Hace tiempo que no les doy la turra con alguna de mis aficiones deportivas, y hoy voy a estirar un poco la definición para (a) considerar algo como deporte y (b) desconsiderarlo. Buscar setas es un deporte (para algunos, un negocio) que consiste en ir al campo a recolectar ejemplares macroscópicos del reino Fungi, obteniendo un miniorgasmo cada vez que se localiza un ejemplar, independientemente del fin que se le vaya a dar al mismo (consumir, vender, envenenar al César…).
Buscar setas es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es frustrante y puedes morir en el intento; de varias maneras; a cual más horrible. El buscador puede sufrir lesiones in situ: esguinces, caídas, ataques de jabalíes, disparos de cazadores que te confunden con un jabalí, picaduras diversas (zarzas, ortigas, serpientes, etc); y también a posteriori, tras consumir el producto. Es famoso el dicho de los micólogos: «todas las setas son comestibles, al menos una vez«; pero no sólo es eso; las setas son ejpertas en acumular moléculas de metales pesados y otras toxinas que, aunque no nos asesinen de golpe, nos van fastidiando poco a poco.
Lo de la toxicidad en sí es tema de debate. Si vds toman un libro de hace 30 ó 40 años verán que hay setas que aparecen como «comestible, riquísima» y hoy vienen como «mortal». El ejemplo de la seta de los caballeros* es el más típico: una seta fácil de identificar y consumida habitualmente, hasta que un buen día va alguien y se muere. La gracia es una toxina que funciona como un muñeco sorpresa: si no te pasas, la vas eliminando, pero si te das un atracón y alcanzas un umbral, ¡bing! te da un azipurri. Por eso desde 2006 tiene una «prohibición cautelar» de su comercialización**.
En general, pocas setas causan la muerte inmediata; suelen pasar varias horas o incluso días hasta que se manifiestan los síntomas, y en algún caso, puede pasar un mes, lo que históricamente dificultaba la identificación de las setas chungas. Algunas son tóxicas si se cocinan poco o en crudo; otras lo son si se mezclan con alcohol. Por último, hay quien las consume a modo de alucinógeno, lo que también desaconsejamos porque suelen tener efectos secundarios (entripaos, sobre todo) y es muy variable cómo afecta cada seta a cada persona. De hecho, incluso si vas a consumir una seta «buena» por primera vez, es recomendable probar sólo un poquito por si nuestro organismo no la tolera bien.
Intoxicaciones aparte, tratar de entender de setas en sí es un deporte de riesgo. Tu ves una seta y te preguntas cómo se llama (libros, internet, amigos ejpertos…), y te sale: nízcalo, mícalo, guíscano, túscany… y si la guía es multilingüe, otras tantas palabrejas en catalán, euskera***, gallego, etc. A veces un nombre vulgar designa setas distintas en distintas partes. Ah, pero hay un nombre científico, uno para gobernarlos a todos, para encontrarlos y hacer risotto con ellos… ¿no?
Pues no. Lo que para uno es un Lactarius Sabrosus, para otro es, indudablemente, el Mizcalus naränjitus, y un tercero dirá que realmente era un Lactarius riquisimus var. ketchup. Las propias setas han puesto de su parte camuflando sus intenciones, por ejemplo, los «pedos de lobo«, que antiguamente se consideraban parte de los gasterales, un grupo «poco evolucionado» (por no tener «forma de seta»); resulta que lo han mirao bien y básicamente son un «champiñón vago», que vuelve a una forma más simple, quedándose en fase de huevo y soltando las esporas cuando alguien lo pisa. Y han tenido que recolocar todas las ramas de clases, órdenes y familias, para desesperación de los estudiantes del ramo. Después de llevar un tiempo en ello, he llegado a la conclusión de que la setología consiste en algo así como tratar de representar «juego de tronos» con los nombres de las especies. Cada hongólogo organiza el tema como le sale de la punta del Phallus impudicus.
Y con esto llegamos a lo que me ha dado la idea para este post, relativo a la identificación. Se han puesto de moda las aplicaciones para identificar setas con el móvil, con IA y todo; haciendo una foto y pasándosela al poglama. Puede estar bien como juego, pero NUNCA se coman una seta identificada sólo por este sistema. Las setas son más cambiantes que la mayoría de los organismos. La más mortal de las que tenemos por aquí, la Amanita phalloides, normalmente es de un color verde botella claro, pero puede ser completamente blanca, grisácea, o tener otras pigmentaciones. «Debe» tener anillo y volva, pero puede haberlo perdido al crecer, y parecer un champiñón o -cuando es joven- un gurumelo. Y, sobre todo, está muy rica (a diferencia de otras setas cuya «parecida chunga» huele mal o sabe a rayos). Buscar setas no es un juego.
Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.
(*) Yo la he comido varias veces, y está rica. Y aquí sigo, para vuestra desgracia.
(**) Hay otras setas que tienen la misma toxina, y se pueden comercializar. Eso es porque todavía no se ha muerto nadie por darse un atracón de boletus. No sea vd el primero… En cualquier caso, no se dé un atracón de ningún tipo de seta. Un piquito, y ya.
(***) Lo de los vascos**** con las setas es pa echarlos de comer aparte. Un micólogo encuentra una especie aparentemente nueva, se la lleva a un vasco, y le dice «ah, sí; ziza gorrigorri txuriurdin, llamamos… Crece mucho en Atacama en años lluviosos, y nosotros cogemos a veces en arenal de Aitzuri…
(****) Robasetas, para los navarros. Que el tema de mantener secreto el lugar donde llenas tu cesta es el mantra del setero.