menos, esa es mi opinión.

Publiqué capítulos en un par de libros técnicos, un relato en un libro con Pérez-Reverte (sí, ése, también tiene su historia)… y entonces apareció Eldiario.es. Pongámonos en contexto: un joven fiscal con ínfulas literatas y un pasado en un blog, un arriesgado periodista/bloguero que lanza una nueva cabecera digital… Un breve intercambio de DM’s en Twitter, y servidor de ustedes empezó a colaborar en «Zona Crítica», el nuevo blog que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en el periódico digital nativo líder en audiencia, Eldiario.es.

Reconozcámoslo, hoy en día, Eldiario.es está muy lejos de ser el proyecto que conocí. Hay un paywall permanente, donde antes los contenidos eran libres, y una línea editorial marcada, muy marcada. Pero en 2012, que un jurista dejase de usar el «no es más cierto que…» y los latinajos, y les explicase a los ciudadanos de a pie cómo funciona lo de la Justicia por dentro, pues era revolucionario.

Ahora, resulta que todo quisqui ha inventado la pólvora, con jueces que comienzan en Twitter, bajo seudónimo pero con el escudo y la toga en el avatar (cosa que yo evité deliberadamente siempre), que luego se quitan la careta virtual y escriben libros, dan conferencias y reciben loas y alabanzas. 250 artículos igual dan para un libro, aunque quizás hoy no firmase todos los que rubriqué en su día. Pero ese fue mi legado, desde 2012. Hasta que también lo dejé.

Pero eso, parafraseando a Michael Ende, es otra historia, y debe contarse… en el próximo capítulo.

Hay muchos deportes que implican meterse en el agua en algo que flota y que se desplaza por la mera fuerza bruta de los allí presentes, pero no por supervivencia (como cuando lo del Titanic) o para pescar; sino con la intención de ganar a otro que vaya en una embarcación similar. Diversas modalidades esiten, según la pinta de la embarcación, el número de remeros y la presencia o no de un (gran) timonel. El lugar donde se practica (mares, lagos o ríos) también influye en llamarlo así o asá. Piragüismo, canoa, kayak, traineras, skiff, descenso… hay gente pa tó.

El remo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Baste como prueba un dato histórico: en la antigüedad, el remo estaba reservado a los esclavos, los enemigos capturados y a los delincuentes. La condena «a galeras» era como una muerte lenta (a veces rápida, si tu barco era hundido en el combate). Lo de remar por gusto es como que te crucifiquen por gusto. Ah, que eso también lo hace gente. Al menos no es un deporte. Creo.

Por lo demás, incluso cuando no te dan latigazos, es una paliza -sobre todo para los brazos- y machaca desigualmente el cuerpo. Tener que remar y respirar (agónicamente) mientras esprintas camino de la meta es una experiencia de lo más desagradable. Algunas máquinas de los gimnasios simulan ser aparatos de remo, y eso sólo puede significar cosas terribles.

Existe modalidades de remo aún más extremas, donde además de la paliza física es jodido sobrevivir; como esa que consiste en echarse a un torrente caudaloso tratando no sólo de que la piragua se mantenga a flote mirando parriba; sino es que encima tienes que ir haciendo cabriolas por el río (artificial o natural), como en el juego de la rayuela pero rodeado de remolinos y cascadas. Eso espero no tener que desaconsejárselo a ninguno de vds.

Mi bautismo de remo fue, como tantas cosas, al aprovechar que el río Pisuerga pasa por Valladolid; lo cual probablemente influya en mi percepción de este mal llamado deporte. Lo cierto es que mi compañero de embarcación, al que yo suponía cierta pericia naval, pues era de Asturias (el mar, el descenso del Sella, yatusabeh) tenía menos idea que yo (y poca intución sobre las leyes de la física; acción y reacción, etc), y siendo mucho más fuerte (eso es fácil), aplicaba su fuerza sin un asomo de destreza, lo que constantemente comprometía nuestra trayectoria y amenazaba con hacernos naufragar, embarrancar o colisionar con otras embarcaciones. Hasta los patos de la playa de Poniente se reían de nosotros.

Deportes de vela no voy a tratar en esta bitácora porque en mi condición de abulense talasofóbico jamás he osado montarme en un artefacto de propulsión eólica; ya lo hice en una pedalona en Torremolinos con tres compañeros de 3º de BUP y nos tocó pagar el exceso de tiempo, porque la corriente nos arrastraba hacia la Isla de Alborán, a uno le dio un calambre y a los dos que quedábamos nos costó aquello más que subir al Tourmalet; como para fiar mi rumbo, además, a algo que sea mobile cual piuma al vento.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Parece una pregunta del teórico del carné… ¿Ánde hay que torcer? Pero no, es real; y la respuesta es la b.

«Señor, mándame una señal» es un monumento bíblico* que nuestro Servicio de Huebras ha erigido en el lugar antiguamente ocupado por la rotonda de la Avenida de la Estación, que forma la base de la nueva escultura/jápenin. Sobre ésta, se han erigido una serie de símbolos paganos en diversos materiales, que conforman un espacio de contemplación extática, mientras un monturro de tierra amenaza con engullirlo todo, como un Leviatán de escombros y biomasa.

Para la elaboración del conjunto, el autor se ha inspirado claramente en La Consagración de la Primavera, de Stravinsky; la rotonda destruida por el invierno (la única señal que languidece en el frío suelo es la del sentido de giro prioritario), pero cuando todo parece perdido y a punto de ser arrasado, gracias a la calefacción tubiductal, resurgen y brotan las indicaciones (como las flores en el prao) ahí a lo loco, señalando en varias direcciones; sin olvidar la de peligro ni las cintas esas rojiblancas que se suelen poner para indicar que no se pise lo fregao, conos multipurpose y una verja de obra apoyada sobre zapatas dóricas.

El conductor que recorre la Avenida de la Estación** alcanza esta intersección y de repente su alma se inunda de desorientación, eleva sus imprecaciones a los cielos y se pregunta Cuál Es El Sentido De La Vida, pues es evidente que es imposible cumplir todo lo que se le ofrece (y obliga) la señalética aquí expuesta. Ni colgao de las tuberías del Pompidou, ni subido a las fauces de Puppy Guggenheim se puede sentir esta epifanía del arte moderno. Que nos envidien los del MOMA y la TATE quieta.

El primer título de la obra iba a ser «Paquí-pallí-lagarto-Spock», pero se consideró que quizá el paquí y el pallí son más típicos de Salamanca, ciudad que habitualmente nos menosprecia, así que se optó por una versión más evangélica y abulense. Probablemente, esta obra ha sido cofinanciada por fondos europeos, lo que añade universalidad a la miasma. Por el lao de allí hay más señales igualmente confusas; de las que, por cierto, se puede observar el reverso (como en la exposición de El Prado esa que tienen con la parte de atrás de los cuadros, en Ávila nos adelantamos a todas las tendencias).

(*) En concreto, Mateo 12,38, panda de herejes y apóstatas.

(**) Antiguamente, Avda de José Antonio; que es la única calle personalmente dedicada que estaba en todos los callejeros y que nunca incluía los apellidos, como sí tenían las dedicadas a generales, coroneles y demás escalafón victorioso; José Antonio era un nombre suficientemente expresivo por sí solo; y se pronunciaba siempre con sinalefa, Jo-Sean-To-Nio. Que a los millenials os falta mucha retrocultura.

La calva, mencionada en el post anterior, es un deporte autóctono abulense (y de alguna otra provincia del antiguo territorio preautonómico carpetovetón) que consiste en tratar de atinar a un palo obtusángulo (denominado calva*) colocado como diana, lanzando un chisme con forma de pequeño cilindro algo más pequeño que una lata de pringles. La calva suele ser de madera de encina o roble, pero vale cualquier otra que sea resistente; tiene una forma de V muy abierta (2 rad, aprox; aunque cada zona tiene su estilo calvero más abierto o cerrado). El cilindro se denomina «morrillo», «borrillo», «gorrillo», «gorrón», «piedra» y cosas peores, se suele lanzar con cierto spin para ayudar a mantener la horizontalidad durante el vuelo. Antiguamente eran de piedra, ahora suelen ser metálicos; no macizos, pero sí rellenos con cosas, para tener momento inercial (a más peso, menos se desvía; pero también cuesta más lanzar). El impacto con la calva tiene que producirse antes de que el morrillo toque el suelo, y es válido aunque no derribe la calva.

La calva es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Por muy autóctono que sea, o quizá por eso. Y veremos por qué. Para comenzar las descalificaciones, digamos que existen dos tipos de jugadores de calva: los pofezionales y los ocasionales. Estos últimos son los que únicamente juegan en las fiestas del pueblo (que, por cierto, son las únicas partidas en las que se suele ver categoria femenina). En muchas localidades se incluye un torneo de calva como parte del programa de festejos, y suele llevar aparejado algún premio donado por patrocinadores.

Sucede que a estos saraos se apuntan casi todos los mozos (y buena parte de las mozas) de la localidad entre los 13 y los 93 años. El torneo, lógicamente, se alarga; y los jugadores que esperan van consumiendo botellines para amenizar la espera. Con tanto alcohol la puntería se resiente, aumenta la entropía y las trayectorias de los morrillos cumplen el principio de incertidumbre; el torneo termina siendo peligroso de presenciar (siendo especialmente arriesgado el puesto de «calvero», el que coloca la calva cuando es derribada). Pero el peligro es aun mayor si un forastero realiza un buen concurso y la población local no acepta de buen grado que se lleve el jamón (un «casus belli» de libro).

Luego están los jugadores habituales de calva, gente que se reúne habitualmente en sitios apartados (en los pueblos) y en parques y otras zonas de esparcimiento (en las ciudades) para dar rienda suelta a su afición con cierta periodicidad, jugando partidas amistosas y campeonatos no tan amistosos. Algunos no están ni jubilados. Pocos. Aunque parece una especie de secta homogénea, las rivalidades son grandes, y se produce un curioso fenómeno, pues se establecen categorías (algo así como el hándicap del golf) que suelen ser polémicas; porque si ganas un par de torneos de tu nivel seguidos, se reúne el consejo de ancianos y te dicen que subas al nivel superior (donde serás de los peores y dejarás de ganar torneos, hasta que mejores o consigas volver a descender de categoría).

Este tipo de decisiones no tienen un reglamento claro y frecuentemente son motivo de discusiones y enfrentamientos, lo que dada la edad de los jugadores puede tener consecuencias fatales, sobre todo si tienen mal regulao el simtrom. Por otra parte, esta gente experta cuando va a las fiestas de su pueblo arrasa, lo que provoca envidias** del tipo «éstos que jueguen en su p__a liga». Si además es forastero, es preferible que intervengan los cascos azules.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Algunas teorías indican que el nombre de la calva realmente proviene de la zona sin obstáculos, esto es, «calva de vegetación» (el calvero), donde se coloca la madera-diana, sobre un pequeño montoncillo de arena (el «pate») para que se quede de pie.

(**) Del tipo de envidia fermentada de un mozo de 20 años cargao de botellines, que se puso primero en las tandas iniciales tras acertar 12 calvas, pero es superado por un abuelete que atina 17 ó 18.