hold the door!

Hoy traemos ante vds. un monumento que habla por sí solo de la cabezonería humana, en concreto, de la variedad episcopalis, que es de las más recalcitrantes. Se trata de la puerta oeste norte de la catedral de Ávila, una cosa gótica mu preciosa que se construyó DOS VECES en tiempos prepostmedievales. Esto es, se terminó hacia el 1300, y durante casi dos siglos fue la puerta principal, en su fachada oeste.

La puerta es chula y de estilo gótico (pero el de verdad, no el de Robert Smith o las hijas de Zapatero), desarrolla el tema del Juicio Final, con escenas bíblicas y esas cosas que se explicaban como si fueran un comic para que el vulgo entendiese las Sagradas Escrituras. Ya sabéis, portaros bien o iréis al infierno y os cobraremos los portes. Para rematar todo lo que se explica en el tímpano y las arquivoltas, en las columnas de la base se encuentran los doce apóstoles, seis a cada lado. Aquí les traigo un detalle del lado derecho:

¿Seré yo, Maestro?

La gente que sabe de esto os podrá identificar a cada apóstol por sus atributos. No penséis mal, me refiero a que la iconografía católica suele mostrar a los santos con algo relativo a su santidad o al martirio sufrido: San Pedro tiene unas llaves, Santa Catalina una rueda, Santa Teresa una pluma y Moisés, cuernos. Tal como te lo digo, oye. Pero si os fijáis en la foto, veréis que el apóstol de la derecha está como metido con calzador en la escena, casi no tiene sitio y le falta la columnilla debajo, como los demás. Primera posibilidad: éste es Judas, que ya sabéis que se sacó 30 monedas por delatar a Jesús, algo que chirría un poco porque se supone que a esas alturas de la película, en Jerusalén, hasta el cuñao de Poncio Pilatos tendría que saber que Jesús era el que era. Pero no… porque el del otro lado está igual.

Apostol marginado nº 2

La cosa tiene una explicación, y os la voy a dar. Resulta a que uno de los primeros obispos postmedievales de Ávila (o uno de los últimos medievales, según el año que tomemos para dividir la fase) se le ocurrió trasladar la puerta oeste al lado norte, porque así miraría hacia su casa, y le apetecía, al levantarse cada mañana, ver ese pórtico tan lograo. El arquitecto que se encargaba de las obras, Don Juan Guas, ya le hizo saber que, aparte del coste desmesurado, la puerta NO CABÍA en el hueco del lado norte. Pero la respuesta del obispo fue categórica: «ya te diré yo si hay fondos». Y añadió, poniéndose la mitra vuelta patrás: «ni tú eres de Bellas Artes, ni yo soy Adolfo González, así que ya me estás empezando la obra».

Dicho y hecho. Bueno, así de repente, no; tardaron unos años en montar y desmontar todo aquello. Consecuencia: la catedral se quedó a medias. Todavía hoy tenemos una torre mocha con remate de uralita, encima de la casa del ¡aaaaaaay! campanero.

El balonmano es una de las variantes del fúmbol en las que las trampas son al revés. Éste se juega en unos campos que ahora sirven, mayormente, para el fútbol-sala (eso es reciclaje y no lo de Ecoembes). En tiempos postmedievales estuvo más de moda en España; hasta los 70 andaba ahí a la par con el baloncesto, pero luego ha ido decayendo hasta ser bastante minoritario. Afortunadamente.

El balonmano es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es algo así como practicar lucha libre mientras un balón anda por ahí (haciendo daño). Lo mejor, que -debido a ello- si no tienes pinta de culturista, máquina, monstruo, crack, figura, no te dejan ni jugar. HABER. Los jugadores de balonmano son casi igual de altos que los de baloncesto, pero ¿a que no lo parecen? Porque están proporcionaos, no son del tipo larguirucho; son como el increíble Hulk pero sin el color verde. Igual de cabreao, eso sí, que los jugadores se están empujando y achuchando todo el rato.

Para compensar la agresividad, es el deporte en el que menos se protesta (claro, que si aplicasen esa regla de «te he pitao falta, deja el balón ahí y te vas patrás calladito, o te pasas un rato expulsao» en el fúmbol se quedarían jugando un 3 pa 3). Luego, claro, siempre queda una tensión no resuelta; con tanto contacto pero que no se note y sin golpear, el ambiente va siendo como estar en una sauna finlandesa o en el Blue Oyster Bar. Mucho sudor, mucho baile agarrao, mucho cambio de pareja… y BDSM.

¿BDSM? Pues sí, si hay una cosa peor que ser jugador de balonmano, y que entra directamente dentro del sadomaso, es ser PORTERO DE BALONMANO. Ya habría que estar mu loco para estar ahí en la portería (en la que casi no caben) tratando de esquivar los balonazos, pero es que ¡tienes que colocarte y moverte pa que te den! Es como ser el plato en el tiro al plato o trabajar de crash test dummy de los Boeing 737 Max. Es ponerte a gritar «Jehova» en bucle el día de tu lapidación. Un dinosaurio que se pusiera a dar saltitos -¡aquí, aquí!- en las afueras de Chicxulub, mirando al cielo, eso es un portero de balonmano*.

Tradicionalmente, el balonmano ha sido un deporte de países fríos y germánicos; algo para entrar en calor y pasar el rato mientras fuera del pabellón la glaciación da sus últimos coletazos. Por ello tiene la gracia de que cuando el balón circula rápidamente entre los jugadores, como todos terminan en «son» (o en «dotir», ellas), la locución de los comentaristas tiene cierto soniquete repetitivo, que te va adormilando hasta que llega un grito «¡DEEENTRO!»; algo que ayuda a entender la música de Bjork.

Y luego, las reglas son raritas, para compensar lo fácil que es -comparado con otros deportes de portería- meter goles. El área de portería es como en el juego de «el suelo es lava» y los jugadores hacen escorzos de lo más raro para no cometer infracciones. Los cambios se pueden hacer en pleno juego, sin parar, todos los que quieras, por parejas o tríos, es todo libertinaje y desenfreno. El balón hay que botarlo de vez en cuando, no como en baloncesto, que te pitan pasos a la que te descuides; aquí es medio opcional. Eso sí, no puedes pivotar sobre un pie; entonces te pitan pasos y se ríen de tí y te dicen que se nota que vienes del basket, so memo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Una curiosidad: si el árbitro considera que le has tirao aposta a los morros al portero, te puede descalificar. Y también suele dar pie a una bronca reacción del equipo contrario.

Ventana con dedicatoria

Una de las ventanas con más historia de Ávila, y puede que de Óbila, es la ventana que les traemos hoy al Á.S.M. Se encuentra en el mismo edificio del monumento anterior, el Palacio de los Dávila (aunque en Ávila hay mucha gente dávila), si bien corresponde a una época un poco posterior; siendo postmedieval en cualquier caso. Lo interesante de la puerta es la inscripción que figura debajo.

Donde una puerta se cierra, otra se abre

La misteriosa inscripción dice lo siguiente «Donde una puerta se cierra, otra se abre«, y hay varias explicaciones para la misma. La historia se enmarca dentro de las leyendas más jermosas de Ávila, como la del Santo Encuentro del Sepulcro de San Segundo o la Anunciación de la Subsede del Museo del Prado. Retrocedamos en el tiempo… Más… Un poco más…

Según algunos autores, hace referencia a un letrado abulense del Siglo de Oro, que tras unos comienzos titubeantes en el ejercicio del derecho, y en un ejemplo de superación increíble, alcanzó las más altas cotas de poder en la justicia del reino. Muy felices se las prometía nuestro caballero, cuando un ignominioso ataque sarraceno alcanzó el corazón de Castilla. Surgió la necesidad de buscar una solución a la crisis, que comprometía la posición del valido real, el Conde-Duque de las Azores; y se les ocurrió que nuestro justiciero era el indicado para dar la vuelta a la tortilla de Roncesvalles. Esto es, si en aquella ocasión los trovadores cantaron la muerte de Roland a manos de la morisma, cuando en realidad habían sido cuatro vascones cabreaos por el saqueo de Pamplona, aquí sería el cuento del revés. Desde la torre del homenaje, nuestro particular Turoldo echó la culpa a los vascones de la tropelía de los muslimes. Pero claro, el ardid no salió bien, y todos cayeron en desgracia, quedando nuestro caballero a veces a pan y agua (y ansí fue llamado). Sin embargo, cuando todo parecía perdido y se les cerraban todas las puertas, como al Cid al principio del Cantar, se produjo aquello que está escrito bajo la ventana, y nuevas puertas se le abrieron al caballero, en concreto, se le permitió ingresar en la Selecta Orden de los Caballeros de la Mesa Redonda Ibérica de las Chispas Ambarinas; sin duda, en agradecimiento por haber aparecido en aquel balcón explicando algo que ni él mismo se creía.

Pero según otros, la historia tiene distintos protagonistas. En este caso, en pleno postmedievo, las milicias de Ávila (que se ganaron su buen nombre en la Batalla de las Navas de Tolosa), estaban discutiendo quién sería su adalid. Felices se las prometía el Barón de Machús, seguro de ser el elegido, cuando sonaron clarines y trompetas, y el heraldo anunció que la elegida sería Teresa la Marquesa Tipití-Tipití-Tipitesa. Amarillo de ira (sí, amarillo), al ver que las puertas se le cerraban, el Barón mandó encargar un nuevo pendón que les identificase en la batalla, y retó en singular duelo a los partidarios de la Marquesa, saliendo vencedor de todas las justas y rompiendo varias lanzas a sus enemigos. Raudo y veloz, acudió a grabar la frase debajo de la ventana, para escarnio de sus rivales, a los que desde entonces llamaba «los de la Triste Herencia Recibida«, y todos le cantaron «Machús, Machús, Machús».

Y aún hay otras leyendas que explicarían esta inscripción, como la de un pobre maestro de escuela que no sabía de economía pero terminó siendo jefe del gremio de prestamistas y usureros, pero las dejaremos para otro día, ya que nuestros investigadores no se ponen de acuerdo.

El golf es una variante del gua* en el que se juega con un palo para no tener que agacharse. Un deporte de señoritos, vamos, y ahora es cuando llega el de «pues yo juego y soy de clase media». Claro, un juego que requiere mantener una dehesa de varias hectáreas en estado permanente de alfombra vegetal, uno de los más consumorrecursivos que se conocen, es un deporte normal. Si además se juega en un lugar donde Taranis no provee de humedad vivificante, raya el delito.

El golf es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y voy a dejar aparte el rollo ecologista. Aparte de para el planeta, es malo para tu salud. Un partido normal supone ir caminando (opcionalmente, charlando de negocios) durante un par de horas, que bien, no haces ni el huevo; pero luego tienes que atizar a la pelota. En frío. Para la estructura corporal, es el equivalente de lo que para el estómago supone que recién levantao te tomes pa desayunar medio litro de Jagermeister con Cointreau. No hemos evolucionado para eso. Lo más leve que te dará es algo parecido al codo de tenista (codo de golfista, lo llaman aquí); y a partir de ahí, lo que quieras, sobre todo en la chepa y articulaciones superiores y juntas de la trócola.

Eso, si la pegas bien. Si tienes mal estilo, ya es el acabóse. Si cuando le das con los palos de llegar lejos, esa chuleta** resulta que pilla un poco más de suelo del que debería, las reverberaciones se te transmiten por el cuerpo como las ondas del puente de Tacoma. Eres lo más parecido al Coyote utilizando un artilugio marca ACME. Un peligro para tu salud y hasta igual para alguien que se cruce en tu campo de tiro. Porque esa es otra, recibir un pelotazo de golf también es bastante desaconsejable.

Finalmente, aquí recordaré el jermoso momento que se produjo cuando en Ávila, en tiempos postmedievales, se inauguró un campo de golf (no, no hablaré de a quién colocaron de jefe). Entonces se podía pasear por el caminito asfaltado por el que van esos cochecitos*** tan cucos que usan algunos jugadores para trasladarse de hoyo a hoyo. Y eso hicimos mi hermano, mi sobrino (tendría 5 ó 7 años) y yo. Paseando por allí, nos pusimos cerca de un jugador que iba a atizar a la pelota. Y se produjo la siguiente escena:

  • Sobrino: Mira, papá, va a tirar
  • Hermano: Chssst
  • Jugador (nos mira algo molesto)
  • Sobrino: Pero mira, papá, que va a tirar
  • Hermano: Caalla, hijo
  • Jugador (hace los movimientos preparatorios, visiblemente contrariado por la presencia de público)
  • Sobrino: No la ha pegado
  • Hermano: No, hijo, está ensayando, pero calla un poco…
  • Jugador (con gesto serio, finalmente golpea a la pelota… que va a un arroyito artificial que cruza el la calle, justo antes del green)
  • Sobrino: ¡Ha ido al agua!
  • Hermano: SCHSSSSHT (intenta llevarse a sobrino)
  • Sobrino: ¡PERO SI LA HE OÍDO, HA HECHO CHOF!
  • Jugador (se aleja en silencio pero hierve en ganas de asesinarnos)

Momentos como ese son reconfortantes, sí; pero no justifican la practicación de este mal llamado deporte.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Si no sabes qué juego es el gua, quedas condenado a escribir cien veces en la pizarra: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto».

(**) Los golfistas llaman así a cuando golpeas a lo bruto (fuera de la salida inicial, en la que se permite poner una especie de clavito elevador), y te llevas también lo que viene siendo una loncha de hierbajos.

(***) Lo de ir jugar al golf haciendo el recorrido en esos chismes motorizados ya es para [perdón, no usaré la lengua de Mordor aquí]

Turú turúDame más gasolina

La placa-relieve denominado «Hazaña del Reguetón Turutero» preside la entrada al Palacio de los Dávila, en la Plaza de Pedro Dávila (que los locales llamamos Plaza de la Fruta). Colocado sobre una puerta de enormes dovelas, y bajo una barbacana defensiva, representa al caballero Bartolo Dávila, el primero de su nombre, virtualizado en un avatar de escudo con yelmo (anticipo de «Los SIMS»), y rodeado de guerreros y trompeteros enemigos. Es una hermosa pieza de arte postmedieval que pasa algo desapercibida en esta majestuosa fachada (que tiene más historias). La de este relieve es de las más bonitas.

Bartolo Dávila fue un aventurero que marchó a las Indias en busca de fortuna con algunos hermanos de Santa Teresa. Él todavía no era noble (entonces era llamado «Bartolo el de Ávila», sin más rimbombancias). Durante las guerras de conquista del Imperio Inca, Bartolo fue enviado a capturar al hijo de Atahualpa, lo que consiguió con arrojo y valentía. Al volver al campamento con el prisionero, cuando todos lo daban por muerto, pronunció su famosa frase «Aquí os lo traigo, Atahualpito», provocando el regocijo entre sus compañeros.

Al haber sido capturados sus reyes, en el Imperio Inca asumieron el poder los Administradores de Incas Colegiados, que reunidos en junta urgente decidieron -en primera convocatoria- contraatacar a las huestes castellanas. Varios guerrereros rodearon el campamento y comenzaron a hacer sonar sus trompetas, como ya hicieran los israelitas contra Jericó; pero éstos además, contaban con un arma secreta: individuos con extrañas pintas, tatuajes, gorras puestas patrás, cadenas de oro, e -importante- puestos de ayahuasca hasta las cejas, que comenzaron a cantar desafiantes sus invocaciones: «siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero…«. Esa misma noche, los castellanos abandonaron el campamento por la puerta trasera, hartos de semejante murga (enrólate, te dicen; verás mundo, te dicen…); pero Bartolo (en parte, porque había quedado algo sordo durante su empleo de artillero de la nao «Iberpistas») pudo resistir tres días sin rendirse, hasta que los cantores quedaron afónicos.

Este hecho sin precedentes le valió ser nombrado caballero, tomando como apellido topónimo ese Dávila, que arrejuntao y esdrújulo da más empaque. El escudo de los Dávila, aquí mostrado, muestra tres pares de roeles con el lema «Ter ad spherae» (Tres veces hasta las pelotas), que hace referencia a su aguante los tres días del episodio del reguetón. De vuelta a su Ávila natal, mandó construir un palacio con los más altos muros, que le aislaran de los ruidos, y sobre la puerta dejó constancia de su singular hazaña. Loor y Jloria a don Bartolo.

Más deportes de golpear pelotitas; aunque bueno, el badminton sería más bien un híbrido entre tenis y voleybol pero atizando a la snitch de Jarry Potter; una especie pelotilla emplumada. Sería un poco como la guerra de almohadas de este grupo de juegos. Su nombre parece implicar la existencia de algo llamado goodminton, pero todavía no lo hemos descubierto. Al parecer, Badminton es un sitio de Gloucestershire* donde se empezó a jugar.

El badminton es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. La cosa es como sigue:
a) Como el vuelaplumas ese no pesa nada, y se frena, para que pase a la otra pista tienes que atizarlo como si quisieras sacarlo de España.
b) Por las leyes de Newton, la energía ni se crea ni se destruye, toa la fuerza que pones en el golpe a algún lao tiene que ir.
c) Y ¿a dónde va la energía sobrante? Pues se puede manifestar afectando a articulaciones, tendones y músculos de la peor manera posible y cuando menos te lo esperes.

En resumen, el bantinton es lo más parecido a tratar de sacudir a esa mosca que ronda por la cocina y te tiene engorilao, con el trapo secamanos: lo más que vas a conseguir es romper cosas o hacerte daño.

En muchas casas -reconócelo- hay un juego de badminton barato, al que jugaste dos veces en el exterior, atando la red (incluida) a dos árboles (no incluidos). Pero el volador es de plasticucho (parece una especie de sputnik) y dista bastante de comportarse como uno de verdad; las cuerdillas de las raquetas se rompen si las miras mal, y el juego aburre y cansa, decidiéndose los puntos más por suerte que por intención; por lo que va al fondo de la estantería de arriba del trastero, y allí cría telarañas.

En este deporte tenemos una muchacha que ha sido campeona de tó (ha estado mucho tiempo lesionada, claro, avisados estáis); lo que tiene bastante mérito, no tanto por pura estadística frente a otros países con muchísmios más practicamtes (que también), sino porque la pobre, en la fase de aprendizaje, no tendría jugadoras de su nivel con quien enfrentarse. Es como si Senegal tuviese un gran jugador de hockey sobre hielo, o como si el Vaticano tuviese la selección femenina campeona de olímpica de voley-playa.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Gloucestershire es un condado inglés que se pronuncia comiéndose varias sílabas, como con vagancia. Glósteshe. Es famoso también por una salsa para acompañar a varios platos ingleses, que tiene la ventaja de que mitiga los sabores originales, y el inconveniente de que, a cambio, aporta el sabor a salsa gloucester. Se perpetra juntando mahonesa, cosas agrias y… salsa Worcestershire (pr. guósteshe), todavía más horrible; no vamos a continuar con esta ensalsación anidada o recurrente de shires.

Como en Jólibud

El Soto es un bosque de ribera que riberea al río Adaja en su aproximación a la ciudad. Se ubica ma o meno en paralelo a la carretera AV-900 (Ávila-Burgohondo), desde el cartelillo de la foto; y después, un poco menos paralelo a la AV-P-401 (Ávila-El Fresno). Precisamente, el fresno es el árbol predominante en este bosquecillo. El bosque/parque tiene una longitud de casi 3 kms, pero una anchura que en algunos puntos es de poco más de un decámetro*.

Sin embargo, el monumento propiamente dicho que hoy celebramos es un conjunto de letras de ¡¡¡¡oh, yeah!!! FIERRO MORROÑOSO sobre peana de bloque de hormigón (pa qué tanto) rodeado de piedrecillas y esas otras cosas que echan en los alcorques, en plan jardín zen; que luce presuntuoso y adusto en la entrada principal de este espacio silvícola, en un claro ejemplo de schadenfreude. O de schwarzwälderkirschtorte, que todo puede ser.

Este cartelón es una verdadera metáfora de las intervenciones que año tras año, y desde que tengo edad de tener uso de razón (algo que no es inherente) se realizan en este espacio de esparcimiento. Materiales artificiales y poco adecuados, quiero-y-no-puedo, buenas intenciones y resultados pobres; es como los programas de «Murcia, qué hermosa eres»**, una serie de actuaciones superpuestas sin hilo conductor.

En el tema de lo que sería la conservación de la flora y la fauna, que la tiene, no soy experto y no sé cómo se podría mejorar, pero seguro que algo más se puede hacer, va habiendo fresnos muy viejos y hay zonas bastante degradadas. Y además, que esto se puede aprovechar de más maneras; por ejemplo, hay gente que entiende de pajaritos y te puede hacer un cartel de los que puedes ver y escuchar por allí; que la gracia de estos bosques mediterráneos es que hay muchas especies distintas.

Afortunadamente, lo que viene siendo la naturaleza se mantiene prácticamente sola. Poco más podemos añadir desde este bló. Que el bosque sea más grande, más accesible, más boscoso y más limpio. Y que los paseantes lo usemos civilizadamente (algo que se cumple en el 99% de los casos).

Enlace al Mapa

(*) Es que el decámetro se usa poco, y me hacía ilusión. Hay un lugar en el que pasas entre una alambrada de espino y la procelososa e impenetrable vegetación que bordea al río, y realmente el sitio para pasar es como de un metro. El decámetro lo alcanza contando el río y los arbolillos al otro lado.

(**) Si no sabes cómo eran, joio millenial, suerte que tienes; luego os quejáis de ser una generación maltratada.

El pádel es una variante del tenis de reciente implantación, en la que se juega dos contra dos y siempre ganan los argentinos. Su principal virtud es que soluciona con ingenio uno de los principales problemas tenísticos del tenis, que es el de tener que andar todo el rato recogiendo pelotas por los alrededores de la pista* gracias a un cerramiento inspirado en el estilo feísta: eso de que tienes una tapia bonita y la rematas con somieres viejos. JODER, QUESBERDÁZ, LO PONE EN EL REGLAMENTO**. El resto son todo defectos. Por ejemplo, a la raqueta no puedes llamarla raqueta, hay que decir pala***. Y cosas así.

El pádel es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A los desaconsejamientos que dijimos la semana pasada para el tenis añadimos que era el deporte favorito de J. M. Aznar. ¿Seguís pensando en jugarlo? También es agresivo para las articulaciones, y al estar constreñidos en una pista más pequeña y con paredes, es más fácil sufrir lesiones por los choques y raquetazos contra las mismas o con los compañeros (recordemos que siempre se juega a dobles).

Por otra parte, las pelotas a veces rebotan mal en los somieres del cerramiento, y el jugador debe usar una técnica similar a la de tratar de espantar medio histérico a una avispa que te ataca; en esos lances los movimientos y giros del cuerpo son más bruscos que en el tenis, lo que facilita la aparición de tirones y desgarros. También se busca constantemente atizar un pelotazo al contrario como medio para ganar el punto. Por alguna extraña norma no escrita -otra diferencia con el tenis, donde esto está peor visto- el atizado debe responder siempre con una sonrisa «no pasa nada (ough), es un lance del juego», pero luego tratará de devolverlo, a ser posible, en los cojones.

Y para rematar las desanconsejaciones, el pádel favorece la aparición de problemas psicológicos. En cuanto entran en la pista, los jugadores se deslizan hacia una realidad distorsionada en la que se creen en posesión del Conozimiento Arsoluto y se sienten compelidos a abrumar con consejos técnicos al compañero. «Esa tenías que haberla dejado pasar. Esas, mejor córtalas. Al volear, tienes que adelantar el pie derecho y bajar el parietal izquierdo…» Así todo el rato. Se habla mucho; en el pádel, se celebra cada punto y se analizan los fallos propios y del contrario. Más que un juego, se convierte en una tertulia tóxica; es como si te metes en Estado de Alarma, Todo es mentira y El Chiringuito de Jugones, todo a la vez. Terminas apajolao.

Quizá por esto se explica la supremacía de los argentinos, tanto como jugadores como en su faceta docente. Que te dé clases un monitor argentino es lo más parecido a sentirse como Woody Allen en el psicoanalista: «Vos habés fashado esa bola porque no habés cambiado el grip para esmashar, y el aposho no ha sido correehto, pensá que no podés perder de vista la parábola que dehcriibe la pelota ni si su spin es dehtrógiro o levógiro. Tenés que soltaros más y dehar fluir el gooolpe». De hecho, yo me suelo sentir como el personaje de Larry Lipton en Misterioso Asesinato en Manhattan, y –true fact– mi estilo de juego es idéntico al de Larry en la escena de las cintas grabadas en la llamada telefónica al asesino.

La putada final del pádel es que es que tiene una curva de aprendizaje más rápida que el tenis; aquí es más fácil que parezca que sabes jugar, ya que no es tanto «tratar de dar un golpe ganador», sino de «devolverla y ya veremos». Esta -aparente- facilidad de juego fomenta la adicción y hace más fácil recaer en el vicio. No empecéis a jugarlo. Imediatamente, necesitaréis encontrar a otro pardillo que juegue peor que vosotros para poder aturullarlo a consejos. Es un como un timo piramidal.

Así ha invadido la península e islas adyacentes; pero yo creo que no se juega en otros países. Enzerio, yo creo que el pádel es como los premios Príncipe de Asturias, que aquí llamamos pomposamente «La Antesala de los Nobel», y si sales de Ehpaña te das cuenta de que realmente en el extranjero no lo conocen ni siquiera algunos de los premiados, como Carl Lewis.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Hay una excepción, que es cuando juegas con alguien tan burro que la saca. La pelota, de la pista, quicir. Entonces gritas a los de la pista de al lado «¡bolaaa!» para que paren y te la devuelvan. Así se hacen amistades.

(**) Alguna vez me han dicho que el pádel comenzó a jugarse porque uno se quiso hacer una pista de tenis, no tenía sitio en su parcela, puso una pared alrededor, se inventaron nuevas reglas, y con el tiempo se dieron cuenta de que era más divertido que el tenis. Y que las pistas reproducen saxtamente la de aquel visionario. Si non e vero, e mentecatto.

(***) La traducción de paddle es pala, sí, pero no la de cavar (shovel); sino más bien con la acepción de paleta, remo, incluso aleta; algo que te sirve para impulsar, golpear o mostrar (paleta de colores=colour paddle/palette). Yo al chisme de jugar sigo llamándolo raqueta, me parece más apropiado pero solo porque hay gente que me mira aún con más desdén cuando no la llamo pala. Es como lo de la bombona de oxígeno de los submarinistas (mimimimi es una botella). Pensad que, si se jugase fuera de España, un inglés tendría que pedir en la tienda «una paddle para el paddle«.

San Martín partiendo la pana

La escultura en relieve de San Martín, de época postmedieval, se encuentra presidiendo la entrada de la conocida como Casa del Caballo, antiguo Hospital de San Martín y Casa de Misericordia (aunque, hoy, la Casa de Misericordia de Ávila es otra); edificio adosado a la muralla en la Calle de San Segundo, muy cerca de la Puerta de la Catedral o del Peso de la Harina o de No sé qué cosas más. Es un poco complicada de ver, porque hay una acera amplia, está monopolizada por las terrazas de los bares que ahora ocupan el hospitalario edificio, y las jaimas que les protegen de las inclemencias.

San Martín (el del caballo) era un tal Martin (pronunciado «magtán») de Tours, y aunque parece que le va a cortar la cabeza al señor agachao, no; está partiendo su capa con él. Martin era un legionario romano/gabacho tan majo, que cuando vio al pobre que tenía frío, le dio la mitad de su capa. La otra mitad no, porque consideraba que debía al César lo que era del César. Gracias a cosas como éstas fue elevado a la santidad, para que se pudiera decir aquello de «A todo cerdo le llega su San Martín»; e incluso la palabra «capilla» podría tener que ver con la susodicha capa compartida.

San Martín fue enemigo dialéctico de un obispo de Ávila, Prisciliano, que finalmente fue ejecutado por hereje (ya sabéis que la rivalidad religiosa es todavía peor que la del fúmbol). A pesar de ello, como explica la inscripción que hay debajo, se le dedicó un edificio casi al lado de la sede de Tertuliano (la catedral de Ávila), si bien es cierto que habían pasado más de mil años y que nos habíamos inventado a San Segundo. Un tal Rodrigo Manso fue el promotor de esta vivienda de protección oficial (de los pobres).

Rodrigo Manso ahora tendría dos bares

Con el tiempo, a los abulenses se nos olvidaron las cosas, la identificación de los personajes; el edificio dejó de ser un hospicio, y la casa pasó a ser conocida como la Casa del Caballo. Cierto es que, mientras San Martín se da la vuelta para partir la capa con un mendigo algo deforme; el caballo parece continuar su camino, no siendo que San Martín se pusiera a partir por la mitad el resto de sus posesiones, e incluso terminase como el vizconde demediado aquel, de Ítalo Calvino.

Enlace al mapa

Continuamos con los deportes de atizar a pelotitas pequeñas con el rey de ellos: el tenis. Es un deporte con una historia larga y curiosa. La cosa es como sigue: los franceses medievales nos copiaron el frontón, pero separando a los contrincantes con una cuerda, y lo llamaron jeu de paume. Como todavía les parecía duro, en lugar de darle con la paume de la mano, se propuso jugar con guantes, luego con palas de madera y finalmente con raquetas. Siendo un juego de nobles*, no podían contar de uno en uno, como la plebe, así que se inventaron la FORMA DE PUNTUAR MÁS ABSURDA DE TODOS LOS DEPORTES; eso de 15, 30, 40… Sólo a un gabacho finolis se le ocurre esa insensatez.

Pero sigamos con la historia. Tras la revolución, en Francia la gente no quería perder la cabeza por el tenis, que habría desaparecido de no ser porque los ingleses adoptaron el juego, añadiendo su toque personal: jugarlo sobre pistas de hierba** y vestidos como para ir a tomar el té con Lady Crawley a Downtown Abbey un sunday afternoon cualquiera. Los campeonatos se convirteron en eventos sociales donde la gente iba dejarse ver con la pamela, en las gradas; que tampoco son graderíos normales; parecen los palcos del Royal Opera House. Siempre echo en falta a los abueletes de los teleñecos.

En España lo jugaban cuatro gatos; pero con los triunfos de Santana, Gisbert y Orantes llegó una fiebre de construir pistas públicas y -sobre todo- clubs privados y urbanizaciones, se popularizó, y aquello fue un sindiós; en todas las casas había raquetas. Se jugaba sin tener ni idea y con pelotas despeluchás; eso sí, aplaudiendo al rival cuando te hacía -por puro azar- un passing-shot en la línea, porque el tenis mantiene ese plus de qué señoritos semos. Patético. Hoy la mayoría de esas pistas languidecen, llenas de baches y con la red floja. Ahora los practicantes prefieren ese otro tenis que ustedes ya saben, del que hablaremos (también mal) la semana que viene.

El tenis es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Como ejercicio deja bastante que desear, haces poco y malo. Exhibit A: existe una dolencia llamada «CODO DE TENISTA», de las más moñas que hay (como corresponde a su origen gabacho). Nadie dice «tienes espalda de repartidor de butano» o «tienes manos de envasadora de anchoas». Pero, ah, a Marichuli Mercadal le han diganosticado codo de tenista, la pobre; no podrá jugar ni al tenis ni lucir correctamente sus Heggmés, Lui Güiton ni Pgadas en unas semanas.

Alguien dirá que exagero, porque los tenistas profesionales parecen tíos cachas. A ver, están así porque hacen otros ejercicios de musculación, no por el tenis. De hecho, hasta los años 70 no era raro ver cómo los tenistas tenían descompensados los brazos; el de arrear a la pelota, el doble que el otro. Ahora lo corrigen a base de hacer pesas y cascársela con la otra mano. Sí, ellas también. Realmente, el tenis es más un desgaste de articulaciones (por los impactos y posturas) que un deporte.

También se pasa mal con el sol, como los partidos son largos, te retuestas; y cuando te da en los morros se ve fatal, estás con cara de mapache todo el rato (mirad a «Vamos Dafa» Nadal cuando termina Goland Gaggó). Y los partidos son largos porque -a nivel aficionado- te pasas la mayor parte del tiempo buscando pelotas. Por eso se tiende a pelotear despacito, para condurar el juego; si la das fuerte se termina el punto (sea por fallo, sea por acierto) y tienes que ir a buscar la pelota al quinto coño. Justo castigo a eso de usar un espacio donde pueden jugar diez u más (con canastas, porterías, etc) para jugar sólo dos.

Y, por el contrario, el tenis profesional es más duro pero antinatural. Los campeones de tenis los son porque sus padres, desde su más tierna infancia, contratan a un tío para que les enseñe. Aquí no existe eso de «un chaval que jugaba en la cancha de los suburbios y su talento fue descubierto por alguien». No, el tenis de verdad exige invertir mucho tiempo y dinero desde pequeñito. Machacar a un crío, que queda desprovisto de una educación normal -ya los veis, son todos unos niñatos consentidos- y se dedica sólo a eso, horas y horas cada día. Debería ser delito.

Finalmente, como otros muchos deportes, el tenis tiene un spin off playero***. Bueno, más que deporte es la puta manía de molestar al resto de playistas mientras atizas a una pelotita de goma con una raqueta o pala de madera/plástico, entre dos o más personas, al borde del agua, tratando de que no caiga a la arena. Se suele usar para entretener a los niños y que la gente te oiga contar en alto cómo va subiendo el récord de golpes. El desierto del Sahara sería el lugar ideal para jugar, pero, por lo que sea, nadie lo hace allí; con la de sitio que hay.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Irónicamente, en una cancha de Jeu de Paume se firmó el principio del fin de la nobleza borbónica. Sólo la de allí, desolé.

(**) Es un hecho que las pelotas botan mal sobre la hierba. Y que una pista de tenis de hierba sólo se puede mantener con el césped decente si tu clima es horrendo e -importante- si no se juega casi nunca en esa pista. Hasta en Wimbledon terminan viéndose las calvas. Las del césped, me refiero, no las de los Windsor y sus secuaces, que también.

(***) Los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música. Pronto hablaremos de ellos, así como del milenarismo.