Hoy se presentan dos de las novelas más esperadas del año. Por un lado, Dan Brown vuelve a dar la chapa con otra entrega de las aventuritas de Robert Langdon. Y, sí, sigue sin saber escribir. Me he leído las primeras páginas y sigo sin entender cómo vende lo que vende este cabrón. Bueno, sí lo entiendo. Por lo mismo que la gente pone alarmas antiokupas o come en Burger King: porque hay pasta para publi. Me iba a poner a despotricar de que ya en la página 5 se mete en un charco parecido a cuando le dio por hablar de la Giralda pero, mira, que le den morcilla. Yo he venido a hablar de mi libro del libro de mi colega. Y, total, ya ha dicho él todo lo que había que decir sobre la calidad literaria de Dan. Por otro, Santiago Bergantinhos reestrena «Dramones y modorras. ¡Qué barbaridad!». Y esto que sí que mola.

¿Por qué lo de «reestrena»? Porque la novela ya estaba disponible, pero ahora se lanza una nueva edición ilustrada. Y a ver si, con la novedad, mi compadre Santiago lo peta muchísimo y desbanca a Daniel Marrón. O. por lo menos, saca para unas cervezas…

Comprad sus hermosos jabalíes, cabrones.

Bueno, Baku, ¿pero la novela está bien o qué? Pues, mira. sí. Porque como parodia de las novelas de fantasía da todo lo que promete y más. Que te partes el ojal leyéndolo, vamos. Pero, además, está bien escrito y la historia es coherente —a ver, todo lo coherente que puede ser un cruce entre ikesai, viajes en el tiempo y referencias a toda la subcultura pop del último siglo—. Te vas a encontrar guiños a «Apocalypse Now», «Alien, el octavo pasajero» y hasta al que se considera el peor comienzo para una historia*. Porque los protagonistas, Puchi y Ermesinda, serán una par de bárbaros muy bárbaros pero también son un par de frikitos de mucho cuidado.

Podéis comprobarlo vosotros mismos. En esta entrada de su blog tenéis acceso a los primeros capítulos del libro, a otro libro por la patilla con los mismos protagonistas, a los comentarios del autor y a otras cosillas que han ido surgiendo alrededor del proyecto. O a la explicación del nombre de la supuesta editorial —la editorial es el propio Santi— que publica la novela: Pepino de Oro. Si todo esto no os convence, echadle un ojo a la crítica de Supermon en este mismo blog, que tiene más gracia que yo.

*Era una noche oscura y tormentosa.

Hace unos días leía en Mastodon un hilo estupendo de Álvaro Bayón acerca del mito de que hay que limpiar los cauces de los ríos y los bosques. Es de estas cosas que siempre te dan ganas de discutir con los cuñaos, pero para las que te faltan argumentos. Con su permiso, os traigo aquí los suyos, que es biólogo y sabe de lo que habla. Podéis encontrar más artículos interesantes en su blog Curiosa Biología. Este texto se publica bajo una licencia CC BY-NC-SA 4.0. Las imágenes son de Hermanos Peláez, que el otro día se puso a «limpiar el monte» irónicamente. Espero que os guste.

Sobre la vegetación de ribera y su gestión, la evidencia científica es clara: un bosque ripario bien conservado (con sauces, álamos o fresnos nativos) reduce drásticamente el riesgo de crecidas. 

La vegetación del bosque de ribera actúa como amortiguador natural al aumentar la rugosidad del cauce (aumenta el coeficiente de Manning). Las raíces y los troncos reducen la fuerza del agua, disipando hasta un 40 % de su energía. Además, sujetan el suelo, que se mantiene bien estructurado, lo que mejora la infiltración reduciendo la escorrentía fuera del cauce y mitigando los picos de caudal. Sus raíces también estabilizan márgenes, previniendo erosión y colapsos. 

La «limpieza» indiscriminada de cauces genera efectos opuestos a los buscados. Los canales desnudos aumentan la velocidad del agua, no disipan su energía, lo que incrementa su poder destructivo. 

Además, algunas especies invasoras como la caña (𝑨𝒓𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒐𝒏𝒂𝒙) se ven frenadas por la presencia de bosque de ribera pero crecen indiscriminadamente en cauces «limpios», y al romperse durante las avenidas, crean tapones en puentes y obstáculos. 

Finalmente, los suelos desprotegidos pierden capacidad de infiltración y se erosionan con facilidad, lo que aumenta la cantidad de sedimentos en el agua, haciéndola más destructiva, con impactos más significativos (acumulación de lodos) y mayor facilidad para la transmisión de enfermedades. 

La vegetación nativa es la mejor defensa contra inundaciones, mientras que intervenciones inadecuadas agravan el problema.

Ahora vamos con el bosque. 

La idea de que «limpiar el monte» como un completo previene incendios es un mito peligroso. Las pruebas científicas muestran que los bosques con vegetación bien estratificada, con árboles, arbustos y herbáceas en capas y, mejor aún, en mosaico, es decir, formando parches naturales separados por claros, son más resistentes y resilientes ante fuego. 

Esto es por varios motivos. La heterogeneidad vertical y horizontal rompe la continuidad y reduce el riesgo de expansión del fuego, que tiende a autolimitarse. Además, la vegetación abundante y madura reduce la temperatura por evapotranspiración, reducen la fuerza del viento (por el mismo motivo que lo hacían con el agua en la inundación) y aumenta la humedad ambiental bajo el dosel de árboles, tres particularidades que reducen el riesgo de formación de fuego y su severidad.

Un despeje total del sotobosque aumenta la sequedad del suelo y la radiación solar, creando condiciones más inflamables. Además, rompe la estructura que reduce el viento y mantiene la humedad, acelerando la propagación de llamas. La vegetación joven y homogénea es combustible fácil.  

Para mantener los mosaicos horizontales y la estratificación vertical lo mejor es permitir que actúe la fauna silvestre (como ciervos o cabras) o, de no existir, el pastoreo controlado (y no masivo). Estos animales crean discontinuidades naturales en la vegetación. Esto actúa como cortafuegos biológico sin dañar el ecosistema. 

Además las invasoras tienen de nuevo algo que decir. Hay muchas especies que son pirófitas, es decir, que se ven beneficiadas por el incendio y su biología está adaptada a favorecer el fuego. Ejemplo de esto son los eucaliptos. En sus ecosistemas nativos esos incendios suelen actuar como perturbación regeneradora, pero su invasión en ecosistemas no adaptados al fuego puede ser catastrófica. Conviene, pues, eliminar selectivamente estas especies invasoras que arden con una intensidad explosiva.

Así limpiaba, así, así…

Qué manía con limpiar, limpiar, limpiar. Como si los ecosistemas no tuviesen sus propios sistemas.

Leía hace un par de días una noticia en La Gaceta de Salamanca de esas que me saben a néctar y ambrosía: el presidente de una asociación de hosteleros llora amargamente porque «la cosa está mu’ mal» y como cada temporada «van a la ruina». La ruina de la hostelería es como el coche autónomo de Tesla. Se anuncia siempre para el próximo trimestre pero nunca llega…

El caso es que los lamentos habituales —la gente no viene porque tengo que subir los precios, pobre de mí— acerca de que los turistas se gastan poco, me ha recordado una vieja historia de 2004, el mismo año en que nació Halón Disparado. Así que voy a recuperar una imagen que retoqué para aquella ocasión —espero que sepáis disculpar mi poca habilidad para el diseño gráfico, era igual de mala entonces que ahora— y aprovecharé para recordar a los hosteleros que inspiraron la imagen.

En 2004, la Fundación las Edades del Hombre celebró su exposición en la catedral de Ávila bajo el título «Testigos». Por aquel entonces yo era cliente habitual —habrá quien se referiría a mí como «parte de la decoración»— de un local abulense cuyo nombre recordaba a un famoso torero del siglo XIX. Este bar-restaurante tenía una terraza estupenda situada en una zona casi peatonal en aquella época y ofrecía cerveza fría y ricas raciones, que los habituales consumíamos con fruición en dicha terraza. Los precios eran razonables, así que la terraza estaba todas las tarde-noches completa y animada.

Ante la inminente exposición —que era un exitazo de público allá donde se celebraba—, a nuestros queridos hosteleros les hicieron los ojos chiribitas. Entre ellos a los propietarios del garito arriba referido. Empezaron a comentarlo entre ellos y con nosotros, los clientes. «Esto se va a llenar de guiris y hay que hacer negocio», «Vamos a pedirles lo que queramos» y «Nos vamos a forrar», fueron frases que oímos bastantes veces. Y se pusieron manos a la obra: redujeron la «innecesariamente compleja» carta por la vía de eliminar las raciones más asequibles y subieron los precios. El resultado es que los habituales vimos que nuestros euros ya no daban lo mismo de sí y empezamos a emigrar. ¿Y los turistas? Pues los turistas duraron unos meses y luego llegó el invierno y también desaparecieron. Y el local empezó a decaer y acabó chapando al cabo de un tiempo. La imagen ilustra bastante bien, creo, la idea.

Ya os comenté que el retoque no es lo mío, ¿verdad?

La verdad es que entonces me dio un poco de pena todo. Los clientes perdimos un sitio que nos gustaba y los hosteleros perdieron el negocio. En los veintiún años transcurridos me he radicalizado un poco. Ya no me da ninguna pena cuando cierra un bar. Y me deleito con el sabor de las lágrimas de hostelero.

Bola extra: buscando el catálogo de la exposición que he enlazado antes —y que se vende nuevo por la cantidad de euros diecisiete— he encontrado por ahí a un listo que intenta vender un ejemplar, que sabe el Monesvol las vueltas que ha dado, por casi el doble.

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El otro día pasé por delante de un comercio un tanto peculiar que se encuentra en la calle Hornos Caleros de Ávila. Venden camas, sofás y sillones. Todos mágicos. Aunque lo que más me llamó la atención fue un cartelón estupendo en la fachada publicitando colchones. No sé vosotros pero, a mí, me dices que me eche una siesta en una cama que «hace» tantas cosas y me acojonaría un poquito.

Recarga tu energía. No dice a cuántos GW. Si no son por lo menos quince, no me interesa.

Te recarga la energía, te mejora la circulación, te mejora ¡la actividad celular!… Me flipa lo de la actividad celular. Ah, espera, que lo mismo quiere decir que coges el 5G sin moverte de la cama. Mejora la recuperación de lesiones. ¡Toma, claro, casi todas mejoran si te estás en la cama! Refuerza el sistema inmunológico. Inmunológico. Podría ser peor: podría poner immune.

Todo esto es posible gracias a que lleva dentro turmalina. Que son unos silicatos muy monos con propiedades piezoeléctricas, pero no emiten infrarrojos lejanos, ni ultrasonidos, ni aniones, ni pollas. Y que no quiero parecer desconfiado, pero yo rajaría el colchón ese en la tienda a ver si lleva la piedra mágica. Porque puestos a inventar…

Y esa es sólo una de la variedades de colchones que venden estos pavos. Si echáis un ojo a su web, tiene decenas de tipos: con grafeno, con plata, con orgonita… Vamos, que si estás pachucho es porque quieres.

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El origen de este singular adifisio se sitúa en la década de los años 50 del siglo XX para alojar la Delegación Provincial de Sindigatos. En el centro de esta imagen que ya empleó Supermon para hablar del Acueducto de Ávila se puede apreciar el adifisio recién construido en 1957 en todo su esplendor.

La plaza de Santa Ana antes de ser un plaza. El adifisio de sindigatos en el centro.

El nombre original puede resultar engañoso: Delegación Provincial de Sindigatos. En realidad, tras el triunfo de los sublevados contra la II República, todos los sindigatos de clase son ilegalizados y todos los trabajadores y empresarios deben afiliarse a la Organización Sindigal Española, también conocida como Sindigato Vertical. Este nombre también resulta engañoso, ya que podría evocarnos gatos en actitud erguida, cual suricatas, cuando en realidad este Sindigato Vertical tenía más bien este aspecto.

Ein Volk, Ein Reich, Ein Katze!

En la actualidad el adifisio permanece prácticamente igual que cuando se construyó. Se le sigue denominando popularmente el adifisio de sindigatos. Lo cual también resulta engañoso, dado que el 60% del mismo está ocupado por la patronal y no por organizaciones sindigales. Y sigue siendo una ruina energética porque la misma patronal que lo ocupa se opone sistemáticamente a gastar un euro en mejorarlo.

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¿Cómo? ¿Una entrada perteneciente simultáneamente al Ávila Street Museum y al Ávila Road Museum? ¿Y escrita por el Camarada en lugar de Supermon? ¿Qué fantasía es esta? Pues ya lo ven. Esta obra es tan peculiar que no tenía claro en cuál de los dos categorías debería estar incluida. Así que va en las dos y ya decidan ustedes dónde les cuadra mejor.

Pero pasemos sin más dilación a contemplar este palimpsesto viario de indudable belleza. Como ya sabrán —y si no lo sabían, ahora ya sí—, el ayuntamiento abulense mantiene desde hace meses un frenesí de obra pública de flipar. Las obras se amontonan, se superponen y acaban hasta dándose de codazos. En su afán por modernizar la ciudad, nuestro consistorio parece haber decidido que Ávila tiene que ser una especie de Tokyo castellanoviejuno y ha rendido este sentido homenaje al segundo paso de peatones más famoso del mundo*: el cruce de Shibuya.

A ver si hay huevos a cruzar…

Como puede observarse, los sucesivos pintados y borrados de pasos de peatones han alumbrado esta jungla de rayas que provoca que el cerebro te haga muaré, pantallazo azul y no sepas adonde ibas ni para qué. Cualquier parecido con la idílica imagen que muestra Google Maps en pura coincidencia.

Esta es la pinta que debería tener pero no.

Sólo cabe recomendarles precaución si se animan a visionar la obra en directo. Buenos días.

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*Si pongo que es el primero, Supermon me capa, que seguro que para él es ese que aparece en una portada de los Beatles que ha dado para locas teorías de la conspiración.

Los salarios en este país son una reverenda mierda. ¡Vaya descubrimiento, Baku! Ya, ya, pero dejad que suelte mi rollo.

Llevo unos días viendo los típicos artículos de prensa propaganda sobre honrados lloricas hosteleros que pagan según convenio y, a pesar de tamaña generosidad, no encuentran trabajadores esclavos. Es curioso que los lüberalles entienden muy bien el mercado hasta que la mercancía con la que tienen que tratar es la fuerza de trabajo. Entonces sus curvas de oferta y demanda se desmoronan y se pierden los pobrecitos.

Porque si el salario de convenio es el mínimo que debes pagar y no encuentras trabajadores por ese precio… ¿Se te ha ocurrido la loca idea de pagar más? Quizás así consigas «retener el talento», puto genio.

Y ya no es que hablemos de salarios de trabajos —mal llamados— no cualificados. Es que ves ofertas de empleo de «cosas cualificadísimas» y ya es para echarte a llorar. Esta misma semana he visto un anuncio buscando un diseñador de UX/UI que era un poema. Buscaban a alguien con un máster en UX, con merecientos años de experiencia en diseño de interfaces, con nivel C1 de idiomas y soltura en manejo de no sé cuántas herramientas. Y la banda salarial ofrecida arrancaba en el salario que gano yo de conserje. Pero, vamos a ver, ¿quieres que invierta tiempo, dinero y esfuerzo en convertirme en un cheñor listísimo y luego pagarme un puñado de cacahuetes? Luego no te sorprendas de que no quiera trabajar para ti.

Servidor se largó del sector tecnológico hace once años. De vez en cuando echa un vistazo a ofertas de lo suyo y se descojona. Que estáis ofreciendo menos pasta de la que ganaba yo entonces. Y lo que sé hacer es cada día más escaso. Allá vosotros, yo no pienso volver. Estoy muy calentito en mi conserjería.

En fin, esto es lo que necesitaba decir. Buenos días.

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Me encasqueta Supermon el marrón de desaconsejar el fútbol. Lo cual no sé si es bueno o malo. Porque lo entiendo poco. Pero las partes que entiendo creo que serán suficientes. Sepan ustedes que el fútbol o balompié —¿alguien dice todavía «balompié»?— es otro deporte inventado en Inglaterra. Qué perra la de los perfidoalbioneses con inventar maneras de sudar, jadear y restregarse con otra gente que no sean follar…

El fútbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Veamos por qué. Para empezar hay que juntar a mucha gente. Dos equipos de once más, los más que recomendables, muñecos de recambio. Pero si no me hablo con tantas personas, ¿cómo monto una pachanga dominguera? Y encima han de ser personas con cierto fondo físico. Porque esa es otra. Un campo de fútbol —ah, no, no voy a picar— es una cosa jodidamente grande. Aguantar un partido entero —luego hablamos de lo que dura, que también tiene tela— corriendo pa’rriba y pa’bajo puede dejar al más pintado hecho un guiñapo babeante. Y eso sólo con las carreras que te pegas. No hablemos ya del cordial intercambio de patadas, codazos y tirones en el que acabas más perjudicado que un villano de película de Van Damme.

Entrada legítima de un defensa a un delantero.

Todo lo anteriormente mencionado hay que soportarlo durante, por lo menos, noventa minutos. ¡Noventa minutos! Se os va la pinza. Y espera, que aún es peor, se juega al aire libre. Noventa minutos trotando y recibiendo hostias en condiciones climáticas hostiles. Porque con calor es mala idea, pero con frío… Todavía recuerdo con rencor a mis profesores de «educación física» —«hostigamiento al flojo» habría sido un nombre más honesto— cuando nos hacían correr por el patio a 4 grados bajo cero hasta que la boca te sabía a sangre —probablemente porque estabas sufriendo una hemorragia pulmonar—.

Y no es solución ponerte de portero. ¿Habéis visto el tamaño de la portería? He tenido soluciones habitacionales más pequeñas. Vale, no tienes que correr tanto. Pero tus alternativas no son tampoco estupendas. Si no paras el balón, te corren a gorrazos los compañeros. Y si lo paras… ¿Sabéis la energía cinética que os puede transmitir un buen balonazo? Que eso es un cacho cuero duro inflado a alta presión y lanzado a cerca de 200 km/h.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

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Como aficionado a la prensa del motor, llevo un par de días leyendo de pasada un titular de esos que te hacen saltar el detector de gilipolleces: Los cursos de recuperación de puntos se suspenden por un error del Gobierno de España. Joder con el Perro Sanxe, ni esto hace bien… Pero veamos qué hay de cierto —spoiler: nada—. En el primer sitio que lo vi fue en Autopista:

Casi siempre que leas «Gobierno de España» o «la DGT» en un titular es: mentira

Lo primero es que lo que dice el titular y lo que se atisba en el cuerpo de las noticias —porque está por todas partes con pocas variaciones— no tiene nada que ver. En esta de El País ya se contradice entre el titular y la entradilla:

¡No habrá más! De momento…

Hmmm… a ver si es algún sitio explican lo del cambio en la normativa. Me topo con otra pieza, esta en Infobae, según la cual la culpable es la DGT que «impide a las autoescuelas impartir cursos de recuperación de puntos a partir del 19 de julio» y «Ante esta decisión de la Dirección General de Tráfico, comunicada este viernes».

A la DGT le da un día por impedir cosas y nadie hace nada. Qué vergüenza…

Entonces, ¿qué ha pasado? Pues que, en efecto, ha habido un cambio en la normativa. Y que como no le ha gustado a una empresa PRIVADA, esta ha decidido tocar los cojones dejar de dar los cursos y «achacar el problema a un error del Gobierno», como explican un poquito es esta pieza de Car & Driver.

Según la empresa afectada, la culpa es de Perro Sanxe

Así que resulta que la empresa hasta ahora concesionaria se ha enfadado mucho con la liberalización que se aprobó en el mes de junio. Porque ellos tenían un monopolio —que es una cosa contraria a la normativa europea y lo único que ha hecho España es adaptarse a ella— y ya no. Y como se han enfadado han dejado de respirar. Pero la culpa, según todos los medios del sector, era del Gobierno de España. Qué casualidad…

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Ayer mismo bromeaba en Twitter acerca de dar un único consejo relacionado con nuestra especialidad. Y, aunque el consejo de hacer caca en el trabajo me parece importante, voy a daros uno mucho más vital. Porque es sobre vuestra salud en el trabajo. Y esta mañana me he desayunado con esta salvajada que sucedió el martes en un call center.

Me toca ver muchas burradas sobre enfermedades y accidentes laborales. Me toca ver cómo hay personas que pierden la vida en el trabajo. Como este chico de 28 años que no se golpeó con un robot en la cabeza como da a entender la noticia: se le llevó por delante un robot cuyas medidas de seguridad estaban anuladas por la avaricia y el desprecio por la vida ajena de un empresario. Hace tres años de ello y la familia sigue la batalla judicial contra el terrorista patronal. Hace tres años de ello y el robot, me cuentan trabajadores de la planta, sigue teniendo las medidas de seguridad anuladas. O como la trabajadora de un centro especial de empleo aplastada por una máquina de planchado el año pasado.

Sin llegar a situaciones tan extremas, me encuentro con muchos casos en los que los empleadores —por la avaricia y falta de empatía propias de su condición— intentan por todos los medios «tapar» graves accidentes que, en caso de ser mínimamente investigados, pondrían en evidencia que se están pasando toda la normativa sobre prevención de riesgos por el arco del triunfo. Y que, encima, acaban siendo clasificados como enfermedad común con el consiguiente perjuicio para el trabajador afectado.

Todo ello con la complicidad de las putas Mutuas de Accidentes de Trabajo, otra cloaca infecta a la que estamos tardando en pegarle fuego quitarle competencias. Que ya me han venido varias trabajadoras de un mismo centro de trabajo —del que no daré el nombre, pero no os aconsejo buscar trabajo en un matadero de aves en Ávila, cof, cof…— con el mismo problema: quemaduras de segundo grado causadas por un agente químico de uso en el puesto de trabajo clasificadas como «enfermedad común».

Y así llegamos al consejo que os quería dar. Cuando sufráis cualquier accidente laboral —me da igual la gravedad, como si «sólo» os habéis torcido un tobillo— lo primero que tenéis que hacer —se ponga el jefecillo/encargado/cómitre de turno como se ponga— es llamar al 112. Espera que lo voy a poner más claro: LLAMAR AL PUTO 112. El jefecillo/encargado/cómitre de turno os dirá que qué exagerados sois, que eso es un arañazo y que vaya tontería. Ni caso. LLAMÁIS AL 112. Por qué la insistencia, Baku, os preguntaréis. Pues porque el 112 tiene obligación de informar de oficio a la Inspección de Trabajo de que se ha producido un accidente laboral. De esa forma os aseguráis de dos cosas. Por un lado, de que vuestra lesión no acabe considerándose «enfermedad común». Y por otro, de que la Inspección le echa un vistacito a las condiciones de seguridad en que se está realizando vuestro trabajo —por eso el jefecillo/encargado/cómitre se pone tan pesado con que no lo hagáis—.

Mando intermedio motivando a la plantilla.

Espero que haya quedado clarito. Buenos días.

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